El Mar del Sur

Nuñez de Balboa descubre el Océano Pacífico

En 1513, Vasco Núñez de Balboa, desde la cumbre de las montañas que dividen el istmo de Panamá, divisó por primera vez la vasta extensión de agua del Pacífico, que denominó Mar del Sur

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Núñez de Balboa toma posesión del Mar del Sur entre los vítores de sus compañeros, en septiembre de 1513. Litografía del siglo XIX. 

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A comienzos del siglo XVI ya se sabía que las tierras descubiertas por Colón no correspondían al extremo más oriental de Asia, sino que constituían un nuevo continente, como certificaban las navegaciones de Américo Vespucio. La Corona española había decidido dar carta blanca a los más audaces exploradores españoles a fin de ocupar aquellos nuevos territorios y explotar sus riquezas. Entre estos personajes ávidos de fortuna y fama se encontraba Vasco Núñez de Balboa, un joven hidalgo empobrecido de Extremadura. A los 26 años se enroló en la expedición de Rodrigo de Bastidas, que exploró las costas de lo que hoy son Venezuela, Colombia y Panamá. Con las ganancias obtenidas se estableció como agricultor en la isla de La Española, pero su negocio fracasó y decidió huir, acosado por las deudas.

En 1509 se embarcó como polizón, escondido en un tonel junto con su perroLeoncico, en la expedición de Martín Fernández de Enciso. Cuando fue descubierto, Enciso lo aceptó debido a su conocimiento de la costa continental. Enciso debía prestar auxilio a San Sebastián de Urabá, el único enclave español en la costa de la actual Colombia, acosado entonces por los indígenas. A la vista de la difícil situación del fuerte, Núñez de Balboa sugirió trasladarlo más al norte, a la región de Darién (en el actual Panamá), a cuyo gobernador, Diego de Nicuesa, se consideraba desaparecido mientras exploraba la costa.

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Catedral de Santa María en Santo Domingo, en la isla de La Española. En la época de Balboa, esta ciudad era el centro administrativo de las Indias.

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Llegados a dicha región, y tras una dura batalla contra los indios de Cémaco, cacique de aquel lugar, Enciso y Balboa fundaron Santa María la Antigua de Darién, que se convertiría en el primer asentamiento español permanente en tierras continentales. Los colonos no tardaron en mostrarse descontentos con el mando de un Enciso que se mostró codicioso y despótico, especialmente durante el reparto del oro ganado a Cémaco. Entonces lo acusaron de usurpar la autoridad del desaparecido Nicuesa, lo enviaron a La Española y nombraron alcalde a un popular Núñez de Balboa. Poco después apareció el gobernador Nicuesa, malherido tras una escaramuza con los indios, que quiso castigar a Balboa por considerar que éste también había usurpado su cargo. Sin embargo, cuando pretendía desembarcar en Darién, una muchedumbre le impidió bajar a tierra y su barco tuvo que seguir navegando, hasta que se hundió sin dejar rastro. 

La fortuna de los audaces

Balboa se había convertido en el gobernador de hecho, pero no de derecho, de Veragua (Panamá) y la Nueva Andalucía (la costa de Colombia). Desde su posición, instó a sus compañeros de colonia a explorar el territorio, descubrir nuevas tierras y conseguir más oro y perlas con las que convencer a la Corona de la idoneidad de su mando. Balboa era un hombre enérgico y disciplinado, pero afable y de muy buen trato, lo que hizo que sus hombres le siguieran de forma entusiasta, incluso ante la perspectiva de enfrentarse a tribus belicosas, armadas de las temidas flechas envenenadas con curare, en un ambiente de por sí insalubre y en un terreno intrincado, durísimo para los europeos.

Balboa dio orden de construir bergantines para explorar la costa, donde esperaba aliarse con los caciques locales y evitar en lo posible los enfrentamientos. En una de estas exploraciones, tuvo un golpe de suerte decisivo al localizar a dos marineros supervivientes de la armada de Nicuesa. Ambos aparecieron desnudos y pintados al modo de los indios, pero habían aprendido las lenguas locales y servirían de intérpretes.

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Vasco Núñez de Balboa, en un grabado del siglo XIX.

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 En 1513 recibió noticias del cacique Comagre y su hijo mayor Panquiaco, jefes de diez mil indios, que habían oído hablar de la valentía de los castellanos y deseaban conocerles. Comagre, sus siete hijos y sus veinticinco principales guerreros recibieron a los españoles, que fueron agasajados, alojados en las casas de los hijos de Comagre y abastecidos de víveres. 

