Un paladín del absolutismo

Ramón Cabrera, el tigre del Maestrazgo

Durante las guerras carlistas este militar desafió a Isabel II desde sus bases en Levante, combatiendo sin cuartel a los liberales durante décadas hasta que se casó con una rica heredera inglesa.

Cabrera Calbo1

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Retrato de Cabrera en una biografía del general publicada en 1845 por Dámaso Calbo y Rochina de Castro. Al fondo de la imagen se puede ver la plaza fuerte de Morella.

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A finales del reinado de Fernando VII, España se encaminaba irremediablemente hacia la guerra civil. El anciano rey había cambiado la ley de sucesión dejando en el trono a su hija Isabel de solo tres años de edad, de modo que a su muerte el país sería gobernado por un consejo de regencia formado por políticos liberale que pretendían acabar con el absolutismo y modernizar el país.

Esto suponía acabar con los privilegios de la Iglesia, la nobleza y parte del campesinado, quienes formaron camarilla alrededor del hermano del rey, Carlos de Borbón, para disputarle el trono a la futura reina. Fernando murió en 1833 e inmediatamente se produjo el primer pronunciamiento carlista en la fortaleza valenciana de Morella, dando inicio a una revuelta absolutista en nombre de Carlos V, que triunfó en las zonas rurales del País Vasco, Navarra y el Levante peninsular.

De sargento a general

Entre los insurrectos de Morella se encontraba Ramón Cabrera, un joven catalán de Tortosa que había escapado del seminario y se había alistado en las filas carlistas. Por su valor pronto fue ascendido a sargento, y cuando la ciudad cayó frente a los isabelinos se echó al monte a continuar la guerra mediante emboscadas y saqueos: empezaba la leyenda del Tigre del Maestrazgo.

La partida guerrillera de Cabrera fue creciendo a lo largo de 1834 hasta reunir a más de mil hombres, que con sus incursiones hacían la vida imposible al ejército liberal, asaltando sus convoyes y levantado en armas al campesinado. Pero no todo era un camino de rosas para el líder carlista, pues sus éxitos se veían arruinados constantemente por la incompetencia de su superior Manuel Carnicer, un veterano de la guerra de independencia puesto al frente del Levante por el pretendiente carlista.

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La ciudad de Morella fue el primer bastión carlista en Valencia y también el último reducto de Cabrera en 1840.

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Así pues decidió forzar su despido, por lo que disfrazado de arriero y con ayuda de su amante emprendió un peligroso viaje a Navarra con el objetivo de entrevistarse con Carlos. Tras superar numerosos peligros, consiguió presentarse ante el rey, a quien convenció de la necesidad de reemplazar a Carnicer por otro general más hábil, quien por supuesto era el propio Cabrera.

Guerra sin cuartel

Ya como comandante en jefe de los carlistas catalanes y valencianos el tortosino emprendió una campaña de terror contra los liberales que le haría ganarse el sobrenombre de “Tigre del Maestrazgo” por su implacable salvajismo. 

En esa guerra despiadada donde ambos bandos cometían atrocidades Cabrera destacó por sus represalias contra la población civil, asesinando a los políticos liberales cuando se negaban colaborar con sus partidas y requisando por la fuerza todas la provisiones que necesitaba en pueblos y granjas. 

Fusilamiento madre Cabrera Calbo 2

Fusilamiento madre Cabrera Calbo 2

Fusilamiento de la madre de Cabrera en un grabado de la biografía de Dámaso Calbo. 1845.

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La espiral de violencia no hizo sino aumentar en 1836, cuando el liberal Espoz y Mina ordenó fusilar a su madre en represalia por la ejecución de los alcaldes de Valdealgorfa y Torrecillas. Presa del dolor, Cabrera se radicalizó aún más y protagonizó actos tan bizarros como celebrar un banquete en Burjasot mientras se fusilaba a 37 oficiales enemigos frente a su mesa.

Muchos liberales llegaron preferir el suicido a la rendición y los que caían en sus manos eran sometidos a terribles marchas de la muerte en la que según un testigo de la época: “el que se sentaba moría a bayonetazos, y al que caía desfallecido le aplastaban la cabeza con piedras”. La situación en los campos de prisioneros no era mejor, pues apenas se les daba comida y aún menos mantas o medicinas. A modo de ejemplo, de 1.500 isabelinos capturados en Herrera de los Navarros en 1837, solo quedaban 200 al cabo de un año.

el abrazo de Vergara

Desde su base en las abruptas montañas del Maestrazgo, cerca del Ebro, Cabrera siguió con sus incursiones, y tras los éxitos de Zumalacárregui en el Norte tomó parte en la expedición real de 1837, mandada por Carlos en persona y cuyo objetivo era el propio Madrid.

Carlos Mari´a Isidro de Borbo´n, por Vicente Lo´pez

Carlos Mari´a Isidro de Borbo´n, por Vicente Lo´pez

El pretendiente Carlos María Isidro de Borbón, retrato al óleo de Vicente López Portaña, 1823, Real Academia de Bellas Artes de san Fernando, Madrid.  

