Sociedad romana

Llegar a viejo en la antigua Roma, un auténtico privilegio

En la antigua Roma, los ancianos poseían una gran autoridad en la familia, sobre todo el pater familias, que debía ser obedecido por todos sus miembros. También el Estado les debía respeto. Pero en ocasiones podían sufrir abandono y caer en la pobreza.

El anciano senador Apio Claudio el ciego acude a una sesión del Senado en Roma. Fresco por Cesare Macari. 1882-1888.

Foto: PD

Es difícil establecer la edad en la que un romano era considerado anciano, entre otras razones porque no existía un rito simbólico que marcara el comienzo de dicha etapa de la vida, como sí ocurría con el paso de la adolescencia a la edad adulta. Las fuentes clásicas llaman senex o senior a hombres entre los 46 y los 60 años, pero es realmente a partir de esta segunda edad cuando comienzan a notarse las consecuencias de la vejez y quienes la tienen empiezan a ser llamados, incluso por ellos mismos, "viejos".

El número de hombres ancianos era mayor que el de mujeres, sobre todo debido a la alta mortalidad en los partos, incluso entre las clases dominantes. El resultado fue una gran cantidad de viudos, que muchas veces volvían a casarse con mujeres mucho más jóvenes que ellos. Esto tuvo su reflejo literario en el personaje del viejo libidinoso enamorado de la misma mujer que su hijo, como el que describía Plauto en su obra Asinaria: "Es el más pillo de todos los mortales, un borracho, un don nadie, un libertino que no puede ver a su mujer ni en pintura […] ¡Mira que ponerse de copeo con el hijo y repartirse con él la amiga, el viejo ese decrépito que se dedica a corretear por locales de mala fama!".

Al mando de la familia

Aunque en muchas ocasiones se dé esta visión negativa de los ancianos, en realidad eran respetados por su sabiduría y por los papeles de importancia que adoptaron en la sociedad romana. Esto se aprecia perfectamente en los retratos de los personajes de la élite, bustos llenos de realismo a la hora de mostrar los rasgos de la vejez (arrugas, pómulos caídos, boca hundida), pero cuyos modelos fueron representados con gran dignidad. Así, la jefatura de la familia –integrada por un gran número de personas– recaía en manos del hombre de mayor edad, el pater familias. Este hecho provocaba numerosas envidias, sobre todo por parte de los hijos, quienes tenían que estar bajo la potestad de su padre hasta que muriera, incluso cuando éste sufría una enfermedad mental debido a su avanzada edad.

La jefatura de la familia –integrada por un gran número de personas– recaía en manos del miembro masculino de mayor edad.

Busto de un anciano conocido como Patrizio Torlonia. 

Foto: PD

La demencia, según el poeta Juvenal, era "peor que cualquier pérdida de facultades físicas" y el que la sufría "ni recuerda los nombres de los esclavos ni reconoce la cara del amigo con el que cenó la noche anterior ni a los hijos que ha engendrado, a los que ha educado". A pesar de las tensiones, el respeto a los ancianos dentro de la familia aparece como una obligación moral a través de la pietas. Este precepto incluía tanto el deber de los padres de criar y dar sustento a sus hijos como la obligación por parte de los hijos de apoyar económica, emocional y físicamente a los progenitores en su vejez. Esta virtud filial ya se encuentra en los relatos fundacionales de Roma, cuando Eneas –antepasado de Rómulo y Remo, los fundadores de la ciudad– huyó del incendio de Troya llevando a su viejo padre Anquises cargado a su espalda. El mismo deber se tenía para con las madres, hacia las cuales los hijos sentían una gran responsabilidad si quedaban viudas. Estas matronas ejercían su autoridad y se hacían respetar por su riqueza, por sus conexiones familiares y por una fuerte personalidad. Livia, esposa del emperador Augusto, fallecida a los 86 años, medió para que su hijo Tiberio accediera al trono imperial.

Togado Barberini, escultura de un pater familias que sostiene los bustos de sus antepasados.

