El mayor demagogo de Grecia

Pericles: impulsor de la guerra de Atenas contra Esparta

En 431 a.C., valiéndose de su carisma y autoridad, Pericles convenció a los atenienses para que declarasen la guerra a Esparta y decidieran por las armas quién sería la potencia hegemónica en Grecia

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Pericles gobernó Atenas desde el cargo de estratego, para el que fue elegido en quince ocasiones, hasta su muerte en 429 a.C. Arriba, busto de Pericles. Museo Británico, Londres.

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La ciudad de Mégara, en el istmo de Corinto, había sido una gran potencia comercial, aunque a mediados del siglo V a.C. palidecía frente a su vecina Atenas y el auténtico Imperio que ésta había creado a lo largo y ancho del mar Egeo. Ambas ciudades mantenían una vieja rivalidad desde que, a principios del siglo VI a.C., se enfrentaron por el control de la isla de Salamina y la zona fronteriza de Eleusis. Pero fue en el año 432 a.C. cuando estalló un conflicto abierto. Acusando a sus vecinos de ocupar tierras fronterizas y de acoger a los esclavos fugitivos que escapaban de la ciudad, la Asamblea de Atenas aprobó un decreto por el que prohibía a los megarenses entrar en su ágora y en sus puertos del Egeo. Se trataba de un embargo económico que tenía como finalidad ahogar a Mégara, una ciudad eminentemente comercial. 

La trascendencia del decreto contra Mégara, sin embargo, iba más allá. Constituía también un desafío directo contra Esparta, de la que Mégara era aliada. El conflicto, además, se sumaba a otro anterior con Corinto, también aliada de Esparta; en el pasado, los atenienses habían prestado su apoyo a una rival suya, Córcira (Corfú), y luego atacaron Potidea, una fundación de Corinto, al norte del Egeo, que mantenía estrechos vínculos con la metrópoli corintia.

Por ello, en el verano de 432 a.C., megarenses y corintios enviaron sendas embajadas a Esparta para presentar sus acusaciones contra Atenas ante la asamblea espartana. Unos y otros, pero especialmente los corintios, instaron a los espartanos a declarar la guerra a Atenas. «De no hacerlo así –dijeron a los espartanos–, traicionaríais a vuestros amigos y gentes de vuestra estirpe ante sus peores enemigos o nos empujaríais a acogernos a otra alianza». En Esparta se encontraba casualmente una delegación ateniense, que también participó en el debate; aunque los atenienses ofrecieron someterse a un arbitraje, aseguraron también que estaban preparados para la guerra. Tras escuchar a todos ellos y retirarse a deliberar, los espartanos anunciaron su decisión: declarar la guerra. Se sentían obligados hacia sus aliados y, al mismo tiempo, tenían miedo de que los atenienses, con la mayor parte de Grecia ya en sus manos, se hicieran aún más fuertes. 

Bronze helmet of Corinthian type MET DT7210

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El casco corintio, como el de la imagen, de bronce, del siglo V a.C.,  formaba parte de la impedimenta de los ejércitos hoplitas que se enfrentaron en la guerra del Peloponeso. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

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Pese a ello, los dirigentes espartanos, empezando por el rey Arquidamo, dieron aún una oportunidad a la paz. En los meses siguientes acudieron a Atenas hasta tres embajadas de Esparta para negociar un posible acuerdo, en el que planteaban una exigencia a cambio de la paz: que los atenienses derogaran el decreto contra Mégara. La oferta era tentadora, pues muchos atenienses consideraban absurdo ir a la guerra por un decreto contra una ciudad que no suponía una amenaza. Por ello, según el historiador Plutarco, cuando se reunió la Asamblea ateniense para debatir la cuestión se manifestaron «opiniones en uno u otro sentido: que había que entrar en guerra, o que el decreto no fuera un impedimento para la paz». Hasta que tomó la palabra Pericles y pronunció un largo discurso en el que convenció a todos de que la única salida era la guerra

En teoría, Pericles era un ciudadano más, cuya opinión contaba en una votación lo mismo que la de cualquier otro. Pero, en realidad, su posición en Atenas era única. Desde hacía casi tres decenios, Pericles dominaba totalmente el panorama político de la ciudad. Desempeñaba año tras año el cargo de estratego, magistratura a la vez militar y política en la que podía ser reelegido indefinidamente. En la Asamblea, Pericles se imponía por su inteligencia, su integridad, su gran carisma y sus dotes oratorias. Por eso, el historiador Tucídides dice que Atenas, «de nombre, era una democracia, pero, de hecho, era el gobierno del primer ciudadano».

