La reina Min se miraba en el espejo mientras su sirvienta se afanaba en componer su complicado peinado. Sabía que se encontraba en peligro; los japoneses nunca le perdonarían sus desplantes. Vendrían a por ella, y no tardarían mucho. Suspiró profundamente y pensó en su vida y en sus obras, aún por finalizar. Tal vez caerían en el olvido. Tal vez su país acabaría cayendo en manos niponas. Era lo que más temía. De pronto, un escándalo procedente del pasillo la sacó de su ensimismamiento. Su sirvienta dejó caer las agujas que estaba colocando en el cabello de su señora y la miró aterrada. Ya estaban aquí. Había llegado la hora... La que tras su muerte sería conocida como emperatriz Myeongseong fue, entre 1866 y 1895, la influyente y poderosa soberana de Corea. Conocida popularmente como reina Min por el nombre de su familia, esta mujer reinó en una época en la que las mujeres debían permanecer en silencio mientras sus esposos, hijos o nietos gobernaban. Pero Min era distinta. Con una gran visión de Estado, la reina había emprendido una colosal tarea de modernización de su país que acabaría costándole muy cara.
Una amenaza potencial
Nacida en una familia aristocrática, se cree que el nombre de la futura reina era Min Ja Yeong. La joven fue educada por su madre tras la muerte prematura de su padre, Min Chi-rok. Su privilegiado intelecto atrajo rápidamente la atención de su tía, Yeoheung Budaebuin, que por aquel entonces era la esposa del príncipe regente Heungseon Daewongun (partidario de mantener una buena relación con el poderoso Imperio Meiji de Japón) y madre del rey niño Gojong, perteneciente a la dinastía Joseon. La dama Yeoheung enseguida pensó en Min como la esposa ideal para su hijo. La elección de Min como futura esposa real agradó también al regente, puesto que reunía las cualidades que se pretendían en una futura reina: era noble, estaba sana y gozaba de una buena figura. La boda tuvo lugar en el mes de marzo de 1866 cuando Min contaba dieciséis años y el rey Gojong, quince.
La elección de Min como futura esposa real agradó al regente puesto que reunía las cualidades que se pretendían en una futura reina: era noble, estaba sana y gozaba de una buena figura.

Supuesto retrato de la reina Myeongseong realizado alrededor del año 1895.
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Durante la ceremonia, y debido a la delgadez y aparente fragilidad de la nueva soberana, un asistente especial tuvo que sostener la pesada peluca que la pobre Min debía portar sobre su cabeza durante todo el ritual. Tras convertirse en reina, de Min se esperaba lo que era habitual en una consorte: que se preocupara tan solo de organizar ceremonias del té para la realeza y la nobleza, y que permaneciese junto a su esposo el rey mientras este tomaba las decisiones importantes de gobierno. Pero en seguida el regente Daewongun se dio cuenta de que su joven nuera no estaba muy dispuesta a cumplir con lo que tradicionalmente se esperaba de una reina. La joven no tenía interés alguno por la aburrida vida cortesana y se pasaba el tiempo leyendo todos los libros que caían en sus manos, ya fueran de historia, de filosofía o de religión. Ese gusto por el conocimiento era algo tradicionalmente reservado para los hombres, y muy pronto el principie regente empezó a ver a su nuera como una amenaza.
Intrigas palaciegas
La enemistad entre suegro y nuera llegó hasta el punto de que Daewongun insinuó que Min no gozaba de la suficiente salud como para engendrar un heredero sano. Al final, tras cinco años de matrimonio, en 1868 la reina dio luz a un niño, que murió a los tres días. Min estaba segura de que su suegro Daewongun había provocado la muerte del bebé por envenenamiento. Desde entonces, Min concibió un profundo odio por su suegro. Empezó a ganarse la confianza de altos funcionarios de la corte y colocó a varios miembros de su clan en puestos clave del gobierno con el objetivo de que su esposo Gojong pudiera reinar en solitario, sin cortapisas de ningún tipo. Al final, con la aprobación del rey, en 1873 el antiguo regente abandonó la corte y Min se hizo con el control, dirigiendo el país junto a su marido.
