¿Cuál era el papel de las mujeres en la cultura vikinga? Se trata de una cuestión difícil de abordar puesto que, por un lado, las pruebas documentales ilustran una sociedad que claramente definía unos roles de género, mientras que por otro tenemos numerosos ejemplos de que estos roles se subvertían bastante a menudo. Tal vez la clave para desentrañar el misterio yace en la flexibilidad de la sociedad vikinga, que si bien imponía unas normas sociales claras -a menudo reguladas por ley-, en caso de necesidad permitía subvertirlas sin demasiados problemas.
El reino de Odín y el reino de Frigga
En general, se puede decir que el “mundo de los hombres” estaba más orientado hacia la comunidad, mientras que el de las mujeres lo estaba hacia la familia. Ellas estaban a cargo de la economía familiar, del cuidado de la casa y las tierras, de la elaboración de utensilios y ropa, o de la venta de bienes y alimentos de producción doméstica. Había algunas ocupaciones consideradas “de hombres” -como la política o la guerra- y otras consideradas “de mujeres” -como todo lo relativo al embarazo y al parto-, sin que ello implicase que estas últimas fuesen consideradas como menos importantes.
En lo que se refería al ámbito doméstico la húsfreyja -literalmente, “la dama de la casa”- era quien mandaba; las leyes le reconocían la autoridad sobre los recursos de la casa y la granja, así como de dirigir los negocios vinculados a dichos recursos. También en el aspecto religioso se imponía una distinción entre el ámbito público y el privado, puesto que las mujeres eran las encargadas de oficiar ritos específicos para la prosperidad de la familia y del hogar. La propia mitología nórdica, a través de su pareja principal -Odín y su esposa Frigga-, refleja esta dualidad: Odín es el dios de las actividades que los vikingos consideraban “masculinas” como la guerra o la caza; Frigga es la diosa del hogar, de las artes domésticas, del matrimonio y de la maternidad.

Frigga hilando las nubes
"Frigga hilando las nubes", pintura por John Charles Dollman (1909). La mujer vikinga ejercía su autoridad principalmente en el ámbito doméstico, que era considerado tan importante como el público, puesto que era la economía doméstica -como la agricultura y la producción de tejidos- la que sustentaba la familia.
Foto: CC
Sin embargo, más que el sexo era el estatus social lo que determinaba la autoridad en la sociedad vikinga. Aunque los varones tenían preferencia en ciertas actividades de mando como la política o la guerra, las mujeres podían también asumirlo si las circunstancias así lo aconsejaban -por ejemplo, si sus parientes hombres se habían marchado a una expedición militar o de exploración-. Al contrario que otras culturas que directamente negaban a las mujeres cualquier autoridad pública, en la vikinga dicha autoridad dependía de una serie de factores como el linaje, la riqueza o el prestigio personal.
Hay evidencias que indican, además, que los roles sociales podían ser subvertidos y de hecho lo eran a menudo cuando las circunstancias lo exigían: una muestra de ello son las tumbas de guerreras enterradas con sus armas o el hecho de los utensilios de cocina sean más frecuentes en ajuares de hombres que en los de mujeres. Esto parece indicar que estos roles dependían, en última instancia, de la naturaleza de cada comunidad. En aquellas que se dedicaban a la guerra estaba más aceptado que las mujeres participaran en las consideradas “ocupaciones de hombres”; mientras que en las comunidades agrícolas los hombres también participaban en aquellas que se consideraban de “dominio femenino”. En general, las comunidades más pacíficas tenían una jerarquía menos rígida y una división de roles más laxa.
Los encantos de Freya
Un ámbito en el que las mujeres vikingas gozaban de una posición indudablemente mejor que la de otras sociedades era todo lo referido al amor y a la sexualidad. En particular, al contrario que otras culturas, la vikinga no veía el deseo sexual de las mujeres como algo impuro que debiera mantenerse bajo control.
Los vikingos aceptaban la poligamia, siempre que esta fuera consensuada, y que una mujer tuviera amantes no era motivo de escándalo sino que incluso podía ser percibido como beneficioso para la comunidad: si sus hombres pasaban largos periodos fuera de casa, era totalmente razonable que buscaran a otros que les ayudaran con el trabajo. También podían pedir el divorcio sin tener que alegar ninguna razón en particular.
Las leyes preveían un castigo para quien maltratara o abusara de una mujer, pero dicho castigo dependía del estatus relativo entre agresor y agredida.
Sin embargo existía una condición clave: que las uniones informales respetaran el honor del cónyugue, es decir, que este lo supiera y aceptara, puesto que de lo contrario se consideraba adulterio y el hombre o mujer “cornudos” tenían derecho legal a pedir un castigo o un resarcimiento tanto por parte de su pareja como del amante. Algunas leyes estipulaban que un hombre podía matar a otro al que sorprendiera en la cama no solo con su mujer, sino con cualquier familiar suya casada, para preservar el honor; y castigarla a ella a golpes.
Este concepto vikingo del honor iba estrechamente ligado, de nuevo, al estatus social. Esto se puede apreciar especialmente en lo relativo a la violencia física y sexual; las leyes preveían un castigo para quien maltratara o abusara de una mujer -desde tocamientos a violaciones-, pero dicho castigo dependía del estatus relativo entre agresor y agredida: cuanto mayor era el honor de una mujer mayor castigo tenía derecho a exigir para su agresor -las nobles podían pedir incluso la pena de muerte-. Todo esto valía, por supuesto, para las mujeres libres, pero no para aquellas sujetas a un estatus más o menos oficial de servidumbre como criadas o esclavas.

Freya buscando a su marido
"Freya buscando a su marido", pintura de Nils Blommér. Los vikingos reconocían el derecho de las mujeres a escoger libremente a sus compañeros, al menos en teoría; en la práctica, las mujeres de alto rango debían seguramente elegir un esposo que la familia considerase adecuado.
Foto: Nationalmuseum, Estocolmo
Un pueblo adaptable
Las leyes y costumbres de los vikingos a veces parecían extrañas e incluso escandalizaban a los diplomáticos de los reinos cristianos y musulmanes, como se recoge en una crónica del siglo IX perteneciente a un embajador del Emirato de Córdoba llamado Al Gazal: enviado a entablar relaciones con un caudillo llamado Nud, quedó muy sorprendido al descubrir que se trataba una mujer y horrizado al saber que tenía diversos amantes (a pesar de lo cual, terminó por convertirse en uno de ellos).
Es indudable que las damas del norte estaban entre las mujeres con más derechos de su tiempo, especialmente en comparación con los territorios de Europa que habían heredado las leyes y costumbres romanas. Aunque no se puede afirmar que la sociedad vikinga fuera igualitaria, sí que era bastante flexible por lo que respecta a los roles de género. El motivo está en la propia naturaleza adaptable de este pueblo, que vivía a menudo en entornos muy hostiles y con pocos recursos, y que aun teniendo unas expectativas para cada sexo no se aferraba a ellas con demasiada rigidez.