TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST
Hoy vamos a hablar del emperador romano que inauguró, involuntariamente, una larga tradición de emperadores asesinados. Hoy vamos a hablar de Calígula.
Ser el líder del imperio romano era una actividad peligrosa. Y es que, cuanto más poder tiene uno, más enemigos le salen. El emperador de Roma era el hombre más poderoso de Europa, así que necesitaba protección; mucha protección. Y para eso se creó la Guardia Pretoriana.
En tiempos de la república romana, existían los que eran conocidos como “pretorianos”. Los pretorianos eran soldados de élite que protegían a los pretores, es decir, los líderes militares o los magistrados de Roma. De aquí derivó la Guardia Pretoriana, que era una unidad del ejército imperial creada por Augusto, el primer emperador romano. La misión de la Guardia Pretoriana era proteger al emperador de cerca; lo acompañaba a todas partes, y funcionaba también como una especie de policía secreta. A cambio, sus miembros disfrutaban de privilegios, como ser los únicos que podían llevar armas en el centro de Roma, o recibir pagas especialmente generosas. Los dos primeros emperadores de Roma, Augusto y Tiberio, intentaron tratar bien a la Guardia Pretoriana para ganarse su respeto y su lealtad. Y lo hicieron. Pero el tercer emperador consiguió que varios miembros de la Guardia Pretoriana lo odiasen lo suficiente como para conspirar contra él y, finalmente, asesinarlo. Ese emperador no fue otro que Calígula.
La dinastía
Cuando Calígula subió al trono imperial de Roma, lo hizo justamente gracias a la Guardia Pretoriana. Cayo Julio César Germánico, que era el verdadero nombre de Calígula, nació en una familia que era parte de la dinastía Julio-Claudia, el linaje de César y de los primeros emperadores de Roma. La madre de Calígula fue Agripina -que era nieta de Augusto, el primer emperador-, y su padre fue Germánico, un general muy popular, sobrino e hijo adoptivo de Tiberio -el segundo emperador-. Germánico solía llevarse a su hijo de campaña militar, y lo vestía con un uniforme de soldado a su medida. De ahí le vino el sobrenombre de Calígula, que en latín significa “botita”, en referencia a las botitas militares que llevaba de niño.
A los treinta y tres años, Germánico enfermó y falleció. Esta muerte prematura, que algunas fuentes atribuyen a un envenenamiento, complicó las cosas para su esposa e hijos. El emperador, Tiberio, y su guardia pretoriano más influyente, Sejano, empezaron a desconfiar de la familia de Calígula. Veían a Agripina y a sus dos hijos mayores como posibles rivales políticos, y acabaron acusándolos de traición. No está claro si Tiberio tuvo algo que ver, pero en cuestión de tres años, los tres estaban muertos. Calígula y sus tres hermanas sobrevivieron, y quedaron bajo la supervisión del emperador.
Se dice que Calígula odiaba a Tiberio y deseaba vengar a su madre y hermanos por el daño que les había hecho. Pero nunca llegó a hacer nada al respecto. Por su parte, Tiberio se estaba haciendo mayor, y no tenía la energía o el valor suficientes para enfrentarse a un Calígula que ya apuntaba maneras de déspota. Según el historiador romano Suetonio, el emperador, intuyendo el tamaño de la ambición de su hijo adoptivo, dijo:
Estoy criando a una víbora en el seno de Roma
Cuando Tiberio murió, con casi ochenta años, había dos herederos del imperio: Tiberio Gemelo, que era nieto del emperador y primo de Calígula, y el propio Calígula. Con la ayuda de su guardia pretoriano preferido, Calígula consiguió apartar a Gemelo y ser coronado emperador.
Calígula, emperador
Calígula fue recibido por el pueblo de Roma con alegría. Primero, porque no era Tiberio; segundo, porque era hijo de Germánico, que había sido muy querido y admirado; y tercero, porque era joven (aún no había cumplido los veinticinco). Tras los veintitrés largos años de gobierno de Tiberio -un hombre huraño que nunca se sintió cómodo en su papel de emperador-, Calígula era el soplo de aire fresco que Roma necesitaba.
