El 30 de junio de 1236, el rey Fernando III entró en la ciudad Córdoba, poniendo fin a al asedio de cinco meses que las tropas de Castilla habían mantenido en torno a la plaza, dentro del gran avance reconquistado castellano en Andalucía. Córdoba, capital del califato de los Omeyas en el siglo X, había sido la urbe más brillante y populosa de al-Andalus. El terrible saqueo del año 1013, en pleno derrumbe del estado omeya, le arrebató la primacía entre las ciudades de al-Andalus, pero en el siglo XIII aún era un núcleo urbano imponente, especialmente para los conquistadores castellanos. Sobre todo, conservaba uno de los mayores monumentos de la civilización andalusí: la Gran Mezquita.
Cronología
CAMBIO DE FE
786
Abderramán I emprende la construcción de la mezquita de Córdoba. En 991 se realiza la tercera y última ampliación.
1236
Las tropas de Fernando III de Castilla entran en Córdoba. La mezquita es dedicada el culto cristiano.
1371
Se realiza la Capilla Real, obra maestra del arte mudéjar, para alojar las tumbas de dos reyes de Castilla.
1523
Hernán Ruiz I, maesto mayor de obras de la catedral, emprende la construcción del crucero en el centro de la mezquita.
1593
Hernán Ruiz III inicia la primera fase constructiva de la torre-campanario, tras el derrumbe del antiguo alminar.
«La más noble mezquita»
Pese a este radical cambio en la función del edificio, lo notable es que los cristianos que acompañaron a Fernando III en la recuperación de la ciudad decidieran conservarlo. En lo sucesivo se realizarían numerosas intervenciones arquitectónicas para adaptarlo al culto cristiano, pero la decisión de preservar el conjunto prevalecería siempre.

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Durante su estancia en Córdoba en 1833, el pintor británico David Roberts escribió: «La maravilla de Córdoba es la Mezquita, tan sólo superada por La Meca. Hay por lo menos 632 columnas de mármol pulido, y algunas de ellas son verdaderamente de proporciones exquisitas». En la imagen, interior de la mezquita con el mihrab al fondo. 1849. Colección privada.
Foto: bridgeman / aci
Los conquistadores eran conscientes, sin duda, de la grandeza de la construcción musulmana, y en lo sucesivo serían muchos los escritores cristianos que la elogiarían. Cabe recordar el testimonio del infante don Juan Manuel, nieto de Fernando III el Santo, en su obra El conde Lucanor (1335): «Ésta es la mayor y más perfecta y más noble mezquita que los moros tenían en España, y, loado sea Dios, es ahora iglesia y llámanla Santa María de Córdoba, y ofrecióla el santo rey don Fernando a Santa María, cuando ganó a Córdoba de los moros». A mediados del siglo XV el escritor cordobés Jerónimo Sánchez manifestó también su gran admiración, afirmando que se trataba «de un templo merecedor de toda clase de alabanzas, en cuya vistosísima hermosura se reanima el espíritu del que lo contempla», y llegaba a calificarlo como «maravilla del mundo».
En los dos primeros siglos de dominio cristiano, las intervenciones para adecuar la mezquita al culto cristiano fueron limitadas y apenas alteraron la fisonomía de la construcción. Para el culto cristiano se utilizaron los espacios ya existentes de la mezquita. Así, la primera Capilla Mayor estuvo ubicada en el lucernario central erigido por Al-Hakam II, lugar que seguramente se estimó idóneo a causa de su iluminación pese a su localización un tanto lateral. Además, las nuevas construcciones se realizaron siguiendo el estilo mudéjar, que aunaba corrientes artísticas cristianas con tradiciones arquitectónicas y decorativas musulmanas. Tal fue el caso de la Capilla Real, con su zócalo alicatado, yeserías y una bella bóveda de nervios y mocárabes. La obra fue sufragada en 1371 por Enrique II Trastámara para dar digna sepultura a sus antecesores Fernando IV y Alfonso XI (cuyos restos se trasladarían en el siglo XVIII a la Real Colegiata de San Hipólito de Córdoba).

