Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Entre los muchos mitos sobre la Edad Media, uno de los más populares es el que afirma que durante aquella época la Iglesia promovió la matanza de gatos por considerarlos agentes del Diablo. Esto, a su vez, habría facilitado la propagación de la peste negra por parte de las ratas. La realidad, sin embargo, es muy distinta: ningún papa ordenó el exterminio de los gatos y, según un estudio reciente, el número de gatos se mantuvo estable e incluso pudo crecer durante aquella época.
¿A qué se debe esta falsa creencia? ¿Qué problema tenía, supuestamente, la Iglesia con los gatos y en particular con los de color negro? ¿Y que es lo que sucedió en realidad? Sorprendentemente, un mito tan popular tiene su origen en un solo fragmento de una bula papal enviada a una única ciudad en toda Europa.
Un inquisidor con mucha imaginación
El responsable original de este supuesto odio a los gatos fue Conrado de Marburgo, un clérigo de la ciudad homónima en Alemania, por entonces parte del Sacro Imperio Romano. Ejerció como inquisidor a principios del siglo XIII y rápidamente se ganó una fama terrible por su crueldad: consideraba cualquier acusación como una prueba de herejía, torturaba a los acusados y no atendía a ningún razonamiento para probar su inocencia. Quienes caían en sus manos solo podían arrepentirse de sus supuestos pecados y confiar en que les perdonase la vida, al precio de denunciar a supuestos cómplices para que el inquisidor pudiera perseguirlos también.

Konrad von Marburg
Conrado de Marburgo en el detalle de una vidriera de la iglesia de Santa Isabel (Marburgo).
Foto: McLeod (CC)
Una de sus obsesiones era la persecución de las sectas satánicas que, a su entender, proliferaban por todo el imperio. Tanto era así que, cuando el papa Gregorio IX fue elegido en 1227, le escribió una serie de cartas en las que denunciaba los supuestos ritos satánicos que realizaba una secta luciferina de Maguncia. Los describía con gran número de detalles, algunos totalmente inverosímiles, seguramente con la intención de asustar al papa para que considerase cuán necesario era su trabajo como inquisidor. En una de estas cartas describe un rito iniciático de la secta: después de un banquete, aparece la estatua de un gato negro con la cola erguida, que cobra vida y se pone a caminar hacia atrás; los asistentes, entonces, le besan las nalgas y después se entregan a una orgía.
Al margen de cuánto se creyese las detalladas descripciones de Conrado de Marburgo, el papa pensó cuanto menos que la amenaza de la herejía existía. En 1233 publicó la bula Vox in Rama, dirigida al rey alemán Enrique VII, en la que le ponía en guardia sobre las supuestas actividades heréticas que se realizaban en Maguncia y reproducía las cartas del inquisidor; el rey, a su vez, la envió a las autoridades de la ciudad. Pero ni la bula, ni el papa, ni el propio inquisidor pedían en ningún momento exterminar a los gatos.

Gatos manuscritos medievales (1)
Gatos en un bestiario del siglo XIII. Los gatos aparecen muy a menudo en los manuscritos medievales, lo que no hace pensar que fueran animales denostados.
Foto: Bodleian Library (CC)
La ausencia de gatos no favoreció la peste negra
Resulta bastante inverosímil imaginar que dicha bula, que además fue enviada solo a Maguncia o, como mucho, a otros territorios bajo la jurisdicción de Enrique VII, diera origen a una matanza generalizada de gatos en toda Europa hasta el punto de diezmar su población. Más extraño aún sería que tuviese relación con la peste negra: esta se produjo más de 100 años después de la publicación de Vox in Rama y, además, la epidemia causó estragos también en los territorios no sujetos a la autoridad del papa, como el Imperio Bizantino, Egipto y Asia.
Los gatos no fueron perseguidos durante la Edad Media, al contrario: su popularidad como mascotas creció.
Ningún registro histórico da fe de que se produjeran persecuciones de índole religiosa o de otro tipo contra los gatos durante la Edad Media europea. Más bien era al contrario: cuando una ciudad sufría una plaga de roedores la solución habitual era traer gatos y soltarlos por las calles para que acabaran con el problema. Además, mantenían a raya a los animales que dañaban los cultivos y no eran caros de mantener, ya que al contrario que los perros, cazaban su propio alimento. La persecución de gatos durante la Edad Media tiene algo de verdad, pero de forma puntual y por razones distintas: el hambre. Durante las hambrunas y especialmente los asedios a las ciudades, cuando la comida empezaba a escasear, los gatos callejeros eran cazados como alimento.
También eran apreciados como animales de compañía desde hacía siglos y esto no cambió a raíz de las cartas delirantes del inquisidor alemán. Es más, un estudio reciente sobre la expansión del gato doméstico por Europa apunta a que la popularidad de estos animales como mascotas se mantuvo e incluso creció durante el Medievo. Para desmentir del todo su supuesta asociación con el Diablo, basta decir que incluso en los monasterios solía haber gatos, como demuestran las manchas de tinta con forma de pata encontradas en las páginas de algunos manuscritos: una prueba de que su manía de pasearse por encima de los objetos de sus dueños viene de lejos.