En la encrucijada que dibujan los ríos Ob y Nazina se encuentra una remota isla situada en pleno corazón de Siberia: Nazino. El 18 de mayo de 1933, y tras un largo viaje, desembarcaron aquí un total de 5.070 deportados, entre los que había 4.878 hombres y 322 mujeres, la mayoría indigentes, gitanos, gente sin trabajo, antiguos campesinos, y personas indocumentadas procedentes de Moscú y Leningrado. Alejada de la civilización, esta isla nunca estuvo catalogada por el gobierno soviético como un gulag, pero allí tuvo lugar uno de los mayores horrores que se vivieron durante la era stalinista.
Abandonados y sin comida
Veintisiete personas murieron el mismo día de su llegada, aunque eso fue sólo el principio. Aquella gente no disponía de ropa de abrigo, ni tenía comida, ni utensilios de ningún tipo, y había sido abandonada en un territorio yermo con una superficie de tres kilómetros de largo por medio kilómetro de ancho de donde era imposible escapar. La vegetación consistía básicamente en un bosque con zonas pantanosas y no había edificaciones de ningún tipo, sino tan sólo unas cuantas cabañas donde dormían los guardias. Los deportados no contaban con ningún sitio donde refugiarse y, para empeorar las cosas, a los pocos días otros 1.500 prisioneros llegaron a la isla.
Aquella gente no disponía de ropa de abrigo, ni tenía comida, ni utensilios de ningún tipo, y había sido abandonada en un territorio yermo con una superficie de tres kilómetros de largo por medio kilómetro de ancho de donde era imposible escapar.
En esa situación tan angustiosa, pronto se produjeron las primera peleas cuando los guardias empezaron a repartir la poca harina que habían traído consigo. Para "calmar" los ánimos, los guardias abrieron fuego contra los deportados y se llevaron la harina a otro punto de la isla para tratar de distribuirla con más "tranquilidad" a la mañana siguiente. Pero el resultado fue el mismo, por lo que se decidió dividir a los presos en brigadas de 150 personas y que el responsable de cada grupo la recogiera para repartirla entre su grupo. Como tampoco no había con qué amasar la harina ni hornos para hornearla, los prisioneros no tuvieron más remedio que mezclarla con el agua del río, lo que provocó numerosos casos de disentería. Desesperados, algunos de los prisioneros trataron de huir en unas balsas improvisadas, pero fueron tiroteados por los guardias y se hundieron en el río. Los que pudieron escapar acabaron muriendo en la taiga siberiana (un tipo de bosque muy frondoso próximo a la línea de vegetación ártica) o de hipotermia.

Este mapa que muestra una pequeña parte de la región siberiana se puede ver en la parte superior a la izquierda el punto que señala la localización de la Isla de Nazino.
Foto: CC
Lucha por la supervivencia
Durante la semana del 19 al 25 de mayo de 1933, los desdichados prisioneros de Nazino siguieron muriendo como consecuencia del frío extremo, el hambre y una epidemia de tifus que mató a 1.500 personas. El 26 de mayo, la situación empeoró aún más cuando tropas de la Dirección Política del Estado (GPU) desembarcaron en Nazino a otras 6.114 personas. La escasez de comida convirtió el lugar en un auténtico campo de batalla en el que los prisioneros luchaban por sobrevivir. Éstos se agruparon en bandas que cometían todo tipo de pillajes; los asesinatos y los robos de las pocas posesiones que los penados habían podido conservar se sucedían, sobre todo de aquellas cosas que pudiera servir para sobornar a los guardias que custodiaban la comida que luego revendían.
El 26 de mayo, la situación empeoró aún más cuando tropas de la Dirección Política del Estado (GPU) desembarcaron en Nazino a otras 6.114 personas.
Ni siquiera la llegada del verano logró mejorar las condiciones de vida de los presos. El calor extremo era insufrible y se vieron obligados a buscar alimento en cualquier lugar: las raíces de los árboles, las hojas de las plantas, el musgo... todo valía con tal de no morir de hambre. La desesperación llegó a tal extremo que la gente empezó a cometer actos inimaginables. El hambre acuciante convirtió a todo el mundo en una potencial fuente de alimento y a finales de mayo, menos de un mes después de su llegada, los prisioneros empezaron a matarse entre ellos para devorarse. Las imágenes que contemplaron los guardias de la GPU que patrullaban el islote a bordo de barcazas fueron de auténtico horror: decenas de personas yacían en el suelo, mutiladas, con los miembros a medio devorar esparcidos a su alrededor.

Pendientes de ser deportados hacia Siberia, mujeres y niños represaliados reciben la llegada de un tren con suministros de comida.
Foto: CordonPress
Evidencias encubiertas
En Nazino se produjeron escenas dantescas, y los testimonios de quienes lograron sobrevivir parecen sacados de una película de terror. El testimonio de uno de los supervivientes que contó su experiencia en una entrevista años después es revelador: "En la isla había un guardia llamado Kosita Venikov, el cual era muy joven y bastante amable. Había puesto bajo su protección a una joven y guapa muchacha que había sido deportada a la isla. Un día se ausentó de la cabaña donde se habían alojado. Un grupo de hombres cogió a la muchacha y la ataron a un árbol. Le cortaron los senos, y varias partes del cuerpo donde había más músculo para comérselo. Cuando el guardia volvió la encontró todavía viva. No pudo hacer nada para salvarla ya que había perdido mucha sangre".
Se produjeron escenas dantescas y los testimonios de quienes lograron sobrevivir parecen sacados de una película de terror.
En pocas semanas murieron en Nazino 4.000 personas, y los 2.856 supervivientes fueron trasladados a otros asentamientos río arriba, dejando en la isla tan sólo a 157 personas que no podían moverse por hallarse demasiado débiles. Los que sobrevivieron al traslado se negaron a trabajar en los nuevos campamentos por falta de herramientas y de comida; además se declaró un brote de tifus. Mientras tanto, el gobierno soviético llevó a cabo una investigación rápida y secreta de lo ocurrido en aquel remoto lugar. Al final de la misma se encarceló a varios guardias y las autoridades dieron rápidamente carpetazo al asunto. Años después, en 1988, con la llegada de la Glásnost (que en ruso significa transparencia), los detalles de esta tragedia se hicieron públicos, sobre todo gracias a los esfuerzos llevado a cabo por el grupo de derechos humanos Memorial. Gracias a sus investigaciones pudo saberse que los primeros informes de canibalismo se produjeron muy pronto: sólo tres días después de la llegada de los deportados. Pero, a pesar de ello, las autoridades soviéticas continuaron llevando allí a más personas aun a sabiendas del alto grado de enfermedad y del hambre que los prisioneros sufrían en el asentamiento.
Lo sucedido en Nazino ha calado profundamente en las personas que habitan en la región. Incluso en la actualidad, los habitantes de Ostyak, una población cercana a Nazino, son incapaces de olvidar los terribles sucesos acaecidos en aquella isla en el verano de 1933. Para ellos Nazino fue y siempre será la Isla de la Muerte.