Una vida de aventuras y exploración

Osa y Martin Johnson: Los reporteros de las tierras vírgenes

La vida de Osa Johnson parece sacada de una película de Hollywood y, en cierta manera, lo fue. Junto a su marido Martin, esta pareja de exploradores y cineastas llevó a las pantallas el peligro y la belleza de un mundo salvaje que pronto desaparecería. Escaparon de caníbales, sobrevolaron África en hidroavión y establecieron su propio paraíso en las tierras vírgenes de Kenia.

Osa y Martin Johnson

Osa y Martin Johnson

Martin Johnson

“Toda nuestra vida ha sido una búsqueda de lo inesperado, de lo desconocido, y sobre todo de la libertad. La búsqueda de este tesoro escondido al pie del arco iris, y poco importa si no lo hemos encontrado; buscándolo hemos hecho de nuestra vida la más bella de las aventuras”. Estas palabras, escritas por Martin Johnson en el prólogo de su libro A través de la selva africana, definen la vida que él y su esposa Osa llevaron durante más de 25 años, filmando los pueblos y la naturaleza de un mundo relativamente ajeno a la globalización.

Aunque vivieron esa larga aventura como una unidad, Osa fue siempre la estrella ante la cámara. Los primeros filmes que realizaron tenían un carácter marcadamente cinematográfico y la imagen de una mujer exploradora que se enfrentaba fusil en mano a los peligros de un mundo salvaje causó una profunda impresión. Fue gracias al éxito de estas películas y a la fascinación que Osa despertó entre el público que consiguieron los recursos para reorientar su carrera hacia el cine documental, convirtiéndose en unos precursores del documental etnográfico.

Osa fue siempre la estrella ante la cámara. La imagen de una mujer exploradora que se enfrentaba fusil en mano a los peligros de un mundo salvaje causó una profunda impresión.

Polos complementarios

Osa Helen Leighty nació el 14 de marzo de 1894 en Chanute, una pequeña ciudad de Kansas, y como cualquier chica del Medio Oeste americano en aquellos tiempos, su vida no prometía ser demasiado emocionante. Para sacarla de esa monotonía, en 1910 su amiga Gail Perigo le invitó a ver el espectáculo itinerante en el que participaba, Viaje por los Mares del Sur con Jack London, que llevaba un año de gira por Kansas con un gran éxito. Jack London era un hombre que pasó toda su vida de aventura en aventura: fue desde buscador de oro a corresponsal de guerra, antes de hacerse famoso como escritor. Entre su obra destacan dos novelas que pasarían a la historia de la literatura de aventuras: Colmillo Blanco y La llamada de lo salvaje.

Por aquel entonces, London había regresado de un accidentado periplo por el Pacífico Sur. En esta ocasión le había acompañado un fotógrafo de apenas 20 años llamado Martin Johnson, con una gran pasión por la exitosa industria del cine. Gail los presentó y, aunque en un primer momento parecían ser polos opuestos en cuanto a carácter, Osa se sintió fascinada por las historias que Martin le contaba sobre esas islas “salvajes”, mundos perdidos en medio de un océano que entonces parecía inmenso, especialmente a los ojos de una chica adolescente de la América profunda. Como en una película, la atracción fue casi inmediata y se casaron en mayo de ese mismo año.

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La llamada de la aventura

Su primera aventura no se hizo esperar y, con solo 16 años, Osa salió de la monotonía del Medio Oeste para lanzarse con su marido a una odisea que duraría siete años a través de las islas del Pacífico: con ellos llevaban solo un precario equipo de filmación, algunas armas y menos del mínimo imprescindible que se esperaría de cualquier expedición con esperanzas ya no de llegar a buen puerto, sino de sobrevivir. Pero fue tal vez este equipaje ligero el que les permitió internarse en lo profundo de las selvas donde nunca habían visto a un hombre blanco.