Min empezó a ganarse la confianza de altos funcionarios de la corte y colocó a varios miembros de su clan en puestos clave con el objetivo de que su esposo Gojong pudiera gobernar de una vez por sí mismo, sin cortapisas de ningún tipo.

Retrato del rey Gojong realizado en 1899 y expuesto en la Exposición Universal del año 1900.
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Pero las medidas que tomó la nueva reina no quedaron ahí. Nada más lograr expulsar de la corte al principie regente, Min desterró asimismo a la concubina real y a su hijo, y empezó a desarrollar una política de profundas reformas. Todos vieron, desde los embajadores y diplomáticos extranjeros hasta sus propios cortesanos, que su nueva soberana no iba a conformarse con ser un mero "adorno decorativo". Poco tiempo después, tuvo lugar una misteriosa explosión que provocó un devastador incendio en el dormitorio de la reina en palacio. Por fortuna, a pesar de la virulencia de este hecho, nadie resultó herido. Pero unos días más tarde, un paquete bomba hizo explosión en las dependencias de una prima real; esta y su madre murieron a causa de la deflagración. Nadie tenía pruebas de la autoría de estos atentados, pero todo el mundo en palacio murmuraba el nombre del posible culpable: el padre del monarca, el antiguo regente.
Las difíciles relaciones con Japón
Poco a poco, el rey Gojong, animado por su esposa, fue abriendo las fronteras del reino y empezó a establecer relaciones comerciales con los países occidentales, a la vez que seguía lidiando con los conflictos políticos derivados de la expulsión de su padre de la corte. Un año más tarde, un grupo de representantes del emperador Meiji de Japón llegó a Corea para exigir tributo a los coreanos. Pero Corea, que había sido durante algún tiempo aliada de China, consideraba que tenía el mismo estatus que el gigante asiático y los echaron de la corte sin demasiadas contemplaciones. Incluso se burlaron de ellos por su atuendo occidental, llegándoles a decir que no parecían verdaderos japoneses.
El rey Gojong, animado por su esposa, fue abriendo las fronteras de su reino y estableció relaciones comerciales con los países occidentales, a la vez que seguía lidiando con los conflictos políticos derivados de la expulsión de su padre de la corte.

Sello de la emperatriz Myeongseong.
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Tras este hecho, la aristocracia japonesa presionó a su gobierno para que llevara a cabo una rápida invasión de Corea, aunque el plan se desestimó por considerar que aquel no era el momento más oportuno para iniciar una guerra. En 1873, y después de que Corea rechazase a un nuevo enviado imperial, el gobierno japonés envió una flota a las costas coreanas, pero esta fue rechazada. A pesar de que la mayoría de la corte prefería una política aislacionista (lo que se ha dado en llamar como "reino ermitaño"), la insistencia de Japón y su voluntad de seguir utilizando la fuerza empujaron a Corea a firmar el Tratado de Ganghwa, un tratado absolutamente carente de ventajas para el país ya que implicaba el acceso de Japón a cinco puertos coreanos, que se vieron obligados a abrirse al comercio con el país nipón, permiso para que los barcos nipones pudiesen navegar por sus aguas territoriales, derechos extraterritoriales para los ciudadanos japoneses en Corea y que los nipones pudiesen comprar tierras en suelo coreano. De hecho, la firma de este tratado supuso el principio del fin de la independencia de Corea.
Un enemigo demasiado poderoso
En estas circunstancias, el gobierno coreano se hallaba dividido. Por un lado se encontraban los reformistas y por otro los conservadores. Min, que había establecido relaciones con China y Rusia para intentar frenar a los japoneses, desconocía los sentimientos antichinos que anidaban en parte de su gobierno. Min se reunía a menudo con los chinos para debatir acerca de progreso y nacionalismo. Min quería llevar a cabo en Corea reformas educativas y sociales, entre las que se incluía la igualdad de sexos, con el objetivo de otorgar a las mujeres plenos derechos, algo que no sucedía en la vecina Japón. Pero Min, que en un principio estaba completamente de acuerdo con los reformistas, acabó dándoles la espalda cuando se enteró de los sentimientos antichinos que estos albergaban.
