La devastadora erupción del monte Vesubio en el año 79 d.C. tal vez sea una de las más famosas de la historia. Esta tremenda catástrofe fue descrita en primera persona por un joven de 17 años, Plinio el Joven, que se encontraba en Miseno, una ciudad situada a unos 30 kilómetros de Pompeya, cuando sucedió el desastre. Pero los romanos no sabían qué era un volcán. De hecho, el desconocimiento que tenían sobre ello llevó a su tío, Plinio el Viejo, por entonces comandante de la flota romana en Miseno, a intentar llegar a la zona afectada en busca de supervivientes, aunque desgraciadamente murió en el intento. El volcán destruyó, entre otras, las ciudades romanas de Pompeya y Herculano, que quedaron enterradas bajo una gruesa capa de cenizas. Pero precisamente eso es lo que las ha conservado como en una cápsula del tiempo y las ha convertido en uno de los hallazgos arqueológicos más importantes de la historia.
Durante mucho tiempo aquella erupción del siglo I d.C. fue la única documentada en la Antigüedad, pero el Vesubio ya había desatado su furia miles de años antes. Y prueba de ello es el sensacional hallazgo que tuvo lugar en 2005 gracias a los trabajos que se estaban llevando a cabo para la construcción de una línea de tren de alta velocidad en la aldea de Afragola, un municipio italiano situado en la región de Campania, a unos 16 kilómetros del Vesubio. Allí salió a la luz una aldea prácticamente intacta de la Edad del Bronce Temprano. Al parecer, en el segundo milenio a.C. tuvo lugar la llamada "erupción Avellino", en italiano Pómici di Avellino (una erupción conocida como "pliniana", que se caracteriza por grandes explosiones que expulsan grandes cantidades de gas volcánico, fragmentos de roca y cenizas), que sepultó la aldea bajo un metro de ceniza volcánica.
Sin restos humanos
Al igual que en las ciudades romanas, las cenizas que fueron expulsadas por la violenta erupción del Vesubio durante la Edad del Bronce preservaron tan perfectamente el yacimiento prehistórico que los arqueólogos que lo estudian se han mostrado sorprendidos. Durante las excavaciones se han identificado restos de animales y de alimentos, y asimismo se han podido reconstruir las distintas fases de la erupción, incluso la época exacta en que pudo producirse. Aunque algo que ha llamado la atención de los investigadores es la falta de restos humanos en la zona de la erupción, lo que los ha llevado a especular con que los habitantes de Afragola pudieron escapar a tiempo de la lluvia de ceniza y esconderse en alguna cueva.
La falta de restos humanos en la zona de la erupción ha llevado a especular a los investigadores con que los habitantes de Afragola pudieron escapar.

Imagen de las huellas humanas documentadas en el yacimiento.
Foto: Elena Laforgia et al
Los resultados de un estudio arqueobotánico, realizado por investigadores del Departamento de Arqueología de la Universidad de Connecticut, la Superintendencia de Arqueología, Bellas Artes y Paisaje del Área Metropolitana de Nápoles y el Polo museale della Campania, responsables de los trabajos de excavación en un área de unos 5.000 metros cuadrados, acaban de publicarse en la revista Journal ofArchaeological Science: Reports. "Este sitio es singular porque Afragola quedó sepultada por una gigantesca erupción del Vesubio, y nos cuenta mucho sobre la gente que vivía all. En este caso, al documentar restos de frutas y de materiales agrícolas hemos sido capaces de identificar la estación de la explosión, lo que normalmente resulta imposible", explica Tiziana Matarazzo, una de las autoras de la investigación, que también ha recalcado que entre el cambio climático y el desarrollo, el área se ve en la actualidad muy diferente a como era antes.
El "desastroso día de otoño"
En concreto, las evidencias aportadas por los investigadores apuntan a que el Vesubio entró en erupción en algún momento del otoño, cuando los miembros de la comunidad habían acumulado reservas de alimentos de los bosques cercanos para hacer frente al invierno. Los estudiosos sugieren esta época al localizar vestigios de hojas y frutos maduros junto a las bases de los árboles. Así, según los arqueólogos, "el desastroso día de otoño" empezó con una violenta explosión que envió materiales y gases volcánicos hacia el noreste. Posiblemente aquello dio una oportunidad de salvación a los habitantes del asentamiento, ya que se han descubierto huellas de adultos y de niños que revelan una huida apresurada. Instantes más tarde, la dirección del viento cambió y una enorme cantidad de ceniza sepultó para siempre Afragola.
Según los arqueólogos, 'el desastroso día de otoño' empezó con una violenta explosión que envió materiales y gases volcánicos hacia el noreste.

Impresiones de procaceas (Gramineae Juss) en la cinerita.
Foto: Universidad de Connecticut
"La última fase de la erupción, llamada freatomagmática, llevó principalmente ceniza y agua, que se dispersó sobre todo hacia el oeste y el noroeste hasta una distancia de unos 25 kilómetros del volcán", detalla Matarazzo. "Fue también la que enterró por completo al pueblo. La gruesa capa de material volcánico reemplazó las moléculas de los macrorrestos vegetales y produjo moldes perfectos en un material llamado cinerita. Las hojas que estaban en los bosques cercanos también estaban cubiertas de lodo y ceniza que no estaba muy caliente, por lo que tenemos hermosas huellas de ellas", remata la investigadora. Aquella erupción pliniana fue, además, la causante de una alteración del clima que duraría muchos años.
El estudio del yacimiento ha permitido asimismo reconstruir con un enorme grado de detalle el modo de vida de los habitantes de la península itálica durante la Edad del Bronce. "En Campania, en esta época tenemos cabañas, pero en Grecia ya había palacios. Estas personas probablemente vivían en grupos con quizá uno o más líderes", ha expuesto la arqueóloga. Durante las excavaciones también se ha documentado un edificio para el almacenamiento de granos, como cebada, otro tipo de productos agrícolas (avellanas, bellotas, cornejo) y frutas, como manzanas silvestres o granadas, que ardió debido a los depósitos piroclásticos (avalanchas de gases y escombros volcánicos) que cayeron sobre él. Esta destrucción, paradójicamente, ha logrado preservarlo hasta nuestros días.