Su primera parada fueron las islas Salomón y, a pesar de la belleza de sus paisajes y el encanto de sus gentes, a Martin eso le parecía “demasiado civilizado” y quería filmar algo más espectacular y arriesgado de todo cuanto hubiera mostrado Jack London. Su entusiasmo se contagió pronto a su esposa: soñadora y seguramente algo inconsciente del peligro, Osa se mostró entusiasta ante la posibilidad de filmar “un verdadero festín caníbal”.

La expedición a la isla de Malekula podría haber sido la última aventura de los Johnson, cuando fueron atacados por una tribu de caníbales y escaparon por muy poco.

Así, empezaron a viajar en barco a islas habitadas por caníbales de donde ningún explorador había regresado y donde incluso los militares británicos tenían muchos reparos en desembarcar. En cambio, el matrimonio Johnson consiguió que esas mismas tribus les mostraran las cabezas cortadas y disecadas que empalaban a modo de trofeos. Pero eso aún no era suficiente y en 1917 se dirigieron a la última etapa de su viaje: la isla de Malekula, habitada por una tribu con una terrible fama, los “big nambas”.

Los Johnson pronto se darían cuenta de su imprudencia: sus guías se dieron a la fuga al percibir las primeras señales de peligro y Martin y Osa se encontraron rodeados por los nativos, liderados por el imponente jefe Nihapat. Pero en lugar de escapar de inmediato, Martin se puso a filmarlos ante el nerviosismo de su esposa, más sensata. Al cabo de pocos minutos se demostró que su intranquilidad estaba justificada, cuando los indígenas les amenazaron con sus lanzas y tuvieron que escapar. Ese podría haber sido el final de sus aventuras de no ser por una patrulla británica que hacía una ronda de vigilancia por la costa de la isla y los salvó in extremis.

'En las islas de los caníbales del Pacífico Sur' causó una gran impresión en el público y les dio la financiación necesaria para embarcarse en el cine documental.

El salto a la fama

El gran riesgo que habían corrido no fue en vano: las imágenes que Martin había captado se convirtieron en su primera película propia, En las islas de los caníbales del Pacífico Sur (1918), que estrenó al año siguiente. El filme causó una gran sensación y Osa en particular, cuyas graciosas intervenciones hacían de contrapunto humorístico a las terroríficas imágenes de los caníbales, causó una gran impresión en el público, para el cual era impensable que una mujer se enfrentara a tales peligros que se asociaban generalmente a aventureros hombres curtidos en mil aventuras.

El enorme éxito les dio la financiación necesaria para embarcarse en un proyecto no tan peligroso pero no menos ambicioso: el documental de naturaleza, una idea que ya llevaba tiempo en su mente desde su periplo por el Pacífico. Con ese objetivo partieron en 1920 hacia Borneo, pero para su decepción pronto descubrieron que el lugar no era el idóneo: la fauna era esquiva y las condiciones ambientales -una selva muy húmeda y con poca luz- hacían muy difícil la filmación con el equipo del que disponían.

Osa Johnson aventuras en la jungla

Osa Johnson aventuras en la jungla

En sus primeros viajes los Johnson adoptaron a dos "mascotas", el gibón Kalowatt y Bessie, una cría de orangután. Kalowatt les acompañó aún en sus aventuras, pero Bessie les causó muchos problemas: destrozaba las habitaciones y en medio de un viaje en barco apretó la alarma de incendios, causando un gran revuelo; y finalmente tuvieron que regalarla al zoo de Nueva York.

Martin Johnson

En cambio, las imágenes de Osa ahuyentando a tiros de rifle las serpientes que se colaban en su casa contribuyeron a aumentar su fama y suplieron la escasez de material: al final, la película se convirtió en una mezcla entre documental de naturaleza y de viajes titulado Aventuras en la jungla (1920). Aunque todavía tenía un tono marcadamente cinematográfico, por aquel entonces era algo muy novedoso y The New York Times lo calificó como “una obra maestra del documental”. Y así llegaron a un hombre que cambiaría para siempre la vida de los Johnson: Carl Akeley.

