Justicia y memoria

El matrimonio Klarsfeld, los implacables cazanazis

Esta pareja cuyo destino se cruzó en el París de los años 1960 formó un equipo de lo más eficaz en la lucha contra los antiguos cargos nazis que sobrevivieron a la guerra y rehicieron sus vidas integrándose en la sociedad. Su historial de éxitos alcanzó la cumbre con la detención y procesamiento de Klaus Barbie, el 'carnicero de Lyon', el símbolo más visible de más de cinco décadas de laboriosa búsqueda y captura.

El matrimonio Klarsfeld en acción

El matrimonio Klarsfeld en acción

El matrimonio Klarsfeld durante una conferencia de prensa en 1979 anunciando el juicio del ex miembro de las SS Kurt Lischka.

Foto: AP images

Considerando unos orígenes tan lejanos y enfrentados, los destinos de los dos integrantes de la pareja que acabó conformando el matrimonio Klarsfeld podrían no haberse cruzado nunca. Sin embargo, por motivaciones distintas, ambos acabaron desempeñando un mismo trabajo: destapar la identidad de antiguos altos cargos nazis que habían conseguido rehacer sus vidas con total impunidad y, a menudo, con la indulgencia de las autoridades.

Beate Auguste Künzel nació en febrero de 1939 en el seno de una familia que, si bien ninguno de sus miembros nunca militó en el Partido Nazi de Adolf Hitler, si le concedieron su voto en las elecciones alemanas al Reichstag en 1933 que dieron la victoria al futuro Führer. En el mismo verano de 1939 y con la Segunda Guerra Mundial (1939-1940) a punto de estallar, el padre de Beate fue reclutado por la Wehrmarcht y entró en acción durante las ofensivas alemanas para invadir Francia entre mayo y junio de 1940. Antes de ser retirado de la primera línea en 1941, también luchó en el frente del este. Mientras tanto, la casa que la familia tenía en Berlín, sufrió los bombardeos aliados, por lo que Beate y su madre se refugiaron en la cercana casa de unos parientes que vivían en las afueras de la capital. A su regreso a la ciudad y ya en plena posguerra, la joven empezó a tomar conciencia de la magnitud de los crímenes que los nazis habían cometido en Europa y entró en conflicto con el pasado de sus padres.

Beate Klarsfeld

Beate Klarsfeld

Foto: CordonPress

En 1960, se trasladó a París para trabajar como au-pair y fue allí donde su trayectoria vital dio un giro debido a un acontecimiento que ocurrió de manera casual. Durante su estancia en la capital francesa conoció a Serge Klarsfeld y, después de que este le contara la traumática experiencia que marcó su infancia, la conciencia de Beate experimentó su despertar definitivo.

Para entonces, Serge tenía 25 años y había orientado sus estudios hacía la abogacía y la historia. Su conciencia sobre el Holocausto y la represión nazi no necesitaba despertar alguno, pues los había vivido en primera persona. Hijo de una pareja de judíos rumanos, su familia se trasladó a Francia antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Ya instalados en Niza, su padre construyó un compartimento secreto dentro de uno de los armarios de la casa donde vivían para poder esconderse de una más que probable persecución en la Francia ocupada. Efectivamente, así sucedió el 30 de septiembre de 1943, cuando el cabeza de familia fue arrestado en su casa durante una gran redada antijudía mientras sus hijos y su mujer permanecían escondidos en el compartimento secreto. El pequeño Serge, de 8 años, jamás volvería a ver a su padre, que fue asesinado en las cámaras de gas del campo de concentración de Auschwitz.

Serge Klarsfeld

Serge Klarsfeld

Foto: CordonPress

El padre de Serge fue arrestado en su casa durante una gran redada antijudía mientras sus hijos y su mujer permanecían escondidos en un compartimento secreto

Un proyecto común

Desde ese primer encuentro entre la futura pareja –se casaron en 1963–, ambos vislumbraron un proyecto conjunto con el objetivo de hacer justicia tratando de llevar ante los tribunales a aquellos criminales nazis que habían sobrevivido a la guerra y se les había permitido rehacer sus vidas sin someterse a un juicio por sus atrocidades durante la guerra.

