Una fuente medieval, la llamada Crónica profética, reseña el momento exacto en que las temibles naves vikingas fueron vistas por primera vez en aguas de Hispania: «Llegaron los normandos a España en la Era DCCCLXXXII kalendas augustas». La fecha corresponde al 1 de agosto del año 844 d.C., y los bajeles que aquel día avistaron los pobladores del litoral cantábrico correspondían a una flota vikinga que había saqueado Toulouse y que, al volver al Atlántico, fue sorprendida en el golfo de Vizcaya por un temporal que la empujó hacia la costa de Gijón. Los normandos («hombres del norte») aprovecharon la oportunidad que les brindaban los vientos para poner en práctica su inveterada afición al pillaje.
La flota bordeó la costa, navegando hacia Galicia hasta que avistó el Forum Brigantium, la Torre de Hércules, hoy en la ciudad de La Coruña. Los vikingos debieron de pensar que aquel imponente edificio se hallaba junto a una importante población y desembarcaron, pero sólo hallaron una pequeña aldea y se llevaron, además, una desagradable sorpresa.

Ramiro I de Oviedo no Compendio de cro´nicas de reyes
El rey Ramiro fue el primero en enfrentarse a las incursiones vikingas, una amenaza que plagaría el reinado de sus sucesores.
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Un ejército formado por tropas de Ramiro I de Asturias y los señores locales, que debía de haber vigilado los movimientos de los escandinavos, les plantó cara y les infligió una gran derrota: las crónicas mencionan la muerte de muchos guerreros y la quema de setenta naves. Los piratas abandonaron el lugar, pero la escuadra vikinga, aunque mermada, contaba aún con cincuenta y tres «bajeles» y otras tantas «barcas», que el 20 de agosto se plantaron ante Lisboa, ciudad que atacaron sin éxito durante trece días.
Vikingos contra musulmanes
Ante el fracaso, los vikingos volvieron a sus naves y siguieron su periplo hacia el sur hasta alcanzar la desembocadura del Guadalquivir, por donde penetraron hacia el interior de al-Andalus. El gobernador de Lisboa había prevenido al emir Abderramán II de la llegada de los normandos, pero el soberano omeya quizá no supo medir el peligro que se le venía encima. Los vikingos remontaron el río hasta Sevilla, tomaron la ciudad sin resistencia –aunque la alcazaba no se rindió– y, desde allí, empezaron a realizar incursiones con los caballos que habían robado a su paso por las marismas del Guadalquivir.

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Dirham de plata acuñado por Abderramán II. Colección privada.
El emir reclutó a toda prisa un ejército en Córdoba y su región, acampó cerca de Carmona y esperó la llegada de Musa ibn Qasi, el poderoso gobernador de la frontera norteña del emirato cordobés. Musa llegó al frente de un gran número de tropas y decidió tender una emboscada a los vikingos al sur de Sevilla, en un lugar llamado «Quintos de Muafar».
Por la noche, las tropas musulmanas se trasladaron hasta allí y se dispusieron vigías en la torre de una antigua iglesia. Al amanecer, un numeroso grupo de vikingos (a quienes los musulmanes llamaban al-magus o madjus, palabra con la que designaban a los paganos) salió de Sevilla hacia Morón y cuando pasaron junto a la alquería los vigías encendieron haces de leña sobre la torre. Los emboscados los dejaron pasar para caer sobre ellos cuando volvían a Sevilla y degollaron a muchos. Enseguida, el grueso del ejército musulmán se dirigió a esta ciudad y liberó al gobernador, encerrado en la alcazaba.

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La ciudad de Córdoba fue amenazada por los vikingos, pero se salvó gracias a la llegada del emir Musa ibn Qasi con un ejército desde el norte. Sobre estas líneas la mezquita de Abderramán I.
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Varios destacamentos vikingos habían abandonado Sevilla para emprender expediciones de pillaje hacia Córdoba y otros lugares. Los vikingos estacionados en Sevilla huyeron a sus naves y remontaron el Guadalquivir hasta alcanzar a los que iban en dirección a Córdoba; cuando estuvieron todos juntos dieron la vuelta y descendieron por el río, hostigados constantemente desde ambas orillas.
Una vez dejaron atrás Sevilla, parlamentaron con los musulmanes, y aceptaron devolver a los prisioneros que llevaban en sus naves a cambio de ropa y víveres. Sin embargo, cerca de Talyata (la actual Tablada), fueron alcanzados por el grueso de las tropas musulmanas y hubo una gran batalla en la que perdieron quinientos hombres y cuatro barcos; muchos fueron colgados de las palmeras de Talyata. Pero los que escaparon al degüello no se amilanaron y saquearon Niebla en su camino de vuelta al Atlántico. Así concluyó la primera incursión vikinga en la Península.
Segundo ataque: cae Pamplona
En el año 858, una flota vikinga capitaneada por dos famosos jefes, Hasting y Bjørn Costado de Hierro, atacó las costas de Francia, tras lo cual se dirigió hacia la Península. Las fuentes del período hablan de unos cien barcos. La Crónica albendense dice: «En aquel tiempo, los normandos vinieron de nuevo a las costas de Galicia, donde fueron derrotados por el conde Pedro».

