Las fotos históricas del descubrimiento de Machu Picchu

Así fue el descubrimiento, en 1911, del Santuario de Machu Picchu, la capital imperial inca.

1 /40

Foto: Hiram Bingham

1 / 40

Colina del Intiwatana y bancales al oeste de la Plaza Sagrada

 A la izquierda se distinguen los precipicios que defendían Machu Picchu de las agresiones. En primer término un grupo de bancales, donde los antiguos habitantes plantaban sus cultivos.

Foto: Hiram Bingham

2 / 40

En el interior de la ciudadela

La torre semicircular y el interior del muro mirando hacia el Grupo del Rey y la escalera próxima al Grupo de los Huertos Privados.

Foto: Hiram Bingham

3 / 40

Campamento base

Desde el campamento de Machu Picchu, Hiram Bingham emprendió el estudio de uno de los escasos yacimientos incas que eludieron a los invasores españoles. Con una robusta cámara Kodak, tomó miles de fotografías para documentar su trabajo.

Foto: Hiram Bingham

4 / 40

Puerto de Pacasmayo

En su viaje al sur de Perú los expedicionarios hicieron escala en varios puertos, entre ellos el de Pacasmayo, donde los marineros utilizan un tipo muy peculiar de canoa. Estas balsas se fabrican con juncos y deben secarse después de cada uso. La fotografía muestra también una típica cabaña de marinero construida con cañas de bambú partidas.
 

Foto: Hiram Bingham

5 / 40

Preparativos previos

En la fotografía se distinguen la banda y la escolta militares, así como una alfombra de flores y hojas verdes.

Foto: Hiram Bingham

6 / 40

Catedrál de Lima, Perú

La primera parte de la expedición llegó a Lima justo a tiempo de asistir a la procesión anual de Corpus Christi. Partiendo de la catedral, la procesión, compuesta en su mayoría de niños con llamativo atuendo, recorrió los cuatro lados de la plaza y regresó al punto de partida.

Foto: Hiram Bingham

7 / 40

Las tierras altas

En los pastos de las tierras altas comprendidas entre el lago Titicaca y Cusco, miles de alpacas y llamas hallan su sustento natural.

Foto: Hiram Bingham

8 / 40

Ganado local

Las llamas llevan siglos domesticadas, y no las hay en estado salvaje. La lana de alpaca es una de las exportaciones más selectas de Perú. Las llamas acarrean sal gema. La característica alcantarilla descubierta que recorre el centro de la calle existe en muchas villas montañesas.

Foto: Hiram Bingham

9 / 40

Intercambio cultural

Los indios montañeses siempre mostraban interés por nuestro trabajo y solían contentarse con contemplar en silencio el paso de nuestras caravanas o especular en voz baja sobre las actividades del topógrafo. Una vez, sin embargo, el topógrafo jefe fue agredido por una docena de indios exaltados, convencidos de que su ayudante y él se traían alguna brujería entre manos con aquellos instrumentos tan extraños.

Foto: Hiram Bingham

10 / 40

Río Urubamba

El puente rematado sobre los rápidos del Urubamba. Se aprecia el montante horcado todavía en su sitio. La gran dificultad de esta construcción radicó en que la madera era tan densa que no flotaba.

Foto: Hiram Bingham

11 / 40

Problemas logísticos

Nuestros problemas de transporte no terminaron con la llegada de la balsa, pues las mulas se resistían con denuedo a saltar desde las rocas a la corriente, honda y rápida.
 

Foto: Hiram Bingham

12 / 40

Abriendo camino

El contorno de Machu Picchu destaca por lo agreste y por la belleza indescriptible del paisaje. La ciudad se encarama al borde de los precipicios que se aprecian al fondo de esta imagen. El camino lo abrió hace unos años el Estado peruano con un elevado gasto económico. Los primeros exploradores, obligados a evitar esta zona del valle del Urubamba por falta de vías, desconocían el emplazamiento de Machu Picchu.

Foto: Hiram Bingham

13 / 40

Fortalezas de extrarradio

El valle del Urubamba alberga abundantes vestigios de arquitectura inca. Esta antigua fortaleza se halla en la margen occidental del Urubamba, cerca de Ollantaytambo, una de las ciudades incaicas más célebres de los Andes.

Foto: Hiram Bingham

14 / 40

Valle de Yucay

En el extremo superior del valle de Yucay se ubican las ruinas de un maravilloso templo o ciudadela inca de nombre Pisac.

Foto: Hiram Bingham

15 / 40

Un enclave inexpugnable

Las defensas de Machu Picchu constaban de dos murallas y un foso seco transversal a la cresta, de precipicio a precipicio.

