Héroes de cuatro patas

Los perros más célebres de la historia

“Y un perro, que estaba echado, alzó la cabeza y las orejas: era Argos, el can del paciente Odiseo, a quien éste había criado sin poder disfrutarlo, pues tuvo que partir a la sagrada Ilión (…). Al advertir que Odiseo se aproximaba, le halagó con la cola y dejó caer ambas orejas, mas no pudo salir al encuentro de su amo; y éste, cuando lo vio, enjugóse una lágrima (…). Y la Parca de la negra muerte se apoderó de Argos, después de que volviera a ver a Odiseo al cabo de veinte años”. Cuando Homero escribió la Odisea, los perros ya llevaban milenios acompañando a los seres humanos. Su lealtad y su inteligencia los han hecho compañeros indispensables en multitud de profesiones y, en ocasiones, han dejado su huella y su nombre en la historia. Además de perros que esperan a sus amos más allá de la muerte o cuya inteligencia sorprende a las personas, algunos tuvieron un papel especial en el progreso de la humanidad.

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Barry

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Barry, el rescatador de las montañas

Barry fue un perro de rescate de montaña al que se considera el padre de la raza San Bernardo. Nació en 1800 en un hospicio del Paso del Gran San Bernardo, en Suiza: los pasos de montaña fueron hasta el siglo XX el único modo de cruzar de un valle a otro, pero se trataba de una travesía muy peligrosa especialmente en invierno, ya que el tiempo podía cambiar rápidamente. Por eso, a finales del siglo XVII se empezaron a entrenar perros de montaña para rastrear a viajeros perdidos y darles calor con su cuerpo en caso de hipotermia (la imagen del pequeño barril de licor atado a su cuello es una invención publicitaria). Barry salvó a más de 40 personas y a los doce años de edad se retiró tranquilamente en Berna, a cargo de uno de los monjes del hospicio, cuya fama fue tal que incluso dio nombre a toda una raza canina especializada en tareas de rescate.

Amundsen junto a sus perros

CordonPress

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Los perros de Amundsen

Si la expedición de Roald Amundsen logró alcanzar el Polo Sur, el 14 de diciembre de 1911, fue gracias al esfuerzo y el sacrificio de más de un centenar de perros. El explorador noruego eligió perros de Groenlandia para tirar de los trineos, una raza robusta y muy resistente al frío pero también de carácter reservado, por lo que los exploradores tuvieron que ganarse su confianza pasando mucho rato con ellos durante el viaje en barco y entrenándolos al llegar al campamento de invierno. Este viaje se convertiría en el último para muchos de ellos: de los casi cien que partieron hacia el interior de la Antártida solo regresaron 11, que volvieron a casa junto con los 28 que se habían quedado en el campamento. La mayoría habían muerto durante la travesía de vuelta del polo a causa del agotamiento, pero otros muchos -los menos resistentes- fueron sacrificados para alimentar con su carne a los demás, muy a pesar de sus cuidadores, que habían desarrollado un fuerte vínculo con ellos.

Balto, el héroe de la medicina

Brown Brothers / CC

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Balto y Togo, los héroes de las medicinas

En las latitudes polares, los perros siempre han sido aliados esenciales de las personas. Balto, un husky siberiano (en la foto), lo demostró junto con cientos de otros perros y sus mushers: en invierno de 1925 estalló una epidemia de difteria en la remota aldea de Nome, en Alaska, y los hospitales se vieron desbordados. No había manera de conseguir la medicina ni por mar, que estaba congelado, ni por aire a causa de las violentas tormentas: la única solución fue enviar a unos 20 mushers a Anchorage, en una misión sin precedentes que fue llamada la Gran Carrera de la Misericordia. Los mushers y sus perros recorrieron más de 1000 kilómetros azotados por ventiscas y temperaturas de más de 30 ºC bajo cero. Balto era el líder del grupo que finalmente llegó con la medicina y en consecuencia fue el que recibió más atención, eclipsando al resto de héroes caninos entre los que destacaba Togo, un perro que lideró la misión durante 300 peligrosos kilómetros en contraste con los 50 finales que corrió Balto.

