Genial estratega y aguerrido soldado, Pirro fue el más brillante general de su época. A menudo se lo ha comparado con Alejandro Magno, que murió en 323 a.C., apenas cuatro años antes de su nacimiento. Con él compartía la fiereza y agilidad en la lucha, así como su magnífico porte, su apariencia leonina y su rudo vocabulario, y, por encima de todo, su parentesco con Aquiles, puesto que ambos pretendían ser descendientes de Neoptólemo (también llamado Pirro), hijo del gran héroe Aquiles. Tenían otra cosa en común: la ambición.
Como el conquistador macedonio, Pirro soñó con crear un gran imperio, y desde el Epiro –un reino situado al norte de Grecia, entre la cordillera del Pindo y el mar Jónico– se propuso convertirse en el soberano más poderoso del mundo helénico, e incluso de todo el Mediterráneo. Pero, pese a sus éxitos en el campo de batalla, no tuvo la misma fortuna que Alejandro, y pasó a la historia por la expresión «victoria pírrica», en alusión a las victorias militares que no hacen sino precipitar la derrota final del vencedor.

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En 278 a.C., Pirro acudio´ a Sicilia llamado por las ciudades de Siracusa, Agrigento y Leontino, enfrentadas a los cartagineses. Sobre estas líneas, templo de Hera en Agrigento. siglo V a.C.
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En el año 319 a.C., cuando nació Pirro, el mundo griego se desangraba en continuas reyertas entre los generales de Alejandro, que se disputaban los restos del fabuloso imperio del conquistador macedonio. Hijo del rey Eácides de Epiro, Pirro sufrió el ambiente bélico desde su primera infancia. A los tres años, su padre fue destronado y él tuvo que refugiarse en Iliria, con el rey Glaucias. Éste lo repuso en el trono cuando tenía 13 años, pero pronto fue de nuevo expulsado, de modo que se alistó en el ejército de dos grandes generales, Antígono el Tuerto y su hijo Demetrio Poliorcetes. Con tan sólo 17 años participó en la épica batalla de Ipsos (301 a.C.), en la que Antígono se enfrentó a los otros generales de Alejandro. En el combate ya sobresalió por sus habilidades como capitán y por su agresividad como soldado, aunque no pudo evitar el desastre.
Pirro marchó entonces a la corte del rey Ptolomeo I de Egipto, donde sus maneras cordiales y afables le granjearon la confianza de la reina Berenice y la protección del monarca. Con su ayuda, reunió las fuerzas militares necesarias para regresar a Epiro, donde instigó una insurrección contra Neoptólemo II, un tirano odiado por sus súbditos. Inicialmente ambos llegaron a un acuerdo para compartir el trono, pero el temor a las maquinaciones de Neoptólemo llevó a Pirro a adelantarse a los acontecimientos y ejecutar a su rival.
La pugna con el rey de Macedonia
El esforzado Pirro tal vez debió haber aceptado este obsequio de la suerte y gobernar con prudencia y justicia el reino de sus antepasados, abandonando la vida de las armas. Sin embargo, la historia quiso que se cruzase en su camino la figura de Demetrio Poliorcetes. Apasionado, vividor y pendenciero, Demetrio había conseguido eliminar a sus competidores por el trono de Macedonia y coronarse rey en 294 a.C. Desde este momento, su cercana presencia suponía para Pirro una amenaza y un acicate para lanzarse a la guerra. Las sospechas mutuas hicieron que finalmente Demetrio atacara el reino de Epiro. Pirro marchó a hacerle frente, y quizá se cruzaron por el camino sin saberlo, porque, mientras Demetrio llegaba a Epiro sin hallar resistencia, Pirro topaba en la frontera macedonia con Pantauco, general de Demetrio.

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Pirro en un busto de mármol. Siglo III a.C., Museo Arqueológico Nacional, Nápoles.
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Pantauco se distinguía por su fuerza y destreza sin igual, y ante el ejército de Pirro se permitió la bravata de desafiarle a un combate a muerte. Pirro no se amedrentó y se abrió paso entre sus huestes para hacerle frente. Comenzaron la lucha armados con lanzas, aunque pronto llegaron a las manos; pese a las heridas recibidas y la envergadura de su oponente, Pirro doblegó a Pantauco. En ese momento, los soldados del monarca epirota se lanzaron desenfrenados contra el enemigo, arrollando con rudeza a las fuerzas macedonias. Cuando sus hombres le dieron el nombre de Águila, Pirro se mostró humilde y les dirigió estas palabras: «Es gracias a vosotros por lo que soy un águila. ¿Cómo no iba a serlo si son vuestros brazos los que me elevan como si fueran alas?»
Poco después, Demetrio preparó una gran campaña para adueñarse de la herencia de Alejandro, lo que provocó que sus rivales, entre ellos Pirro, formaran un frente común. Viéndose acorralado, Demetrio consideró que Pirro era su enemigo más débil y se dirigió contra él. Pero cuando ambos ejércitos se hallaban próximos, muchos soldados de Demetrio comenzaron a pasarse al bando de Pirro, atraídos por su reputación de valiente general y de monarca carismático y afable.

