Un vicio legal

La prostitución en la Edad Media: un pecado tolerado

Burdeles, baños públicos y casas particulares acogían una actividad condenada por la moral pero permitida por el estado

Barsheba Bathing the Hours

Barsheba Bathing the Hours

Betsabé tentado al rey David. Miniatura iluminada de Jean Bourdichon pintada entre 1498 y 1499.

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Soldadera, amafia, bagasa, bordelera, buscona, dama de medio manto, hembra mundanal, mujer errada, pendenga, rabiza, cantonera, moza del partido... Con todos estos términos se hacía referencia en la Edad Media a las numerosas prostitutas que habitaban las ciudades y los pueblos. Sin embargo, no todos significaban lo mismo, puesto que en los siglos medievales existían diversos tipos de prostitución: la que se ejercía diariamente en los burdeles; la ocasional y encubierta, no reconocida, practicada en la calle, las tabernas, los mesones, las ventas, los baños públicos, las casas particulares e incluso en la corte; y la que resultaba de una coerción ejercida sobre las mujeres por su señor, padre, marido o alcahuete de turno. 

La mayoría de las prostitutas eran víctimas de la pobreza o bien de alguna situación de desarraigo familiar. En muchos casos carecían de la protección de un cabeza de familia, padre o hermano, o bien la falta de dote les había impedido encontrar un marido, con lo que quedaban en un estado de indefensión que las abocaba a la prostitución como única salida. Otras corrieron la misma suerte tras ser violadas, una situación que en la Edad Media acarreaba la infamia para la mujer, o bien por haber dejado a sus maridos como consecuencia de una infidelidad o incompatibilidad. 

Prostitutas y alcahuetes 

Era habitual que las prostitutas procedieran de lugares distintos a aquel donde ejercían su oficio. En el caso de Zaragoza, por ejemplo, se mencionan muchas forasteras: Yolanda la Morellana alias la Valenciana, Catalina de Vitoria, Leonora de Sevilla, Teresa de Cuenca, María de Soria... En el testamento de Inés de Torre, prostituta que ejercía en Málaga, se apunta que legaba sus escasos bienes a sus padres, Rodrigo de Bustos y Constancia Díaz, que vivían en Córdoba. En Barcelona también se documentan prostitutas de Asturias, Toledo, Murcia, León y Galicia. 

Brothel scene ca 1475

Brothel scene ca 1475

Prostitutas y clientes disfrutan de la comida y la bebida en una casa de baños (que con frecuencia eran burdeles). Miniatura de la Ciudad de Dios, 1475, Biblioteca Nacional de Holanda.

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Hablar de «vida fácil» respecto a estas mujeres resulta bastante inexacto. En realidad, durante toda su carrera las acechaban peligros y amenazas de toda clase. Como consecuencia de su promiscuidad estaban expuestas en todo momento a contraer enfermedades venéreas. Los poetas se burlaban a menudo de ello. En una cantiga de Alfonso X, el rey hace referencia a la «chaga» que tenía Dominga Eanes, una soldadera –como se llamaba a las mujeres que acompañaban a los soldados en sus desplazamientos, o que vivían en la corte en compañía de juglares y trovadores–, fruto de sus múltiples combates sexuales con un jinete moro. Pero peor aún era el envejecimiento, que les iba quitando paulatinamente los clientes y, con ellos, el sustento. Cuando quedaban privadas definitivamente de clientela encontraban escasas alternativas de subsistencia: la mendicidad, la alcahuetería, la ayuda de instituciones religiosas o de sus mismas compañeras. Los poetas hacen crueles alusiones a la situación de las prostitutas de edad avanzada. Así, Pero García Burgalés, califica de velha (vieja) a María Negra, una soldadera de avanzada edad. 

Celestina

Celestina

Portada de la Celestina, de Fernando de Rojas, editada en Valencia en 1514.

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Aunque algunas prostitutas, las más afortunadas, podían permitirse trabajar por su cuenta, la mayoría se integraba en una mancebía (un burdel) o bien dependía de un alcahuete, hombre o mujer, que les proporcionaba clientes y una habitación donde vivir y realizar su actividad. La literatura –como en el caso de la célebre obra de Fernando de Rojas La Celestina– muestra la relación de dependencia que se establecía entre la prostituta y la alcahueta, a menudo bajo la apariencia de un vínculo familiar que hacía pasar a la alcahueta por tía, madre o madrina de la joven. Las autoridades actuaron a menudo contra los alcahuetes, que se beneficiaban de las ganancias de las prostitutas, imponiéndoles penas económicas e incluso el destierro. Así, el rey Alfonso X, en la Partida VII, ataca duramente a «los bellacos malos que guardan las prostitutas, que están públicamente en la putería tomando su parte de lo que ellas ganan». 

