La gran victoria de Carlos V

Pavía: la batalla que hizo a España dueña de Italia

En 1525 franceses y españoles se enfrentaron en Pavía por el ducado de Milán. Tras un terrible combate, el monarca galo Francisco I fue apresado mientras sus tropas eran masacradas.

Manif  di bruxelles su dis di bernart von orley, arazzi della battaglia di pavia, fuga dei francesi altre il ticino, IGMN144487, 1526 31

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Los franceses son perseguidos por los soldados españoles durante la batalla de Pavía. Tapiz de Bernaert Van Orley. Siglo XVI.

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El duelo entre las monarquías española y francesa por el control de Italia llegó a su punto álgido en 1525. Estaba en juego el ducado de Milán, territorio reclamado por el rey francés Francisco I en compensación por la elevación de Carlos V al trono imperial. A finales del año anterior, Francisco I había invadido el norte de Italia con un ejército de 30.000 hombres y logró entrar en Milán el 25 de octubre. A continuación, reforzado con contingentes suizos e italianos, encaminó sus pasos hacia el sur para poner sitio a la plaza de Pavía, defendida por el español Antonio de Leyba y cerca de 6.000 soldados. 

Francisco I se presentó ante Pavía con sus tropas, que incluían un poderoso convoy de artillería. De inmediato inició una serie de maniobras para cercar completamente la plaza y probar la firmeza de los defensores. Sin embargo, pronto surgieron problemas. Varios asaltos fracasaron y las lluvias convirtieron el campo en un barrizal, de modo que, pasado un mes, los franceses barajaron la posibilidad de retirarse a Milán y pasar allí el invierno. 

No obstante, los espías habían informado a Francisco I de que la guarnición imperial estaba descontenta por la falta de pagas y era posible que se produjera una sublevación de las tropas mercenarias. Leyba, consciente de ello, tuvo que confiscar la plata de las iglesias y fundirla para pagar a sus soldados. Mientras tanto, en Lodi, a una veintena de kilómetros al este, el ejército imperial se reforzaba con un contingente de 12.000 alemanes que el duque Carlos de Borbón, un noble francés al servicio de Carlos V, había reclutado en Austria, entre ellos los aguerridos lansquenetes de Jorge de Frundsberg. 

Las bravatas del rey de Francia 

El virrey de Nápoles, Carlos de Lannoy, tomó el mando de la fuerza y se dispuso a enviarla en socorro de Pavía. Llegó ante la plaza sitiada a primeros de febrero y acampó sus fuerzas al este del parque de Mirabello, una reserva de caza fortificada en la que Francisco I había situado su campamento. El rey francés subestimaba el peligro: «¿Dónde están aquellos leones que vos decíais?», interpeló al almirante de Francia refiriéndose a los españoles; y éste replicó: «Mirad lo que hacéis, que, si los dejáis vestir, no será mucho que nos lleven a todos». 

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Palacio de Fontainebleau. Francisco I lo reformó poco después de la batalla de Pavía, cuando el rey volvió de su prisión en España

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Pero el rey no tenía prisa en actuar; esperaba que de un momento a otro el ejército imperial se descompusiera por la falta de dinero o que los Estados italianos se alzaran en favor de Francia.  Su único plan consistía en dar alcance y destruir a las tropas imperiales cuando éstas, forzadas por las circunstancias, se vieran obligadas a retirarse de Pavía. En febrero de 1525, sin embargo, el bando francés perdió 6.000 mercenarios suizos y 2.000 italianos, con lo que la fuerza de ambos ejércitos se equilibró en torno a 25.000 hombres cada uno. 

Viendo la fortaleza de las posiciones francesas, los imperiales hicieron durante tres semanas constantes incursiones nocturnas, poniendo en aprietos a los sitiadores y acostumbrándoles a las falsas alarmas. Pero esta táctica no bastó para desalojar a los franceses, y el dinero y las vituallas comenzaban a escasear en el campamento imperial. «Veníamos en tanta falta y necesidad que nos daban un panecillo pequeño al día», recuerda un infante español. La necesidad de provisiones y de dinero para pagar a las tropas llegó a ser tan urgente que había que tomar una decisión. 

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Francisco I carga contra los arcabuceros españoles. Grabado de Maurice Lachatre, 1863, colección privada.

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Inicialmente predominó la idea de retirarse de Pavía, pero el marqués de Pescara, al mando de la infantería, opinó que eso no evitaría la batalla ya que los franceses no les dejarían retirarse sin enviar sus fuerzas tras ellos; por tanto, era mejor anticiparse y atacarles en su campamento. Borbón y Lannoy aceptaron el parecer del marqués y la batalla se fijó para el día siguiente. Pescara, reunido con los españoles, la punta de lanza del ejército imperial, les dijo: «Señores e hijos míos, de toda esta tierra sólo la que tenéis bajo los pies podéis contar por amiga», y señalando al campo francés añadió: «Si mañana queremos tener que comer, allí lo hemos de ir a buscar». 

