El portentoso tesoro mixteca de la tumba 7 de Monte Albán

En 1932, el arqueólogo Alfonso Caso descubrió en el yacimiento de Monte Albán, en México, una tumba intacta del siglo XIV d.C.

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AKG / ALBUM

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Un cráneo recubierto de turquesas

Cráneo humano cubierto con mosaico de turquesa y con dos discos de concha sobre los ojos. Tumba 7 de Monte Albán. Museo de las Culturas, Oaxaca.

CHICO SÁNCHEZ / AGE FOTOSTOCK

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La gran plaza de Monte Albán vista desde la Plataforma Norte.

Fundada en 500 a.C., la ciudad vivió su época de esplendor entre 400 y 700 d.C.

Notimex / AFP

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Descubrimiento de la tumba 7

En la imagen, Alfonso Caso en el interior de la tumba 7 de Monte Albán.

En la década de 1920, el arqueólogo mexicano Alfonso Caso fijó su atención en Monte Albán, una montaña del valle de Oaxaca. Décadas atrás, en su cumbre se habían localizado restos de la cultura zapoteca, que dominó la región entre los siglos IV a.C. y VIII d.C., pero aquellas ruinas no se habían estudiado a fondo.

En 1928 Caso visitó por primera vez el enclave, acompañado del arqueólogo italiano Guido Valeriano Callegari. Tras hora y media de penoso ascenso a caballo entre una densa niebla, los dos estudiosos llegaron a la Gran Plaza de la antigua ciudad, un espectacular recinto repleto de restos de antiguos templos y palacios. Entusiasmado, Caso hizo gestiones ante el gobernador de Oaxaca para construir una carretera hasta el monte, mientras él reunía fondos y un buen equipo de científicos para iniciar la excavación de aquel conjunto monumental.

Empieza la aventura

Por fin, en 1931, con fondos propios y de algunas instituciones, Caso comenzó su gran aventura en Monte Albán, que duraría 18 temporadas. El objetivo inicial del equipo –formado, entre otros, por Martín Bazán, Juan Valenzuela, Eulalia Guzmán, Ignacio Marquina y María Lombardo, esposa de Caso– era estudiar los signos de las estelas zapotecas y excavar la Gran Plaza Norte.

Empezaron a trabajar en la escalinata de la Plataforma Norte, pero Caso pronto se interesó en las decenas de montículos que salpicaban el yacimiento, sospechando, con razón, que eran tumbas. Pronto descubrió que la mayoría estaban saqueadas y en su interior sólo había murciélagos; pero hubo una que le llamó especialmente la atención, al descubrir junto a ella los muros de un pequeño templo.

Valenzuela le esperaba con una gran sonrisa y un collar de jade con el que le rodeó el cuello. No hicieron falta palabras

Al día siguiente, 6 de enero de 1932, Caso tenía que ir a Oaxaca a recoger el salario de los peones, por lo que dejó a Valenzuela al mando de la excavación. Volvió a las once de la mañana acompañado de su esposa y se encontró a Valenzuela que le esperaba con una gran sonrisa y un collar de jade con el que le rodeó el cuello. No hicieron falta palabras; los tres corrieron hacia la tumba donde habían aparecido el collar y tres orejeras de jade, tan pulidas que podía leerse a través de ellas, además de una trompeta hecha con una caracola marina. Enseguida hallaron rastros de una escalera y dos capas de estuco, lo que les hizo sospechar que estaban sobre el techo de la tumba.

Tres días después, el 9 de enero, lograron mover una losa que dejaba al descubierto un pequeño hueco. Valenzuela se descolgó por él, mientras Caso esperaba ansioso intentando ver algo, hasta que, ante las exclamaciones de su compañero, él mismo se lanzó por el angosto hueco, a pesar de que era más bien corpulento. Ya reunidos, los dos arqueólogos se enfocaron las caras y fueron iluminando el suelo de la tumba.

El pequeño haz de luz descubrió primero las cuencas vacías de un cráneo humano, luego dos copas de cristal de roca primorosamente pulidas y, a continuación, esparcidas por el suelo, miles de cuentas que brillaban como luciérnagas. Caso y Valenzuela salieron para buscar un recipiente donde guardar las piezas del extraordinario tesoro que yacía a sus pies.

Eran las seis de la mañana cuando salieron de la tumba con una caja que contenía 35 objetos de oro que habían recogido

A las once de la noche, con una caja de zapatos forrada de algodón, regresaron a la tumba. Con cuidado de no pisar ningún objeto, fueron descubriendo pectorales y brazaletes de oro y plata en pechos y brazos descarnados, un cráneo humano forrado de turquesas, una urna de alabastro que se tornó traslúcida en contacto con la luz, orejeras, anillos y uñas postizas. Eran las seis de la mañana cuando salieron de la tumba. Martín Bazán, que había permanecido en el exterior, esperaba el relato de los hechos, pero Caso se limitó a abrir la caja, que contenía 35 objetos de oro que habían recogido.

Caso marchó a Oaxaca y volvió junto con su esposa, portando una pistola que les acompañó hasta que el descubrimiento se hizo público, por temor a posibles saqueos. En los días siguientes todos trabajaron frenéticamente, anotando, midiendo y limpiando las magníficas piezas; participaron incluso las hijas de Caso y de Ignacio Marquina, que recuperaron más de 3.000 perlas dispersas por la arena milenaria.

No faltaron anécdotas. Confundían las boquillas doradas de los cigarrillos que apagaban en la arena con anillos de oro, y la mujer de Caso envió incluso un apremiante telegrama a sus familiares: "Descubridores tesoro muertos de hambre. Cobren sueldo de Alfonso y remitan dinero en el acto".

La clave mixteca

A Caso le intrigaba lo diferentes que eran los objetos hallados en la tumba. Entre ellos había unos huesos con glifos tallados que al analizarlos le dieron la clave: la sepultura había sido reutilizada después de que los zapotecas abandonaran la ciudad, en el período de dominio de los mixtecas (1325-1521), consumados artesanos.

La sepultura había sido reutilizada después de que los zapotecas abandonaran la ciudad, en el periodo de dominio de los mixtecas

El 13 de enero de 1932, Caso anunció su hallazgo en un lacónico telegrama: "Descubierta tumba más importante América, enviaré detalles. Alfonso Caso. Arqueólogo". La repercusión mundial fue enorme y atrajo a grandes medios como National Geographic, aunque algunos lanzaron absurdas acusaciones de falsificación contra Caso. Hoy día nadie duda de que el descubrimiento de la tumba 7 de Monte Albán fue uno de los mayores hitos de la arqueología americana.

Para saber más

El tesoro de Monte Albán. Alfonso Caso. INAH, México, 1969.