Padre de Héctor y Paris

Príamo, el último rey de Troya

Ya en su vejez, Príamo vio como unas hordas de guerreros griegos ponían sitio a su ciudad. Exigían que les entregaran a la espartana Helena, raptada por uno de los hijos del rey, pero éste prefirió luchar hasta la destrucción de Troya

Alexandr Ivanov 005

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Este óleo de Alexandr Ivanov muestra el momento en que el anciano rey Príamo suplica al héroe griego Aquiles que le devuelva el cuerpo de su hijo Héctor. 1824, Galería Tretriakov.

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A principios del siglo XIII a.C., el rey de Hatti, el poderoso imperio que dominaba Anatolia, intercambió con el soberano de Ahhiwaya (los reinos micénicos de Grecia) una serie de misivas diplomáticas. El tema principal de ellas era la tensión creada en Asia Menor por un noble llamado Piyamaradu, quien mediante diversas maniobras  y alianzas se había convertido en señor de una ciudad llamada Wilusa, un enclave de importancia estratégica fundamental en la región. 

Esta y otras referencias en tablillas hititas de esa época han atraído poderosamente la atención de los estudiosos. Para muchos de ellos, en esos textos se encierran alusiones a uno de los grandes episodios de la historia de la Antigüedad: la guerra de Troya. La ciudad de Wilusa sería justamente Troya, y Piyamaradu, calificado en otras cartas hititas como «perturbador», «saqueador» o «aventurero», podría corresponderse con un personaje de la Ilíada de Homero: Príamo, el legendario rey de Troya, que ya anciano tuvo que hacer frente al largo asedio impuesto por Aquiles y los demás reyes griegos.

La identificación de Príamo con Piyamaradu es tan sólo una hipótesis, pero existen elementos en el texto de Homero que sugieren la conexión del rey de Troya con el mundo hitita. Por ejemplo, la tradición antigua dice que Príamo tuvo cincuenta hijos, diecinueve de su esposa legítima, la reina Hécuba, mientras que el resto había nacido de sus concubinas y de una esposa anterior. Este rasgo es tal vez un reflejo de la potestad de los reyes hititas de poseer esposas en segundo grado (esirtu) y varias compañeras de lecho o naptartu. En todo caso, Príamo es una figura insoslayable en la historia de la guerra de Troya, la del anciano venerable que asiste al fin trágico que sufren sucesivamente sus hijos: la adivina Casandra, condenada por el dios Apolo a no ser creída en sus vaticinios; Paris, el raptor de Helena, abatido por una fecha de Filoctetes, o Héctor, el primogénito y preferido del rey, cuyo duelo con Aquiles constituye el punto culminante de la epopeya de Homero.

Castigado por Heracles

Aunque Homero lo presenta ya como un anciano, la tradición mítica también se hace eco de la infancia y la juventud del rey de Troya. En efecto, siendo aún un niño, Príamo –llamado entonces Podarces– vivió un primer enfrentamiento de su ciudad con los griegos. Su padre, Laomedonte, el entonces rey de Troya, se atrevió a engañar a los dioses Apolo y Poseidón dejándoles sin el pago acordado por la construcción de las murallas de Troya. Cuando, en represalia, los dioses enviaron contra su reino un monstruo marino, Laomedonte convenció al famoso héroe griego Heracles para que lo matara a cambio de unos caballos de raza divina; pero cuando el héroe cumplió con su parte del trato, Laomedonte volvió a faltar a su palabra.

Gold button with incised curvilinear design with whorls, spirals, and concentric circles Mycenae Circle A Grave IV 16th century BCE NAM Athens

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De origen micénico, Menelao, el esposo de Helena, fue uno de los impulsores del ataque de los griegos contra Troya. Arriba, botón de oro de Micenas. Siglo XVI a.C. Museo Arqueológico, Atenas.

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Como castigo, Heracles asoló la ciudad, dando muerte al soberano y a todos sus hijos varones, a excepción del joven Podarces, que fue esclavizado. Junto a él, Heracles capturó a su hermana Hesíone, a la que entregó en matrimonio a uno de sus compañeros. Como cualquier mujer anatolia, la princesa troyana tenía derecho al regalo simbólico (kusata) que las mujeres recibían en su casamiento: astutamente pidió como regalo a su hermano, que por ello pasó a llamarse Príamo, «comprado».

Una vez liberado, Príamo hubo de pelear por su reino frente a una rama paralela de la casa real troyana, la representada por Eneas (en la Ilíada se manifiesta en diversas ocasiones un cierto rencor de éste hacia Príamo). Y, aunque de sus proezas guerreras la tradición recoge solamente un enfrentamiento con las amazonas –actuando como aliado de los frigios–, lo cierto es que Príamo había logrado establecerse como señor de un espacio clave entre los reinos micénicos de Grecia y Asia Menor. Su prestigio era lo suficientemente firme como para conseguir la alianza de los pueblos de su alrededor, desde Caria hasta Tracia.

La guerra de Troya

Príamo no olvidó a su hermana Hesíone y, según cuenta el mito, años después, para lograr su retorno a Troya, decidió enviar a Esparta a uno de sus hijos, Paris. Como se sabe, a la vuelta de esa misión Paris no traía a la ya anciana Hesíone, sino a la joven y hermosa reina de Esparta, Helena, a la que había seducido en el propio palacio de su marido, Menelao. Héctor y el Consejo de Ancianos de Troya censuraron la acción, pero en cambio el rey celebró con gozo la llegada de la bella espartana. Cuando Menelao acudió a Troya para pedir que le devolvieran a su esposa, Príamo se mostró altivo e inflexible: Helena era ahora princesa de Troya. Hay que notar que, a la luz de la legislación hitita, el rapto era una forma legítima de materializar un matrimonio.

