Manuel Godoy y Álvarez de Faria llegaría a convertirse en uno de los hombres más poderosos en la España de su tiempo. A lo largo de su vida acumuló toda clase de cargos y títulos, a cual más rimbombante: Ministro Universal, Príncipe de la Paz, Generalísimo, Grande de España... No estaba mal para quien en 1784, a los 17 años, había llegado a la corte de Carlos III como simple guardia de corps. Según una versión fue en Madrid, durante la Semana Santa, cuando el destino de Godoy cambió para siempre. Corría el año 1788. Era costumbre entonces que los guardias de corps sacasen en procesión un Cristo venerado en la iglesia de San Sebastián, situada en la calle de Atocha. Los guardias tenían fama de aprovechar cualquier ocasión para galantear con las jóvenes que se cruzaban en su camino.
Manuel Godoy, que portaba las andas de la imagen religiosa, se llenó los bolsillos de bellotas, para ir lanzándolas a los cristales de las viviendas de sus amigas. Pero dio un traspiés, lo que hizo que él, sus compañeros y el Cristo terminasen en el suelo. Lo acaecido llegó a oídos del entonces príncipe Carlos, que llamó al responsable de tan irreverente suceso. Mientras el guardia recibía la regañina del príncipe, su esposa María Luisa interrumpía para hacer preguntas personales. La conversación fue tornándose en una charla amigable y Carlos se llevó una sorpresa cuando el joven le informó de que jugaba al ajedrez y que, además, tocaba la guitarra. Había encontrado al que sería su compañero de juegos, al igual que María Luisa…, según los rumores.
Un ascenso meteórico
El caso es que Godoy fue, poco a poco, ganándose la confianza de los príncipes. En cuanto éstos ascendieron al trono en diciembre de 1788, empezaron a llover sobre el extremeño toda clase de distinciones, primero militares –cadete, ayudante general, brigadier, mariscal de campo, sargento mayor–, luego cortesanas –gentilhombre de cámara, comendador de la orden de Santiago, duque de Alcudia–, y por fin, también políticas. Primero fue nombrado superintendente de Correos y Caminos, luego consejero de Estado, hasta que en 1792 se produce lo inimaginable: con apenas 25 años, Godoy es nombrado primer ministro de la monarquía.

Manuel de Godoy, por Francisco Bayeu. 1972. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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El ascenso de Godoy no podía sino provocar suspicacias y murmuraciones. Una frase de la época decía, aludiendo al poder que acaparaba el valido a costa del apocado monarca: "Vale más sonrisa de Godoy que promesa de Carlos IV". Un día apareció por las calles de Madrid un perro con un cartel al cuello que decía: "Soy de Godoy, no temo nada". No se pudo descubrir al autor y se encarceló al perro. Pero, sobre todo, se murmuraba de la relación del valido con la reina, 17 años mayor que él, y que nunca había sido querida por el pueblo.
Un día apareció por las calles de Madrid un perro con un cartel al cuello que decía: 'Soy de Godoy, no temo nada'. No se pudo descubrir al autor y se encarceló al perro.
Los historiadores han discutido largamente la realidad de esta acusación y, aunque algunos la han negado totalmente, la mayoría tiende a admitir que la relación existió, aunque sin duda fue muy exagerada por los rumores. Sin embargo, el encumbramiento de Godoy no se debió únicamente a un capricho amoroso. A los pocos meses de acceder al trono, Carlos IV y María Luisa se enfrentaron a una situación internacional enormemente complicada, que desbordaría enseguida el carácter indolente y bonachón del monarca.
El hombre del momento
Desde luego, no era tarea fácil lidiar con la Revolución Francesa y sus repercusiones. No olvidemos que el último rey de Francia, Luis XVI, cuya cabeza rodó en 1793 por necesidades de la causa revolucionaria, era primo de Carlos IV. La situación se volvió aún más difícil cuando entró en escena Napoleón, que, desde París, ansiaba hacerse con el dominio de medio mundo. Además, la corte española estaba sumergida en complicadas intrigas políticas y dinásticas. Los ministros estaban divididos en torno a la continuación de la política ilustrada de Carlos III y la actitud frente a la Revolución; los veteranos Floridablanca y Aranda no parecían resolver nada. Y por si eso fuera poco, el príncipe Fernando, heredero al trono, pronto empezó a conspirar contra su padre.
Los ministros de la corte española estaban divididos en torno a la continuación de la política ilustrada de Carlos III y la actitud frente a la Revolución

La familia de Carlos IV, por Francisco de Goya. 1800. Museo del Prado, Madrid.
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Todo ello explica que Carlos IV y María Luisa desearan elegir a alguien nuevo que gobernase sin dejarse influir. Y, a ser posible, joven y enérgico. Ambos estaban convencidos de que Godoy reunía las cualidades necesarias para cumplir ese cometido y durante quince años mantuvieron esa confianza contra viento y marea, uniendo totalmente su suerte a la de su ministro.
Disputa con Jovellanos
Dentro de las reformas que Godoy quiso acometer en España estaba el control del poder de la alta nobleza. Y sólo podía lograrlo alguien que fuese capaz de salvar el rígido protocolo de la corte para poder actuar sin frenos cuando se necesitase contar con una alta dignidad nobiliaria. Quizá con este fin Godoy fue encumbrado a Grande de España, entre otros títulos, en poco tiempo. No en vano María Luisa negoció su matrimonio con una sobrina del rey, María Teresa de Borbón y Villabriga, condesa de Chinchón. Este matrimonio sería desgraciado y terminaría en 1808, cuando María Teresa abandonó a su esposo ante la evidencia de su relación con la joven Pepita Tudó, quien, según algunas hipótesis, podría haber servido a Goya de modelo para pintar su Maja desnuda.
Dentro de las reformas que Godoy quiso acometer en España estaba el control del poder de la alta nobleza.