En la mayoría de los casos, conseguir desenmascarar a alguno de estos antiguos altos cargos comportaba una auténtica odisea de investigaciones, pues solían cambiar de nombre, de aspecto y los documentos que los podían identificar eran eliminados. Sin embargo, en otras ocasiones, era cuestión de observar la realidad con mayor detenimiento para darse cuenta de que algunos todavía seguían en la primera línea de la política. Y Kurt G. Kiesinger cumplía con esta condición. Cuando este político alemán fue nombrado Canciller en 1966, Beate Klarsfeld ya había empezado una campaña contra él en la prensa desvelando su pasado nazi. Afiliado al partido desde 1933, Kiesinger consiguió un cargo en el gobierno como subdirector del departamento de radiodifusión del Ministerio de Relaciones Exteriores 1943 a 1945 y enlace del mismo con el Ministerio de Propaganda, trabajando muy cerca de Goebbels y Von Ribbentrop, ministro de Asuntos exteriores el Tercer Reich. Debido a que en muchas ocasiones las layes amparaban a este tipo de personajes, la única herramienta que quedaba era el escarnio público. El punto álgido de la denuncia sobre Kiesinger tuvo lugar en 1968 cuando Beate interrumpió una sesión del Parlamento de la RFA gritando ‘¡Kiesinger, Nazi! ¡Dimite!’, y poco después se coló en un mitin político para abofetearle delante de toda la audiencia. A pesar de que fue una gran mancha en su carrera política, jamás enfrentó un juicio por las acusaciones.

En 1968 Beate Klarsfeld interrumpió una sesión del Parlamento de la RFA gritando ‘¡Kiesinger, nazi! ¡Dimite!’

Momento en el que Beate Klarsfeld irrumpió gritando en el Parlamento alemán en 1968 mientras un guardia trataba de reducirla.

Foto: AP images

Otro de los casos más sonados que llevó la pareja de cazanazis fue el de Kurt Lischka. El turbio pasado de este juez alemán quedó oculto tras la guerra, pues siguió ejerciendo en la propia República Federal Alemana. Sin embargo, gracias al trabajo de Beate y Serge, se desveló su trayectoria real. Había ingresado en las SS en 1933 y ascendió dentro de la organización hasta alcanzar el grado de mayor. En 1940 fue nombrado jefe de la Gestapo en Colonia, y poco después fue transferido a Francia para convertirse en comandante de la policía secreta de la Francia ocupada. Como tal, fue el responsable, entre otras cosas, de la deportación de 75.000 judíos franceses a los campos de concentración nazis.

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El plan para atraparle estaba inspirado en el que el Mossad había llevado a cabo para capturar a Adolf Eichmann en 1960. Cuando los Klarsfeld identificaron a Lischka en Colonia en 1971, trataron de secuestrarle y meterlo en el maletero de un coche, pero la policía les descubrió y el plan fracasó. Ambos fueron encarcelados unos meses por ello. Aún así, nunca tiraron la toalla y apostaron entonces por asediarle de manera constante en su domicilio, difundiendo las imágenes en las que se le podía ver llevando una vida totalmente integrada en la sociedad. Finalmente, su insistencia tuvo recompensa y Kurt Lischka terminó sentado en el banquillo de los acusados y condenado a 10 años de cárcel.

Kurt Lischka escondiendo el rostro durante su juicio en 1971.

Foto: CordonPress

El gran caso

Su lucha por destapar la identidad de altos cargos nazis se convirtió en el foco de todas las miradas internacionales con la persecución y captura de Klaus Barbie, popularmente conocido durante la ocupación francesa como el ‘carnicero de Lyon’. Barbie había sido jefe de la Gestapo en esta ciudad francesa, periodo durante se le atribuye la deportación de más de 7.000 personas, el asesinato de 4.400 y los arrestos y torturas de miles de miembros de la resistencia francesa, entre los cuales el de Jean Moulin, líder y héroe de dicha resistencia, quien murió a manos de su torturador. Además, Barbie fue el responsable del funesto episodio conocido como ‘el caso de los niños de Izieu’, cuando 44 niños fueron deportados a los campos de concentración sin ningún superviviente.