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Proa del barco vikingo de Oseberg (Noruega), fechado en el año 820. Esta nave fue encontrada intacta en un túmulo funerario en el que había sido enterrada una poderosa noble con todos sus tesoros.
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La derrota se produjo después de que los normandos, tras desembarcar posiblemente en la ría de Arosa y saquear Iria Flavia (la actual Padrón), se dirigiesen a Santiago de Compostela, a cuyos habitantes obligaron a pagar un tributo; fue entonces cuando el conde Pedro los derrotó. Fue justamente la vulnerabilidad de Iria Flavia lo que llevó al rey Ordoño I de Asturias a solicitar del papa Nicolás I la autorización para trasladar la sede episcopal de aquella localidad a Santiago, lo que le fue concedido.
Aunque perdieron varios barcos, los normandos se unieron a otras bandas que operaban en aquellas aguas y se encaminaron hacia Lisboa, donde «hicieron muchos homicidios». Pero no se detuvieron allí: siguieron hacia el sur, cruzaron el estrecho de Gibraltar, atacaron Orihuela y saquearon Mallorca, Menorca, Ibiza y Formentera. Finalmente se instalaron en una isla de la Carmarga, en la desembocadura del Ródano, para pasar el invierno.

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La iglesia de san Nicolás, construida en 1117 es la más antigua de Pamplona, levantada tras el período de incursiones vikingas.
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En su viaje de vuelta realizaron una intrépida incursión y alcanzaron Pamplona, quizá remontando el Ebro, el Aragón y el Arga, o bien penetrando desde el golfo de Vizcaya, puede que desde la ría de Mundaka. En todo caso, el cronista Ibn Hayyan indica que los barcos de los madjus vararon al pie de Pamplona, donde los escandinavos tomaron como rehén al rey García Íñiguez, por el que obtuvieron la fabulosa suma de 70.000 dinares como rescate.
Tercer ataque: Galicia, el objetivo
Transcurrió casi un siglo antes de que los vikingos apareciesen de nuevo ante las costas peninsulares. En el año 951, los vikingos devastaron las costas de Galicia, saqueando diversos lugares, matando a mucha gente y llevándose como prisioneros a un buen número de habitantes. La presencia de los normandos tuvo amplias repercusiones en el norte. En su España sagrada, el padre Flórez –un erudito del siglo XVIII–recogió un antiguo documento de tiempos del obispo Hermenegildo de Lugo (951-958) en el que «los lucenses, tanto de estado eclesiástico como los laicos y Hermenegildo Obispo, se prometen mutua y solemnemente que juntamente con los habitantes de Lugo defenderán la ciudad contra los Normandos».

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Sancho rey de león. Pintura al óleo de José María Rodríguez de Losada, 1894, ayuntamiento de León.
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Es probable, asismismo, que la amenaza de un ataque vikingo fuese la causa por la que Sisnando, obispo de Compostela, obtuvo permiso del rey de León, Sancho I el Craso (956-966), para construir muros, torres y fosos que defendiesen la ciudad y la iglesia del apóstol contra los ataques del exterior. Sin embargo, el obispo utilizó el permiso real para hacer trabajar a los vasallos de la Iglesia de forma tan dura, que éstos enviaron sus quejas al rey. Éste reprochó al obispo su proceder, pero lo único que consiguió fue que el obispo se rebelase; no obstante, cuando el monarca se presentó con sus tropas ante Compostela, Sisnando no se atrevió a enfrentarse a él. Fue hecho prisionero y destituido de su cargo, en el que le sucedió un monje llamado Rosendo, del monasterio de Celanova.
El nuevo obispo tuvo que hacer frente muy pronto a un temible enemigo: los vikingos. Las crónicas relatan que el duque Ricardo de Normandía, en su lucha contra el conde de Chartres y el rey Lotario de Francia, había recibido en el año 963 la ayuda de mercenarios de Dinamarca; pero, cuando se firmó la paz, estaba deseoso de quitarse de encima tan engorrosa compañía, así que les facilitó guías y los envió hacia España.

