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Los magníficos vestigios que hoy se esparcen por el país atestiguan el auge que alcanzó la provincia romana de Hispania. Desde el año 218 a.C. y durante siete siglos, el Imperio creó campamentos inexpugnables –la muralla de Lugo sigue acorazada con 10 puertas y 71 torreones–, infraestructuras civiles –el acueducto de Segovia fue erigido con sillares prodigiosamente armados sin argamasa– o colonias diseñadas para el retiro de sus soldados veteranos.
En ellas se vivía entre villas, termas y templos, viendo luchar a los gladiadores en anfiteatros como el de Itálica, uno de los mayores del Imperio con aforo para 25.000 espectadores, y deleitándose en teatros como el de Emerita Augusta, cuyo escenario resonaba con una acústica que sigue maravillando.