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Antes del nacimiento de las ametralladoras modernas, capaces de lanzar proyectiles a ráfagas de manera automática, otro tipo de armas de fuego trató de suplir esta función con mayor o menor éxito. Una de ellas fue el ribadoquín, pieza de artillería con cañón múltiple, aunque hubo muchas otras denominadas de forma genérica cañones de órgano por su parecido a los órganos de las iglesias. Pero los primeros intentos de producir un arma que disparase múltiples proyectiles por un sólo cañón no se dieron hasta el siglo XVIII, cuando, tras algunos notables ensayos, vio la luz una de las armas de fuego más ingeniosas de la historia del armamento: el cañón defensivo o arma de Puckle, que recibía su nombre del apellido de su diseñador, James Puckle.
Puckle nació en Norwich (Inglaterra), y ejerció en Londres de abogado, pero su pasión era la tecnología. En 1718 patentó la mencionada arma. Su cañón, perfectamente equilibrado sobre el trípode en el que iba montado, giraba libremente en el plano horizontal y de manera más que amplia en el vertical. Con unos 90 centímetros de longitud y 32 milímetros de calibre, dicho cañón tenía acoplado en su parte posterior, a la altura de la recámara, un mecanismo de disparo con llave de chispa que servía para producir y transmitir el fuego a la carga de proyección.
El mecanismo del arma de Puckle era muy similar al que más tarde se usaría para el revólver, un tambor giratorio
Lo más innovador de esta arma era su sistema de alimentación. Idéntico al utilizado por el ulterior revólver, se basaba en el movimiento giratorio de un enorme tambor que iba presentando repetidamente la munición a la recámara del cañón. El tambor, fácilmente recambiable, podía tener entre 6 y 11 contenedores cilíndricos en los que se insertaban los disparos. Una manivela permitía alinear cada contenedor con la recámara del cañón, maniobra realizada de forma completamente manual y secuencial. En ese instante, la llave de chispa quedaba justo encima de un pequeño orificio practicado en el contenedor, por donde se comunicaba el fuego a la carga cuando se accionaba la llave, lo que provocaba el disparo del proyectil.
Un fracaso incomprensible
Se trataba, pues, de un arma de repetición. Esto significa que el tirador debía recargarla manualmente después de cada disparo, por lo que no puede ser considerada una ametralladora, arma automática que no precisa la intervención humana para ser alimentada. En cualquier caso, el arma de Puckle garantizaba una cadencia de fuego muy superior a las otras armas de fuego de su época. En el transcurso de una demostración, manejada por una sola persona y bajo una intensa lluvia, llegó a realizar 63 disparos en 7 minutos, con una cadencia de 9 disparos por minuto, cuando un fusilero experimentado apenas podía realizar tres.
Puckle fundó una compañía para comercializar su arma, aduciendo que su misión era defender al monarca británico y la causa protestante. Gracias a su facilidad de maniobra y puntería era idónea como armamento naval para tiro rápido sobre objetivos móviles, en especial contra los barcos piratas de los turcos, para los que se reservó un tipo de munición graneada más letal, prohibida entre cristianos y que tenía una peculiar forma cuadrada.
Pese a sus cualidades, el arma de Puckle no llegó a producirse en masa y acabó siendo un fracaso comercial. Tan sólo se tiene constancia de la adquisición de dos cañones por un noble británico, el duque de Montagu, para armar sus barcos en una expedición a las Antillas, aunque se desconoce si se llegaron a emplear. Por ello algunos panfletos, en tono burlón, arguyeron que este ingenio únicamente había conseguido herir a los inversores de la compañía de Puckle.