Whangaroa, una recogida ensenada de la costa norte de Nueva Zelanda, fue el destino final del Boyd, un bergantín de dos palos y velas cuadradas que ancló allí en diciembre de 1809. El barco era utilizado indistintamente tanto por la marina mercante como por la marina de guerra de Gran Bretaña, que trasladaba a bordo un gran número de convictos. Procedente de Australia, el Boyd fondeó en el puerto para recoger un cargamento de madera de kauri, un tipo de árbol que crece en la zona y que es muy apreciada para la construcción de vigas y mástiles para barcos.
Al mando del Boyd se encontraba el capitán John Thompson y entre la tripulación estaba el joven Te Ara, el hijo del jefe maorí Te Puhi, que se había enrolado como marinero. Durante la travesía tuvieron lugar ciertos sucesos que acabarían acarreando fatales consecuencias para la tripulación del Boyd después de que el bergantín amarrase en el puerto neozelandés. Los terribles acontecimientos acaecidos en Whangaroa pasarían a la historia como la "Masacre del Boyd", y la noticia tuvo tanta repercusión que provocó que las visitas de barcos extranjeros a las islas fueran prácticamente nulas durante los años siguientes, e incluso retrasó la llegada de los primeros misioneros al país.
Una decisión de fatales consecuencias
El Boyd fue botado en Inglaterra en el año 1783. Pesaba cinco toneladas y solía transportar convictos desde las islas británicas hasta el otro rincón del mundo. Hay que recordar que las primeras colonias británicas de Oceanía fueron pobladas principalmente por presos que llegaban de Inglaterra para cumplir allí sus penas y una vez libres tenían la posibilidad de convertirse en colonos. Cuando el bergantín del capitán Thomson zarpó de Port Jackson en Sídney con rumbo a Whangaroa para recoger la preciada madera de kauri, el Boyd llevaba a bordo unas setenta personas, entre marineros, oficiales, algunos exconvictos y habitantes de Nueva Zelanda que regresaban a su tierra natal desde Australia.
El Boyd fue botado en Inglaterra en el año 1783, pesaba cinco toneladas y solía transportar convictos al otro extremo del mundo.

Cuadro pintado por el artista Louis John Steel en el año 1889 en el que puede verse la explosión del Boyd.
Foto: PD
Uno de los tripulantes de la nave era el joven maorí Te Ara, el hijo del jefe de Whangaroa, al que todos llamaban George. Te Ara había estado sirviendo como marinero en varios barcos durante el ultimo año cuando, de regreso a Nueva Zelanda a bordo del Boyd, se convertiría en el desencadenante de los trágicos acontecimientos que tendrían lugar allí.
Pero ¿qué ocurrió a bordo del Boyd? Una de las teorías que se han postulado al respecto apuntaría a que el cocinero de a bordo, cuando lanzó la basura por la borda tiró, sin querer, unos valiosos cubiertos. Nervioso, el hombre, para que no lo acusaran, denunció a Te Ara como el responsable del robo de los cubiertos. Aunque otra teoría apunta a que en realidad Te Ara desobedeció una orden directa del capitán alegando que se encontraba enfermo. Sea como fuere, Thomson decidió castigar la insubordinación del joven y ordenó que lo azotaran y que no le dieran de comer. Aquella práctica, muy habitual en alta mar, tendría finalmente terribles consecuencias.
Empieza la masacre
De este modo, nada más desembarcar en Whangaroa, Te Ara le contó a su padre lo que había ocurrido a bordo del Boyd. El jefe maorí montó en cólera por lo que consideró una auténtica deshonra (maná) para su clan y se propuso tomar venganza (utu). A ello se sumó además que los pākehā (forasteros) no estaban bien vistos entre la población nativa después de que el año anterior otros marineros hubieran traído consigo una terrible epidemia. Transcurrieron tres días en una aparente tranquilidad hasta que Te Phui propuso al capitán Thomson conducirles a él, al primer oficial y a un grupo de tres hombres hasta la desembocadura del río Kaeo, donde se suponía que abundaba la madera que andaban buscando. Mientras, el Boyd, con el resto de la tripulación, quedó fondeado en la bahía a la espera del regreso del grupo de tierra.
El jefe maorí montó en cólera por lo que consideraba una auténtica deshonra (maná) para su clan y se propuso tomar venganza (utu).

