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El 12 de octubre de 1512, Miguel Ángel Buonarroti desveló ante el papa Julio II sus extraordinarias pinturas al fresco sobre el techo de la capilla Sixtina. Profetas, sibilas y escenas del Antiguo Testamento se sucedieron ante los ojos admirados del ilustre espectador. Miguel Ángel tardó cuatro años en terminar su obra, que realizó en durísimas condiciones: el artista, que había construido sus propios andamios, trabajó a veinte metros de altura, en posturas casi imposibles y soportando el goteo del pigmento sobre sus ojos. Además, Miguel Ángel se atrevió con la pintura al fresco, una técnica completamente desconocida para él.
Conservar un prodigio
Quinientos años después de que Miguel Ángel diera a conocer su obra maestra, los conservadores del Vaticano se plantean reducir el número de personas que visitan la capilla para preservar la riqueza e integridad de sus pinturas. Cada día pasan por el lugar hasta 24.000 visitantes, y estas enormes aglomeraciones, que implican constantes cambios de humedad y temperatura en el recinto, suponen la peor amenaza para los frescos. Además de una posible reducción del cupo de turistas, la solución que cuenta con más adeptos es cambiar el sistema de climatización de la capilla para controlar la humedad y la ventilación en su interior. Según Antonio Paolucci, director de los Museos Vaticanos, el nuevo sistema seguramente se implementará en el año 2013.