En 1817, el explorador y aventurero italiano Giovanni Battista Belzoni penetró en una oscura tumba en el Valle de los Reyes, la gran necrópolis real que se abría en la montaña tebana, donde se emplazaban las tumbas de la mayoría de faraones del Reino Nuevo (1539-1077 a.C.) que gobernaron Egipto durante las dinastías XVIII, XIX y XX. La angosta tumba en la que entró Belzoni, como la gran mayoría de tumbas del Valle, había sido saqueada en la antigüedad, y Belzoni la halló prácticamente vacía. De hecho, solo pudo llevarse un par de estatuas de madera, unas pequeñas figurillas en forma humana con cabezas de chacal, mono y león, e incluso una figurilla femenina con una tortuga por cabeza, posiblemente el hallazgo más curioso. Sin embargo, el enorme sarcófago de granito rojo que presidía la cámara funeraria no contenía los restos del soberano para quien fue excavada la tumba, que resultó ser Ramsés I, el fundador de la dinastía XIX (1292-1191 a.C.) y abuelo de uno de los faraones más famosos de la historia: Ramsés II.
Pero ¿quién fue Ramsés I? En realidad, el futuro Ramsés I, un hombre que no estaba destinado a ser faraón, nació en el seno de una prestigiosa estirpe de militares originaria de la región de Avaris, en el norte de Egipto. Su nombre era Paramesu, y tuvo una brillante carrera en el ejército egipcio, donde alcanzó altas cotas de poder, llegando a ser general durante el reinado de Horemheb, el último soberano de la dinastía XVIII (1539-1292 a.C.). Paramesu, un hombre capaz, supo ganarse muy pronto la confianza del faraón, que lo acabaría nombrando visir (chaty), el segundo cargo más importante del Estado.
Ramsés I, el fundador de una dinastía
Con los años, Horemheb se vio en la tesitura de tener que nombrar un heredero ya que no había logrado engendrar descendencia masculina, y pensó en Paramesu como el hombre más indicado para hacerse cargo de los destinos de Egipto. De hecho, el general, aunque ya no era un hombre joven, tenía un hijo, Seti, con lo que la continuidad dinástica estaba asegurada. Así, cuando Horemheb finalmente murió, Paramesu le sucedió en el trono con el nombre de Ramsés I. Pero su reinado fue muy corto, ya que gobernó tan solo 16 meses y falleció (al parecer por una infección en un oído) con poco más de 50 años. Le sucedió su hijo Seti I, que asimismo era padre de un varón, el futuro Ramsés II.

Relieve de Horemheb tocado con la corona Blanca del Alto Egipto en Karnak.
Foto: Cordon Press
Cuando Horemheb finalmente murió, Paramesu le sucedió en el trono con el nombre de Ramsés I. Pero su reinado fue muy corto, ya que gobernó tan solo 16 meses.

Imagen de la barca solar durante su viaje por el inframundo. Pintura de la tumba de Ramses I (KV16) en el Valle de los Reyes.
Foto: CC
Tras su muerte, el viejo faraón fue enterrado con toda la ceremonia y la pompa que un monarca de Egipto merecía en la tumba destinada para él excavada en el Valle de los Reyes (KV16). La sepultura (que recientemente ha sido restaurada y abierta al público), sin embrago, era de pequeño tamaño ya que claramente no hubo tiempo de terminarla antes de la muerte del rey y solo se decoró la cámara funeraria. Curiosamente estas pinturas presentan grandes similitudes con las que decoran la tumba de Horemheb, su antecesor (KV57), con lo que muchos expertos sugieren que tal vez fueron obra de los mismos artesanos. La tumba de Ramsés I se sitúa en un pequeño valle lateral, perpendicular al wadi (palabra árabe que designa el cauce seco de un río) principal, y se halla muy cerca de la de su hijo Seti I (KV17), que también sería descubierta por Belzoni.
Los sacerdotes y el traslado de momias
Como hemos visto, Belzoni penetró en la tumba de Ramsés I, pero no encontró allí su momia. ¿Dónde podía estar? Al parecer, el cuerpo de Ramsés I disfrutó de la tranquilidad de su tumba durante unos doscientos años, aproximadamente. Entonces Egipto se vio sumido en un período de gran convulsión política, y el Valle de los Reyes sufrió innumerables saqueos. En esos años, las momias reales fueron trasladadas de un lugar a otro en busca de seguridad por los sacerdotes de la dinastía XXI, encargados de protegerlas de las ávidas manos de los ladrones de tumbas. Y la momia de Ramsés I no fue una excepción. Al parecer primero fue trasladada a la tumba KV17, la sepultura de su hijo Seti I, tal vez la más hermosa de todo el Valle. Allí se le uniría también la de su nieto Ramsés II.

