Un monstruo que destruía navíos

El narval, unicornio marino del Renacimiento

En el siglo XVI se difundió la creencia de que en aguas del Ártico había unicornios marinos que atacaban a los navíos, hasta que los científicos comprendieron que eran narvales, un animal con un cuerno en su parte delantera.

Un curioso cetáceo

Un curioso cetáceo

La verdadera naturaleza del narval tardó tiempo en conocerse. Esta imagen reproduce un grabado de Archibald Thornburn para la obra Mamíferos británicos, de 1920.

Foto: Bridgeman / ACI

Cuando en 1593 Cornelius de Jode publicó en Amberes su famoso atlas Speculum orbis terrarum, dibujó sobre los mares cercanos al polo Norte un extraño animal: un caballo con cola de pez y un largo cuerno en la frente. Unas décadas antes, una imagen muy parecida había aparecido en un mapa de Escandinavia publicado por el sueco Olaus Magnus, quien describía el extraño ser como "un monstruo marino con un gran cuerno en la frente, con el que embiste los navíos que le salen al paso y los hunde. La bondad divina ha querido que sea una bestia tarda y muy lenta, de suerte que los marinos al verla pueden escapar fácilmente".

En el imaginario medieval existía una criatura de características similares a este monstruo: el unicornio. Compuesto por cuerpo de caballo, cabeza de cabra, cola de león, patas de toro y un largo cuerno que sobresalía de su frente, se creía que era una bestia feroz que vivía en la India. Prueba irrebatible de su existencia eran los cuernos de unicornio que empezaron a circular por Europa desde el siglo XII aproximadamente. Se vendían a precios elevadísimos y eran muy valorados por sus propiedades mágicas, en particular la de curar cualquier enfermedad y neutralizar el veneno vertido en las bebidas.

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La ciencia del unicornio

Siempre se había considerado que el unicornio era un animal terrestre, pero ¿podía haber unicornios marinos? En el siglo XVI, algunos empezaron a fijarse en el hecho de que los supuestos cuernos de unicornio se hallaban más fácilmente en los países de la Europa atlántica. Por su parte, los navegantes aseguraban haber visto animales marinos semejantes en aguas de América del Norte. Esto explicaría la referencia de Olaus Magnus al monstruo marino que él llamaba monoceros, esto es, "unicornio". Lo mismo pensó el navegante inglés Martin Frobisher cuando, en el viaje que en 1577 hizo por aguas de América del Norte, entre Groenlandia y Canadá, encontró "un pez muerto, que llevaba sobre su nariz un cuerno recto y enroscado, de 1,80 metros de longitud [...]. Dedujimos que se trataba de un unicornio de mar". Frobisher se trajo consigo el cuerno y lo regaló a la reina Isabel de Inglaterra, quien, encantada, lo hizo adornar con joyas.

Monstruo marino con un cuerno en la frente, como los de los unicornios. Grabado francés del siglo XVI.

Monstruo marino con un cuerno en la frente, como los de los unicornios. Grabado francés del siglo XVI.

Foto: Granger / ACI

En los años siguientes, el aumento de expediciones al Ártico hizo que se sucedieran los hallazgos y ello indujo a los estudiosos a analizar a fondo la cuestión. Se considera que el médico danés Ole Worm fue el primero en afirmar, en una obra publicada en 1638, que los cuernos como los que había traído Frobisher no pertenecían al fantástico unicornio de mar, sino a un animal marino real: el narval. En 1676, el médico alemán Paul Ludwig Sachs dedicó al tema un extenso tratado, titulado Monocerologia, "La ciencia del unicornio".

En el siglo XVII el danés Ole Worm apuntó que ciertos restos encontrados pertenecían a un animal marino real que nada tenía que ver con el unicornio.

En efecto, el narval, una ballena emparentada con la beluga, es la inspiración del imaginario unicornio marino. Cuando son adultos, los narvales pueden llegar a medir hasta cinco metros de longitud y viven mayoritariamente en las frías aguas árticas de Canadá, Groenlandia y Rusia. De estas zonas procedían los supuestos cuernos de unicornio que circulaban por la Europa medieval. Los inuit cazaban los narvales y los daneses se encargaban de comercializar los cuernos.

Un colmillo gigante

El impresionante apéndice que sale de la nariz del narval ha constituido durante largo tiempo un enigma para los científicos. Hoy sabemos que ese "cuerno" es en realidad un colmillo que ha ido creciendo exageradamente y que sólo está presente en los machos adultos. Para los narvales es un elemento imprescindible que garantiza su supervivencia en el Ártico, no como defensa sino por sus funciones sensoriales: con más de diez millones de conexiones nerviosas, el colmillo del narval puede detectar cambios en la temperatura, la salinidad y las partículas del agua.

Colmillo de narval entre otros objetos singulares de un gabinete de curiosidades del siglo XIX.

Colmillo de narval entre otros objetos singulares de un gabinete de curiosidades del siglo XIX.

Foto: Bridgeman / ACI

Aun después de desligarse del unicornio mitológico, el colmillo de narval siguió siendo un objeto de deseo: el rey Federico III de Dinamarca (1648-1670) mandó construir un nuevo trono para su corte ornamentado con cincuenta pequeñas columnas hechas con trozos de colmillo de narval, como hoy puede aún verse en el castillo de Rosenborg, en Copenhague. En particular, el polvo de colmillo de narval siguió estando presente en las farmacopeas europeas hasta entrado el siglo XVIII como remedio infalible para curar dolencias y depresiones. Y hasta el nombre científico de la especie del narval, Monodon monoceros ("un diente, un cuerno"), remite al mítico unicornio que fascinó a los hombres del Renacimiento.

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