Foto: Hiram Bingham

16 / 40

Arquitectura inca

Una de las características más llamativas de la arquitectura de Machu Picchu es que la mayoría de las casas tiene una altura de un piso y medio y hastiales en los extremos. Los hastiales presentan unas piedras cilíndricas salientes que sugieren la antigua existencia de unas vigas de madera. En el caso de estas dos casas adyacentes sólo siguen en pie los hastiales de la cara sur; los del norte han sucumbido, bien a los terremotos, bien a la fuerza destructora de la vegetación.

Foto: Hiram Bingham

17 / 40

Puestos de vigilancia

En la mismísima cima de uno de los precipicios más impresionantes los incas construyeron una atalaya desde donde podían advertir enseguida a la ciudad, situada más abajo, si se aproximaba un enemigo.

Foto: Hiram Bingham

18 / 40

Inicio de las labores de excavación en el Templo Principal de Machu Picchu.

 El teniente Sotomayor, a la derecha, supervisa a la brigada de indios.

Foto: Hiram Bingham

19 / 40

Cuevas macabras

Ésta es la primera cueva funeraria de las descubiertas en Machu Picchu que contenía un cráneo. En total se abrieron más de 100 cuevas como ésta y se recogió gran cantidad de material esquelético.

Foto: Hiram Bingham

20 / 40

Retrato de Alegría,

 Se unió a nosotros en Cusco y nos acompañó durante casi dos meses. La mayoría de los obreros se contentaba con el jornal que ganaba en quince días, y continuamente teníamos que tomarnos la molestia de buscar mano de obra nueva.

Foto: Hiram Bingham

21 / 40

Retrato de Enrique Porres,

Uno de los obreros más inteligentes que nos ayudaron en las excavaciones de Machu Picchu. Se aprecia el abultamiento de su mejilla, que delata la presencia de un paquetito de coca, las hojas de la planta de la cual se extrae la cocaína. Casi todos los indios montañeses mascan hoja de coca. El paquetito se prepara con esmero al iniciar la jornada de trabajo, a media mañana, después de comer y a media tarde.

Foto: Hiram Bingham

22 / 40

Jerarquía social

En Machu Picchu moraban distintos clanes o grupos familiares. Cada uno de ellos contaba con entre seis y diez viviendas. En la foto, una cantería particularmente ingeniosa. Contiguo a la torre semicircular se alza un muro ornamental levantado con sillares de granito blanco, especialmente escogidos por su hermoso grano.

Foto: Hiram Bingham

23 / 40

Estética inca

Muro ornamental levantado con sillares de granito blanco, especialmente escogidos por su hermoso grano. El interior del muro se adornó con una serie de nichos simétricos.
 

Foto: Hiram Bingham

24 / 40

Cuestiones de seguridad

Al parecer, las puertas de las casas carecen de sistemas de bloqueo, pero los portales de los grupos de clanes y el portalón principal de la ciudad, cuyo interior se muestra en esta imagen, estaban provistos de cajetines con cilindros de granito a los que podía atarse firmemente una tranca resistente. El anillo lítico que se aprecia sobre el dintel de piedra en la parte superior de la foto servía para asegurar la barra vertical.
 

Foto: Hiram Bingham

25 / 40

Pequeños detalles

La esquina del Grupo de la Princesa donde el muro ornamental se une con la torre semicircular es uno de los puntos de mayor valor estético de la ciudad y ofrece unas vistas magníficas. La torre albergaba una piedra sagrada, hoy parcialmente destruida por el fuego.

Foto: Hiram Bingham

26 / 40

Vista general de la Plaza Sagrada

 El emplazamiento de Machu Picchu donde se concentran los edificios que ostentan una mejor calidad arquitectónica. En el centro se yergue el Templo Principal; a la derecha, el templo de las Tres Ventanas. Sobre ambos templos descuella la colina sagrada, en cuya cima aguarda la piedra Intiwatana, o reloj de sol.
 

Foto: Hiram Bingham

27 / 40

Mobiliario lítico

No es probable que las casas contasen con excesivo mobiliario, pero en algunos casos hay plataformas de piedra que tal vez se usaban a modo de lecho, y en un número reducido de casos existen bancos de piedra en los rincones de la casa, tal y como se aprecia en esta imagen.
 

Foto: Hiram Bingham

28 / 40

Exterior del muro ornamental, el más hermoso de Machu Picchu

Las hileras de sillares van disminuyendo de tamaño conforme se elevan. Se actuó con el máximo celo a la hora de escoger el granito más puro para crear un efecto comparable al de los templos marmóreos del Viejo Mundo.
 