Retrato de Betsy Broughton realizado en el año 1814.
Foto: PD
Sin que apenas tuviesen tiempo de darse cuenta de lo que estaba a punto de suceder, un grupo de maoríes se abalanzó de repente sobre los británicos matándolos en el acto. Trasladaron los cadáveres a la aldea, donde los despojaron de sus vestimentas y los devoraron en un acto ritual. Después, se disfrazaron con las ropas de sus víctimas y, aprovechando la oscuridad, abordaron al Boyd, que estaba fondeado, asesinando y descuartizando a todo el que se cruzara en su camino. En medio de todo aquel horror, cinco marineros que se habían encaramado a un mástil para intentar salvarse, vieron cómo se acercaba la canoa de otro jefe maorí llamado Te Phai desde Rangihoua, una bahía situada en el extremo sur.
Sin supervivientes
Cuando llegó, Te Pahi se encontró en medio de la carnicería e intentó poner a salvo a los supervivientes puesto que tenía buena relación con los británicos, pero los atacantes empezaron a perseguirlo. Al ver que estaban a punto de darle alcance, Te Pahi se vio obligado a desembarcar a los marineros en la playa y estos emprendieron la huida. Pero la arena no les permitía ir muy rápido y fueron alcanzados inmediatamente por sus perseguidores, con lo que al final corrieron la misma suerte que la tripulación a bordo del Boyd y el grupo de tierra. Tras la matanza, los atacantes saquearon el barco y encontraron un cargamento de mosquetes y pólvora. Pero no se dieron cuenta de que la cubierta estaba llena de pólvora y cuando uno de los asaltantes trató de cargar una de las armas la chispa resultante provocó una tremenda explosión que acabó con la vida de nueve maoríes y hundió el bergantín.
Sin darse cuenta de que la cubierta estaba llena de pólvora, uno de los asaltantes trató de cargar una de las armas y la chispa provocó una tremenda explosión.

Fotografía tomada en el año 1912 de Alexander Berry capitán del City of Edimburgh.
Foto: PD
Al conocerse la noticia, el City of Edinburgh acudió al rescate, pero su capitán, Alexander Berry, solo pudo recuperar la documentación del Boyd y algunos restos de los tripulantes. Para evitar una guerra, el capitán decidió no arrestar a los maoríes culpables de la masacre, pero exigió que los jefes fueran destituidos, aún a sabiendas de que aquello era muy improbable. De todo el pasaje y la tripulación, tan solo cinco personas se libraron de la muerte: una pasajera llamada Ann Morley y su bebé, que estaban ocultos en su camarote; el grumete Thomas Davis, que se había escondido en la bodega; el segundo oficial, y Betsy Broughton, una niña de dos años. Pero el destino les tenía reservado un funesto final. Ann Morley murió en Lima tras hacer una escala y Thomas Davis falleció en Gran Bretaña. Las dos niñas fueron enviadas a Australia y del segundo oficial nada se sabe.
Desgraciadamente, la historia tuvo todavía un final peor. En 1810, cinco buques balleneros arribaron a Rangihoua para vengar el trágico final del Boyd. Pero confundieron al jefe del lugar, Te Pahi, quien había intentado salvar a los supervivientes del barco, con el jefe Te Puhi, líder de los atacantes, y las tripulaciones de los balleneros exterminaron a más de medio centenar de maoríes inocentes, saquearon el poblado e hirieron al propio Te Pahi, que perdería la vida posteriormente tras llevar a cabo una incursión contra Whangaroa para vengarse por la muerte de su gente.