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, consiguió pasar un tiempo de incógnito en Alemania, pero cuando fue identificado por la justicia francesa, que pedía su extradición, huyó hacia Sudamérica a través de una ratline. Años más tarde y habiendo rehecho su vida e incluso sacado grandes beneficios de sus actividades económicas con el beneplácito de las dictaduras del país, fue identificado en 1971 tras una ardua búsqueda por parte de los Klarsfeld. Se inició entonces una larga campaña de asedio que, de nuevo y al cabo de los años, dio sus frutos. En 1983 consiguieron que el gobierno boliviano extraditara a Barbie a Francia, donde fue juzgado en 1987 y condenado a cadena perpetua. Una leucemia acabó con su vida en 1991, a los 77, en una cárcel de Lyon.

El 'carnicero de Lyon' es escoltado por dos policías después de ser detenido en 1982. 

Foto: AP images

La larga y laboriosa trayectoria del matrimonio Klarsfeld logró éxitos muy destacados que contribuyeron a concienciar a la sociedad de posguerra de la importancia de no olvidar el pasado y de la necesidad de pasar cuentas con él. Su impacto se extendió incluso a nivel legislativo, logrando una influencia a largo plazo. Uno de los resultados más significativos de su trabajo fue la firma de un nuevo tratado franco-alemán en 1969 con Willy Brandt como Canciller según el cual los responsables alemanes de crímenes de guerra en Francia podían ser juzgados en la RFA.

Uno de sus mayores éxitos fue la firma de un nuevo tratado franco-alemán según el cual los responsables alemanes de crímenes de guerra en Francia podían ser juzgados en la RFA

Objetivos escurridizos

De todos modos, no toda la historia del matrimonio Klarsfeld está compuesta de éxitos. De hecho, ambos han explicado que hubo un caso que se les quedó como una espinita clavada, fue el de Alois Brunner. Este alto mando nazi, afiliado al partido desde sus primeros años de existencia, había trabajado codo con codo junto a Eichmann, y se le consideraba el responsable directo de la muerte de, al menos, 120.000 judíos en distintas partes de Europa. Al término de la guerra consiguió que su identidad se confundiera y, después de pasar varios años en la Alemania occidental, en 1954 huyó hasta llegar a Siria, donde adoptó el nombre de Georg Fischer y trabajó para el gobierno de Háfez Al-Asad. Los Klarsfeld le identificaron a principios de 1980, cuando ya el Mosad le había enviado varias cartas bomba a causa de las que había perdido tres dedos de una mano y un ojo. Gracias a las múltiples denuncias su identidad fue descubierta y el régimen de Al-Asad decidió esconderle en un lúgubre sótano, donde se cree que malvivió en pésimas condiciones más de 10 años hasta su muerte en 2001: esta fue su única condena. Nunca fue capturado ni juzgado mediante un proceso oficial.

Serge Klarsfeld sostiene un número de la revista alemana 'Bunte' con la imagen de Alois Brunner en 1985. El reportaje se hacía eco de la vida que el alto mando alemán llevaba en Siria. 

Foto: AP images

Esta pareja de justicieros de nazis ha permanecido en activo hasta la actualidad, cuando ambos ya han sobrepasado los 80 años. A lo largo de más de 50 años, han sido objetivo de numerosas amenazas de muerte e incluso atentados por parte de organizaciones de ultraderecha. Uno de ellos destrozó por completo su vehículo con una bomba que, afortunadamente, no hirió a nadie. Su principal causa ha tenido que ver con el Holocausto, pero también se han implicado en otros conflictos contemporáneos como las barbaridades cometidas durante la desintegración de Yugoslavia o el genocidio de Ruanda.

Han estado tanto tiempo en la primera línea que incluso su hijo, Arno Klarsfeld, quien les acompañaba desde niño a los actos y protestas, se ha unido al trabajo de sus padres como abogado. El impacto de la búsqueda y captura de estos implacables cazanazis es incuestionable. Gracias a ellos se cerraron muchas heridas que permanecían abiertas desde la Segunda Guerra Mundial, contribuyendo así a hacer las paces con un pasado terrible, imprescindible para ser justos con la memorias de los millones de víctimas.

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