Foto: Hiram Bingham

29 / 40

Plaza Sagrada

Esta vista general de la Plaza Sagrada se tomó al término del trabajo de la temporada, una vez concluidas las excavaciones y renivelado el suelo. En ella se aprecia el esfuerzo invertido para dejarlo todo en las mismas condiciones, cuando no mejores, que al descubrirlo. Es probable que la estructura de la derecha, de un estilo constructivo radicalmente distinto al de las demás, se enluciese en su día, lo que se traduciría en un panorama general de la plaza más simétrico que el actual. En el suelo del edificio en cuestión se encontraron varias tumbas. La estructura de la izquierda, el Templo Principal, es sin asomo de duda una de las mayores proezas arquitectónicas de los incas. En el medio se encuentran las ruinas de lo que hemos denominado el Templo de las Tres Ventanas. Como quiera que las ventanas exceden en dimensiones lo que sería ideal para un clima tan frío, llegamos a la conclusión de que son simbólicas. Creemos que están relacionadas con la tradición sobre el origen de los incas.

Foto: Hiram Bingham

30 / 40

El centro de la ciudad concentra los ejemplos de cantería más exquisitos

 A la derecha se aprecia el hermoso muro exterior del grupo caracterizado por contar con los hastiales más inclinados y los dinteles monolíticos de mejor factura. En el centro se ve un trecho de la escalera más larga. En el extremo izquierdo se distingue una parte de la torre semicircular y la ventana de las serpientes.

Foto: Hiram Bingham

31 / 40

Piezas clave

Las esposas de dos peones frente a la piedra más grande del muro oriental del Templo Principal de la Plaza Sagrada.

Foto: Hiram Bingham

32 / 40

Cara B

Cara interior de la misma piedra y nichos ornamentales de la pared oriental del Templo Principal. Con toda seguridad, el hueco de la esquina superior derecha alojaba alguna viga que sustentaba el tejado de este templo, hoy desaparecido.
 

Foto: Hiram Bingham

33 / 40

La piedra Intiwatana, o reloj de sol

En la cima de la colina sagrada hay una piedra de curiosa talla llamada piedra Intiwatana, o reloj de sol. En quechua, la lengua de los incas, inti significa «sol» y huatana, «cuerda». También existen piedras Intiwatana en Cusco, Pisac y Ollantaytambo.
 

Foto: Hiram Bingham

34 / 40

En las carreteras del valle de Cusco

Al igual que en todas las rutas del Perú montañoso, los indios hacen un alto para tomarse una chicha, la cerveza indígena, que se adquiere a un precio de unos dos centavos el vaso grande.

Foto: Hiram Bingham

35 / 40

Manufactura andina

En los mercados de Cusco y otras ciudades peruanas el precio de los cacharros fabricados por los indios de las inmediaciones suele oscilar entre cinco y 50 centavos. Se trata de cerámica de factura manual, cocida en hornos primitivos y de decoración rústica y abigarrada.
 

Foto: Hiram Bingham

36 / 40

La piedra de Maranyocc

Detalle de la piedra de Maranyocc cuajada de petroglifos. Se ignora su significado y no hay en el entorno tradición alguna que justifique su presencia. Existe la vaga posibilidad de que esta roca, grabada en un estilo que nada tiene que ver con lo descubierto hasta la fecha en la región de Cusco, represente la historia de una incursión india desde la jungla amazónica.

Foto: Hiram Bingham

37 / 40

Cerámica procedente de Machu Picchu.

Cerámica procedente de Machu Picchu.
 

Foto: Hiram Bingham

38 / 40

Vista del valle del Urubamba desde Chincheros.

Apenas hay vallas de alambre en este país, donde son sustituidas por plantas espinosas tales como cactos, cambrones y ágaves o pitas.

Foto: Hiram Bingham

39 / 40

Pastorcillo de Chincheros con sus ovejas

 Los muchachos quechuas aprenden pronto sus deberes de pastoreo y pasan buena parte de los años que deberían dedicar a la escuela apacentando los rebaños de sus padres.
 

Foto: Hiram Bingham

40 / 40

Muchachas andinas

Una de ellas sostiene una vara de medir para ofrecer cierta idea de su estatura. Visten el atuendo propio de las indias montañesas peruanas. El tocado es un sombrero plano de paja forrado de franela roja por un lado y de panilla azul con cinta trenzada dorada por el contrario. Se lleva de uno u otro lado en función del tiempo que haga. Los bordes del sombrero hacia arriba indican que hace buen tiempo.
 