Retrato de Pepita Tudó, Condesa de Castillo Fiel y amante de Manuel Godoy. Óleo por José de Madrazo. 1813. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
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Rápidamente Godoy se convirtió a ojos de la opinión ilustrada en un dictador, un exponente del "despotismo ministerial". A ello contribuyó su accidentada relación con Jovellanos, el intelectual más prestigioso del momento. En 1797, Godoy decidió integrarlo en el Gobierno como ministro de Justicia junto a otro ilustrado de renombre, Saavedra. Jovellanos, escandalizado por la vida privada de Godoy, intrigó para que fuera apartado de la privanza y, en efecto, durante un breve período el extremeño hubo de renunciar a sus cargos. Pero en 1800 volvió al Gobierno y de inmediato logró la destitución del asturiano. Jovellanos se retiró primero a Gijón, pero poco después Godoy ordenó encerrarlo en el castillo de Bellver.
En manos de Napoleón
Aun así, lo más discutido de la acción de gobierno de Godoy fue su política exterior. En sus primeros años el valido tuvo una relación tensa con la Francia revolucionaria, hasta el punto de que hizo que España se sumara a la invasión organizada por las potencias absolutistas en 1793. Inicialmente la campaña fue exitosa, pero las tornas cambiaron enseguida y los franceses entraron en Cataluña, Navarra y el País Vasco. Godoy negoció una paz que no resultó del todo desfavorable y que le valió otro pretencioso título: Príncipe de la Paz.
El valido tuvo una relación tensa con la Francia revolucionaria, hasta el punto de que hizo que España se sumara a la invasión organizada por las potencias absolutistas en 1793.
El valido aprendió la lección y en lo sucesivo se inclinó por la alianza con Francia, primero con el Directorio, luego con Napoleón. Eso supuso enfrentarse con Gran Bretaña, que demostró su supremacía marítima derrotando una vez tras otra a franceses y españoles. En 1801, Napoleón obligó a Godoy a abrir hostilidades con Portugal para cerrar las puertas al comercio inglés. Godoy recogió los laureles de una campaña rápida y fácil para las tropas francoespañolas. Tras ocupar varias poblaciones lusas, la vanguardia hispana trajo a Godoy como signo de victoria dos ramos de naranjas, que el ministro ofreció de inmediato a María Luisa; de ahí el nombre burlón que el pueblo dio al conflicto: "Guerra de las naranjas".
Culpable y exiliado
Pero el problema portugués no quedó resuelto. En 1807, Napoleón forzó a Godoy a firmar una alianza que permitiese a las tropas francesas atravesar el territorio español con el fin de llegar a Portugal y repartírselo entre los dos países. Cuando Godoy se dio cuenta de lo que significaba la firma del tratado de Fontainebleau ya era tarde, y el ejército de Napoleón había ocupado España.

Caída y prisión del "Príncipe de la Paz" en Aranjuez el 19 de marzo de 1808. Grabado. 1814.
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Los españoles señalaron enseguida a Godoy como responsable. Así, en marzo de 1808, una multitud –instigada seguramente por partidarios del príncipe Fernando– asaltó la residencia de Godoy en Aranjuez. El ministro permaneció oculto durante 36 horas, hasta que, exhausto, salió en busca de agua. Al ser reconocido por un centinela, el pueblo volvió a concentrarse frente a su casa con ánimo de lincharlo; sólo se salvó gracias a la intervención de unos guardias de corps. Luego los franceses lo tomaron bajo su protección y lo enviaron a Bayona, donde el emperador había convocado a los miembros de la familia real española para que cedieran la corona de España a su hermano José.
Los franceses tomaron a Godoy bajo su protección y lo enviaron a Bayona, donde el emperador había convocado a los miembros de la familia real española para que cedieran la corona a su hermano José.
Siempre fiel a la familia real, Godoy se mantendría al lado de Carlos y María Luisa durante los años que pasaron cautivos en Compiègne y, más tarde, cuando se establecieron en Roma después de que Fernando VII fuese repuesto en el trono de España, al término de la guerra de Independencia. A la muerte de sus dos protectores, en 1819, Godoy, desprovisto de títulos y riquezas, marchó a París. En esta ciudad, donde vivió sus últimos años, se dedicó a escribir sus memorias, que se publicaron en una traducción al francés. Falleció en la capital francesa en 1851, cuando tenía 85 años y eran ya pocos los que se acordaban del momento de gloria que, medio siglo antes, había vivido aquel guardia de corps elevado al gobierno de la monarquía por el favor de una reina.