Sangrías y hierros candentes

Los médicos en la Edad Media: de la pócima al bisturí

La medicina medieval tenían métodos para tratar toda clase de dolencias, desde un dolor de cabeza hasta una herida de guerra

B  Removing the rocks in the head

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Un médico extrae la piedra de la locura a un paciente. El Bosco. 1475. Museo del Prado, Madrid

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En la Edad Media, hombres y mujeres estaban expuestos permanentemente a dolencias de todo tipo, muchas de ellas derivadas de la deficiente alimentación, la falta de higiene o las actividades más comunes por entonces, como la guerra. Sin los conocimientos de la ciencia médica actual, los enfermos eran a menudo presa fácil de curanderos, barberos o sangradores. La medicina se confundía frecuentemente con la magia, de modo que se proponían remedios que hoy nos resultan de lo más extravagante. 

Por ejemplo, para curar las almorranas un médico prescribía la aplicación de «emplastos que restriñen o ungüentos a base de acacia, almáciga, incienso, sangre de drago, tela de arañas, pelos de liebre cortados muy menudos, engrudo de peces, engrudo de carpintero, agallas, zumaque y granos de arrayán, de cada uno una dracma [3,6 gramos]».

La medicina se confundía también con la religión y la creencia en los milagros. Se creía que un monarca, con el simple acto de tocar con sus manos, curaba toda clase de males, incluida la parálisis. Lo mismo se decía de las reliquias de santos: las de san Valentino curaban la epilepsia; las de san Cristóbal, las enfermedades de la garganta; las de san Ovidio, la sordera, y las de san Apolonio, el dolor de muelas. 

Ungüentos contra las jaquecas 

Pero había también médicos propiamente dichos, que habían estudiado en universidades y realizaban diagnósticos de las enfermedades con pretensiones científicas. Para ello se basaban en los conocimientos médicos acumulados desde la Antigüedad, en especial los relativos a la llamada teoría de los humores, según la cual la enfermedad era resultado del desequilibrio entre las cuatro cualidades del cuerpo: el calor, el frío, la humedad y la sequedad. 

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Cura de un soldado herido en el Romance de Troya, autor italiano, siglo XIV. Biblioteca Nacional Marciana, Venecia. 

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Para corregir esas alteraciones se recomendaban procedimientos como la ingesta de purgantes y jarabes, o la aplicación de ungüentos y pomadas. En una dolencia tan común como el dolor de cabeza, los médicos podían distinguir hasta doce variantes, cada una de las cuales podía tener una causa diferente, como el exceso de calor, de humedad o de viento fuerte, aunque también podían deberse a algún tipo de daño en el cerebro

Hacia 1300, un manual de Bernardo de Gordonio prescribía como remedio para las jaquecas provocadas por exceso de calor medicinas alterantes frías y sus semejantes. En concreto, aconseja untar en la cabeza del enfermo «aceite de aceitunas no maduras sin sal y en el mismo pueden hervir las siguientes cosas: cogollos de sauce, de vid blanca, de calabaza, de lechuga, de rosas, de granadas agrias y semejantes». También podían usarse narcóticos como «opio, beleño y mandrágora». 

BAL 216467

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Un médico examina la orina de un paciente para saber qué enfermedad padece. Miniatura de Justiniani in Fortiatum, siglo XIV, Francia. Biblioteca del Monasterio de el Escorial, Madrid.

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Las dolencias en los ojos eran también muy comunes, debido a la suciedad de las calles, llenas de ratas, moscas, excrementos de animales, el polvo que levantaba el paso continuo de las caballerías y la falta de higiene personal. Para curar la conjuntivitis, Bernardo de Gordonio apunta que hay que poner al enfermo en un lugar oscuro que no tenga humo, polvo ni otra cosa externa que pueda dañarle.

 

Aconseja al doliente que «no duerma de día, tenga la cabeza alta, no tenga nada que le apriete al cuello, huya del coito y de toda preocupación, y esté en sosiego y holganza. Toda la dieta sea suave: gallinas, perdices, aves de campo y otros alimentos templados. Lávese muchas veces los ojos con agua caliente en la que haya manzanilla, corona de rey, ajenjos y anís». También podía utilizar un colirio con los siguientes ingredientes: «Dos escrúpulos [2,4 gramos] de cobre quemado, aljófar, coral, espicanardo y almizcle, de cada uno un escrúpulo; medio de sangre de drago, todo disuelto en agua rosada». 

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En la edad media los signos del zodíaco y su relación con las enfermedades eran un elemento fundamental de la medicina. Tractatus de Pestilencia, siglo XV, Biblioteca Nacional Universitaria, Praga.