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En la ciudad acababa de reprimirse un levantamiento radical y se encontraba en su momento más débil de toda la guerra, pero Carlos no se atrevió a entrar por la amenaza del ejército liberal mandado por Espartero en su retaguardia. Ambos ejércitos se encontraron a cincuenta kilómetros de la capital en el pueblo de Aranzueque, en una cruenta batalla donde los carlistas perdieron 3.000 hombres retirándose derrotados a sus bases de Levante y Navarra.

Aislado en Valencia por los liberales, Cabrera se concentró en sus propias operaciones: capturó Morella por sorpresa en un ataque nocturno y la convirtió en capital de sus dominios rebeldes. Sin embargo el ejército carlista del Norte, bajo Rafael Maroto, traicionó al pretendiente y se entregó a Espartero en Bergara el 31 de agosto de 1939, por lo que a Cabrera no le quedó más remedio que refugiarse en Francia. Había terminado la primera guerra carlista.

De nuevo en guerra

No por ser derrotado colgó Cabrera el sable, y cuando los carlistas volvieron a rebelarse en 1846 con ocasión de la boda de Isabel II, abandonó su exilio en Lyon y se puso  al frente del ejército insurrecto en Cataluña.

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Carlistas e isabelinos luchan por el pueblo de Urnieta en Guipúzcoa.

Cordon Press

El dulce sabor de la paz se había agriado en España por una combinación de malas cosechas y la represión del Partido Moderado contra los republicanos, lo que creó una unión antinatural entre estos y los carlistas para derribar a Isabel II. 

Al contrario que el conflicto anterior esta segunda guerra no tenía tanto apoyo popular, por lo que las acciones de Cabrera se limitaron a un continuo deambular de pueblo en pueblo basado en el saqueo y la recluta forzosa. Asimismo el general carlista abandonó sus crueles prácticas de antaño, respetando las vidas de los prisioneros y canjeándolos en cuanto podía.

Curiosamente esta revuelta tuvo también un enfoque mucho más progresista, adoptando un carácter más de reivindicación social frente a los abusos de los liberales ricos, que de defensa de un absolutismo ya obsoleto. Como bien decía Cabrera “nuestros pasos tienen que ser muy diferentes a los de la época de la inquisición y el despotismo”.

Cuadro  Calderote  Primera Guerra Carlistas by Ferrer Dalmau

Cuadro Calderote Primera Guerra Carlistas by Ferrer Dalmau

Batalla de Villar de los Navarros. Pintura al óleo de Augusto Ferrer-Dalmau, 2010.

Durante la guerra el pueblo de Amer en Gerona se convirtió en el nuevo bastión de Cabrera, quien lanzaba continuas razias mediante las que ocupaba poblaciones como Cardona, Vic y Manresa, de las que siempre se retiraba al poco tras cobrar las contribuciones a punta de bayoneta. 

Desesperados los isabelinos recurrieron al soborno, gastándose más de 40.000 pesetas en comprar la lealtad de los guerrilleros. Llegaron incluso a urdir un complot para envenenar a Cabrera mediante un cura, quien fue descubierto y murió al comerse el plato donde había echado el veneno.

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Toma del pueblo de Andoain por las fuerzas gubernamentales durante la segunda guerra carlista.

Cordon Press

Al final el gobierno reunió una masa de 50.000 soldados decididos a acabar con el alzamiento, y mediante una combinación de fuerza e indultos obligaron a Cabrera a exiliarse de nuevo a Francia el 23 de abril de 1849.

La reconciliación

Con la causa perdida el general terminó en Londres, ciudad en la que ya se habían refugiado algunos carlistas y donde entretenía a la alta sociedad con relatos de sus campañas en España, unas guerras que eran vistas como algo fascinante por los ingleses por su carácter retrógrado y con aires de cruzada medieval.

Ramón Cabrera

Ramón Cabrera

Cabrera en un daguerrotipo de W. E. Kilburn realizado en 1850. Museo del Ejército, Madrid.

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Allí conoció a Marianne Catherine Richards, una rica heredera de opiniones conservadoras que se convirtió en su esposa y madre de sus cinco hijos. Tras sentar cabeza, Cabrera adoptó una actitud más relajada hacia la causa, y por ello rehusó participar en la tercera guerra carlista y acabó por reconocer a Alfonso XII tras el fin de la Primera República y la vuelta de la monarquía.

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El palacio del duque de Wentworth (arriba) fue el último hogar de Cabrera tras casarse con Marianne Catherine Richards. 

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Establecido confortablemente en el palacio de su mujer en el pueblo de Wentworth, Cabrera se dedicó a hacer vida de sociedad, concediendo entrevistas a destacados políticos españoles como Cánovas. Finalmente el 24 de mayo de 1877 moría el Tigre del Maestrazgo, el último símbolo de una causa que quizás siempre estuvo abocada al fracaso.