Min quería llevar a cabo en Corea reformas educativas y sociales, entre las que se incluía la igualdad de sexos, con el objetivo de otorgar a las mujeres plenos derechos, algo que no sucedía en la vecina Japón.

Pabellon Okhoru, en el palacio Gyeongbokgung, donde murió asesinada la emperatriz Myeongseong.
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Totalmente en desacuerdo con las decisiones tomadas por el gobierno real, el 4 de diciembre de 1884 un reducido grupo de militares intentó dar un golpe de Estado e intentaron detener a los reyes, sin éxito. Tres días después del fracaso del golpe, uno de los principales líderes reformistas, Kim Okgyun, consiguió huir a Japón, pero otros de los implicados fueron ejecutados. Japón se había convertido por entonces en el principal enemigo de Min. Pero las cosas aún podían empeorar. Como así ocurrió. Ante el temor de que Corea pudiera hacer frente al Imperio japonés mediante una alianza con Rusia y China (países que, como hemos visto, contaban con las simpatías de la reina Min), el embajador japonés Miura Goro envió a un grupo de sicarios para asaltar la residencia real y acabar con la vida de la monarca, que representaba una seria amenaza para sus planes expansionistas.
Un final cruel
Conocido en Corea como el Incidente de Eulmi, el asesinato de la reina Min tuvo lugar el 8 de octubre de 1895 (aunque algunas fuentes dicen que en realidad fue el 20 de agosto) en el pabellón Okhoru, situado en el interior del Palacio Gyeongbokgung, la residencia real de Seúl. Siguiendo el plan trazado por Miura Goro, un grupo se sicarios accedió al interior del recinto sin encontrar demasiadas trabas. Al escuchar los gritos y el estruendo que se armó con la irrupción de los asesinos, la reina se disfrazó de dama de la corte para pasar desapercibida. Pero en la reyerta que se desató entre los sicarios y la guardia imperial que defendía el palacio, el primer ministro coreano, viendo que la vida de la reina peligraba, intentó protegerla con lo que reveló inadvertidamente su identidad. Ese error fatal provocó el asesinato de Min sin que nadie pudiera evitarlo. Pero el crimen no fue el final: el cadáver de la reina, así como los de dos de sus damas de honor, fueron llevados a un bosque cercano donde fueron violados, rociados con queroseno y quemados.
El primer ministro coreano, viendo que la vida de la reina peligraba, intentó protegerla con lo que reveló inadvertidamente su identidad. Ese error fatal provocó el asesinato de Min sin que nadie pudiera evitarlo.
Tras conocerse la noticia de la muerte de la reina Min, el rey Gojong y su hijo, el príncipe heredero (al que Min había dado a luz en 1874, y que tras la abdicación de su padre en 1907 subiría al trono con el nombre de emperador Sunjong, convirtiéndose en el último emperador de Corea), se refugiaron en la legación rusa el 11 de febrero de 1896. Al año siguiente, Gojong proclamó la fundación del Imperio coreano y pasó a ser llamado emperador Gwangmu. El nuevo emperador extendió su estatus imperial a su difunta esposa Min, que desde entonces sería conocida como emperatriz Myeongseong.
Por su parte, Japón negó rápidamente su participación en el crimen. De hecho, del asesinato solo fueron acusados algunos funcionarios de rango menor; el embajador Miura Goro fue absuelto por "falta de pruebas". El historiador Peter Duus ha calificado este asesinato de Min como un "acontecimiento espantoso, concebido de forma cruda y ejecutado brutalmente", mientras que el historiador, escritor y traductor de japonés Donald Keene, aunque define a la reina como "una mujer arrogante y corrupta", no puede evitar afirmar con horror que la forma en que fue asesinada la que fuese una de las mujeres más poderosas de su tiempo fue "indeciblemente bárbara".