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Las enfermedades de la piel (la sarna, la micosis, las tiñas) y los parásitos (piojos, ladillas) eran bastantes comunes, sobre todo por la falta de aseo y por el contagio a través de mendigos y de animales que deambulaban por las calles. Los médicos aconsejaban, por tanto, una buena higiene y un régimen adecuado. Para erradicar los piojos, por ejemplo, Bernardo de Gordonio utilizaba un ungüento, que se tenía que poner en la cabeza, «a base de azogue rebajado con litargirio, vinagre y aceite». 

Errores de diagnóstico 

Para la caída del cabello, el facultativo aconsejaba hacer polvos, ungüentos y emplastos con diversos elementos: «Con óleo unfancino, óleo rosado y de arrayán, de ajonjolí, aceite de corteza de nueces, de avellanas y de castañas, de agallas y de culantrillo». 

Un error muy común era el de catalogar como leprosos a numerosos pacientes afectados por dermatosis benignas, vitíligo, psoriasis, favo o eczemas. Debido a este error de diagnóstico, centenares de personas sanas estuvieron recluidas durante toda su vida en las leproserías. Bernardo de Gordonio se apiada de los leprosos y aconseja a sus compañeros de profesión: «Por una señal no lo debemos juzgar, que muchas son equivocadas, salvo por dos o por tres o por más son más ciertas... Y mientras no se corrompe la forma y la figura, no le deben juzgar para apartamiento»

Boticamedieval

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Apotecario medieval ofreciendo sus remedios a un enfermo. Estos farmacéuticos actuaban a la vez como médicos, tratando a los pacientes en la misma tienda.

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En la Edad Media se sabía también que había dolencias que sólose curaban mediante la cirujía. Era el caso de las almorranas. Bernando de Gordonio comenta que las almorranas son difíciles de curar «porque aquella parte es fea y arrugada y no se puede tratar la causa como conviene, excepto los cirujanos, y en general son necios».

En efecto, en el caso de que las almorranas fueran muy grandes y no mejoraran con los remedios naturales, Gordonio aconsejaba acudir a un cirujano para que se «las quitara con una navaja o las quemara con un hierro ardiente». Pero más valía no fiarse mucho de los cirujanos, incluso de los más reputados, como Guy de Chauliac, profesor de medicina en la Universidad de Montpellier, quien, por ejemplo, recomendaba la castración para curar la hernia. 

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Un médico examina a un enfermo que guarda reposo en cama. Compilación de las obras de Galeno realizada en el siglo XIII, Biblioteca Municial de Reims, Francia.

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Los médicos medievales adquirieron asimismo gran pericia en el tratamiento de las fracturas de huesos. Lanfranco de Milán, en su libro Gran cirugía, incluye un capítulo sobre «el quebrantamiento de los huesos», en el que observamos que en el siglo XIII se realizaban complejos entablillamientos de vendas y listones sobre los que se aplicaba emplasto consolidativo. El cirujano recomendaba utilizar como tablillas piezas de marfil o hueso de elefante, dado que se pensaba que este tipo de materiales tenían el poder de atraer el hueso hacia la zona de fractura. 

Cirugía con anestesia 

Existían también reglas para tratar heridas graves de guerra; el cirujano italiano Rolando de Parma, por ejemplo, en casos de desgarramiento del pulmón (prolapso pulmonar) provocado por heridas en el tórax, era capaz de practicar una extirpación parcial del pulmón con ulterior sutura. Igualmente, ante un intestino seccionado o hendido, se actuaba de tres modos diferentes: Rogerio de Palermo proponía la sutura sobre una cánula de sauco introducida en la luz intestinal (diámetro interno del intestino); Guillermo de Saliceto aconsejaba la sutura directa o de peletero, y Jan Yperma la práctica de una pequeña resección en ambos cabos del corte antes de la sutura. 

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Trepanación y extracción de cataratas en el Libro de la Cirurgía de Rogier de Salerno, Museo Atger, Facultad de medicina de Montpellier.

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Si estos métodos nos pueden parecer dolorosos, hay que destacar un aspecto en el que la cirujía medieval demostró estar más adelantada que la de la Antigüedad: la anestesia. Se utilizaba una «esponja soporífera», previamente empapada de una mezcla líquida de «opio, jugo de moras amargas, beleño, euforbio, mandrágora, hiedra y semillas de lechuga». La esponja se humedecía en caliente y se aplicaba a la nariz del enfermo hasta que se dormía. Esta técnica la utilizaron Hugo de Lucca y su hijo Teodorico, cirujanos italianos del siglo XIII.