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El vasto espacio columnado de la mezquita de Córdoba, fruto de sucesivas ampliaciones, se quedó desocupado tras la conquista cristiana de Córdoba y la marcha de toda la población musulmana.
Foto: alamy / aci
El lucernario central albergaba la primera Capilla Mayor
Enterrarse en la mezquita
La modificación más visible de la mezquita en la primera fase del dominio cristiano la constituyeron las numerosas capillas privadas que fueron construyéndose en los muros interiores del templo, donde se hacían enterrar los miembros de las familias más ilustres de la ciudad. Esta costumbre comenzó muy poco después de la conquista cristiana de la ciudad. Por ejemplo, en 1262 Juan Pérez Echán firmó un convenio con el cabildo catedralicio por el que realizó una capilla delimitada por unas celosías, con un altar en su interior.
A finales del siglo XV y principios del XVI se llevaron a cabo las intervenciones más profundas en la antigua mezquita. Aun preservando la integridad del conjunto, se incrustaron en él una serie de estructuras propias de una iglesia cristiana de la época. Estas obras de adecuación fueron dirigidas en buena medida por una dinastía de arquitectos: los Hernán Ruiz. Padre, hijo y nieto ocuparon sucesivamente el cargo de maestro mayor de obras de la catedral, cuya función era dirigir y proyectar las construcciones realizadas en el templo y dar solución a los problemas técnicos que surgieran en las mismas. Así, a Hernán Ruiz I –conocido también como Hernán Ruiz el Viejo– se debe la reconstrucción del patio de la antigua mezquita, que quedó convertido en un claustro gótico-mudéjar, amenizado con palmeras, naranjos y fuentes.

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Situada en el centro de la antigua mezquita, la Capilla Mayor empezó a construirse en 1523. En esta imagen vemos, en una perspectiva desde el coro, el retablo marmóreo de inicios del siglo XVII, cubierto por una bóveda de crucería que contiene un programa iconográfico en torno a la Asunción de la Virgen.
Foto: manuel cohen / aurimage
Basílica renacentista
Apenas unos años antes de que Hernán Ruiz el Viejo empezara a trabajar en el recinto se llevó a cabo la primera transformación significativa de su interior, una larga nave gótica que el obispo Íñigo Manrique hizo construir delante de la primitiva Capilla Mayor, conjunto que pasaría a llamarse Capilla de Villaviciosa. Pero el momento decisivo en la transformación de la mezquita lo representó la construcción, encargada a Hernán Ruiz I, de una nueva Capilla Mayor y un nuevo coro. El proyecto suponía el traslado de la Capilla Mayor al centro de la Catedral, donde, según afirmaba el obispo Alonso Manrique, «estaría mejor que no donde ahora estaba, por ser un rincón de la iglesia».
El proyecto provocó una gran polémica que enfrentó al concejo de la ciudad y al cabildo catedralicio. Uno de los motivos de la oposición era el descontento de los caballeros veinticuatro (cargos políticos del poder local) que poseían capillas en la antigua Capilla Mayor y en su entorno, al considerar que perdían prestigio. Pero también se percibe la inquietud por la destrucción de una porción considerable del templo musulmán, el cual, «por la manera que está edificado, es único en el mundo», decía un escrito de prostesta. Las disputas alcanzaron tal extremo que el concejo municipal, viendo que «la obra que se deshace es de calidad, que no se podría volver a hacer en la bondad y perfección que está hecha», amenazó con pena de muerte a los obreros que trabajasen en el derribo de parte de la antigua mezquita. El obispo Alonso Manrique respondió imponiendo la excomunión a los concejales por su insolencia. Éstos intentaron implicar al monarca, ignorando la gran influencia de este prelado. El asunto se resolvería en la Real Chancillería de Granada, que permitió que las obras se iniciaran el 7 de septiembre de 1523.

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El espléndido lucernario de al-Hakam II fue primero la Capilla Mayor
de la nueva catedral y luego la Capilla de Villaviciosa. Durante largo tiempo este espacio estuvo cubierto por imaginería cristiana
y una cúpula barroca.
Foto: Günter Gräfenhain / fototeca
Destruir algo único
En 1526, tras contraer matrimonio con Isabel de Portugal en Sevilla, Carlos V estuvo en Córdoba y visitó la mezquita-catedral. Aunque no está documentado, la tradición cuenta que, lejos de alegrarse del proyecto que él mismo aprobara años antes, se lamentó de la construcción que se estaba realizando en el centro de la antigua mezquita. El emperador habría declarado: «Habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes».
Para la nueva Capilla Mayor, Hernán Ruiz I diseñó en el centro de la catedral una capilla rectangular con tres naves, la central más alta y ancha que las laterales. El espacio se completó con un crucero inscrito, precedido por una nave transversal a los pies y otra en la cabecera. En la nave central alzó arcos ligeramente apuntados, cubriendo con bóvedas de nervaduras las naves laterales y articulando su alzado con grupos de tres arcos de la antigua mezquita, adaptados a la nueva obra. En todo ello se percibe el esfuerzo del arquitecto por integrar el templo cristiano en el entorno del antiguo oratorio musulmán.

