Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El concierto de Año Nuevo de Viena es una de las citas ineludibles de la época navideña y para millones de personas marca el verdadero inicio del año, más aún que las campanadas. Pero la que hoy es una hermosa celebración de la música nació con un propósito muy diferente: celebrar la grandeza de la cultura germana y, más adelante, de la Alemania antisemita gobernada por Hitler.
La orquesta de la élite
La Orquesta Filarmónica de Viena se creó en 1842 como una selección de los mejores músicos del Imperio Austríaco, escogidos entre los miembros de la Ópera Estatal de Viena: formar parte de ella era, pues, un inmenso honor. Para estar a la altura de su estatus se inauguró en 1870 el Musikverein, el edificio que desde entonces es su sede; cuenta con varios auditorios entre los que destaca la Sala Dorada, que aún hoy en día es considerada como una de las salas de conciertos con mejor acústica del mundo.

El Musikverein, sede de la Orquesta Filarmónica de Viena
Foto: iStock / pressdigital
A pesar de su indudable calidad, desde sus inicios la orquesta tuvo un marcado carácter nacionalista: hasta poco antes de la Segunda Guerra Mundial, todos los directores y la mayoría de los miembros fueron de cultura germana; incluso un gran compositor como Gustav Mahler, austro-bohemio pero de orígenes judíos, se convirtió al catolicismo para poder aspirar a dirigir la orquesta, pues era impensable que un judío representara a la flor y nata de los músicos del mayor estado católico de Europa.
La selección de piezas tocadas en los conciertos también priorizaba los compositores de cultura germana y especialmente austríacos, si bien es cierto que dicha elección tenía cierta lógica objetiva: aquella época vio a grandes compositores austríacos, como el propio Mahler o la saga de los Strauss; y el tipo de música que más se apreciaba en la corte, como valses y polcas, procedía en buena parte del propio Imperio Austríaco. Pero otras piezas, como la famosa Marcha Radetzky, tenían una expresión claramente imperialista: el conde Joseph Radetzky, a quien está dedicada, era un veterano militar que había servido primero en el ejército de Napoleón Bonaparte y después en el del Imperio Austríaco, y en ambos había ayudado a someter los estados del norte de Italia al poder imperial.

La Sala Dorada o Sala Grande acoge los conciertos más importantes, entre ellos el de Año Nuevo
Foto: ZUMAPRESS.com / Cordon Press
El gran concierto
Aunque ocasionalmente había dado conciertos de Año Nuevo, no fue hasta 1928 que se estableció como tradición, bajo la batuta de Johann Strauss III, que al contrario que sus parientes mostró más interés en la dirección que en la composición. Esa primera etapa duró solo seis años, pero a finales de 1939 las autoridades decidieron recuperarla; solo que entonces, el panorama político había cambiado drásticamente: Austria ya formaba parte del Tercer Reich y los dirigentes nazis habían aplicado sus políticas antisemitas.
Igual que las demás artes, en el periodo nazi también la música se convirtió en una exaltación del poderío de Alemania. Como todo acto público, el concierto de Año Nuevo pasaba por la aprobación del Ministerio de Propaganda dirigido por Joseph Goebbels, uno de los más íntimos colaboradores de Hitler. Los más afortunados entre los integrantes judíos de la orquesta se exiliaron, mientras que los demás fueron enviados junto con sus familias a campos de concentración.
Por primera y única vez, en 1939 el concierto tuvo lugar el 31 de diciembre en vez del 1 de enero. Sorprendentemente el programa no incluyó ningún compositor alemán, sino solo austríacos – solo un compositor, de hecho, Johann Strauss II. Eso se debe a que, originalmente, se planteó como un homenaje de las tierras austríacas a la Gran Alemania. Sin embargo, las autoridades pronto vieron el potencial del acto: a partir de la edición sucesiva, el concierto se convirtió en un acto benéfico cuya recaudación se destinaba a la Winterhilfswerk, una campaña de ayuda en favor de los alemanes más desfavorecidos. Esta era una gran oportunidad propagandística para el Tercer Reich en un intento de presentarse a sus ciudadanos con una cara amable y a la vez levantar la moral en tiempos de guerra.
Terminada la guerra, también las autoridades y miembros de la orquesta debieron someterse a un proceso de “desnazificación”. Muchos habían estado afiliados a organizaciones vinculadas al nazismo o directamente al propio partido -requisito a menudo necesario para participar en actos oficiales-, entre ellos el famoso director Herbert von Karajan. Este se ganó el despreció de Hitler por un sonado fracaso durante un concierto en honor de los reyes de Yugoslavia y fue apartado de los escenarios; paradójicamente, fue gracias a esta caída en desgracia que pudo continuar con su carrera tras la guerra, y precisamente en Viena.
La tradición del concierto se mantuvo y a finales de los años 50 se estableció su estructura habitual, fijando la costumbre de terminarlo con El Danubio azul y la Marcha Radetzky, aunque estas ya eran piezas habituales del repertorio. En cuanto al programa, la familia Strauss siguió siendo la protagonista absoluta, aunque con la introducción ocasional de otros nombres famosos como Mozart, Schubert – y lo más sorprendente, un italiano como Rossini, que seguramente jamás habría imaginado que su música sonaría en el concierto más importante de Austria.
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