El nuevo, flamante emperador comenzó su mandato con medidas benevolentes: anunció reformas políticas y perdonó a todos los exiliados por el gobierno anterior. Pero en octubre del año 37, apenas seis meses después de estrenarse como césar, Calígula cayó gravemente enfermo. Aunque se recuperó, este susto lo dejó marcado. Sospechando que había sido envenenado, empezó a desconfiar de todo el mundo y a dar rienda suelta a la crueldad que, según los historiadores romanos, lo caracterizaba. Para sentirse más seguro, castigó con la pena de muerte o el exilio a todo aquel que le pareciese peligroso. Entre la lista de desafortunados estaba su primo Tiberio Gemelo, que fue ejecutado. Su tío Claudio -que cuatro años después se convertiría en el cuarto emperador de Roma- también estaba en su punto de mira, pero se dice que le perdonó la vida simplemente porque le gustaba mofarse de él.
La leyenda de Calígula
Aunque en el imperio romano la brutalidad estaba a la orden del día, las crónicas sobre el sadismo de Calígula están a otro nivel. Y puede que se basasen en hechos reales. Pero lo cierto es que estas historias son tan tendenciosas que es imposible discernir realidad de ficción en ellas. Hay que tener en cuenta que casi todos los relatos sobre la vida de Calígula fueron escritos años después de su muerte, y, según historiadores modernos, están llenos de errores de traducción, malas interpretaciones y exageraciones. Así que es buena idea coger “con pinzas” las historias que nos han llegado sobre la sed de sangre y las excentricidades de Calígula.
Según los historiadores romanos, Calígula era un hombre despiadado y caprichoso, y es cierto que dilapidó las arcas imperiales a base de proyectos extravagantes y monumentos a su vanidad. Una de sus anécdotas más conocidas cuenta que hizo construir un puente flotante a base de barcos en la bahía de Nápoles. ¿Para qué? Pues para poder galopar de un lado a otro durante días. También se dice que construyó otro puente en Roma, entre el Monte Palatino y la Colina Capitolina. La historiadora británica Mary Beard es escéptica respecto a esta historia, y apunta que, de haber existido tal estructura, se hubiesen encontrado restos arqueológicos de ella, cosa que no ha pasado. Otra de las historias más famosas de Calígula explica que, cuando el emperador se disponía a conquistar las Islas Británicas, llevó a sus tropas a la Galia, y mirando hacia el Canal de La Mancha, les ordenó que llenasen sus cascos de conchas para así “saquear el mar”. De nuevo, Beard sugiere que esta anécdota puede contener un error de traducción. Al parecer, la palabra musculi en latín significa “conchas”, pero también “cabañas militares”. Según la historiadora, quizá lo que Calígula estaba ordenando a sus soldados era que levantasen el campamento, y no que recogiesen conchas.
Pero no todas las historias aparentemente absurdas sobre Calígula son falsas. Una de las obsesiones del emperador era su afán por ser idolatrado como un dios, y estaba dispuesto a profanar templos si hacía falta para conseguirlo. Según Suetonio, y cito textualmente:
“Calígula extendió el palacio hasta el foro; convirtió el santuario de Cástor y Póllux en el vestíbulo; y a menudo se colocaba de pie entre estos divinos hermanos para ser venerado por todos los visitantes”.
Durante años, los historiadores modernos creyeron que esta afirmación formaba parte de la leyenda exagerada sobre Calígula. Simplemente, era un acto demasiado soberbio e impío para ser creíble. Pero en 2003, un grupo de arqueólogos británicos que excavaba en la zona del foro romano encontró estructuras que indican que Suetonio decía la verdad. El sistema de alcantarillado, los muros y el pavimento demostraban que el templo había sido incorporado al palacio. No era raro que los emperadores romanos esperasen ser elevados al estatus de dioses después de muertos. Calígula no quería esperar, así que se infiltró, directamente, en el olimpo romano.
Otra cosa que también se dijo de Calígula para desacreditarlo era que mantenía relaciones incestuosas con sus hermanas, especialmente con Drusila, su favorita. Es indudable que su relación era estrecha, y que ella tenía un gran poder de influencia en su hermano. Pero no está claro que fuesen compañeros de cama. Lo fuesen o no, varios historiadores posteriores a la época de Calígula dieron el rumor por cierto, retratando a Drusila como poco más que una prostituta. Lo que sí es verdad es que cuando ella murió, con solo veintiún años, Calígula quedó destrozado. La pérdida le afecto tanto que declaró un período de luto y la deificó. Así, Diva Drusila se convirtió en la primera mujer romana en recibir tal honor.
