Pocas figuras japonesas evocan una imagen tan definida como la del ninja: el espía y asesino sigiloso embozado de negro, entrenado en una remota fraternidad secreta en villas ocultas en las montañas, invisible y escurridizo como una sombra, capaz de acabar con sus enemigos y escabullirse antes de que nadie llegue a saber qué ha ocurrido.
Sin embargo, esta imagen de los ninjas es en buena parte resultado de la recreación que se hizo de ellos durante el período Edo (1603-1868), por obra de autores que hicieron una descripción idealizada y en parte fantasiosa de esos combatientes. Es la imagen que la literatura, el cómic y el cine han universalizado y convertido en un icono. Los ninjas reales estuvieron activos en las épocas anteriores, caracterizadas por las constantes guerras entre clanes nobiliarios, y fueron bastante distintos.
En japonés, el término ninja, escrito con caracteres que también se podían leer shinobi no mono, significa «los que se ocultan». Se aplicaba a combatientes que actuaban en secreto, como, por ejemplo, en un ataque nocturno. Cabe señalar que el término no se usaba habitualmente como sustantivo, esto es, para referirse a un grupo especial de guerreros, sino más bien como adjetivo. Se hablaba así de «ataque ninja» o «ataque shinobi» para referirse a un ataque furtivo o por sorpresa, realizado generalmente por un grupo de guerreros escogidos que lograba imponerse a fuerzas mucho mayores. El repertorio ninja incluía técnicas de infiltración y sabotaje, así como estrategia y guerra de guerrillas.

castillo de Matsumoto
El castillo de Matsumoto, construido en el siglo XVI, está concebido como una auténtica fortaleza.
Foto: Alamy / ACI
Combatientes sigilosos
Las acciones shinobi eran a menudo sensacionales y dejaron largo rastro en la historia. Fue a partir de ellas como se acabó cimentando la legendaria reputación de los ninjas como guerreros de élite invisibles capaces de derrotar a ejércitos enteros.
En realidad, los ninjas no existían como cuerpo bélico diferenciado. Para imponerse a sus enemigos, los señores feudales recurrían a un amplio abanico de agentes. Entre ellos pueden mencionarse los teisatsu o exploradores encargados de recabar información en secreto; los kisho o guerrilleros enviados a atacar puntos débiles como rutas de suministro, reductos o patrullas; los koran, agitadores que debían infiltrarse en provincias enemigas y captar a descontentos y sembrar el malestar, o los kancho, espías que recababan información útil.
Muchas veces se empleaba en estas tareas simplemente a individuos prescindibles captados para la ocasión, pues actuar como ninja a menudo era una tarea, no una especialización. Si era necesario sembrar el caos en la retaguardia enemiga, se podía emplear a desertores o bandidos, como los que formaban parte de las akutô («bandas malvadas») que acompañaban a los ejércitos para participar en el botín. Un sacerdote los describía en 1348 diciendo que «se vestían de la manera más peculiar, vestían kimonos de color del caqui y sombreros de paja […]. Nunca se enfrentaban directamente a nadie, sino que se escabullían con aljabas de bambú a la espalda. Al cinto llevaban largas espadas con empuñaduras y vainas sin adornos, y en las manos no sostenían nada más que armas afiladas fabricadas con bambú o madera dura. Ni siquiera portaban corazas u otra clase de armadura. En grupos de diez o veinte se retiraban a sus reductos y se enfrentaban allí al enemigo o se aliaban con él sólo para traicionarlo luego, no prestando ningún cuidado a los acuerdos o las promesas. Les encantaba el juego de toda clase y eran especialistas en robar escabulléndose furtivamente entre el gentío».
Para las labores de espionaje se recurría a informantes que se hacían pasar por peregrinos o monjes itinerantes para informarse allende las fronteras, cuando no por sacerdotes de un templo que debían tomar nota de las informaciones que les confesaban los peregrinos. El señor feudal Takeda Shingen (1521-1573) llegó a tener un servicio de espionaje integrado por agentes que se hacían pasar por monjes y sacerdotisas.

