Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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Cuando Napoleón Nonaparte murió en la isla de Santa Elena, el 5 de mayo de 1821, se le realizó una autopsia en la que, entre otras cosas, se determinó la causa del fallecimiento: cáncer de estómago. Años más tarde, cuando su cuerpo fue trasladado a Francia, se observó que estaba extrañamente bien preservado, por lo que se realizó un segundo examen forense y se le tomaron muestras de cabello. Los resultados mostraron niveles insólitamente altos de arsénico, lo que podría explicar el buen estado del cuerpo, pero levantó de inmediato la sospecha de que Napoleón había sido envenenado por sus captores ingleses.
El rumor encontró eco en el presitigioso diario The Times, el cual anteriormente ya había insinuado que el gobierno británico estaba intentando acelerar la muerte del ex-emperador manteniéndolo en unas condiciones de vida deplorables. Las insinuaciones no carecían de fundamento, ya que incluso Hudson Lowe, el oficial al cargo de vigilar a Napoleón en su residencia de Longwood House, remitía a sus superiores las continuas quejas del servicio por el frío y la humedad de la casa.

Longwood House
Longwood House, la casa donde vivió Napoleón durante su exilio en Santa Elena.
Foto: David Stanley (CC)
El pigmento asesino
Desde entonces, sobre la muerte de Napoleón ha planeado la sospecha del envenenamiento. Y la verdad es que, ciertamente, fue envenenado, aunque no del modo que se creía: fue un accidente y, lo que resulta más irónico, fruto de una decisión del propio Napoleón. El agente asesino era ni más ni menos que el pigmento con el que estaban pintadas las paredes de varias habitaciones.
Se trataba de un pigmento llamado verde de Scheele, en honor al químico que lo inventó, Carl Wilheim Scheele. Químicamente hablando se trata de arsenito de cobre, un compuesto que contiene arsénico, elemento cuya toxicidad aún se subestimaba en los tiempos de Napoleón. Con el tiempo se ha sabido que este pigmento era altamente tóxico, a causa del desprendimiento en el aire de las partículas de arsénico, que respiraban los habitantes de la casa. La exposición regular a este elemento incrementa el riesgo de padecer varias enfermedades, entre las cuales el cáncer de estómago del que murió Napoleón.

Verde de Scheele
"Mujer brodando", óleo por el pintor Georg Friedrich Kersting, en el que se muestra el verde de Scheele.
Foto: Kuntshalle Kiel (CC)
Lo más trágico del asunto fue que la decisión de pintar la casa con verde de Scheele fue del propio Napoleón, puesto que ese era su color favorito. Existían, por supuesto, otros pigmentos verdes, pero el de Scheele era muy usado en aquella época porque era muy duradero y tardaba mucho en decolorarse. Hacia 1860 se demostró que era tóxico y aun así tardó todavía muchos años en desaparecer del mercado.
Pero seguramente el pigmento no fue el único agente asesino: debido al clima húmedo de la isla de Santa Elena, es muy probable que las paredes de la casa fuesen un nido de hongos. Estos, en combinación con ciertos compuestos de arsénico como el del verde de Scheele, liberan arsano, un gas altamente tóxico que es absorbido por el tracto gastrointestinal, resultando en un envenenamiento prolongado. Debido a que Napoleón, en los últimos años de su vida, pasaba cada vez más rato encerrado en su habitación, estaba respirando continuamente aire envenenado. Meses antes de su muerte, empezó a mostrar síntomas evidentes del envenenamiento – como una sed inusual – que, finalmente, lo llevó a la tumba.