Capítulo aparte merecen las historias sobre Incitatus, el adorado caballo de Calígula. Según Suetonio, Calígula mimaba a Incitatus con todo tipo de extravagancias, como un collar de piedras preciosas, mantas de color púrpura (que era el color de la élite romana), o un establo hecho de mármol y marfil. Suetonio también dice que se rumoreaba que el emperador planeaba otorgar al caballo el título de cónsul. Historiadores posteriores dejaron la prudencia de lado y aseguraron que los rumores eran ciertos, y que si Incitatus no llegó a cónsul fue porque Calígula murió antes de lo que esperaba.
Según las crónicas romanas, Calígula era muy de hacer bromas crueles y comentarios hirientes, pero, por otro lado, tenía la piel muy fina. Se dice que era tan peludo que prohibió pronunciar la palabra “cabra” en su presencia. Además, al parecer, también era calvo, y tenía tanto complejo que mirarle directamente a la calva era ofensa capital. También se dice que intentaba acentuar su fealdad ensayando expresiones terroríficas delante del espejo. Y es que a Calígula le importaba mucho su imagen. Según Casio Dio, al emperador le encantaba vestirse de manera tan extravagante que casi iba disfrazado. El historiador resume su “peculiar” estilo en una frase:
“Calígula quería parecer cualquier cosa excepto un ser humano y un emperador”
En general, las fuentes antiguas retratan a un Calígula megalómano, que disfrutaba del sufrimiento ajeno, y que creía que todo el mundo estaba a su merced. Se ha afirmado que el emperador maltrataba a sus propios senadores haciéndoles perrerías como obligarles a correr delante de su carro. Y también se ha dicho que se acostaba con sus esposas, como si fuesen de su propiedad. Todo esto forma parte de su leyenda, que, como hemos dicho, fue escrita por sus enemigos, y, por tanto, no es del todo fiable. Pero, exageraciones aparte, Calígula era un hombre al que temer. Según Suetonio, la frase recurrente del emperador era:
“Recuerda que tengo el derecho de hacerle lo que quiera a quien quiera”
El magnicidio
La crónica más completa del asesinato de Calígula la escribió Tito Flavio Josefo. Josefo era un líder judío que se rebeló contra los romanos, pero que acabó formando parte de la corte imperial. Para Josefo, el asesinato de Calígula había sido un castigo divino a un emperador que se había burlado de los judíos y que había cometido sacrilegio. La crónica de Josefo es cincuenta años posterior a la muerte de Calígula, pero es muy rica en detalles. Esto hace pensar que su relato recogía las palabras de un testigo del magnicidio.
El 24 de enero del año 41, la capital del imperio celebraba el festival anual dedicado a la memoria de Augusto. Calígula había asistido a los espectáculos organizados por la mañana en la Colina Capitolina, y cuando terminaron decidió caminar él solo desde el teatro hasta sus baños privados. Entonces, cuando el emperador atravesaba un pasaje estrecho entre edificios, tres guardias pretorianos se acercaron a él, y comenzaron a apuñalarlo. Las fuentes coinciden en que la primera puñalada la dio Casio Querea, el líder del grupo, y los demás se sumaron al ataque después de él. Algunas crónicas sugieren que hubo más de tres hombres implicados en el crimen. Suetonio cuenta que el asesinato de Calígula recuerda al de Julio César, con una víctima acorralada y una lluvia de puñales a su alrededor. Cuando otro grupo de guardias pretorianos llegó en auxilio del emperador, ya era demasiado tarde. Calígula había muerto.