Ramsés I y su hijo Seti hacen ofrendas a los dioses. Relieve del templo de Seti I en Abydos. Museo Metropolitano, Nueva York.
Foto: PD
Las momias reales fueron trasladadas de un lugar a otro en busca de seguridad por los sacerdotes de la dinastía XXI, encargados de protegerlas de las ávidas manos de los ladrones de tumbas.
Pero no sería este el último destino de estas tres generaciones de faraones. Las momias de los tres soberanos fueron trasladadas posteriormente a la tumba de la reina Ahmose-Inhapi, de la dinastía XVII, y después al famoso escondrijo de Deir el-Bahari, la tumba de Pindejem II (DB320), descubierta en 1881 por el Servicio de Antigüedades de Egipto, dirigido en aquel entonces por el francés Gastón Maspero. Pero aunque se rescató una gran cantidad de momias reales del famoso escondrijo, entre ellas no se hallaba la de Ramsés I. ¿Qué había pasado con ella?
La momia de Ramsés I viaja a América
En realidad, el increíble escondrijo de momias reales hacía años que había sido descubierto. Pero no por los arqueólogos, sino por una familia de saqueadores de tumbas, los Abd el Rasul. Esta familia vivió durante generaciones de los beneficios que le proporcionó el tráfico ilegal de obras de arte procedentes del bien surtido escondrijo, objetos que vendían al mejor postor en el mercado negro de antigüedades de Luxor. Entre los compradores había turistas deseosos de llevarse un recuerdo de su viaje, coleccionistas sin demasiados escrúpulos e incluso museos poco interesados en conocer la procedencia de sus adquisiciones.

Grabado que recrea el momento en que los arqueólogos vacían el escondrijo de momias de Deir el-bahari.
Foto: Cordon Press
Los Abd el Rasul vivieron durante generaciones de los beneficios que les proporcionó el tráfico ilegal de obras de arte procedentes del bien surtido escondrijo, objetos que vendían al mejor postor en el mercado negro de antigüedades de Luxor.
En 1871, los Abd el Rasul, a través del tratante turco Mustafá Ana Ayat, vendieron una momia muy bien conservada al doctor James Douglas, que a su vez la vendió al Museo Niagara Falls, en Ontario (definido como un "museo de monstruos y curiosidades de la naturaleza"), que la exhibió diciendo que se trataba de la momia de la legendaria reina Nefertiti, esposa del faraón hereje Akhenatón. De hecho, la momia despertó de inmediato un gran interés entre los investigadores puesto que la posición de sus brazos, cruzados sobre el pecho, hacía sospechar que, en efecto, se trataba de una momia real (aunque su identidad seguía siendo un misterio).
El regreso de Ramsés I a Egipto
La momia real de Ontario estuvo en el museo durante 130 años, hasta que este se declaró en quiebra en 1999 y en 2001 fue vendida al Museo Michael C. Carlos de la Universidad de Emory, cerca de Atlanta. En esta institución, la momia desconocida fue sometida a diversos estudios y finalmente los investigadores de la universidad anunciaron que podían afirmar con bastante seguridad que se trataba de la momia de Ramsés I, sobre todo teniendo en cuenta el enorme parecido que presentaba con la momia de Seti I, su supuesto hijo. También el cuidadoso y costoso proceso de momificación a que había sido sometida la momia convenció a los expertos de que, en efecto, se trataba de una momia real. De hecho, una tomografía computarizada realizada en el Departamento de Radiología del Hospital Emory reveló elaboradas técnicas de momificación, como por ejemplo la presencia de grandes cantidades de resina (un material de gran valor) en el cráneo. la momia fue asimismo sometida a una datación por radiocarbono que la situó en tiempos del Reino Nuevo. Todo ello llevó a los especialistas a afirmar que la momia del Museo Michael C. Carlos era, con poco atisbo de duda, la de Ramsés I. Esta identificación fue casi aceptada de forma unánime por la comunidad científica, aunque no totalmente.

Perfil de la supuesta momia de Ramsés I. Museo de Luxor.
Foto: CC
Una tomografía computarizada realizada en el Departamento de Radiología del Hospital Emory reveló elaboradas técnicas de momificación, como por ejemplo la presencia de grandes cantidades de resina en el cráneo de la momia.
Las autoridades egipcias, con Zahi Hawass a la cabeza, que por aquel entonces era secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto, no tardaron entonces en pedir la repatriación de los restos, a lo que la institución estadounidense no puso pega alguna, sino todo lo contrario. Pero antes de devolverla a su país de origen, el Museo Michael C. Carlos realizó una exposición para despedir a su ilustre huésped, "Ramsés I: la búsqueda del faraón perdido", que pudo verse hasta el 14 de septiembre de 2003. Después, con todo el bombo y platillo que un faraón merece, la supuesta momia de Ramsés I, metida en una sencilla caja de madera y cubierta con la bandera de Egipto, regresó al País del Nilo, acompañada de un emocionado Hawass, donde fue recibida con honores de jefe de Estado. Actualmente, y desde el año 2004, la momia que casi todo el mundo cree que pertenece al fundador de una de las dinastías más importantes de Egipto descansa para siempre en una sala especial en el Museo de Luxor, junto a la momia de otro ilustre faraón: Amosis, el fundador de otra gloriosa dinastía egipcia, la XVIII.