Abel G.M.
Periodista especializado en historia y paleontología
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El miedo a los vampiros y otros seres “no muertos” está arraigado en siglos y siglos de historia. Ya en la antigua Roma se realizaba un festival llamado Mundus patet, destinado a aplacar las almas de los difuntos para que no perjudicaran a los vivos. Los celtas también realizaban un festival llamado Samhain que se considera el origen del actual Halloween. En la Edad Media, las historias de vampiros y otros seres similares eran comunes en muchas partes de Europa. Todas estas historias viajaron al Nuevo Mundo con los colonos y derivaron en prácticas macabras que tuvieron lugar hasta tiempos bastante recientes.
Durante el siglo XIX y parte del XX, en Estados Unidos se realizaron decenas de “autopsias de vampiros”: se exhumaba un cadáver y un médico lo examinaba en busca de “evidencias” de que el difunto se había convertido en vampiro; a veces incluso se procedía a quemar el corazón como medida de precaución. Esto normalmente ocurría cuando había alguna epidemia que provocaba muertes inexplicables, ya que se temía que algún vampiro estuviera alimentándose de las personas enfermas.
Las pruebas del vampirismo
La sospecha empezaba cuando alguien observaba que la tierra cubriendo una sepultura parecía haber sido removida y, por lo tanto, que su ocupante hubiera salido de ella. Aunque existiera una explicación mucho más lógica – que un animal hubiera removido la tierra –, bastaba para encender la mecha de la superstición si en aquel momento alguien de la comunidad sufría una enfermedad desconocida, o incluso conocida pero cuyas causas eran todavía un misterio: la mayoría de estas autopsias están relacionadas de hecho con brotes de tuberculosis, cuyos síntomas (como la pérdida de peso y la tos con sangre) se relacionaban con el vampirismo. Por lo tanto, se procedía a examinar el cadáver sospechoso.
En esos casos se llamaba a un doctor que examinaba primero el cuerpo y después lo abría para comprobar el estado de ciertos órganos como el corazón o el hígado. Aunque se tratase de pura superstición, había una serie de “evidencias” que se tomaban como prueba de que un difunto se había convertido en vampiro y se estaba alimentado de los vivos. Estas incluían un estado de conservación del cuerpo extraordinariamente bueno, el aparente crecimiento de uñas y dientes, restos de sangre en el corazón o en los labios, y la sensación de que el cuerpo había ganado peso.
La explicación científica del supuesto vampirismo
Todos estos fenómenos tienen una explicación científica: el clima frío de algunas regiones del norte favorecía la conservación de los cuerpos y en algunos casos la coagulación de la sangre antes de su descomposición; los dientes y uñas realmente no habían crecido, sino que la piel y las encías se habían contraído con la desecación del cuerpo, dejándolas más expuestas; y la aparente subida de peso era realmente hinchazón producida por los gases de un cuerpo en descomposición.
Sin embargo, para la gente supersticiosa o que simplemente desconocía estos fenómenos, la aparición de estos signos era suficiente para confirmar sus miedos y muchas veces, para sentirse seguros, quemaban el corazón del difunto. Por supuesto, esto no ayudaba a las personas enfermas de las que supuestamente se estaba alimentando el vampiro y a menudo morían igualmente.