En el año 1095 toda la Europa occidental estaba sumida en un fervor religioso. El papa Urbano II acababa de proclamar una cruzada en Clermond Ferrand para liberar Tierra Santa de los musulmanes, y muchos eran los caballeros que tomaban la cruz y se armaban para recuperar Jerusalén y conseguir así la salvación eterna.
Junto a ellos miles de campesinos abandonaron sus hogares para dirigirse también al rescate de los Santos Lugares, y entre ellos surgió un predicador que dirigiría a los pobres de la Cristiandad hacia oriente en una cruzada improvisada de funestas consecuencias.
Un hombre santo
Conocido por las fuentes como Pedro el Ermitaño, este monje procedente de Amiens aseguraba que en una peregrinación anterior a Jerusalén, Jesucristo se le había aparecido en la iglesia del Santo Sepulcro entregándole una carta, donde se le ordenaba reunir a los cristianos para liberar su ciudad santa. Siempre según su versión, Pedro se había dirigido al emperador bizantino Alejo I y al propio Papa, a quienes había convencido de la necesidad de una cruzada a Ultramar.
Con su ascético aspecto, la figura del Ermitaño inspiraba fervor allí por donde pasaba. El cronista Guillermo de Nogent, que lo conoció en persona nos dice que “llevaba una túnica de lana que dejaba al descubierto los tobillos, y por encima de ella una capucha, pero llevaba los pies desnudos”; añadiendo que pese a su humilde aspecto (o precisamente gracias a él) “este hombre, en parte por su reputación y en parte por su prédica, reunió un ejército muy grande” entre los humildes de la Europa medieval.

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Pedro el Ermitaño predicando junto al Papa. Si las proclamas del primero se dirigieron a la gente humilde el segundo impulsó una cruzada caballeresca en la que participaron grandes nobles como el conde de Tolosa o el duque de Normandía. Grabado del siglo XIX, colección Granger, Nueva York.
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Sus prédicas por Francia y Alemania impulsaron a muchos campesinos y sus familias a abandonar sus hogares para buscar la salvación espiritual, formando una cruzada de los pobres que iba contra la voluntad expresa de Urbano, quien solo quería soldados profesionales y no civiles que entorpecieron la marcha. Guillermo nos ha dejado en su crónica un relato del fervor que se apoderaba de villas y ciudades a su paso: “lo vimos pasar por pueblos y ciudades difundiendo sus enseñanzas […] todo lo que hacía o decía parecía casi divino. Incluso había quienes le arrancaban pelos a su mula para conservarlos como reliquias.”
Gracias a la capacidad de movilización de masas de Pedro, a lo largo de la primavera se fueron reuniendo en Francia y Alemania cientos de partidas cruzadas, que sin esperar a los príncipes iniciaron su marcha hacia Tierra Santa antes de la fecha fijada por el Papa. Su composición era extremadamente heteregóenea, incluyendo desde una banda de mil campesinos alemanes que seguían un ganso y una cabra supuestamente poseídos por el Espíritu Santo, pero también partidas de hombres de armas dirigidas por nobles empobrecidos como Gualterio sin haber o el conde Emicho de Leinigien.
El sangriento camino a oriente
Pese a todo su fervor, los campesinos no disponían de demasiado efectivo con el que emprender su viaje, y en su fanatismo lo buscaron en el colectivo mas odiado de sus ciudades: los usureros judíos. Dado que estos eran los supuestos descendientes de aquellos que crucificaron a Cristo, los hebreos eran un blanco tan válido para la furia cruzada como los propios musulmanes, así que se desencadenó una oleada de pogromos a ambas orillas del Rin en las que miles de ellos fueron asesinados.

Croisade des Pastoreaux Britisch Librairy
Matanza de judíos en el Languedoc francés durante la cruzada de los pastores (1320). Miniatura de las Crónicas de Francia, siglo XIV, Biblioteca Británica.
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Las juderías de Magnuncia, Espira, Colonia y Worms fueron arrasadas y sus habitantes masacrados sin piedad, de manera que en palabras de Alberto de Aquisgrán, los cruzados “mataron a las mujeres y con sus espadas perforaron a los tiernos niños de cualquier edad y sexo” mientras saqueaban sus casas en busca de fondos. Una salvajada en la que destacaron Emicho y los suyos, quienes según un escritor hebreo “convirtieron al pueblo del Señor en polvo”.
Algunos eclesiásticos como san Bernardo de Claraval o el obispo de Worms intentaron proteger a los perseguidos, llegando este ultimo a acogerlos en su propio palacio. Un gesto valiente que de poco sirvió cuando los zelotes irrumpieron en su interior obligando a los judíos a convertirse o morir. Para mayor horror, como los cruzados torturaban a muchos judíos antes de matarlos, estos prefirieron suicidarse arrojándose al Rin y asesinaban a sus propios hijos como cuenta Alberto: “hubo madres que con cuchillos cortaron la garganta de los niños a los que daban el pecho y apuñalaron otros, pues preferían que perecieran por su mano.”

