Los primeros españoles que llegaron a Cuba quedaron sorprendidos al ver "mucha gente que atravesaba sus pueblos, mujeres y hombres, con un tizón en las manos, hierbas para tomar sus sahumerios que acostumbraban". Así lo anotaba Cristóbal Colón en su diario, el 6 de noviembre de 1492, recogiendo lo que le contaron Luis de la Torre y Rodrigo de Jerez, a los que había enviado a explorar el interior de la isla.
Allí fueron agasajados con danzas y festejos, y vieron por primera vez a los indígenas fumando tabaco. Rodrigo de Jerez nunca olvidó esa experiencia. Convertido él mismo en fumador, tras su vuelta a España fue acusado de brujería y encarcelado por la Inquisición: la Iglesia consideraba que solo el diablo podía dar a un hombre el poder de expulsar humo por la boca.

Xilografia del año 1818 en la que se muestra el ritual sintoísta de fumar tabaco.
Xilografia del año 1818 en la que se muestra el ritual sintoísta de fumar tabaco.
Foto: PD
Humo hiopnótico
Los primeros cronistas de Indias también condenaron el uso del tabaco. Gonzalo Fernández de Oviedo, en su Historia general de las Indias, publicada en 1535, nos cuenta: "Entre otras costumbres reprobables, los indios tienen una que es especialmente nociva y que consiste en la absorción de una cierta clase de humo, al que llaman "tabaco", para producir un estado de estupor".
Pocos años antes, fray Bartolomé de las Casas había descrito una imagen parecida en la Apologética historia de las Indias, relacionándola con el poder narcótico y curativo del tabaco: "Tomaban el aliento y humo para sí una y dos y tres y más vezes hasta que quedaban sin sentido gran espacio o adormidos de un grande y muy pesado sueño [...]. Sé que algunos cristianos lo usan, en especial algunos que están tocados por el mal de las bubas [sífilis], porque dicen los tales que aquel tiempo que están así transportados no sienten los dolores de su enfermedad".
'Tomaban el aliento y humo para sí una y dos y tres y más vezes hasta que quedaban sin sentido gran espacio o adormidos', contaba De las Casas.

Bajorrelieve encontrado en Palenque en el que puede verse al dios "L" fumando.
Bajorrelieve encontrado en Palenque en el que puede verse al dios "L" fumando.
Foto: Cordon Press
Los colonos españoles, que consideraban el tabaco como un excelente remedio contra ciertas enfermedades, lo incorporaron a sus costumbres independientemente de su valor medicinal. Por su parte, los misioneros también se dejaron tentar por el tabaco, en su caso para congraciarse con la cultura autóctona.
MEDICINA, PLACER, MODA
El tabaco no tardó en introducirse en Europa a través de España. Considerado primero como una planta ornamental, solo lo consumían los marineros y los habitantes de los barrios portuarios; fueron las gentes de mar quienes lo extendieron por los cinco continentes. Consumían tabaco de humo o mascado, elaborado con hojas de tabaco desecadas anárquicamente. Su olor y desagradable sabor explican el escaso favor que se dispensó inicialmente a esta planta.
El tabaco no tardó en introducirse en Europa a través de España. Considerado primero como una planta ornamental, solo lo consumían los marineros.

Un club de fumadores, grabado de Frederick William Fairholt.
Un club de fumadores, grabado de Frederick William Fairholt.
Foto: PD
Todo cambió cuando se propagaron las maravillosas virtudes medicinales del tabaco. El médico sevillano Nicolás Monarde, por ejemplo, cantó las excelencias de la planta americana en su tratado Historia medicinal de las cosas que se traen de las Indias Occidentales y que sirven al uso de la medicina, publicado en 1571. En él consideraba el tabaco eficaz para combatir un sinfín de males: desde piedras del riñón, lombrices, mal aliento, mordeduras y heridas, hasta jaquecas, asma y dolores de parto. Ante tales virtudes, las clases altas se dejaron seducir enseguida por la planta americana.
el sofisticado rapé
Otro personaje clave en la difusión del tabaco fue Jean Nicot, embajador francés en Lisboa en 1560. Nicot presentó la planta en la corte gala de Catalina de Médicis y curó con rapé –tabaco en polvo que se inhalaba por la nariz– las constantes jaquecas de la soberana, la cual se convirtió en una ferviente consumidora del exótico remedio. Los cortesanos siguieron el ejemplo de la reina y los nobles imitaron a los cortesanos, siendo emulados, a su vez, por los burgueses. En honor a Nicot la planta recibió el nombre de donde procede el término "nicotina" con el que se designa el principio activo del tabaco, descubierto en el siglo XIX.
Otro personaje clave en la difusión del tabaco fue Jean Nicot, embajador francés en Lisboa en 1560.
A inicios del siglo XVII, el tabaco, preparado como rapé, dejó de ser un simple remedio medicinal para convertirse en una moda. Sganarelle, el fiel criado del Don Juan de Molière, refleja a la perfección –no sin cierta ironía– la nueva costumbre que se difundía por Francia: "Diga lo que diga Aristóteles, y toda la Filosofía, nada es igual que el tabaco, es la pasión de la gente honesta; y quien vive sin tabaco no es digno de vivir: no solo alegra y purga los cerebros humanos, sino que instruye las almas en la virtud y se aprende con él a ser un hombre honesto". De hecho, Luis XIII consumía en ocasiones rapé, que él mismo mezclaba con ralladura de marfil.
La preparación del rapé se convirtió en un ejercicio de estilo y el estornudo provocado por su inhalación, en un arte. En todo caso, el consumo de tabaco –ya fuese de humo o en polvo– se había propagado lo bastante como para merecer la atención de los autores teatrales del Siglo de Oro español. En Amar, servir, esperar, de Lope de Vega, uno de los personajes, Andrés, declara: "Tabaco de ingenios es, / que los hace estornudar, / treinta toman humo para hablar / y es todo viento después". Y en La villana de Vallecas, de Tirso de Molina, el mesonero detalla a Don Pedro, recién llegado de México, el menú de la cena, asegurando que para concluir sacará "un túbano (puro) de tabaco para echar la bendición".
La preparación del rapé se convirtió en un ejercicio de estilo y el estornudo provocado por su inhalación, en un arte.

