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Cuenta la leyenda que hace 600 años Anagumang, un marinero Yapés, llegó a Palau y se sorprendió al encontrar piedra caliza, una roca que no existía en su isla. Por su rareza la consideró valiosa y junto con sus compañeros la importó como piedra preciosa y con el tiempo se convirtió en la divisa principal. Estudios recientes han demostrado que estas monedas son mucho más antiguas, siendo las primeras del año mil.
Anagumang importó la piedra caliza a Yap como material precioso y con el tiempo se convirtió en la divisa principal.
En un principio las piedras se tallaron en forma de pez, pero el disco se impuso por ser más fácil de transportar. Para ello insertaban un tronco en un agujero hecho en el centro de las piedras y las cargaban a hombros hasta a la costa, desde donde las monedas navegaban 450 kilómetros en balsa hasta Yap. A cambio los isleños de Palau recibían cuentas para collar de vidrio (un material inexistente en Palau), cocos y copra -la pulpa seca del coco de la que se obtiene su aceite-.
Las primeras piedras no eran tan grandes, de hecho se especula que la llegada de técnicas y herramientas europeas permitió el paso de cuentas de piedra del tamaño de canicas a los espectaculares monolitos que se encuentran repartidos por la isla.
El valor de estas monedas se basa en la tradición oral. Así pues, la propiedad depende del consenso social y para los intercambios se debe realizar una declaración en público. Por ejemplo una piedra que se haya perdido o hundido en el mar todavía tiene valor pues la tradición mantiene que existe. Así mismo su historia también cuenta: si una piedra es antigua o si se perdieron vidas en su adquisición valdrá más. Al tratarse de objetos muy pesados las monedas se dejaban mismo sitio, usualmente en lugares de paso o delante de la casa del propietario por lo que no cambian de manos en un sentido literal.
Para los intercambios de monedas hechas de piedra caliza se debe realizar una declaración en público.
El náufrago que cambió la historia
En 1871 el capitán David O’Keefe naufragó en la isla de Yap, siendo acogido por los yapeses a quiénes ayudó a adquirir estas piedras. Al comprobar su valor decidió traer herramientas de hierro desde Hong Kong y tallar piedras más grandes con las que obtener copra y pepinos de mar que vendió a buen precio en los mercados asiáticos. La irrupción de estos nuevos monolitos en la sociedad provocó una inflación gradual de la moneda; al ser más fácil de producir su valor disminuyó respecto a las más antiguas y pequeñas. La historia de O’Keefe ha dado pie a un libro titulado His majesty O’Keefe e incluso una película del mismo nombre protagonizada por Burt Lancaster estrenada en 1954.
El capitán David O’Keefe ayudó a los yapeses a adquirir estas piedras.
Hasta la adopción del dólar a principios del siglo veinte las piedras Rai se usaron en la vida diaria, sin embargo, actualmente se gastan en intercambios sociales cómo tratados entre jefes, herencias o matrimonios.