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Pedro y sus ejército en ruta hacia Tierra Santa, la mula en la que montaba el predicador era considerada sagrada, y las gentes le arrancaban el pelo para hacerse relicarios.
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Una vez completada la masacre y con las arcas llenas de oro, los fanáticos seguidores de Pedro emprendieron la marcha hacia oriente a principios de junio, divididos en tres columnas mandadas por Emicho, Gualterio y el propio predicador. Obligados a ir por tierra por los prohibitivos precios que pedían los navegantes italianos, los cruzados seguirían el Danubio, cruzando el reino de Hungría hasta Belgrado, punto en el que tomarían la antigua Vía Diagonalis romana que les llevaría hasta Constantinopla.
Aunque crisitano, el rey húngaro Colomán no se fiaba demasiado de esta hueste de exaltados, por lo que les puso una escolta militar para asegurarse que pagaban los suministros y no se dedicaban al saqueo. La bandas de Gualterio y Pedro se comportaron y lograron llegar hasta Belgrado sin problemas, pero cuando llegaron los carniceros de Emicho empezaron los asesinatos y robos, que llevaron a Colomán a reunir a su ejército y destruirles en batalla.

Peter the Hermit
Pedro el Ermitaño a la cabeza de su cruzada, en la esquina inferior izquierda se pueden ver dos mujeres y un niño, representativos de las familias que tomaron parte en la expedición. Página del manuscrito Egerton, 1325-1350, Biblioteca Británica.
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Ya en Bizancio los peregrinos se aprovecharon de la debilidad del emperador Alejo para saquear algunas ciudades como Naissos, y tras algunas escaramuzas con las guarniciones imperiales llegaron a Constantinopla el 1 de agosto de 1096. La llegada de la andrajosa hueste fue una decepción para los bizantinos, pues en vez de un ejército de caballeros se encontraron, en palabras de la princesa Ana Comnena, con “una muchedumbre de gente desarmada que superaba en número a los granos de arena y a las estrellas, llevando palmas y cruces en sus hombros”.
Muerte en Constantinopla
El emperador se había comprometido a aprovisionar a los cruzados mientras estos esperaban la llegada del ejército de los príncipes, pero ello no fue suficiente para los latinos, que se dedicaron al pillaje destrozando varias iglesias y aldeas. Por ello Alejo decidió quitárselos de encima convenciendo a Pedro de que cruzara con sus fieles al otro lado del Bósforo, un territorio de frontera dominado por los turcos selyúcidas.
Enfrentados al fin con su enemigo musulmán, los cruzados establecieron un campamento en Kibotos y lanzaron varias incursiones como la que se apoderó del castillo de Xerigordo, cerca de la ciudad turca de Nicea, en una infortunada expedición que fue asediada por los turcos y aniquilada al cabo de ocho días tras beberse la sangre de sus caballos y sus propias aguas fecales.

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Esta página de los Pasajes de Ultramar (1473-1474) relata el fin de la cruzada de los pobres. Arriba los cruzados son derrotados en la batalla final a las puertas de Nicea y abajo Pedro el Ermitaño suplica ayuda al emperador (izquierda), mientras sus seguidores son masacrados (derecha). Sebastian Marmonet, Biblioteca Nacional, París.
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Este desastre espoleó a los cruzados a lanzar un ataque masivo contra Nicea, y aprovechando que Pedro se encontraba en Constantinopla negociando el envío de provisiones, Gualterio reunió a la hueste y se encontró con los turcos en una gran batalla a las afueras de la ciudad.
En ese combate los cruzados fueron totalmente superados por los selyúcidas, cuyos arqueros a caballo rodearon a los 25.000 peregrinos y los masacraron metódicamente, cayendo el propio Gualterio tras recibir siete flechazos. A continuación los turcos arrasaron el campamento ejecutando a niños y ancianos, perdonando solo “a las jóvenes y a las monjas cuyos rostros y figuras les resultaban agradables a la vista, y a los jóvenes afeitados y bien parecidos”, en palabras de Alberto de Aquisgrán.

Gustave Dore´ Crusaders discovers dead pilgrims of Peter the Hermit
Los príncipes cruzados pasan por el campo de batalla en 1097, donde los turcos habían dejado los cadáveres cristianos sin enterrar a modo de advertencia. Grabado de Gustave Doré para una historia de las cruzadas publicada en 1877.
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Terminaba de esta manera tan dramática el primer intento cruzado de tomar Jerusalén. Pedro permaneció en Constantinopla hasta que llegaron los nobles latinos en abril del año siguiente, y como parte de sus ejércitos, esta vez sí que logró participar en el asedio de Jerusalén de 1099, la gran victoria cruzada que puso la ciudad santa en manos de la Cristiandad.