Pierre-Auguste Renoir nació en Limoges el 25 de febrero de 1841. Era el cuarto hijo de Léonard, un humilde sastre, y Marquerite Merlet, que también trabajaba en el sector textil. Entre los familiares, circulaba el rumor de una supuesta ascendencia noble, pero el director Jean Renoir, hijo del pintor, afirmó en un libro biográfico sobre su padre que la cuestión nunca fue demostrada. En 1845, Léonard trasladó la familia a París y en 1848 Pierre-Auguste ingresó en una escuela dirigida por la congregación de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, donde descubrió que tenía excelentes habilidades para el canto. Sin embargo, su mayor pasión desde que era pequeño era el dibujo.
Cuando tenía casi tres años, sus profesores propusieron a su familia que el pequeño asistiera al coro de la iglesia de Saint-Suplice, pero sus padres prefirieron que su hijo se formara en el taller de Lèvy, dedicado a la decoración de porcelana. Posiblemente esperaban que Pierre-Auguste se especializara en este oficio que en aquella época estaba muy bien remunerado. En poco tiempo, Renoir destacó por sus trabajos en decoraciones florales sencillas, y después en proyectos cada vez más complejos, como un retrato de María Antonieta. En 1858, el negocio de Lèvy entró en fallida y Renoir trató de montar su propio negocio. Durante este periodo, entre otras cosas, decoró las paredes de un café de la Rue Dauphine. El siguiente año empezó a colaborar con Gilbert, un artista especializado en imágenes sacras: gracias a estos trabajos pudo costearse un curso nocturno de dibujo.
El encuentro con los impresionistas
En 1862, entró en la escuela de Bellas Artes y asistió a las clases del pintor de origen suizo Marc Charles Gabriel Gleyre, perfeccionando así aspectos técnicos de su formación. Fue aquí donde conoció a Bazille, Monet y Sisley, con quien compartió sus primeras experiencias al aire libre y frecuentaron el Café Guerbois, conocido lugar de encuentro de artistas e intelectuales. Pronto, sintiendo "claustrofobia" de las técnicas academicistas, los cuatro amigos empezaron a pintar en espacios abiertos, a menudo en el bosque de Fontainebleau o en pueblo de Marlotte. Renoir tenía una relación muy estrecha con Monet. Sucedía que ambos colocaban sus caballetes uno al lado del otro y pintaban así, como cuando inmortalizaron en dos cuadros distintos el célebre conjunto balneario de la Grenouillère. A diferencia de sus amigos, no despreciaban los salones oficiales y asistían a algunos de ellos. De la misma manera, en el 1873 participó en la fundación de la Sociedad anónima de artistas pintores, escultores y grabadores que el 15 de abril de 1874 organizó la famosa primera exposición en el local del fotógrafo Nadar. En esta época participó en algunas muestras junto a pintores impresionistas.
Renoir y Monet tenían una relación muy estrecha. A menudo colocaban sus caballetes uno al lado del otro para realizar distintas versiones de la misma escena.
El viaje a Italia
En 1881 viajó a Italia acompañado de Aline Charigot, su futura mujer, visitando entre otras ciudades, Roma, Nápoles y Palermo. A principios del siglo XX era un pintor consolidado, pero hacía poco que le habían descubierto una artritis reumatoide. Con el paso del tiempo, la enfermedad se fue agravando. Durante los últimos años de su vida sus manos estaban tan deformadas que apenas podía moverlas, y para poder seguir pintando se ataba los pinceles a las muñecas. En esta época de su vida descubrió su interés por la escultura y empezó a colaborar con Richard Giuno, un joven escultor que ejecutó al detalle quince esculturas bajo su dirección. Murió a causa de un infarto la noche del 2 de diciembre de 1919, tras haber completado Las bañistas.

Pierre-Auguste Renoir en torno a 1910.
Foto: CC
Adhiriéndose al ideal impresionista, Renoir buscaba una interpretación subjetiva del mundo en la que el ojo del pintor dictaba las leyes: lo que se ve en un instante determinado es diferente en el instante sucesivo. Pintando al aire libre, las verdaderas protagonistas de sus obras eran las luces y la sensación efímera del momento. Renoir puede ser definido como el pintor de la alegría: para él, pintar significaba la alegría de vivir, la búsqueda de la belleza y la fascinación frente a la naturaleza. Así, cuando el maestro Gleyre criticó este aspecto, el respondió cándidamente: “¡Si no me divirtiera, no pintaría nada!”
A continuación os mostramos algunas de sus creaciones más importantes.