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Estátera de oro de Demetrio Poliorcetes, 289-288 a.C.
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De este modo, cuando Demetrio se dio cuenta, sus fuerzas le eran absolutamente hostiles. Ante el riesgo que corría su vida, huyó disfrazado, amparado por la oscuridad de la noche. Pirro fue entonces proclamado rey de Macedonia. Demetrio no tardó en ser definitivamente derrotado en Asia por los sucesores de Alejandro, y acabó sus días cautivo y maltrecho, esperando un triste final. Pirro trató de obtener ventaja de esta coyuntura, pero pronto, a su vez, fue expulsado de Macedonia por los mismos generales sucesores de Alejandro.
La lucha contra Roma
Tras tantas aventuras, Pirro podía estar satisfecho de seguir vivo y conservar el trono de sus antepasados. Pero cuando los habitantes de Tarento, una ciudad griega del sur de Italia, le pidieron ayuda, el rey de Epiro no dudó. Con una voluntad de hierro y un espíritu de fuego, forjado para la guerra, Pirro atravesó el Adriático para imponerse a un pequeño Estado en el centro de la península Itálica: Roma, que entonces estaba expandiendo sus dominios y amenazaba a Tarento y otras ciudades.
El choque no se hizo esperar. Cerca de la ciudad de Heraclea Apulia, Pirro inició el ataque al frente de la caballería. Al ver que los romanos aguantaban la carga, Pirro ordenó avanzar a la infantería. El combate fue sangriento, y ambos ejércitos estaban igualados, alternándose en avances y retrocesos. Cuando el resultado de la batalla era más incierto, Pirro recurrió a su arma más temible, los elefantes de combate.

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La batalla de Heraclea en un grabado de 1842, colección privada.
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La visión de estos monstruosos animales infundió el terror en los caballos romanos, que dejaron de responder a sus jinetes. Además, el avance imparable de los elefantes destruía a su paso las formaciones de infantería. Pirro obtuvo finalmente la victoria, aunque a un altísimo precio, pues perdió un buen número de efectivos.
Como vencedor, Pirro dictó a los romanos unas condiciones de rendición que garantizasen la independencia de las ciudades griegas, pero el anciano Apio Claudio el Ciego, venerable senador romano, exhortó a sus conciudadanos a rechazarlas. En respuesta, Pirro dirigió sus fuerzas contra Roma, hostigando y saqueando los territorios vecinos.

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Apio Claudio insta al Senado a continuar la guerra contra Pirro. Litografía de Tancredi Scarpelli, 1929.
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Pero cuando estaba cerca de la Urbe recibió la noticia de que otro ejército romano se dirigía contra él, tras firmar la paz con los etruscos (contra los que también estaban luchando los romanos), y tuvo que retirarse. Al año siguiente reanudó la guerra, que tuvo su segundo asalto en la batalla de Ásculo. Pirro obtuvo otra gran victoria, aunque de nuevo a un altísimo precio: perdió más de tres mil soldados, frente a seis mil por parte romana. Fue entonces cuando dijo: «Otra victoria como ésta y estamos perdidos».
Dueño de Sicilia
Sin refuerzos y bloqueado en Italia ante la indómita Roma, Pirro decidió pactar la paz. Además, desde Sicilia algunas ciudades pedían su auxilio ante la presión cartaginesa. Soñando de nuevo con grandeza y fortuna, Pirro acudió a la isla y durante dos años, en 277 y 276 a.C., obtuvo memorables victorias sobre Cartago, lo que le valió el título de rey de Sicilia. Sin embargo, seguía empeñado en convertirse también en rey de Italia, por lo que retornó allá, cansado de la hostilidad de los sicilianos a causa de sus constantes reclamaciones de fondos para la guerra.

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Templo de la Concordia. este magnífico templo dórico, en la ciudad siciliana de Agrigento, fue construido hacia 440 a.c. y es uno de los templos griegos mejor conservados del mundo. Agrigento estaba gobernada por Sosístrato, tirano de Siracusa, cuando pirro llegó a Italia, y se sometió al rey de Epiro sin oponer resistencia en el año 278 a.C.
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Respondiendo otra vez a la llamada de los tarentinos, Pirro volvió a enfrentarse a Roma, aunque esta vez los efectivos romanos superaban en una altísima proporción a su ejército. Así, cuando más le convenía planificar con cautela sus movimientos, su ardoroso ánimo le llevó a encararse con ellos en la funesta batalla de Benevento (275 a.C.), en la que fue definitivamente derrotado por las legiones.

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Derrota de Pirro en la batalla de Benevento. Grabado de Wilhelm Wagner, 1862.
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Tras años de esforzada lucha, Pirro volvió a Epiro con las manos vacías. Hasta su prestigio como militar se había visto afectado. Abocado a la guerra, siempre olvidó cómo vivir en paz y, quizá por miedo a ésta, buscó lugares donde la batalla estuviese garantizada. Por ello, nada más volver a Grecia, cuando supo que Antígono Gonatas, hijo de Demetrio, era el nuevo rey de Macedonia, decidió atacarle y arrebatarle el trono. Su éxito fue total.
A continuación fue reclamado al Peloponeso para someter a Esparta. Pero en Argos lo encontró su destino: murió después de caer herido por una teja que una anciana le tiró desde un balcón, en medio de disturbios durante su avance. Así terminó Pirro, el más grande militar después de Alejandro, señor de Epiro y soñador de imperios, el más infortunado entre los generales victoriosos.