Hachikô, leal más allá de la muerte

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Hachikô, leal más allá de la muerte

No es el único perro conocido por esperar a su dueño después de que este falleciera, pero sí el más famoso. Hachikô era un perro Akita, una raza japonesa muy apreciada por su fuerza y lealtad, tanto que era una mascota popular y un signo de estatus entre los samuráis. Nació en 1923 y Hidesaburô Ueno, un profesor universitario de Tokio, lo adoptó como mascota. El perro tomó la costumbre de ir a esperarlo a la estación de Shibuya al volver del trabajo y cuando Ueno falleció dos años después, Hachikô siguió esperándole cada día durante los siguientes nueve años, a la hora exacta a la que llegaba el tren en el que el profesor solía regresar. Aunque se convirtió en un visitante habitual de la estación, no se hizo famoso hasta 1932, cuando el periódico Asahi Shimbun le dedicó un artículo: en ese momento se convirtió en un símbolo de la lealtad a la familia, algo especialmente importante en el Japón de la época. Hachikô murió en 1935 y se le dedicó una estatua de bronce frente a la estación de Shibuya, que fue fundida durante la Segunda Guerra Mundial para hacer armas; en 1948 se inauguró una nueva estatua en el mismo lugar, que hoy es un lugar de encuentro popular y un icono del barrio de Shibuya.

Lampo, el perro que viajaba en tren

Elvio Barlettani / CC

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Lampo, el perro que viajaba en tren

Apodado “el perro ferroviario”, Lampo era un perro callejero que apareció en 1953 en la estación de Campiglia Marittima (Toscana) a bordo de un tren de mercancías. Contraviniendo las normas, el jefe de estación Elvio Barlettani decidió adoptarlo. El perro se encariñó con su hija hasta el punto que la acompañaba cada mañana a tomar el tren hasta la ciudad de Piombino, donde la niña estudiaba, pasaba el día en dicha ciudad y la esperaba de nuevo en la estación para tomar el tren de regreso a casa. A los superiores de Barlettani, sin embargo, la situación no les hacía gracia y metieron a Lampo en un tren de mercancías en dirección a Nápoles. La sorpresa fue que en pocos días el perro logró volver a la estación a bordo de un tren. Barletanni se lo confió entonces a un amigo suyo que vivía en Barletta, en el extremo sur de la península, pero al cabo de cinco meses Lampo logró regresar de nuevo. Ante tal proeza, sus jefes se resignaron y el perro se convirtió en la mascota de la estación. Por extraño que pudiera parecer, Lampo aprendió a orientarse en la red ferroviaria italiana y empezó a tomar trenes por su cuenta, logrando regresar siempre al lugar de origen. En 1961 murió atropellado por un tren de mercancías mientras cruzaba las vías; su cuerpo fue enterrado en un parterre de la estación y se hizo una estatua en su honor. El nombre Lampo, que en italiano significa relámpago, no podía ser más adecuado para un perro que pasó toda su vida viajando.

Laika, la primera perra astronauta

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Laika, la primera perra astronauta

Seguramente es la perra más famosa de la historia por ser la primera astronauta canina, aunque no la única: durante los años 50 y 60 del siglo XX, los soviéticos usaron a más de treinta perros en su programa espacial para estudiar los efectos de los viajes orbitales sobre los organismos vivos antes de mandar astronautas humanos. Laika se convirtió en el primer ser vivo de la Tierra en orbitar nuestro planeta en noviembre de 1957, a bordo del satélite Sputnik 2. Murió por sobrecalentamiento corporal a causa de un fallo en el sistema térmico de la nave, algo que estaba previsto desde el principio: las prisas por vencer a los estadounidenses en la carrera espacial llevaron a lanzar el Sputnik 2 sin que se hubieran desarrollado plenamente todos los sistemas de la nave. Oleg Gazenko, entrenador de Laika y uno de los responsables de haberla mandado al espacio, dijo haberse arrepentido profundamente de las decisiones tomadas: de los trece perros que fueron mandados al espacio, solo cinco regresaron con vida. Por ello, los “perros del espacio” se han convertido en un icono de los derechos de los animales.

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Estrella de cine

En 1918, en plena Primera Guerra Mundial, un soldado norteamericano encontró varios cachorros en el frente francés y se llevó uno de ellos, al que llamó Rin Tin Tin, a su país al finalizar la Gran Guerra. Su destreza natural para las acrobacias convirtió a este can en una estrella de cine llegando a protagonizar más de veinte películas, convirtiéndose en una verdadera estrella de Hollywood y en una mina de oro para la productora Warner Bros. Rin Tin Tin anunciaba alimentos para perros y recibía miles de cartas de admiradores, a los que la compañía cinematográfica respondía con un retrato firmado con una huella y un mensaje. El perro fue el responsable de la popularización del  pastor alemán como mascota en los EE. UU. y tras su muerte, en 1932, varios pastores alemanes retomaron su nombre y su papel en el cine, la radio y la televisión.