Oficinas a la vieja usanza Hasta las últimas décadas del siglo XIX, el trabajo administrativo solía tener lugar en el mismo espacio en el que se desarrollaba la actividad principal del negocio: el jefe o dueño de una fábrica, los trabajadores administrativos y los obreros acudían al mismo edificio a desarrollar su trabajo. Por otro lado, éste se dividía en un pequeño número de categorías: contables, copistas y recaderos eran las principales. En esta fotografía de 1903 vemos una oficina típica de una empresa manufacturera, Leland & Falconer, radicada en Detroit y dedicada a fabricar motores de automóvil. En la imagen aparecen directivos, ingenieros, contables y quizás un joven recadero o aprendiz. El mobiliario consiste en amplias sillas y butacas, y escritorios de madera artesanales con un gran número de cajones y compartimentos que contrastan con la simplicidad de las mesas de trabajo de las oficinas de estilo moderno. Rascacielos y oficinas: una historia común El desarrollo de los ascensores y la utilización del acero estructural permitieron la construcción de los primeros rascacielos, que como el Flatiron, erigido en Nueva York a principios del siglo XX, albergaron las cada vez más grandes oficinas de las empresas más importantes. Un gigante del capitalismo El Park Row Building, otro de los primeros rascacielos de Nueva York, acogía a unos 4.000 trabajadores en 950 oficinas. Fue el edificio de oficinas más alto del mundo entre 1899 y 1908. Estos enormes rascacielos se convirtieron en el símbolo del capitalismo estadounidense. La ruptura de las barreras físicas Uno de los adelantos tecnológicos fundamentales de esa época fue el teléfono, que permitió la separación física entre los establecimientos agrícolas, fábricas y almacenes y las oficinas donde se gestionaba la venta de los productos allí elaborados y custodiados. Cientos de empleados trabajando en el mismo lugar Las empresas se dividieron en oficinas regionales, y éstas en departamentos, lo que implicó que tuvieran que emplear a una importante cantidad de trabajadores administrativos que actuaban en esferas específicas y eran coordinados por diferentes directores. Esta fotografía muestra las instalaciones de la empresa chocolatera Rowntree factory, en Inglaterra. Oficinas masificadas Dentro de esas enormes oficinas, los trabajadores de "cuello blanco" –llamados así por la camisa blanca que era su uniforme de trabajo, en oposición al "cuello azul" de los obreros fabriles– se convirtieron en una fuerza laboral de primer orden. Si en 1890 unas 750.000 personas trabajaban en oficinas en EE. UU., en 1910 la cifra se acercaba a los 4,5 millones. La organización jerárquica del trabajo en la oficina se trasladó visualmente al espacio laboral. Mientras que los directivos contaban con sus propios despachos, los empleados se disponían en cubículos o pequeños escritorios estandarizados, colocados en espacios abiertos. La disposición de los empleados también facilitaba su vigilancia por parte de sus superiores, como se observa en esta fotografía de una oficina de Washington hacia 1915. Más luz, más trabajo La bombilla, comercializada desde 1879, permitió expandir la jornada laboral de los empleados de oficina más allá de las horas de luz natural. Oficinas como la de la alemana de la fotografía jugaban con ambas fuentes de iluminación para facilitar el trabajo en ellas. Tecnología en la oficina El trabajo en las oficinas se basó en una nueva tecnología que agilizó las labores diarias. Al fondo de esta fotografía de una oficina de EE. UU. hacia 1905 se ven archivadores verticales de documentos, un sistema de almacenamiento desarrollado en la década de 1890 que permitió almacenar grandes cantidades de papel a la vez que facilitaba el acceso a cada documento individual. En primer plano aparecen otros dos aparatos ofimáticos: un dictáfono, que servía para grabar y reproducir mensajes de voz (como una carta dictada) sobre un cilindro de cera (el primer modelo data de 1886), y una máquina de sumar del modelo patentado por Burroughs en 1888. La máquina de escribir: un punto de inflexión La máquina de escribir fue uno de esos inventos fundamentales: la escritura a máquina sustituyó a la manual desde 1870 y definió el nacimiento de la oficina moderna. Su uso se extendió como la pólvora en la década de 1880, ya que permitía generar documentación de forma mucho rápida y eficaz. Sala de tubos neumáticos El progreso tecnológico generó a la vez nuevas necesidades de empleo. Es el caso de los complejos sistemas de tubos neumáticos como el que aparece en la fotografía (perteneciente a la Oficina General de Correos de Londres), que conectaban los distintos niveles de las grandes oficinas y permitan que el creciente flujo de papeleo se moviera velozmente entre los departamentos que lo gestionaban. Las mujeres irrumpen en la oficina Los nuevos puestos de trabajo generados por adelantos tecnológicos como los tubos neumáticos y, sobre todo, la máquina de escribir ofrecieron una oportunidad histórica para las mujeres: precisamente por su novedad, no habían sido asignados tradicionalmente a los hombres y podían ser ocupados por ellas. Las mujeres eran, en 1880, apenas el cinco por ciento de los trabajadores de oficinas en EE. UU., mientras que en 1920 ya constituían la mitad. Mecanografiar: un trabajo feminizado Se consideraba que las mujeres eran especialmente aptas para el trabajo de mecanógrafa, ya que implicaba tener manos finas y una buena destreza manual que según los estereotipos de género se atribuían a la esfera femenina. La imagen sobre estas líneas muestra a la señorita Fowden, mecanógrafa, en su lugar de trabajo en 1935. El escalafón más bajo En la jerarquía laboral de las oficinas, las mujeres solían ocupar los niveles inferiores. Peor pagadas que los hombres, desempeñaban puestos asistenciales, como los de secretaria, mecanógrafa o telefonista. En 1920, el 92 por ciento de mecanógrafos en EE. UU. eran mujeres, como la que vemos en esta fotografía de 1921. Este trabajo era repetitivo y monótono. La protagonista de la novela The Job (1917), de Sinclair Lewis, se desesperaba por tener que redactar "listas y cartas, una y otra vez, sentada ante su máquina de escribir hasta que le dolían los hombros y se le empañaba la vista". A pesar de todo, las empleadas administrativas gozaban de un mayor estatus social que las obreras fabriles, las criadas o las dependientas. La mujer como secretaria Las mujeres eran también especialmente demandadas como secretarias porque se consideraba que éste era un papel equivalente al de la esposa en el hogar: requería de paciencia, comprensión y altas dosis de organización. Esta posición subordinada facilitaba el acoso sexual de sus compañeros y superiores. Una guía para secretarias publicada en 1919 afirmaba que debían "aprender a no ver esa mirada demasiado ferviente, a no sentir esa mano que se apoya sobre la suya". Este artículo pertenece al número 233 de la revista Historia National Geographic.