Hacia la gran África

Carl Ethan Akeley era un veterano de la fotografía de naturaleza y a la vez un experimentado taxidermista que había trabajado para el Museo Americano de Historia Natural, en Nueva York. A sus casi 60 años veía como se le escapaba su sueño de completar la sala africana del museo -cabe recordar que en esa época, la caza de animales salvajes para los museos no se valoraba con los mismos estándares éticos que hoy- y vio en los Johnson la oportunidad de llevarlo a cabo. Sus filmaciones de la fauna de Borneo le habían impresionado y les ofreció un suculento trato: el museo les financiaría una expedición al África oriental para que pudieran filmar documentales, a cambio de que la recaudación de los mismos se dedicara a completar la sala africana.

Los Johnson trabajaron durante 14 años en África con una generosa financiación. Fue su mejor período profesional y la época más feliz de sus vidas.

Para los Johnson, era la oportunidad de su vida: África era el sueño de todo documentalista y la financiación del museo les permitía trabajar con un equipo que nunca habrían podido permitirse por sí mismos. La aventura africana duró 14 años y fue, además de su mejor período profesional, la época más feliz de sus vidas. África, aunque ya tocada por la colonización, conservaba en gran medida su carácter salvaje, una fauna todavía muy abundante y las tribus que, lejos de las ciudades de los colonos, vivían relativamente al margen. Tanto en el documental etnográfico como en el de naturaleza, los Johnson consiguieron las mejores imágenes de su carrera, esta vez con un carácter ya más divulgativo que de entretenimiento.

Si el sello personal en sus primeras películas había sido el tono de peligro y aventura, a partir de entonces dieron un giro hacia un estilo más documental: al fin y al cabo, ahora eran exploradores trabajando para un museo muy importante y no unos aventureros trotamundos. Eso aumentó su prestigio pero no acabó de cuajar entre el público acostumbrado a sus arriesgadas aventuras de juventud, por lo que aprovecharon el filón de Osa vestida de safari como imagen de los carteles y enfrentándose a los animales salvajes a golpe de rifle en algunas secuencias. En una de ellas aparecía matando a un rinoceronte que embestía contra Martin mientras él filmaba: de nuevo, lo que ahora sería muy reprobado en aquel momento le dio fama y respeto. Se encontraban en una situación paradójica en la que capturaban la belleza salvaje de un África destinada a palidecer, mientras contribuían a cultivar una imagen épica que sería la perdición de ese mismo mundo que filmaban.

Osa Johnson rinoceronte

Osa Johnson rinoceronte

Los Johnson compartían el Lago Paraíso con todo tipo de fauna salvaje: felinos, elefantes, rinocerontes y gorilas, entre otros. Esta relación a menudo no fue pacífica, sobre todo por la tendencia de Martin a acercarse demasiado a los animales para filmarlos, lo que provocaba que estos le atacaran.

Martin Johnson / University of Washington

Imágenes desde el paraíso

Sin embargo, la relación de respeto que cultivaron con las tribus locales les permitió llegar hasta lugares en los que ningún explorador blanco había llegado jamás. El más importante de estos fue un recóndito lago a los pies del Monte Marsabit, en el norte de Kenia, un lugar virgen que bautizaron como Lago Paraíso. Lo visitaron por primera vez en 1923 e inmediatamente supieron que habían llegado al lugar que soñaban para sus películas, pero tuvieron que volver a Estados Unidos para preparar su primera película sobre el continente, Siguiendo a los animales salvajes de África (1923). Martin aprovechó la ocasión para visitar a George Eastman, el magnate propietario del gigante de la fotografía Kodak, y lo convenció para que financiara una segunda expedición.

En 1924, los Johnson partieron de nuevo con una expedición incluso más pertrechada que la del museo: Eastman no escatimó en gastos y les proporcionó su mejor equipo fotográfico. Se establecieron en el Lago Paraíso de forma permanente durante los siguientes cuatro años, creando una pequeña población en la que no solo trabajaban sino que cultivaban sus propios alimentos. El matrimonio y en especial Osa, que se encargó de organizar aquel asentamiento al más puro estilo pionera americana, lograron algo impensable hasta entonces: vivir en plena naturaleza con las comodidades de la civilización y, algo aún más extraño a ojos de los occidentales, convivir y comerciar con los nativos en una relación de respeto mutuo. Los africanos llamaban a Martin “Bwana Picture”, el señor de las fotos. El propio Eastman quedó impresionado cuando les visitó para celebrar su cumpleaños e incluso recibieron en 1925 la visita del rey británico Jorge VI y su esposa Isabel.