Los motivos de Pericles

Ya en la Antigüedad nadie dudaba de que fue Pericles el responsable de la decisión de no retirar el decreto contra Mégara y, en consecuencia, de desencadenar la guerra del Peloponeso. En cambio, las razones que tuvo para ello han generado más controversia. Plutarco, en su biografía del líder ateniense, recoge las diferentes opiniones. Algunos lo atribuían a su convicción de que las embajadas espartanas tan sólo perseguían poner a prueba a los atenienses, «para ver hasta dónde llegaban las concesiones de Atenas», y que «la condescendencia equivalía a reconocer la debilidad».

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El gran proyecto de Pericles fue la reconstrucción de la Acrópolis de Atenas, destruida por los persas en 480 a.C. En la colina, el Partenón, dedicado a Atenea, y a su derecha el Erecterion, con su pórtico de cariátides,

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El decreto de Mégara no era una cuestión menor. Pericles exhortó a sus conciudadanos: «Que ninguno crea  que haríamos la guerra por una pequeñez… Si cedéis en esto, enseguida recibiréis otras órdenes de mayor importancia, pues creerán que esta vez habéis obedecido por miedo». Otros, en cambio, pensaban que lo que le movió en el fondo fue la voluntad de mantener su prestigio personal, «un noble orgullo» según sus partidarios, «una especie de terquedad y afán de salirse con la suya para hacer ostentación de su fuerza»,  según sus adversarios. Pero Plutarco refiere todavía otro argumento, «el peor motivo de todos y el que cuenta con más testigos en su favor»: que Pericles provocó la guerra para superar la impopularidad que lo amenazaba

En efecto, aunque la mayoría de los ciudadanos adoraba a Pericles y lo apoyaba sin condiciones, había también grupos que desconfiaban de su poder. Esta oposición era la que había criticado, aunque sin éxito, su ambicioso programa de obras públicas y el trato abusivo hacia los aliados. La aristocracia, en particular, muy inclinada por su ideología a Esparta y, por tanto, contraria a la guerra, le acusaba de haber corrompido al pueblo con el dinero de los espectáculos y con los sueldos de los cargos públicos. 

Corinthian kotyle hoplites and sirens (Boston MFA 95 14)

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Dos hoplitas, armados con el típico casco de bronce con penacho, escudo y lanza, combaten en esta representación de un vaso corintio de figuras rojas. Siglo VI a.C. Museo de Bellas Artes, Boston.

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Estos grupos sometieron a Pericles y a sus colaboradores más próximos a continuos ataques y campañas de difamación. El escultor Fidias, por ejemplo, fue acusado de malversación de fondos en la construcción del Partenón, y aún más violentos fueron los ataques contra Aspasia, la cortesana de Mileto que se convirtió en concubina de Pericles, a la que acusaron de impiedad y de proxenetismo. De ahí que se creyera que Pericles propició la guerra para escapar de estos ataques y ante el temor de perder el favor del pueblo. Como escribió Plutarco, «avivó el fuego de la inminente guerra, con la esperanza de que disiparía las acusaciones y atenuaría la envidia, ya que la ciudad, en tan grandes peligros, se pondría por entero en sus manos debido a su prestigio y autoridad». 