Foto: Carlo Dell'Orto (CC BY-SA 4.0)

En ausencia de la madre, la función de cuidar a los niños recaía en la abuela, que a cambio recibía el afecto de sus nietos, tal y como lo atestiguan las inscripciones funerarias dedicadas a las abuelas. El historiador Suetonio cuenta que el propio emperador Vespasiano, criado por su abuela Tertulla, aun después de la muerte de ésta visitaba su casa y honraba su memoria en numerosas ocasiones.

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Líderes políticos

Desde los primeros tiempos de la República, los ancianos eran los garantes del respeto a las tradiciones y los encargados de tomar las decisiones más importantes. Así nació el Senado, una asamblea de ancianos (senes) compuesta por magistrados con experiencia y hombres destacados por sus cualidades y su posición social. Muchos personajes ilustres de la política romana llegaron a la ancianidad desempeñando sus cargos políticos, como Catón el Viejo, que estuvo en activo hasta su fallecimiento en 149 a.C., a los 85 años. En algunos casos, esta ambición resultó contraproducente: Juvenal consideraba a Mario, el célebre líder popular del siglo I a.C., como el prototipo de político que estropeó su carrera por no querer retirarse a tiempo: murió a los 71 años mientras ejercía el consulado por séptima vez en medio de una guerra civil.

Juvenal consideraba a Mario, el célebre líder popular del siglo I a.C., como el prototipo de político que estropeó su carrera por no querer retirarse a tiempo.

Busto de un hombre anciano cubierto con un manto. Siglo I. Museos Vaticanos.

Foto: shakko (CC BY-SA 3.0)

La llegada del Imperio mermó el poder del Senado, aunque diversos personajes ejercieron cargos de importancia en su vejez, empezando por los propios emperadores. Augusto, si bien soñaba con retirarse en algún momento, terminó ejerciendo el poder hasta que falleció a los 76 años. Vespasiano accedió al trono después de cumplir los 59, y sus retratos no disimulan los rasgos de la vejez de este emperador, que murió a los 69 años. En el caso de Adriano, en cambio, los bustos no lo representan como un viejo, y su barba y cabellera disimulan cualquier rasgo de la cara; pero la realidad es que falleció, enfermo, a los 62 años.

Busto del emperador Marco Aurelio. Museo Saint-Raymond, Toulouse.

Foto: PD

El emperador Marco Aurelio, que murió a los 59 años, hizo honor a su apelativo de "filósofo" haciéndose representar durante sus últimos años de vida a la manera de los intelectuales griegos –cuya imagen se asociaba con la vejez durante la Antigüedad– en contraposición con sus retratos y esculturas previos, que muestran al emperador como un militar fuerte que gobierna el mundo. Situación bien distinta era la que vivían los ancianos más humildes. La temida combinación de vejez y pobreza en época romana era, en opinión de Cicerón, la mayor carga que una persona podía sufrir.

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Obligados a trabajar

Las calles de las ciudades estaban llenas de ancianos que se buscaban la vida como mensajeros, jornaleros, vendedores, mendigos o músicos. El escritor Dion Crisóstomo refiere que "a menudo vemos cómo, incluso en una gran agitada muchedumbre, el individuo no tiene dificultad en realizar su trabajo; por el contrario, el hombre que toca la flauta o enseña a un alumno a tocar, se concentra en ello, a veces dando clase en plena calle, y ni la multitud ni el barullo de los transeúntes le distraen en absoluto". También andaban por esas callejas mujeres adivinas, consideradas brujas o alcahuetas, dos de las figuras más denostadas en la literatura romana por representar la antítesis de la matrona ideal. También es curiosa la cantidad de representaciones de pescadores viejos, delgados y vestidos con harapos que se dan en la escultura romana, lo que lleva a pensar que la pesca debía de ser una ocupación frecuente entre los ancianos más pobres. Los más afortunados eran quienes podían llegar a la vejez ejerciendo un oficio por el cual eran respetados, como los maestros, las nodrizas que cuidaban a los niños de la élite o las comadronas que asistían los partos.