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Obra maestra del arte mudéjar, fue realizada en 1371 como panteón de dos reyes Trastámara. El recinto cuadrangular está cubierto con
una bóveda de arcos entrecruzados. En la imagen vemos uno de los dos muros mayores, con un arcada y una espléndida decoración de yeserías.
Foto: Alamy / ACI
Las obras de la catedral se prolongaron durante varias décadas. Hernán Ruiz I incorporó un entablamento plateresco sobre las arcadas del crucero, mientras que a su hijo, Hernán Ruiz el Joven, se debe el alzado de la cabecera y de los brazos del crucero, así como la bóveda de la cabecera de la Capilla Mayor, decorada con lacerías góticas y temas marianos. Tras la muerte de Hernán Ruiz II en 1569, la construcción del crucero quedó paralizada durante treinta años. Se reanudaría a finales del siglo XVI, en tiempos del obispo Francisco Reinoso. Juan de Ochoa, que ocupaba entonces el cargo de maestro mayor, cubría el espacio con bóveda de cañón rebajado, decorada por Francisco Gutiérrez Garrido con yeserías que muestran una interesante decoración.
Las obras de la catedral duraron varias décadas.
Otro nuevo espacio dedicado al culto fue la Capilla del Sagrario Nuevo, que se situó en el ángulo sureste del conjunto arquitectónico, con una portada obra de Hernán Ruiz III. Las pinturas murales del interior de esta capilla, realizadas en 1583 por el italiano César Arbasia, ilustran un discurso de exaltación a la Eucaristía y glorificación de los mártires cordobeses elaborado por el humanista cordobés Ambrosio de Morales.
Las capillas barrocas
Otra transformación muy visible del edificio fue la de la torre campanario. Cabe recordar que, tras la consagración de la antigua mezquita en templo cristiano, su alminar quedó convertido en campanario. En 1589 un terremoto dañó considerablemente su estructura, por lo que hubo de edificarse una nueva torre envolviendo parte de los restos del antiguo alminar. La torre se realizó según un proyecto de Hernán Ruiz III, y quedó coronada por una escultura de San Rafael, obra de Pedro de la Paz y Bernabé Gómez del Río.

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La fotografía muestra el muro norte de la mezquita-catedral, con el campanario al fondo y, en primer término, al lado de la puerta del Caño Gordo, el altar de la Virgen de los Faroles, construido en el siglo XVIII. El nombre procede de los farolillos que iluminan el altar, en el que figura un óleo de la Virgen de la Asunción.
Foto: Anna Serrano / gtre
Por otra parte, durante la época renacentista y barroca la mezquita-catedral se enriqueció con nuevas capillas privadas, algunas de gran suntuosidad. Entre 1679 y 1682 Melchor de Aguirre labró en mármoles la capilla de la Concepción, en el flanco oeste del templo, dotada por el obispo fray Alonso de Medina Salizanes para su enterramiento. Asimismo, entre finales del XVII y principios del XVIII se erigió en el testero sur otro espacio funerario: la Sacristía Mayor o Capilla del Cardenal Salazar, obra barroca de Francisco Hurtado Izquierdo y Teodosio Sánchez de Rueda. Ya en la segunda mitad del siglo XVIII, cabe destacar una nueva capilla de estilo neoclásico, la de Santa Inés, situada en el flanco meridional del edificio.
Efluvios de oriente
La mezquita-catedral de Córdoba provocó el asombro de muchos visitantes extranjeros, poco familiarizados con la arquitectura árabe. A finales del siglo XVII, la francesa Madame D’Aulnoy tuvo oportunidad de pasearse por el bosque de columnas de la mezquita omeya y escribió más tarde, en la crónica de su viaje a España: «No debo dejar de indicar que la catedral de Córdoba es extraordinariamente bella […]. Tiene 24 grandes puertas, labradas con esculturas y adornos de bronce […]. Resulta perfectamente bien proporcionada y sostenida por 850 columnas, la mayor parte de las cuales son de jaspe, y las otras de mármol negro […]. Es difícil creer, después de lo que he escrito de la catedral de Córdoba, que la de León sea más considerable».

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Esta capilla, realizada a finales del siglo XVI en el ángulo este de la mezquita-catedral, se compone de tres naves y está cubierta
por una bóveda de crucería. En torno a una pintura central sobre la Santa Cena se despliegan representaciones de santos cordobeses según un programa elaborado por el humanista Ambrosio de Morales.
Foto: W. Cezary / alamy / ac
Más tarde, los visitantes del siglo XVIII y, sobre todo, de la primera mitad del siglo XIX vieron en la mezquita-catedral una manifestación de la cultura «oriental» que los fascinaba. Algunos incluso lamentaron las transformaciones que había sufrido el antiguo templo musulmán. Tal fue el caso del francés Théophile Gautier, para quien el crucero de la Catedral era como una masa incrustada en el centro de la Mezquita, que rompía su armonía arquitectónica. Pese a ello, Gautier concluía: «A pesar de todas estas profanaciones, la Mezquita de Córdoba es hoy aún uno de los edificios más maravillosos del mundo».
Este artículo pertenece al número 202 de la revista Historia National Geographic.