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El rey micénico Agamenón organizó la coalición de reinos griegos que marcharon a la guerra contra Troya. En la imagen, la monumental puerta de los Leones de Micenas.

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El desaire de Príamo tuvo una respuesta contundente por parte de los griegos, que organizaron la gran expedición y el implacable sitio contra Troya que relatan Homero y otros autores antiguos. Diez años de feroces combates diezmaron al pueblo troyano y acabaron con la vida de muchos hijos del propio Príamo. Con todo, el rey de Troya jamás hizo un solo reproche a Helena, sino que siempre salió en su defensa. En la famosa escena de la Ilíada conocida como «Contemplación desde la muralla», en la que Helena recuerda a Príamo quiénes son los héroes griegos que despliegan sus fuerzas ante la ciudad, el rey le dirige estas palabras: «¡Ven aquí, hija querida! Siéntate conmigo para que puedas ver a tus seres amados. Para mí en nada eres culpable, los culpables son los dioses, que trajeron contra mí esta guerra, fuente de lágrimas».

A lo largo del sitio, la estrategia de los troyanos había consistido en aguantar el asedio hasta que los asaltantes se agotaran. Pero Héctor no pudo resistirse y decidió hacer frente a Aquiles, el más poderoso de los guerreros griegos, fuera de la ciudad. Desde lo alto de las murallas, Príamo imploró a Héctor que se refugiara en Troya, pero al final hubo de contemplar cómo Aquiles mataba a su hijo y, atando su cadáver a su carro, lo arrastraba en torno a las murallas de Ilión para luego conducirlo a su campamento. Ante aquel ultraje a todo código guerrero, Príamo se revolvía en tierra llorando a su heredero: «¡Muchos son los hijos que Aquiles me ha arrebatado, pero por ninguno lloro tanto como por Héctor! ¡Ojalá que al menos hubiera muerto en mis brazos!».

Collier du Tre´sor de Priam (Neues Museum, Berlin)

Collier du Tre´sor de Priam (Neues Museum, Berlin)

Collar de oro, réplica del llamado «tesoro de Príamo». Museo de Prehistoria y Protohistoria, Berlín.

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El único afán de Príamo consistió entonces en acudir al campamento griego y recuperar el cuerpo de Héctor, ofreciendo a cambio las mejores piezas de su legendario tesoro. De nada sirvió que sus hijos supervivientes intentaran disuadir al anciano rey; en medio de insultos y maldiciones, Príamo les ordenó que pusieran sobre un carro una inmensa cantidad de riquezas: «¡Daos prisa, desgracia de hijos, ruines! ¡Ojalá que en lugar de Héctor hubierais perecido todos vosotros junto a las veloces naves! ¡Embusteros, saqueadores de vuestro propio pueblo! ¿Es que no vais a preparar mi carreta lo antes posible para poner todo esto sobre ella y emprender de una vez el camino?».

Asesinado junto al altar de Zeus 

Emboscado en las nieblas de la noche y contando con la ayuda del dios Hermes, el viejo rey atravesó el campamento griego y llegó ante la tienda de Aquiles, que descansaba con ánimo sombrío en el interior. El anciano entró y se abrazó a las rodillas del héroe heleno y, besando sus manos, suplicó con estas palabras que le devolviera el cuerpo de Héctor: «Compadécete de mí, acordándote de tu padre; yo soy más digno de compasión que él, pues me atreví a acercar a mi boca la mano del matador de mi hijo».

Aquiles contempló con admiración el coraje que el rey conservaba aún en su vejez. Mirándole a los ojos, el héroe recuperó su humanidad y nobleza, y, compadeciéndose, le devolvió el cadáver de Héctor envuelto en una túnica y le prometió que regresaría a Troya sin sufrir ningún daño; pasados los funerales de Héctor, volverían a ser enemigos. 

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Episodios del mito troyano se representan en esta jarra (pithos) para contener cereales. 675 a.C. Museo Arqueológico, Mikonos.

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Ninguno de los dos sobrevivió a la guerra. Aquiles murió antes de que Troya fuera tomada, debido a la herida causada por una flecha que Paris le disparó desde las murallas, según cuenta Homero. En cuanto a Príamo, le alcanzó la vida para contemplar el último día de Troya, el de su destrucción a manos de los griegos, que lograron infiltrarse en la ciudad escondidos en un gran caballo de madera. Entre las llamas que devoraban el palacio real, el monarca trató de defender a los suyos con su lanza, pero Hécuba lo guió hasta el altar de Zeus, buscando la protección del dios.

Sin embargo, Neoptólemo, el hijo de Aquiles, lo arrancó del altar y le dio muerte. Otras versiones cuentan que lo arrastró hasta la tumba de su padre para degollarlo allí. «Éste fue el fin de la fortuna de Príamo –escribió el poeta romano Virgilio, en la Eneida–, éste fue el desenlace: contemplar Troya en llamas, ver derrumbada Pérgamo, él un día señor de tantos pueblos y tierras, el monarca de Asia. Tendido en la ribera yace un enorme tronco, la cabeza arrancada de los hombros, un cadáver sin nombre».