Una guerra inevitable

En cualquier caso, pese a la escalada de provocaciones diplomáticas entre Atenas y Esparta, finalmente la guerra estalló a instancias de otra ciudad: Tebas. En marzo de 431 a.C., esta aliada de Esparta decidió someter Platea, una pequeña ciudad alineada con Atenas y que se encontraba en un nudo de la ruta con el Peloponeso. Un destacamento tebano asaltó la plaza, pero fue repelido por los plateos. Ciento ochenta asaltantes fueron capturados y a continuación ejecutados. 

Como escribe el historiador Donald Kagan: «Esta acción, incluso para los cánones tradicionales de la guerra en Grecia, era una atrocidad; la primera de las muchas cuyo horror se iría incrementando conforme pasaron los años». Fue también lo que desencadenó la espiral de la guerra, pues cuando los tebanos se declararon dispuestos a vengarse, Atenas se vio obligada a enviar una guarnición a Platea para protegerla, lo que a su vez hizo que Esparta considerara que las negociaciones quedaban rotas e invadiera la región ateniense del Ática en la primavera de 431 a.C.

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En el año 412 a.C., los espartanos tomaron la ciudad jonia de Mileto, en la costa de Asia Menor, tradicionalmente una fiel aliada de Atenas. En la imagen, el gran teatro de Mileto, del siglo IV a.C.

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Pericles había preparado a sus compatriotas para ello. En sus discursos, el estratego había dicho a los atenienses que debían evitar un combate en campo abierto, donde los soldados espartanos eran superiores. En vez de ello, tenían que defenderse dentro de la ciudad, inexpugnable y abastecida mediante un largo corredor fortificado, los Muros Largos, que la unía con su puerto del Pireo; y tenían que poner su confianza en su armada y los ingentes recursos financieros de la ciudad. Confiando ciegamente en esta estrategia, los atenienses vieron cómo Arquidamo saqueaba el Ática mientras su propia armada respondía atacando las poblaciones costeras del Peloponeso.

Al final del verano, cuando el ejército de Arquidamo se había retirado, Pericles en persona salió al campo con 10.000 hoplitas (soldados de infantería pesada) para saquear la región de Mégara. Pero en Atenas no tardó en prender el descontento. El saqueo del Ática golpeaba de lleno a un gran número de ciudadanos atenienses, pequeños propietarios agrícolas. Además, el hacinamiento dentro de la ciudad, del Pireo y de los Muros Largos se hizo insoportable. Por si eso fuera poco, al año siguiente una terrible epidemia asoló Atenas. 

Culpable de todos los males

Los atenienses, desmoralizados, acusaron a Pericles de haberlos convencido para hacer la guerra y lo consideraron el único responsable de todas sus desgracias; también de la enfermedad, pues su estrategia, que había obligado a hacinar a los atenienses dentro de las murallas, había traído la epidemia. Querían llegar a un acuerdo con Esparta; incluso enviaron embajadores con ese propósito, pero no consiguieron nada, pues los espartanos estaban ahora seguros de su victoria. 

Aspasia painting

Aspasia painting

Los enemigos de Pericles le atacaron acusando a su amante Aspasia de impiedad. Arriba, retrato de Aspasia por Marie-Geneviève Bouliard. 1794. Museo de Bellas Artes, Arras.

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Pericles, al ver la desesperación de los ciudadanos, convocó una asamblea y les recriminó con dureza: «Abatidos por las desgracias de vuestras casas os despreocupáis de la salvación común y me hacéis responsable a mí, que os animé a ir a la guerra, y a vosotros mismos, que tomasteis conmigo esa decisión […] Hay que dejar de quejarse por los sufrimientos individuales y ocuparse de la salvación común». 

Pericles no consiguió aplacar a los descontentos y fue depuesto en septiembre del año 430 a.C. ; además, se le condenó por malversación y tuvo que pagar una enorme multa. Aún recuperó el caprichoso favor del pueblo y fue elegido al año siguiente otra vez estratego, pero a los pocos meses murió, víctima de la plaga que seguía asolando Atenas. Dejó a la ciudad la pesada herencia de una guerra larga y destructiva, «la mayor conmoción que haya afectado a los griegos», en palabras de Tucídides.