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Drakkar vikingo según una acuarela de Herbert Oakes-Jones realizada en 1906. Colección privada.
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Cuando la escuadra vikinga llegó a Galicia, los normandos tomaron muchos lugares, robando y destruyendo con el fuego todo el país. Los labriegos estaban dispuestos a luchar y formaron un ejército, pero fueron derrotados en una sangrienta batalla. El obispo Rosendo tuvo que hacerse cargo del mando y participó personalmente en la lucha contra los vikingos, a los que expulsó con la ayuda de los condes de Galicia y, según refiere un texto coetáneo, «volvió de sus expediciones a Santiago coronado de triunfos y aplaudido de todos». Puede que de esas bandas vikingas también formasen parte los madjus que atacaron el califato andalusí en 965-966.
Cuarto ataque: la gran derrota
El rey Sancho el Craso murió a finales de 966 y su hijo, que a la sazón contaba cinco años, fue coronado con el nombre de Ramiro III. El obispo Sisnando aprovechó el vacío de poder para escapar de su prisión. El día de Navidad de aquel año se presentó en la basílica de Santiago «armado y vestido con coraza» y obligó al obispo Rosendo a retirarse al monasterio de Celanova. Sisnando había tomado posesión por la fuerza de su antiguo obispado, pero no pudo disfrutar en paz de su conquista.
En efecto, al poco tiempo se presentó ante las costas de Galicia una formidable escuadra vikinga compuesta por unas cien naves, al mando del rey Gunderedo, en cuyo nombre es fácil reconocer el nórdico Gunrød. Según las crónicas, los vikingos, partiendo del puerto llamado Junqueras (quizás en la boca del río Ulla, en la ría de Arosa), se dirigieron a Iria Flavia, capturando a hombres y mujeres que encontraban en su camino.

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Casco vikingo recuperado en una excavación arqueológica, Museo Cultural Histórico, Oslo.
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Sisnando les salió al encuentro con un ejército y se enzarzó en un violento combate en un predio llamado Fornelos, en las cercanías del río Louro. Sisnando murió de un flechazo en la cabeza y sus hombres emprendieron la fuga; ello habría acaecido el 29 de marzo del año 968. Desaparecida la resistencia, los vikingos se desparramaron por las tierras de Galicia robando, asesinando y destruyendo el país hasta los montes de Cebrero, que forman la frontera natural entre Galicia y León.
Cuando, cargados de botín y gran número de prisioneros, se dirigían a la zona de Ferrol, donde les esperaban sus naves, les cerró el paso un numeroso y abigarrado ejército bajo el mando del conde de Galicia, Gonzalo Sánchez, quien había logrado reunir una considerable fuerza armada compuesta por las gentes cuyas tierras habían sido arrasadas, cuyas casas habían sido incendiadas y cuyas familias habían sido asesinadas.

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La catedral de Tuy. Iniciada a finales del siglo XI y completada en el siglo XII, este templo se construyó años después del violento saqueo de la ciudad por los vikingos, en el año 1015.
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Tras una sangrienta batalla, los vikingos fueron vencidos –al parecer, el propio Gunderedo murió en el combate–, el botín fue recuperado y los prisioneros quedaron libres; el conde, además, quemó las naves de los piratas. Éste fue el más duro ataque vikingo que sufrió el reino de León; de la lectura de las crónicas parece desprenderse que los vikingos permanecieron tres años en tierras de Galicia. Dejaron tras de sí un panorama desolador: Tuy, Braga y Orense habían sufrido tal destrucción que sus obispos no podían residir allí, ya que tanto estas ciudades como las propias residencias de los prelados habían sido reducidas a cenizas.
El ocaso vikingo en Hispania
Después de estos ataques, las crónicas señalan esporádicamente la presencia de bandas de piratas vikingos. Hubo acciones de gran violencia como el asalto a Tuy de 1014 o 1015, protagonizado por una flota vikinga que remontó el Miño, incursión que se relaciona con la presencia en España de Olaf Haraldsson, futuro rey de Noruega. O la incursión de 1028, vinculada a un notorio jefe vikingo: Ulf, apodado «el Gallego», ya que los nórdicos solían dar el nombre de la región conquistada o saqueada a quien había dirigido la operación.

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La vida del rey Olaf Haraldsson en un retablo de madera de la catedral de Trondheim (Noruega), realizado por un autor desconocido hacia el año 1015.
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Más tarde, el obispo compostelano Cresconio tuvo que levantar el castillo de Oeste, ubicado estratégicamente en la ría de Arosa, junto a Catoira, para cerrar el paso a las naves vikingas que deseaban atacar Santiago remontando el Ulla. Cresconio murió en el año 1066, fecha de la invasión de Inglaterra por el ejército normando de Guillermo el Conquistador, con la que los historiadores dan por concluido el período vikingo.