Cuando el emperador atravesaba un pasaje estrecho entre edificios, tres guardias pretorianos se acercaron a él, y comenzaron a apuñalarlo
Según Josefo, Casio Querea tenía motivos personales para odiar a Calígula. Él lo había protegido y acompañado; había actuado como agente, sicario y torturador bajo sus órdenes. Básicamente, había hecho todo lo que el emperador le había mandado hacer. Pero, al parecer, el emperador no solo no le mostraba agradecimiento por su dedicación, sino se burlaba de él y lo insultaba. Según Josefo, Calígula se mofaba de Querea por su voz afeminada, y lo llamaba “Venus”. Así, el guardia se cansó del recibir el desprecio de la persona cuya vida protegía, y decidió quitársela. A día de hoy no sabemos a ciencia cierta si el asesinato fue, como explica Josefo, obra de Querea y sus dos compinches, o si formaba parte de un complot más amplio.
La noticia corre
La Guardia Pretoriana tenía grabado a fuego su deber de lealtad al emperador, y su reacción a la noticia del asesinato de Calígula fue prueba de ello. Cuando el resto de los miembros del cuerpo se enteraron de lo que había pasado, empezaron a correr de un lado a otro, matando a su paso a cualquiera que les pareciese sospechoso de haber asesinado al emperador. Un senador tuvo la mala fortuna de pasar por allí con la toga manchada de sangre. Al parecer, el hombre venía de hacer un sacrificio animal, y no se había cambiado. Al verlo, los guardias no perdieron el tiempo preguntando, y lo mataron sin pensar dos veces, sembrando el terror entre los testigos.
Al conocer la noticia del asesinato de Calígula, los senadores de Roma se reunieron en el Templo de Júpiter, el gran monumento de la república romana. No había tiempo que perder, y necesitaban pactar su reacción al magnicidio. Los hombres discutieron la posibilidad de reinstaurar la república, y acordaron premiar con honores a los asesinos de Calígula, “el tirano”. Pero la Guardia Pretoriana tenía otros planes.
Horas después del asesinato de Calígula, su esposa, Milonia, y su hija, que era apenas un bebé, fueron asesinadas también. Claudio, el tío de Calígula, corrió a esconderse en un callejón oscuro cuando le informaron sobre crimen. Al poco tiempo fue descubierto por la Guardia Pretoriana, y el hombre imploró clemencia, pensando que lo asesinarían a él también. En lugar de eso, lo aclamaron como el nuevo césar. Así, Claudio se convirtió en el cuarto emperador de Roma.
Horas después del asesinato de Calígula, su esposa, Milonia, y su hija, que era apenas un bebé, fueron asesinadas también
Los senadores dejaron de lado su idea de restaurar la república romana, que ya no volvería, y los asesinos de Calígula fueron ejecutados. En cuanto a Claudio, parece ser que se mostraba reticente a ejercer de emperador, como si lo hubiesen empujado al poder contra su voluntad. Aunque puede ser que su resistencia fuese sincera, también es posible que fuese una fachada para enmascarar su ambición. Lo cierto es que el nuevo emperador no tardó en mandar remodelar los bustos de Calígula para que se pareciesen más a él, dejando claro quién mandaba ahora.
Las reacciones al asesinato de Calígula entre la población romana fueron variadas. En general, los ricos se alegraron, y los pobres lo lamentaron. Y es que, al parecer, y a pesar de todo, Calígula era un emperador relativamente popular entre el pueblo llano. Este detalle es un motivo más para dudar de la veracidad de las historias sobre crueldad y locura que surgieron sobre él.
El imperio romano después de Calígula
El asesinato de Calígula marcó un antes y un después en la historia del imperio romano. El último magnicidio de este calibre en Roma había sido el de Julio César, más de ochenta años antes. Como apuntaba Suetonio, este había sido parecido en crueldad al de Calígula, pero las circunstancias de la muerte de este último muestran un cambio de paradigma. La esposa de César no temía por su vida después de que mataran a su marido; en cambio, la esposa de Calígula y su hija cayeron poco después. Así, el asesinato de Calígula abrió la veda de las muertes violentas de emperadores romanos, y de sus familiares cercanos. De hecho, las Claudio, su sucesor, también fue asesinado -y, según las fuentes antiguas, su asesina fue Julia Agripina, una de las hermanas de Calígula-.
La muerte de Calígula abrió una nueva etapa de intrigas palaciegas y coronas envenenadas en la que el emperador ya no era una autoridad inviolable, sino una figura más en la estructura de poder del imperio; una figura que, en un momento dado, podía ser eliminada y reemplazada por otra parecida.