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Un día, Panquiaco se presentó ante Balboa y su lugarteniente Enrique de Colmenares para obsequiarles con setenta esclavos y mil pesos en joyas y aderezos de oro. Tras fundir el oro y separar una quinta parte para la Corona, como requería la ley, estalló una disputa entre los españoles por el reparto del metal precioso. Panquiaco, muy extrañado, tiró al suelo las balanzas donde se pesaba el oro y espetó a los españoles: «¿Por qué reñir por tan poco? Si tanta es vuestra ansia de oro que desamparáis vuestra tierra para venir a incordiar las ajenas, provincia os mostraré yo donde podáis a manos llenas contentar ese deseo. […] A una distancia de seis soles hallaréis a un cacique muy rico de oro y luego veréis el mar que está hacia aquella parte». Y señaló al mediodía. Panquiaco les advirtió de la necesidad de al menos seis mil hombres para subyugar a aquel cacique y ofreció la ayuda de sus guerreros.

La travesía del istmo

Balboa, exaltado, tomó conciencia de que se abrían ante él las puertas de un nuevo mar y el camino a las Indias Orientales, algo que ansiaba la Corona y por lo que sin duda sería recompensado. Resolvió quedarse unos días afianzando la amistad con los caciques locales, y posteriormente regresó a Darién. Envió quince mil pesos del quinto real a La Española, junto con la petición de hombres y bastimentos para iniciar una expedición, pero el barco con el oro y la demanda de ayuda naufragó, y los refuerzos no llegaron jamás. Decidió entonces emprender la aventura con los pocos hombres de que disponía y el auxilio de sus aliados indígenas. El primer día de septiembre de 1513 partió con 190 hombres, mil indios de carga y varios perros de pelea. Un cacique aliado, Careta, le proporcionó guerreros con los que se internó por el istmo de Panamá. Aunque la fuerza expedicionaria era numerosa, el camino no fue fácil, ya que a lo intrincado del terreno se sumaba la hostilidad de algunos jefes locales con los que había que combatir encarnizadamente.

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Combate de los hombres de Balboa con los indígenas en una ilustración del siglo XIX.

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El 25 de septiembre alcanzaron la cumbre de la cordillera que divide el istmo. Según el cronista Fernández de Oviedo: «A las diez horas del día, yendo el capitán Vasco Núñez en la delantera de todos los que llevaba por un monte raso arriba, vio desde encima de la cumbre la mar del sur, antes que ninguno de los cristianos compañeros que allí iban». Balboa cayó rodilla en tierra. Emocionado y con los ojos anegados de lágrimas, dio gracias al cielo al tiempo que proclamaba: «Allí veis, amigos, el objeto de vuestros deseos y el premio de tantas fatigas. Ya tenéis delante el mar que se nos anunció, y sin duda en él se encierran las riquezas inmensas que se nos prometieron».

La toma de posesión 

Los expedicionarios aún tuvieron que enfrentarse con el cacique Chiapas en su descenso hacia el mar. Balboa decidió entonces enviar a un joven Francisco Pizarro (el futuro conquistador del Perú), Juan de Ezcaray y Alonso Martín a la búsqueda por separado del camino más adecuado para llegar a la ribera. El 29 de septiembre de 1513, día de San Miguel, Balboa alcanzó por fin la orilla del Mar del Sur, como lo bautizó por haber llegado hasta allí avanzando a través del istmo en esa dirección.

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Balboa avista por primera vez el Pacífico, dibujo de principios de siglo XX.

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Con la pleamar, el conquistador extremeño, vestido con todas sus armas, con la espada en una mano y el estandarte con la Virgen y el escudo de Castilla en la otra, tomó posesión de aquellos nuevos dominios en nombre de la reina doña Juana (hija de Isabel la Católica y madre de Carlos V, entonces soberana de Castilla), levantó acta y probó que el agua fuera salada, como la de la mar que bañaba la costa opuesta del Istmo. «Yo os prometo que nadie en el mundo os iguale en gloria ni en riquezas», diría a sus hombres. Unas palabras que quizá recordó con amargura en el momento de ser ajusticiado, seis años después, por orden de su propio suegro, Pedro Arias de Ávila, quien lo acusó de traidor a la Corona de Castilla.