wakizashi
No existía un «arma ninja» específica. Los samuráis portaban sus características katanas, mientras que los hombres empleados como espías llevaban armas permitidas a los plebeyos durante los viajes, como los wakizashi (sables cortos) o las hoces campesinas.
Foto: Bridgeman / ACI
Ninjas samuráis
Cuando debían llevarse a cabo ataques precisos contra el enemigo para minar sus capacidades no bastaban mercenarios, sino que se empleaban guerreros entrenados y leales, samuráis formados en las sutilezas y estratagemas de la guerra. Los samuráis eran adiestrados desde la infancia en diversas artes marciales, pero también en tratados de estrategia, entre los que se contaba el célebre Arte de la guerra de Sunzi.
Estos tratados englobaban materias relacionadas con la guerra, desde la logística a la táctica, la administración o el espionaje; según Sunzi, la batalla debía ser la última opción, que el general sabio sólo debía librar contra un enemigo que ya se encontraba derrotado estratégicamente. Ello requería el conocimiento del enemigo mediante el espionaje y la erosión de sus capacidades mediante la guerrilla, los asaltos nocturnos, las emboscadas a sus suministros o los ataques por sorpresa. Esto explica que muchos samuráis estuvieran familiarizados con la guerra no convencional.
Un ejemplo de samuráis empleados en acciones ninja se encuentra en un episodio de 1541, cuando Tsutsui Junshô atacó el castillo Kasagi y un grupo de guerreros penetró en secreto en la fortaleza y le prendió fuego antes de retirarse. De modo parecido, en 1584 Ikeda Nobuteru hizo que sus mejores samuráis cruzaran el río Kiso en barcas en mitad de la noche para acercarse en silencio al castillo de Inuyama, para penetrar en él a través de una puerta fluvial de la muralla. En 1600, un samurái de renombrada habilidad en las artes ninja se infiltró en un campamento enemigo, de donde tomó el estandarte, que se llevó consigo y colgó en su castillo como silencioso aviso de sus habilidades.

Shuriken
Shuriken, estrella lanzada como proyectil por los ninja.
Foto: Bridgeman / ACI
El nacimiento de la leyenda
Desde el siglo XVII, en el Japón pacificado por los shogun Tokugawa, dejó de haber espacio para las gestas militares de los guerreros feudales. A cambio, aparecieron muchos autores que recordaban ese pasado heroico idealizando a sus protagonistas. Así, los herederos de los ninjas codificaron en tratados sus supuestos talentos en el llamado ninjutsu o «arte de la furtividad», con el cual reivindicaban la utilidad de sus samuráis como informantes o guardia de élite del shogun.
Uno de ellos fue el de Fujibayashi Yasutake, maestro ninja del siglo XVII, quien refería a los samuráis que actuaban como ninja o shinobi denominándolos shinobi no samurai o ninshi no samurai, esto es, «guerreros que se ocultan». Según Yasutake, «para derrotar a las mayores fuerzas del enemigo empleando tan sólo un número pequeño de efectivos y derrotando a los más duros y fuertes es mejor hacer uso de la flexibilidad y la adaptabilidad, y nada es mejor que el uso de shinobi para esto». La figura del ninja se difundió así en la literatura, el teatro y las artes plásticas, hasta que en la imaginación japonesa se convirtió en un superhéroe de la época feudal.
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ninjas 2
Un samurái vestido de negro se esconde a lo ninja para matar a un terrorífico babuino. Escena de una obra de teatro kabuki. Grabado del siglo XIX.
Foto: AKG / Album
Invisibles, pero no vestidos de negro
La imagen del ninja embozado en su característico «pijama negro» es inconfundible. En realidad, este atuendo procede de operarios del teatro japonés vestidos de negro y conocidos como kuroko, que se movían tras los actores para que los espectadores no reparasen en ellos mientras se representaba la obra. En determinado momento, el uniforme se asoció con la invisibilidad y los ninjas se representaron vestidos de este modo para sugerir que no eran visibles. Su apariencia real, sin embargo, era más ordinaria: el Shoninki, un tratado ninja del siglo XVII, incluía la recomendación de vestir ropas de color marrón, rojo oscuro, negro o azul oscuro, que eran colores comunes; llegado el caso, también podía usarse un paño oscuro para cubrir la cara y tinta sobre la piel.
Este artículo pertenece al número 204 de la revista Historia National Geographic.