Parecía un miércoles de primavera como cualquier otro en Soweto, un barrio donde solo vivían negros situado a las afueras de la ciudad sudafricana de Johannesburgo. Pero no lo era. Los estudiantes de secundaria ya llevaban varias semanas movilizados en contra de las intenciones del gobierno de imponer la llamada ley de Educación Bantú, una ley que les obligaba a estudiar en afrikáans, la lengua oficial de Sudáfrica (de origen neerlandés), al menos la mitad de las asignaturas impartidas en clase. A primera hora de aquel miércoles 16 de junio de 1976, los miles de jóvenes que portaban rudimentarias pancartas con eslóganes como: "Abajo el afrikáans, abajo la ley bantú", "El afrikáans es el idioma del opresor" o "Si aprendemos afrikáans, que Vorster (el entonces primer ministro) aprenda zulú" no sabían que su protesta iba a marcar un antes y un después en la lucha contra el Apartheid.

Este era el aspecto del barrio de Soweto en Johannesburgo hacia 1977, con sus típicas pequeñas viviendas apareadas y las calles sin asfaltar.
Foto: Cordon Press
"Supremacía" blanca
En el año 1947, Sudáfrica veía cómo el Partido Nacional, un partido radical blanco, liderado por Johannes Vorster, favorable al Apartheid (sistema instaurado en 1948 gracias a la Ley Sudafricana), ganaba las elecciones. Con la creación de un sistema basado en la segregación racial, es decir, la separación física entre blancos y negros, el poder que ejercía la élite blanca sobre la mayoría negra iba desde la negación del libre ejercicio del voto a la prohibición de casarse o mantener relaciones sexuales interraciales. El propósito final del partido de Vorster era mantener el poder y los privilegios de la minoría afrikáner (que en esos momentos era del veintiuno por ciento de la población).
El poder que ejercía la élite blanca sobre la mayoría negra iba desde la negación del libre ejercicio del voto a la prohibición de casarse o mantener relaciones sexuales interraciales.
El 30 de abril de 1976, los estudiantes de la Orlando West Junior School de Soweto se declararon en huelga, y su negativa a ir a la escuela se extendió a otros muchos institutos y colegios. Sus demandas no solo exigían abolir las clases en afrikáner, ya que estudiar en ese idioma iba en detrimento del inglés, una lengua que para ellos suponía alcanzar nuevas oportunidades en su propio país y en el extranjero (y porque el afrikáner era la lengua que hablaban sus opresores y apenas nadie la comprendía en Soweto), sino que querían ser tratados de la misma manera que sus compañeros de raza blanca. Aquel día, los estudiantes recibieron el apoyo del Movimiento de Conciencia Negra, una organización antiapartheid fundada por el activista Steve Biko a mediados de la década de 1960 con la clara intención de ocupar el vacío político que se había creado tras el encarcelamiento de los lideres del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés) y del Congreso Panafricano. Los estudiantes se reunieron el 13 de junio y formaron un Comité de Acción que fue el que organizó la manifestación multitudinaria del día 16.

Steve Biko, en una imagen de 1976, fue uno de los líderes de la protesta estudiantil iniciada en Soweto. La policía lo identificó como tal y le mantuvo bajo vigilancia hasta que pudo detenerle.
Foto: Cordon Press
Una pequeña chispa
Así, aquel miércoles de junio, alrededor de quince mil estudiantes salieron en masa a la calles con una sola idea: pedir la abolición del Apartheid y el decreto de estudio obligatorio del afrikáans. Al principio de la marcha, todo parecía estar transcurriendo con tranquilidad, según lo previsto: los jóvenes entonaban cánticos, gritaban lemas contra la policía y consignas pacifistas.
Al principio de la marcha, todo parecía estar transcurriendo con tranquilidad, según lo previsto: los jóvenes entonaban cánticos, gritaban lemas contra la policía y consignas pacifistas.
Evidentemente la protesta no estaba autorizada, y la policía pidió a los manifestantes que se dispersaran, pero en vista de que estos no tenían intención de hacerlo, las fuerzas del orden empezaron a lanzar botes de gases lacrimógenos contra los jóvenes. También azuzaron a los perros policía contra los estudiantes, que los recibieron con una lluvia de piedras. Aquella fue la excusa que necesitaba la policía para abrir fuego contra los jóvenes. En medio del terror generalizado se desató una estampida. Ello provocó el descontrol total de los manifestantes por parte de los organizadores, que veían cómo aquella marcha, que en un principio debía haber sido pacifica, estaba a punto de convertirse en una auténtica masacre. El gobierno, firme en su decisión de dispersar a los manifestantes a toda costa, envió entonces mil setecientos policías más armados con fusiles de largo alcance y con una orden bien clara: restablecer el orden "a cualquier precio".