Andes peruanos, mediodía del 24 de julio de 1911. Tres hombres escalan con pies y manos una ladera despeñada y abrupta. A sus pies, el río Urubamba sigue como cualquier otro día su curso apresurado hacia el Amazonas. El corazón de uno de los expedicionarios, Hiram Bingham, de 35 años de edad, profesor ayudante de historia latinoamericana en la Universidad Yale, late a velocidad de vértigo.

Sus ojos escudriñan árboles, piedras y matorrales tratando de localizar el objetivo de su dificultoso ascenso, mientras avanza inquieto y sudoroso por la senda mínima abierta por su guía, un campesino indio establecido al otro lado del río que dice conocer la existencia de las ruinas. «A la sombra del pico Machu Picchu», le ha asegurado una y otra vez. Cuando, después de algún descanso y mucho agotamiento, llegan al lugar, Bingham contempla boquiabierto el paraje que se abre ante él. De la densa maraña de maleza asoma un laberinto de bancales y muros, una ciudad fantasma que lleva cerca de 400 años oculta al mundo exterior. «Aquello me dejó sin aliento […] –escribiría después–. Era como un sueño inverosímil.»

Pero, ¿era realmente inverosímil?

Machu Picchu, el Santuario Histórico de Machu Picchu, se ha convertido en el recinto arqueológico más conocido y visitado de toda América del Sur: una ciudad inca que sobrevuela los Andes desde sus 2.438 metros de altura, un mito hecho piedra inaccesible y victoriosa, cuya notoriedad, prestigio y leyenda no han hecho más que crecer a partir de aquel día de julio de 1911. A mayor gloria de Bingham. Arqueólogo concienzudo, investigador entregado y meticuloso, dedicó su vida a explorar y dar a conocer su espectacular hallazgo. Sabía de sobra que no era él el primero en contemplar la antigua ciudad inca. Los colonos de la zona estaban al tanto desde siempre de la existencia de unas ruinas en lo alto de la quebrada que caía a pico sobre el valle. Uno de ellos, Agustín Lizárraga, alardeaba de haber paseado entre las piedras incas en más de una ocasión, y había dejado su firma sobre la fachada del Templo de las Tres Ventanas. Por su parte, unos 80 años antes el explorador y aventurero alemán Augusto Bern también había constatado su existencia. Pero Bingham era consciente de que ser el primero no era lo verdaderamente importante. Lo relevante, lo decisivo, era mostrar y demostrar el valor de esas piedras, desentrañar su significado, situar esa ciudad en la historia y darla a conocer al mundo entero. Bingham lo hizo.

La tarea inmediata fue desbrozar el terreno y limpiar la zona, devorada por el apetito insaciable de la selva, una labor que realizó con un cuidado exquisito y que llevó tiempo y grandes esfuerzos. También se tomaron notas precisas para elaborar un mapa topográfico de la zona. Trabajo y más trabajo en medio de la conmoción y la conciencia permanente de pisar un lugar único. Por la envergadura de las ruinas y, sobre todo, por su hermosísimo emplazamiento.

Vista desde lo alto, las calles y los edificios parecen sostenerse de milagro en un frágil equilibrio sobre el precipicio

La antigua ciudad ocupa un estrecho espinazo curvo que une, a la manera de una doble ladera, los picos de Machu Picchu y Huayna Picchu. Vista desde lo alto, las calles y los edificios parecen sostenerse de milagro en un frágil equilibrio sobre el precipicio. Sin embargo, las construcciones han desafiado a los siglos y a la naturaleza, y hoy uno puede seguir el plan arquitectónico y urbanístico sabiéndose un elegido de los dioses al contemplar un paraje y un paisaje únicos. Gracias a la maestría de los incas. Gracias también a Bingham y su equipo, que a fines de la primavera de 1912, apenas un año después del hallazgo, protagonizaron una nueva expedición patrocinada por la Universidad Yale y National Geographic Society que llegó a Cuzco y al cañón del Urubamba y permaneció durante siete meses excavando y fotografiando el lugar, alzando mapas, reconociendo antiguos caminos y haciendo acopio de las piezas encontradas, de arcilla, bronce y piedra, y de valiosas momias procedentes de enterramientos. Un tesoro arqueológico que salió de Perú con permiso oficial hacia Yale, desencadenando, sobre todo en los últimos años, una enconada disputa entre el Estado y los investigadores peruanos por un lado y la universidad estadounidense por otro. Este otoño, en vísperas del centenario del descubrimiento de Bingham, Yale anunció por fin su intención de devolver todas las piezas a Perú. Finalmente las joyas incas de Machu Picchu (más valiosas por su significado que por sus materiales en nada preciosos, a pesar de las muchas leyendas) vuelven a su tierra de origen.