El ejército imperial puso en marcha su plan la noche del 23 de febrero. Dos compañías españolas se destacaron para abrir brecha en el muro norte del parque de Mirabello, donde se resguardaba Francisco I con buena parte de sus tropas. El resto de fuerzas, con camisas blancas sobre las armaduras para distinguirse del enemigo, se ponía en marcha hacia las brechas después de haber incendiado su campamento. Los franceses vieron el fuego y pensaron que el ejército enemigo empezaba a retirarse. 

Sorpresa en Mirabello 

Después de arduo trabajo, las tropas imperiales derribaron parte del muro del parque y lograron penetrar en el interior antes del amanecer. Sus fuerzas consistían en 20.000 infantes y 2.000 caballos. Los franceses, que ya estaban desplegados en el parque, disponían de 5.000 infantes y 1.000 caballos en su ala derecha; y 6.000 infantes y 3.000 caballos en la izquierda. Otros 10.000 hombres continuaban en sus posiciones en torno a Pavía. 

Los imperiales llevaban la iniciativa. Su vanguardia se dirigió hacia el castillo de Mirabello, mientras el grueso del ejército, formado en columna, marchaba en dirección oblicua hacia el ala izquierda francesa, donde se hallaba Francisco I. Los arcabuceros españoles se hicieron fácilmente con Mirabello, amenazando con dividir al ejército enemigo. Pero el ala derecha francesa reaccionó y lanzó un ataque sobre la retaguardia imperial desorganizándola y capturando sus cañones, al tiempo que la artillería francesa disparaba briosamente sobre el ejército imperial, deteniendo su avance. 

En este punto, Francisco I creyó que la balanza se inclinaba a su favor y quiso dar el golpe de gracia con sus gendarmes, la flor y nata de la caballería francesa. La carga fue espectacular, pero los artilleros debieron suspender el fuego para no dañar a sus propias fuerzas. La caballería imperial, principalmente española, salió al paso de la contraria y se entabló un duro combate entre ambas que favoreció a la francesa, más numerosa y mejor armada. Pescara, observando que la caballería empezaba a ceder terreno, envió a sus arcabuceros, que, aprovechando el terreno boscoso, empezaron a derribar impunemente a los jinetes franceses. 

Arazzi Battaglia di Pavia   Francesco Ferdinando d'Avalos

Arazzi Battaglia di Pavia Francesco Ferdinando d'Avalos

El marqués de Pesacarta, uno de los comandantes del bando imperial. Detalle de un tapiz sobre la batalla tejido por Bernard van Orley y William Dermoyen, 1531, Bruselas.

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Los arcabuceros, a los que se dio orden de no entretenerse en hacer prisioneros hasta que el combate no estuviera decidido, disparaban sobre todo el que no iba encamisado. Como relataba un testigo, «perdida toda piedad que españoles suelen tener, andaban como lobos hambrientos matando cuanto hallaban».

Por otro lado, Frundsberg consiguió recomponer la retaguardia imperial y rechazó el ala derecha francesa hasta ponerla en fuga, mientras que Leyba, aquejado de gota, se hacía transportar en una silla para dirigir sus fuerzas fuera de Pavía e impedir la entrada de refuerzos enemigos en el parque. 

La derrota francesa 

Hacia las 8 de la mañana, los franceses combatían en grupos inconexos, superados en todas partes por las tropas imperiales, y ya sólo pensaban en abandonar el campo. Francisco I buscaba también la salida del parque, pero un disparo derribó su caballo y el rey quedó atrapado debajo. Tres españoles se disputaron el honor de haberle capturado, y faltó poco para que el monarca sufriera la misma suerte que muchos de sus nobles. Finalmente un caballero del duque de Borbón lo reconoció y lo sustrajo de la furia de los arcabuceros. 

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Francisco I se rinde a Antonio de Leyva tras ser capturado por los arcabuceros. Grabado de Frederic Theodore Lix, siglo XIX, colección privada.

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La batalla había terminado, aunque la destrucción de un puente obligó a los fugitivos a lanzarse sobre el río Tesino, incrementando así las pérdidas francesas. Como relata una crónica italiana: «Preso el rey de Francia, preso y muerto la mayor parte de sus capitanes y nobles, cerca de 15.000 personas entre muertos y ahogados en el Tesino, todo su ejército disipado, era cosa de admirar».