Osa Johnson avión

Osa Johnson avión

Osa Johnson a bordo de su hidroavión, junto al gibón Kalowatt. Los Johnson realizaron los primeros documentales aéreos y mostraron África de un modo que nunca se había visto antes.

Martin Johnson / George Eastman House Collection

Sus películas, aunque alejadas del estilo aventurero de su juventud, conservaban aún esa fascinación por lo salvaje y el aura de riesgo que les había hecho famosos, ahora reflejados en la fauna africana. Entonces se les ocurrió la idea de mostrar esos animales como nunca antes se había hecho: desde el aire. En 1932 se sacaron sendas licencias de piloto y compraron dos hidroaviones a los que bautizaron como Espíritu de África y Arca de Osa, este último pintado con unas características rayas de cebra. Los cielos se convirtieron en su nuevo espacio de trabajo y en los años siguientes filmaron las primeras imágenes de las inmensas manadas africanas; además, los hidroaviones les daban la libertad de descubrir y aterrizar en lugares remotos a los que no podrían haber accedido de otro modo. El resultado fue Baboona (1935), que se convirtió en el primer documental de naturaleza aéreo y también en la primera película proyectada a bordo de un vuelo comercial, tal fue su impacto.

El éxito les empujó a volver a Borneo para filmarla desde el cielo y cumplir el sueño que años atrás había quedado a medias, el de hacer una película documental sobre las tribus del Pacífico. Entonces ya se había inventado el cine sonoro y, además de contar con un equipo mucho mejor que el de su primera aventura, puedieron filmar los sonidos de los animales salvajes y los gritos y tambores de los nativos: el resultado fue la película que habían soñado más de 20 años atrás, a la que titularon En las profundidades de la jungla de Borneo (1937).

En 1932 se sacaron sendas licencias de piloto y compraron dos hidroaviones. El resultado fue 'Baboona' el primer documental de naturaleza aéreo

El ocaso de una estrella

Pero la felicidad de los Johnson tras alcanzar su apogeo no estaba destinada a durar. En 1937, después de volver de Borneo, se encontraban de gira por Estados Unidos para dar una serie de conferencias. El 12 de enero tomaron un vuelo hacia San Diego, que resultaría ser el último viaje de Martin: el avión se estrelló, llevándoselo a él y dejándola a ella herida pero con vida. Osa nunca se recuperó de la pérdida del hombre con el que había compartido casi toda una vida de aventuras. Nunca volvió a filmar documentales, aunque colaboró como asesora técnica en la película Stanley and Livingstone (1937) sobre los dos famosos exploradores.

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Sin embargo, la fama no la había abandonado y le permitió seguir viviendo de su imagen aventurera, escribiendo libros para niños, participando en una serie de televisión e incluso sacando una marca de ropa y una colección de peluches de animales salvajes. Así conoció a Clark H. Getts, quien se convirtió en su manager y en 1940, su segundo marido. Aunque no tuvo con él la profunda complicidad que le había unido a Martin, le animó a escribir sus memorias Casada con la aventura (1940). Pero a partir de 1946, el recuerdo de su primer marido y los años de aventura que habían compartido la hizo caer en una profunda depresión y en el alcoholismo: se divorció de Getts y se apartó de su familia y amigos, aislándose en su casa y en sus recuerdos. El 7 de enero de 1953 murió de un ataque cardíaco.

Los Johnson dejaban un legado muy importante como pioneros del documental, a pesar de algunas controversias como las imágenes en las que aparecen cazando a animales salvajes. Como escribió Martin, nunca perdieron su espíritu de aventura y el deseo de explorar qué había más allá de las fronteras salvajes y los horizontes aparentemente inexpugnables, y de mostrar al mundo los últimos rincones vírgenes del planeta antes de que desaparecieran.