"Caballeros, esto no es ninguna charlatanería". Con estas palabra se dirigió el cirujano John C. Warren al público que acababa de asistir a la extracción de un tumor en el cuello de un paciente que no había sentido ningún dolor, ya que había sido operado tras inhalar el vapor de éter que le había suministrado el dentista William T.G. Morton. Era el 16 de octubre de 1846, bautizado desde entonces como "el día del éter" y considerado el del nacimiento de la cirugía con anestesia.
Morton no fue el primero en suministrar una sustancia para aliviar o eliminar completamente el dolor. Pero fue el primero que lo hizo delante de la audiencia adecuada, y en el lugar y el momento precisos. Morton había tomado la idea de un colega de Hartford, Horace Welles, que dos años antes ya había realizado la primera intervención indolora registrada, extrayendo una muela a un paciente usando un gas anestésico.

Horace Wells extrajo varias muelas a pacientes anestesiados
El gas de la risa
Todo había comenzado a finales de diciembre de 1844, cuando Gardner Colton, un estudiante fracasado de medicina que se hacía pasar por profesor, llegó a Hartford, una pequeña ciudad entre Boston y Nueva York. Colton dio una conferencia en la que quiso causar sensación mostrando los efectos de un gas, el óxido nitroso, conocido popularmente como gas de la risa.
La primera intervención indolora registrada, la extracción de una muela, se produjo en 1844
En efecto, los asistentes, al inhalarlo, no paraban de reír y se movían con torpeza. Entre el público se encontraba Horace Wells, entonces un reputado dentista local. Viendo que uno de los participantes, tras inhalar el gas, se había golpeado una pierna, le preguntó si se había hecho daño. Cuando el otro negó haber sentido nada, Wells tuvo un relámpago de luz creativa y creyó que ahí estaba la solución para un problema que acuciaba desde hacía tiempo a todos los odontólogos: realizar extracciones sin dolor.
A la mañana siguiente, Wells convenció a Colton para administrarle aquel gas mientras otro colega le extraía una muela del juicio que le molestaba desde hacía tiempo. Tal y como había intuido, la cirugía no generó ningún tipo de dolor. Era el 11 de diciembre de 1844, una fecha para los anales de la ciencia.
Un sonado fracaso
Tras familiarizarse con el uso del óxido nitroso, Wells realizó con éxito varias extracciones indoloras en diversos pacientes. En enero de 1845, exultante, comunicó sus progresos a un antiguo aprendiz, William Morton, que le ayudó en sus investigaciones. Pero cuando ambos fueron a consultar con el químico más prestigioso de la ciudad, Charles T. Jackson, éste consideró el método sumamente peligroso y les desaconsejó su uso.
El dentista de Hartford comunicó sus éxitos a un colega de Boston, William Morton

La fallida intervención de Horace Wells recreada en un grabado de la época.
Wells y Morton no se dieron por vencidos y acudieron entonces a la facultad de Medicina de Harvard. Allí, el doctor John Warren les organizó una demostración en el anfiteatro del Hospital General de Massachusetts, centro universitario del que era cirujano jefe. Todo estaba listo para mostrar los efectos del óxido nitroso ante la comunidad médica, pero la intervención fue un fracaso. El paciente, un joven aquejado de caries, comenzó a bramar de dolor en cuanto le introdujeron el bisturí, quizá porque la dosis utilizada era inapropiada. Pero los estudiantes allí congregados abuchearon a Wells, al que acusaron de charlatán.
Mientras Wells regresaba a Hartford afectado por el fracaso de su demostración, Morton, por su parte, siguió con los experimentos anestésicos, pero empleó otro gas: el éter. Experimentó primer con animales y después con humanos. Tras algunos ensayos que no dieron el resultado esperado, el 30 de septiembre de 1846 utilizó éter sulfúrico para extraer de forma indolora un molar a Eben Frost, un músico bostoniano.

Inhalador de éter usado por Morton.
Dos semanas más tarde había concertado una nueva cita con el doctor Warren, que a la postre sería la definitiva. El escenario sería el mismo del fiasco de Wells, el anfiteatro de la facultad de Medicina. Cuando Morton llegó, el joven Gilbert Abott, que tenía un tumor congénito en el cuello, estaba maniatado y había una gran expectación entre los asistentes. El odontólogo le dio a inhalar el éter y al cabo de unos minutos le dejó inconsciente. Warren llevó a cabo la operación sin ningún sobresalto. Desde entonces, se recordaría ese día como el de la invención de la anestesia, eclipsando el logro anterior de Horace Wells.

Éter para ser usado como anestésico en un bote de princpios del siglo XX.
Un triste epílogo
Cuando vio que el Congreso no le concedía ninguna recompensa por su descubrimiento, Morton intentó patentar un brebaje que, afirmaba era la fórmula de su anestesia. Pero al ver que el único producto realmente anestésico de esa mezcla era el éter, nadie pagó por él.
Peor le fue a Wells. El dentista de Hartford sufrió una fuerte depresión tras su fracaso en 1845. Más adelante continuó sus experimentos anestésicos, pero esta vez usando cloroformo, una sustancia mucho más potente a la que se volvió adicto. Afectado por el éxito de Morton, que según él le había robado la gloria, y por sus experimentos, en 1848 Wells fue detenido por arrojar ácido a unas prostitutas y se suicidó cortándose las venas después de anestesiarse con cloroformo.