Algunos estudiantes, todos ellos jovencísimos, sostienen piedras en sus manos durante una de las jornadas de las protestas que tuvieron lugar durante la primavera de 1976.
Foto: AP images
¡Solo son críos!
Los enfrentamientos entre policía y manifestantes se prolongaron hasta altas horas de la madrugada. Según el balance oficial de víctimas, aquel día perdieron la vida veintitrés escolares, aunque la realidad fue muy distinta. El recuento final de víctimas alcanzó las setecientas, aunque algunas fuentes creen que pudieron incluso llegar hasta el millar. En medio de todo aquel caos, el fotógrafo Sam Nzima, que en aquella época trabajaba para el periódico The World, se toparía, sin buscarlo, con la fotografía de su vida (una imagen que a la postre acabaría siendo su ruina). La imagen muestra el trágico instante en que el joven Mbuyisa Makhubo transporta en sus brazos el cuerpo moribundo de otro estudiante, Héctor Pieterson. Junto a él está una desconsolada Antoinette Pieterson, hermana de Héctor; los jóvenes corren sin rumbo, presas del pánico. Héctor solo tenía doce años, y sin pretenderlo se convirtió en la primera víctima de un día que no podría olvidarse fácilmente. Tras la publicación de esa foto, Nzima tuvo que ocultarse debido al acoso al que se vio sometido por parte de la policía de seguridad. El fotógrafo fue puesto bajo vigilancia durante una temporada, y cuando The World cerró, temiendo por su vida, Nzima renunció a trabajar para otros medios.

Sam Nzima, en una imagen del año 2011, donde se le puede ver sosteniendo la fotografía que le cambiaría la vida.
Foto: AP images
Según el balance oficial de víctimas, aquel día perdieron la vida veintitrés escolares, aunque la realidad fue muy distinta. El recuento final de víctimas alcanzó las setecientas, aunque algunas fuentes creen que pudieron incluso llegar hasta el millar.
El día siguiente y los posteriores no fueron mucho mejores. Soweto amaneció tomada por el ejército. Alrededor de 1.500 agentes de policía fuertemente armados y blindados recorrían las calles, y los helicópteros policiales sobrevolaban el barrio constantemente. Pero todo ello no pudo evitar que los enfrentamientos y las protestas continuaran en otros barrios y ciudades de todo el país. De hecho, la represión no había hecho más que empezar y se cebó con todos aquellos a quienes la policía consideró los cabecillas de la revuelta. Entre ellos se encontraba Steve Biko. El 18 de agosto de 1977, tras más de un año escondido, la policía dio con él y lo torturó hasta su muerte, que tuvo lugar el 11 de septiembre.

La policía de Johannesburgo, armada con pistolas, rifles y botes de gas lacrimógeno se prepara para entrar al barrio de Soweto en junio de 1977.
Foto: AP images
Un cambio de mentalidad
Aquellos terribles acontecimientos servirían al final para que los principales líderes del Congreso Nacional Africano, con Nelson Mandela a la cabeza, se unieran para hacer frente a los gobiernos segregacionistas y racistas del país. La masacre tuvo tal repercusión mundial que fue condenada con dureza por la ONU, y ese mismo año Sudáfrica incluso fue expulsada de la FIFA. Siguieron años oscuros y difíciles, no exentos de otros hechos terribles como la masacre de 1986 en la localidad de White City, en la que murieron entre veinte y veinticinco personas. No sería hasta 1993, con la finalización del gobierno proapartheid, cuando el país recuperó ciertos aires de libertad. Los propios "afrikáners", los blancos que allí vivían, asumieron por fin el cambio de mentalidad necesario para restablecer la convivencia. Desde entonces, cada 16 de junio se celebra el Día del Niño Africano, una festividad que además de recordar a los jóvenes que murieron en las protestas de 1976, también es una reivindicación de los derechos de todos los menores del continente africano.