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La guerra relámpago no la inventaron los nazis . Al menos dos milenios antes, existió alguien que demostró ser incluso más rápido que las tropas acorazadas del general Guderian. Este hombre fue Cayo Julio César, quien siempre lograba una gran ventaja con su rapidez de movimientos muy superior a los generales de su época.
La batalla de Zela corrobora de un modo ejemplar las palabras de Dión Casio. Este enfrentamiento, que tuvo lugar en el año 47 a.C. y que dio lugar al famoso lema "Llegué, vi y vencí", ha pasado a la posteridad como un mero trámite gracias a la facilidad con que el dictador acabó con la amenaza del reino del Ponto, un territorio situado a orillas del mar Negro y gobernado por Farnaces II.
Un rey ambicioso
Farnaces ya había infligido severos correctivos a los romanos. El potente ejército del Ponto había puesto a Roma en serias dificultades durante casi treinta años, involucrándola en una de las guerras más largas que tuvo que librar y que concluyó cuando Pompeyo venció a Mitrídates VI, el padre de Farnaces. Durante la guerra civil que enfrentó a César y Pompeyo, Farnaces II había adoptado una postura neutral. El rey del Ponto aprovechó que César estaba enfrascado en Egipto persiguiendo a los aliados de Pompeyo (derrotado en Farsalia el año anterior) –y creando un protectorado romano para la reina Cleopatra– para anexionarse dos reinos vecinos, aliados de Roma: Capadocia y Galacia.
Farnaces aprovechó la guerra que César estaba librando en Egipto para anexionarse dos reinos vecinos, aliados de Roma
Tras una expedición fallida del gobernador de Asia, Cneo Domicio Calvino, masacrado por Farnaces en la batalla de Nicópolis, César reaccionó con la rapidez y determinación de las que únicamente él era capaz. En marzo de 47 a.C. partió de Egipto con la legión VI y en la frontera con el Ponto se unieron cinco legiones más a ella. Farnaces se asustó y se mostró dispuesto a negociar. César, por su parte, le dejó creer que tenía prisa por volver a Roma y que estaba dispuesto a hacer grandes concesiones, pero siguió avanzando hasta llegar cerca de Zela, la actual Zile, en Turquía. Se detuvo a ocho kilómetros del campamento del rey, establecido en una colina comunicada por un largo puente con la ciudad.
Una victoria total
Era el 2 de agosto de 47 a.C. Hacía sólo cinco días que César había iniciado formalmente la campaña, irrumpiendo en territorio enemigo. Esa noche, César se asentó en un terreno elevado, a menos de un kilómetro y medio del enemigo, e inició la fortificación del campamento. Sus legionarios apenas habían empezado a erigir el vallum –la barrera formada por talud, empalizada y foso que caracterizaba todos los campamentos romanos provisionales– cuando Farnaces decidió lanzar un ataque sorpresa. Los romanos, con azadas, picos y palas en sus manos, vieron que los temibles carros falcados subían por la ladera, seguidos por la infantería póntica en formación de falange. Por fortuna para ellos, su posición ventajosa y la lentitud con que el enemigo ascendía les permitieron organizarse.
Cuando Julio César vio que la decisión de Farnaces, que él consideraba temeraria, iba en serio, ordenó a los legionarios que lanzaran sus mortales pila, las pesadas jabalinas hechas casi por igual de metal y madera, las cuales detuvieron la carrera de los carros y sembraron el desorden en las filas de los pónticos. Inmediatamente, César mandó contraatacar a la caballería ligera, lo cual frenó el lento avance enemigo antes de que la VI legión atacara el ala izquierda del ejército de Farnaces, forzándola al cuerpo a cuerpo.
La lucha fue breve: había demasiada diferencia entre las tropas romanas y las asiáticas en cuanto a disciplina, armamento y cohesión, los pónticos huyeron enseguida. Farnaces también abandonó la batalla, pero fue asesinado poco después por uno de sus gobernadores. Su reino fue confiado a Mitrídates de Pérgamo. Pero César aún tendría que esperar un año para celebrar en una procesión triunfal en Roma su victoria en Zela, junto con otras anteriores y posteriores. De ella dejó constancia con la conocida inscripción Veni, vidi, vici, «Llegué, vi, vencí», que se exhibía con orgullo en uno de los carteles y que todos los romanos pudieron contemplar.
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