Grabado del año 1888 publicado en la revista Harper's Weekly en el que se ve a dos personas esnifando rapé.
Grabado del año 1888 publicado en la revista Harper's Weekly en el que se ve a dos personas esnifando rapé.
Foto: PD
En Inglaterra, que en esta época era enemiga de España, el tabaco se conocía desde la segunda mitad del siglo XVI gracias al saqueo constante de las colonias españolas. Sin embargo, la expansión del consumo del tabaco en tierras británicas se debió a un protegido de la reina Isabel I: el corsario y aventurero sir Walter Raleigh. En 1584 fundó en América del Norte la colonia de Virginia, donde pronto surgieron plantaciones de tabaco para su exportación. Él mismo era un fumador empedernido y defendió las cualidades curativas de la planta ante su soberana. Su pasión por el tabaco llegó al extremo de que, antes de ser decapitado por un delito de traición, pidió como última gracia aspirar tabaco una vez más.
DE LA PROHIBICIÓN A LOS IMPUESTOS
Entretanto, el consumo tabaquero se había disparado por todo el país: en 1618 había en Londres y su entorno centenares de Tobacco Clubs, lugares donde se fumaba, se charlaba y se discutía sobre política. En cuanto al modo de consumo, a finales del siglo XVIII el tabaco de humo en pipa dio paso al rapé, proveniente de Francia.
Los eclesiásticos consumían el tabaco en todas sus modalidades. Introducido en el Vaticano por el nuncio apostólico Santa Croce en 1585, los monjes comenzaron a cultivar la planta en sus huertos para la preparación de remedios médicos. Pero de la medicina al placer solo había un paso, que se dio muy pronto. Tal fue el éxito de este "vicio", que no resultaba infrecuente que los curas desaparecieran de la iglesia para fumar o inhalar a escondidas. Un uso tal vez excusable, ya que, según el franciscano Giuseppe da Convertino, el tabaco libraba a los religiosos de la tentación de la carne.
En 1585, los monjes comenzaron a cultivar la planta en sus huertos para la preparación de remedios médicos.
En poco tiempo, el tabaco ganó tantos adictos que los gobiernos intervinieron para prohibirlo. En algunos Estados alemanes, los fumadores eran castigados con multas y prisión; en Rusia, el consumo por parte del clero se consideró pecado mortal, y en Turquía llegó a amenazarse con la pena de muerte. Otros países, sin embargo, se mostraron permisivos desde principios del siglo XVII, un cambio debido a una nueva virtud que los gobiernos hallaron en el tabaco: el dinero. Gravar un producto tan fuertemente implantado podía reportar pingües beneficios a la hacienda pública, y la represión cedió ante el afán recaudatorio. En 1636, España, que ya había aplicado diversos impuestos sobre el tabaco, estableció el monopolio estatal sobre este producto.

Las cigarreras, cuadro pintado por Gonzalo Bilbao Martínez en 1915. Museo de Bellas Artes, Sevilla.
Las cigarreras, cuadro pintado por Gonzalo Bilbao Martínez en 1915. Museo de Bellas Artes, Sevilla.
Foto: PD
Los beneficios que el tabaco reportaba a los Gobiernos y el placer que proporcionaba a sus adictos hicieron que esta planta americana conquistase a gentes de toda edad y condición. En apenas dos siglos, la pasión por su consumo había hermanado a nobles y plebeyos, ricos y pobres; en los anales de la Humanidad no figuraba ninguna otra costumbre que se hubiera propagado con tanta amplitud y rapidez.