Bingham comunicó de forma inmediata los resultados de su trabajo a la comunidad científica, dando así el pistoletazo de salida a una larga serie de hipótesis sobre cuál había sido el destino de la ciudad: primer asentamiento de los incas, anterior incluso a la fundación de Cuzco, la capital del Imperio; último refugio del rey rebelde Túpac Amaru tras la conquista española; centro ceremonial destinado al culto y reservado a reyes y sacerdotes; villa de recreo exclusiva de la realeza… Hipótesis y también mitos, porque Machu Picchu se convirtió en el símbolo de la resistencia inca y en la encarnación de la identidad del pueblo peruano frente a cualquier tipo de enemigo externo.

Los mitos, en cierto modo, todavía perviven. Las teorías se han ido amontonando, fundiéndose y poco a poco fraguando a partir de nuevas investigaciones y más datos. En opinión del arqueólogo e indigenista peruano Luis Eduardo Valcárcel, coetáneo de Bingham, y sobre todo de Johan Reinhard, antropólogo, experto en arqueología de alta montaña y explorador residente de National Geographic, no hay duda de la función religiosa y sagrada de la ciudad, basándose fundamentalmente en su ubicación. Una ubicación determinada por la relación mágica y alegórica de Machu Picchu con los dos picos hermanos (los dos picchus) y con otras cumbres andinas cercanas, y por la protección prácticamente circular que proporciona el río Urubamba, cuyo curso describe una curva en la base de la montaña, a la que rodea por tres de los cuatro costados. Y además, y de forma muy especial, por la función purificadora del agua, encauzada en finos canales de piedra y destinada a discurrir de fuente en fuente y de terraza en terraza.

Finalmente, las peculiaridades de la arquitectura y el urbanismo de Machu Picchu en el contexto del mundo inca abundan en la interpretación de su destino ritual y sagrado, reiterando la elección de un emplazamiento tropológico (y en cierto modo insólito por su inaccesibilidad) para levantar la fortaleza, un hecho que acarreó diversas singularidades constructivas. Valcárcel insiste en la adecuación del patrón constructivo inca al asentamiento andino, y destaca los edificios con techumbre a dos aguas, adaptados a una zona de lluvias como es el valle del Urubamba, o la existencia de vanos y ventanas para favorecer una ventilación con la que combatir la humedad y el calor en un clima muy diferente al de Cusco, cuyas construcciones macizas y megalíticas sirvieron de modelo en todo el Imperio.

Una excepción arquitectónica para un lugar único.

Con todo, lo más revelador de las investigaciones de los últimos 30 años tal vez sea su datación. La decisiva aportación de unos manuscritos fechados a mediados del siglo xvi permitió a Valcárcel situar, prácticamente sin dudas, la construcción de Machu Picchu bajo el reinado de Pachacuti (de 1438 a 1471), «El que Transforma el Mundo», auténtico creador del Imperio inca. Fue el primer soberano de su dinastía de quien quedan testimonios escritos, y a él se debe la consolidación del reino, la ampliación de sus fronteras y el enriquecimiento de Cusco con nuevas plazas y viviendas y sobre todo con la reedificación del Templo del Sol. Machu Picchu, según todas las referencias, habría sido levantado como centro ceremonial y de descanso real a mediados del siglo XV.

Bingham se acercó mucho a parecidas interpretaciones, con el mérito añadido de contar con escasos indicios. Señaló el papel protagonista de los templos en la plaza sagrada, dio cuenta del Intiwatana u observatorio solar, estrechamente relacionado con el culto al dios Sol, y no vaciló en definir la ubicación de las ruinas como inexpugnable: «Machu Picchu es en esencia una ciudad-refugio […] Hasta donde yo sé, no hay en todos los Andes un lugar mejor defendido por la naturaleza».

El arqueólogo metódico y preciso que Bingham llevaba dentro no le impidió disfrutar de la hermosura del paisaje y apreciar su elección. «Los incas eran, no cabe la menor duda, amantes de los bellos paisajes. Muchas de las ruinas de sus edificios más importantes se localizan en lo más alto de montes, crestas y lomas desde donde se divisan panoramas de especial belleza. Por notable que sea la arquitectura de Machu Picchu y por mucho que impresione el inmenso trabajo de cantería de un pueblo que no conocía las herramientas de hierro y acero, ni lo uno ni lo otro deja en la mente del visitante mayor impronta que la belleza y la grandiosidad inefables del entorno.»