Ya desde los primeros tiempos de la República Romana los soldados de las legiones recibieron distintivos y condecoraciones. Estas condecoraciones (dona en latín) solían ser entregadas por el general en jefe a los legionarios sobre un podio a la vista de todo el ejército, recibiendo estos la ovación y respeto de sus camaradas y convirtiéndose a la vez en un ejemplo para ellos.
Las condecoraciones se solían fabricar en metales preciosos como oro y plata, aunque también se conocen casos de hierro y bronce en momentos de una mayor estrechez económica. Sea como fuere su aspecto dependía siempre del criterio del general, quien las encargaba a los herreros del campamento o algún orfebre local antes de la ceremonia de entrega. Estos eventos se hacían coincidir también con la distribución de la paga al resto de legionarios, con el fin de dar una inyección de moral a toda la tropa.

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El cónsul Decio arengando a sus tropas. Sobre un podio como este se hacía subir a los legionarios para ser premiados ante todo el ejército. Óleo de Peter Paul Rubens, 1616, Galería nacional de Arte, Washington D.C.
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Con el tiempo estas recompensas se convirtieron en una marca de veteranía, y durante el Imperio eran entregadas automáticamente a los oficiales cuando cumplían un determinado periodo de servicio o alcanzaban un rango superior; de este modo uno podía reconocer a los militares más experimentados a simple vista por la cantidad de condecoraciones que lucían.
Coronas y brazaletes
La más importante distinción a la que podía aspirar un soldado era las coronas militares, que solo se podía conseguir si se cumplían unas determinadas circunstancias. La más importante era la corona obsidionalis o gramínea, entregada al general que liberara a un ejército asediado o rodeado, y que los soldados rescatados fabricaban con hierba y cereales tras la victoria. Parecida era la civica, entregada a aquél que hubiera salvado la vida de un ciudadano romano en combate, el cual la trenzaba con ramas de roble y luego se la ponía en la cabeza a su salvador.

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En esta estátera del siglo II el emperador Trajano lleva una corona mural como la que se otorgaba al primer soldado en entrar dentro de una ciudad enemiga. Gabinete Numismático de Berlín.
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Por su parte las coronas muralis y vallaris eran entregadas por el general al primer hombre que hubiera saltado dentro de una muralla o empalizada enemiga, y que en caso de sobrevivir recibía una corona de oro con forma de muralla. Finalmente existía la navalis, reservada a los almirantes y capitanes que hubieran conseguido una importante victoria en el mar.

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Torques de bronce como estos decoraban los brazos y cuellos de los soldados romanos. En origen un ornamento celta, el torque fue adoptado como parte integral del ejército romano.
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Más genéricas eran las distinciones distribuidas entre los soldados como premio, las cuales adoptaban la forma de varias joyas vinculadas con al mundo militar. El premio más habitual eran los torques y armillae, dos términos que describen a un amplio conjunto de brazaletes y collares fabricados con metales preciosos que eran distribuidos por el general en nombre del emperador siguiendo una costumbre copiada de los reyes celtas, quienes premiaban así a sus seguidores más fieles..

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Estela del centurión Marco Caelio de la legión XVIII, este oficial viste las phalerae, dos torques en los extremos de su capa y un par de armillae en sus muñecas.
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Similares eran las phalerae, una serie de discos metálicos montados sobre un arnés de cuero que lucían los suboficiales más condecorados, y con los que se representaban en sus tumbas. También se podía premiar a un soldado con una versión inferior, entregándole un solo un disco (clipeus) o copa (patella) de plata y oro. Finalmente existía un último tipo de distinción con forma de lanza (hasta pura) o estandarte (vexillum) en miniatura, que se sujetaba a la ropa con un alfiler o se exponía montado sobre una base.

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Estandartes en miniatura como los que adornan esta moneda del reinado de Calígula eran distribuidos entre los soldados como recompensa.
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Aunque las condecoraciones se solían fabricar como joyas de oro y plata su valor iba mucho mas allá del simplemente material, siendo un símbolo de prestigio universalmente reconocido en el ejército. A modo de ejemplo destaca el caso de un soldado de caballería, a quien se ofreció una cantidad de monedas de oro en vez de una insignia por el estigma de tener padres esclavos, este se negó a aceptar lo que consideraba un soborno, y exigió un estandarte de plata de mucho menor precio como el que habían recibido sus camaradas.

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Clipeus o phalera de plata descubierto en el campamento militar de Vindobona, siglos I-IV d.C.
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Junto a estos premios individuales, unidades enteras podían ser premiadas con estas condecoraciones, añadiéndolas a su nombre como cohortes o centurias armilladas y torcuadas. En ese caso el emblema se incorporaba al estandarte de la unidad como una manera de premiar a todos los soldados en bloque. Algunas unidades llegaban a acumular múltiples títulos de esta clase, que han llegado hasta nosotros inscritas en las tumbas de sus orgullosos integrantes.
Promociones y ascensos
Al margen de premios puntuales en reconocimiento de una gesta o años de servicio los soldados también podían ser promocionados gracias a sus méritos, consiguiendo así una mejora permanente de su nivel de vida y el progreso de su carrera militar. Así tenemos numerosos ejemplos en las fuentes de legionarios ascendidos a centurión o suboficial por alguna gesta, lo que además de un aumento de sueldo del doble (duplicarius) o la mitad (sesquiplicarius) les eximía de todos los trabajos del campamento, como levantar las tiendas o acarrear agua.

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Estela funeraria del aquilifer (portador del águila) de la XIII legión Cneo Musio, condecorado con phalerae y torques.
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Existía de hecho una compleja jerarquía militar dentro de cada legión que empezaba con la décima cohorte y terminaba en la primera, más veterana y prestigiosa. Así los centuriones podían ir ascendiendo centuria a centuria hasta el prestigioso puesto de primus pilus, el oficial al mando de la primera centuria y habitualmente el más experimentado de la legión, dado que sus superiores solían ser políticos o amigos del emperador. Un puesto tan importante servía a la vez como trampolín hacia la Guardia Pretoriana, cuyos tribunos solían ser centuriones con una larga carrera.

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Áureo del reinado de Cómodo con el emperador dirigiéndose a sus tropas. Ascensos y premios no solo servían para premiar acciones militares, sino todo servicio que beneficiara al Imperio: un tribuno de época de Claudio por ejemplo recibió una condecoración por haber abierto una mina de oro.
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Junto a los centuriones en cada centuria existían cinco grados con los que se podía recompensar al legionario. El primero y más importante era el de optio, mano derecha del centurión y segundo al mando de la centuria, seguido por el tesserarius (encargado de la contraseña diaria), librarius (contable), signifer (portaestandarte) y cornicen (músico), todos ellos beneficiarii con más sueldo y menos deberes que el resto de la tropa.

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Legionarios construyendo el campamento en una relieve de la columna de Trajano. Los suboficiales y centuriones quedaban exentos de todo tipo de tareas manuales como parte de los beneficios de su cargo.
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Si bien parece que en las legiones todos los soldados podían aspirar a tales premios, en las cohortes de auxiliares estas quedaban restringidas a los oficiales, muchos de ellos romanos de pleno derecho. Formadas por soldados indígenas de todo el Imperio estas a veces eran recompensadas con la ciudadanía, que convertía a sus soldados en romanos como recompensa por su valor en combate.
Fue con esta mezcla de condecoraciones y ascensos que los generales y emperadores lograron mantener el espíritu combativo de las legiones, recompensando a los soldados con insignias de valor y servicio, que les motivaban a sobresalir en el ejército y así mejorar tanto su estatus como su patrimonio personal.