La vida en el burdel 

El nivel inferior en la situación de las prostitutas era el de las mujeres que trabajaban en burdeles autorizados por el Estado. Su situación económica era a menudo apurada. Debían pagarse la comida y el alquiler de su habitáculo, además de los impuestos. No es extraño que contrajeran deudas, como atestiguan las cartas de obligación que firmaban con los prestamistas, en particular para sufragar sus importantes gastos de vestimenta. 

BAL 3740419

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Clientes y prostitutas se entretienen mientras esperan a que una habitación quede libre. Escena de burdel flamenca, 1540. Galería de Arte de la Universidad de Yale.

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Los burdeles estaban organizados por la autoridad y regulados a través de meticulosas ordenanzas. Cada ocho días un médico visitaba la mancebía, con el objetivo de evitar la propagación de enfermedades venéreas. Eso sí, para proteger el honor de las mujeres honestas y que las prostitutas no tuvieran contacto con ellas, las mancebías se trasladaban a zonas concretas de la ciudad, especialmente extramuros, o bien se cerraban sus calles mediante tapias de adobe o muros con puertas. Así, en Barcelona, los tres burdeles documentados entre los siglos XIV y XV –Viladalls, La Volta d’en Torre y El Cayet– estaban situados en las murallas de la ciudad.

BAL 154637

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En la Edad Media, un personaje de la Biblia, María de Magdala o María Magdalena, testigo de la crucifixión y la resurrección de Jesús, quedó asociada con las prostitutas. en realidad, se trataba de una confusión, registrada ya en el siglo VI, con otra María mencionada en el evangelio de lucas, la «mujer pecadora pública» que visitó a Jesús en la casa del fariseo. maría magdalena. Estatua de madera policromada, obra de Gregor Erhart. Siglo XVI, Museo del Louvre

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Esta segregación servía también para evitar alteraciones del orden público. En unas Ordenanzas de Salamanca se establecía: «Se prohíbe alquilar locales donde [las prostitutas] se van de noche a dormir con hombres fingiendo ser mujeres de más calidad, engañándolos y llevándoles por ello muchos dineros, de lo que se ha recrescido y puede recrescer muchos escándalos, muertes y heridas e otros graves inconvenientes». 

Una vestimenta especial 

Los monarcas también promulgaron leyes que exigían que las prostitutas llevaran algún distintivo en su vestimenta: tocas azafranadas, mantillas cortas, faldas amarillas o púrpuras, y, en la cabeza, llamativos adornos y cintas de color rojizo. En algunas ciudades se legisló una prenda particular: en Milán debían llevar mantos negros, y en Florencia guantes y campanas en sus sombreros. La legislación suntuaria, relativa al lujo, también marginaba a las prostitutas. Se les prohibía llevar tejidos y prendas como pieles, sedas, paños de calidad, capirotes y zapatos lujosos, adornos de oro, plata y joyas. Tampoco podían usar velos, tocas, ni mantos u otras ropas de abrigo que se reservaban para las mujeres decentes. En Barcelona, en 1340, se dictaminó que las prostitutas fueran sin mantos, y en caso de desobedecer podían pasar un día en prisión y tenían que pagar veinte sueldos. 

BAL

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San Nicolás salva a tres jóvenes de la prostitución echando dentro de su habitación el dinero que necesitan para su dote. En caso de quedarse solteras muchas mujeres debían comerciar con sus cuerpos. Vidriera de la catedral de Bourges, siglo XIII a.C.

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El consejo de Valencia, en 1383, ordenó: «Ninguna hembra pecadora pública goce en presumir andar por la ciudad, abrigada con manto, mantilla o algún otro abrigo, sino solamente con una toalla a manera de abrigo... Asimismo, que ninguna hembra goce o presuma vestir o portar alguna vestidura orlada, armiño con perlas, o de seda...». También se les imponían ciertos períodos de abstinencia, como en Semana Santa. En Barcelona, por ejemplo, las prostitutas permanecían enclaustradas desde el Miércoles Santo en el monasterio de Santa Clara, según una orden de 1373. 

Escena en una casa de baños

Escena en una casa de baños

Prostíbulo medieval, miniatura anónima del siglo XV.

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Pero, a pesar de las críticas, los reyes eran conscientes de que con la prostitución se evitaban otros problemas y que, además, reportaba beneficios económicos. Y es que las cargas de impuestos a las prostitutas, desde el reinado de Enrique III, beneficiaron a los reyes y a las ciudades, además de ser una medida importante en el control de este oficio. La dotación de tierras para construir casas de citas aportó múltiples ganancias. 

En definitiva, la prostitución fue una institución fundamental en la cultura medieval, que la toleró y la reguló. Pero al mismo tiempo las prostitutas fueron víctimas de una sociedad que ofrecía muy pocas salidas a las mujeres y sufrieron las críticas y la marginación.