Un legislador excepcional

Licurgo y el viaje que inspiró las nuevas leyes que transformaron Esparta

Tras visitar Creta y Egipto en busca de modelos políticos para su patria, Licurgo acudió a Delfos, donde el oráculo le dictó las leyes por las que Esparta habría de regirse durante siglos.

RP P 1961

RP P 1961

Retrato de Licurgo, 1793 - 1795.

Rijksmuseum

A lo largo de los siglos VII y VI a.C., la época arcaica de la historia de Grecia, muchas ciudades se desangraron a consecuencia de feroces luchas entre las familias aristocráticas, que se saldaron con el ascenso al poder de los llamados «tiranos».

Sin embargo, hubo una ciudad, Esparta, que escapó a ese destino gracias a un conjunto de leyes que garantizaron su estabilidad durante largo tiempo. Su artífice fue Licurgo, el hombre elegido por Apolo para transmitir a través de su oráculo la Gran Rhetra, las oscuras palabras sobre las que Esparta fundamentó su singular sociedad y su poderío militar.

Cuenta el historiador Plutarco que los espartanos hacían descender a Licurgo del gran héroe Heracles, por lo que pertenecía a la realeza. No en vano contaba entre sus ancestros con el rey que había sometido a los ilotas (la población de esclavos que cultivaba las tierras de los espartanos) y con Euripón, el soberano que daba nombre a uno de los dos linajes reales que regían la ciudad.

En su juventud, en una Esparta presa de las turbulencias sociales, el destino puso en manos de Licurgo el trono de la ciudad después de que su padre muriera apuñalado cuando trataba de dirimir una riña y de que poco después falleciera su hermano mayor.

Sin embargo, cuando sólo llevaba unos meses en el poder se enteró de que su cuñada viuda estaba embarazada; de inmediato declaró que si el nacido era varón él se limitaría a ejercer como su tutor. Pero la mujer le propuso en secreto que se deshicieran del niño antes de que naciera para casarse con él y reinar conjuntamente, a lo que Licurgo respondió que se libraría del niño una vez que éste hubiera nacido. Sin embargo, llegado el día, hizo que le trajeran rápidamente el bebé y, llevándolo en sus brazos, lo mostró a los espartanos proclamando el nacimiento del heredero.

 

Licurgo 1

Licurgo 1

Licurgo muestra a la asamblea de Esparta a su sobrino recién nacido, Carilao, para que lo acepten como su nuevo rey.

iStock

Aprender del extranjero

Este gesto de magnanimidad de Licurgo tan sólo le sirvió para atraerse el rencor de la familia materna del nuevo rey, que trató de sembrar la calumnia en torno a él, dando a entender a cada ocasión que el tutor pretendía usurpar el poder. Para librarse de toda sospecha, Licurgo se embarcó en un largo viaje por el Mediterráneo oriental, periplo que aprovechó para tomar nota de las formas de gobierno que existían en las regiones más prósperas del mundo y aplicarlas luego en su patria.

Se dirigió en primer lugar hacia Creta, la tierra del mítico rey Minos, que gozaba entre los griegos de fama de gran legislador. En los reinos de Asia Menor, en la costa occidental de la actual Turquía, tuvo ocasión de comparar el modelo de moderación y austeridad de Creta con los refinamientos y lujos de Jonia, que representaron para él todo aquello que se debía evitar. Más provechosa fue su visita a Egipto, donde, según recuerda Heródoto en su Historia, Licurgo pudo contemplar una organización social basada en una casta militar que vivía aparte de los que se dedicaban a las actividades profesionales, el mismo tipo de segregación que resultaría determinante en el devenir de Esparta.

Hay quien cuenta que Licurgo llegó a las costas de Iberia e incluso hasta la India, donde habría tratado con los gimnosofistas, los «sabios desnudos» con los que siglos después se entrevistaría Alejandro Magno. Sin embargo, la etapa crucial de su viaje fue la que le encaminó al santuario de Apolo en Delfos. Allí el dios, por boca de su sacerdotisa, la Pitia, le inspiró la Gran Rhetra o Gran Pronunciamiento, la ley con la que Licurgo estaba decidido a reformar la sociedad espartana.

Por aquel entonces, el suelo de Esparta vibraba con el temblor de la revuelta civil, por lo que cada vez eran más las voces que clamaban por el regreso de Licurgo. De hecho, uno de los reyes había tenido que refugiarse en la acrópolis de Esparta. Era el tipo de situación que en la Grecia arcaica desembocaba en la ascensión al poder de un enérgico hombre de acción a través de la sangre. Licurgo, sin embargo, procedió de otra manera.

Es cierto que entró en el ágora acompañado por treinta hombres armados con la intención de «consternar e intimidar a los posibles opositores». Pero luego, en vez de convertirse él mismo en un tirano, decidió instaurar la Gran Rhetra, la ley que el oráculo de Delfos le había dictado.

Fanático de la austeridad

La Rhetra, en su oscuro lenguaje, decía así: «Tras crear una gerousia de treinta, incluidos dos arkhagetes, congrega a la apella periódicamente, y úsala para aprobar y rechazar. Al pueblo, victoria y poder». La gerousia era el «consejo de ancianos»; los arkhagetes, los «guías del pueblo», esto es, los reyes, y la apella era la «asamblea de guerreros». Por tanto, Licurgo establecía un equilibrio entre los reyes, la aristocracia y el pueblo, si bien quienes realmente ejercían el poder eran los ancianos y los monarcas, pues la apella, que se reunía una vez al mes bajo la luna llena, tan sólo aprobaba o rechazaba con sus gritos las propuestas del Consejo.

La tarea de Licurgo no se limitó a comunicar el oráculo a sus compatriotas. Su propósito era refundar la sociedad espartana sobre la base de la plena igualdad entre los ciudadanos, y para ello dictó una serie de nuevas rhetras que jamás fueron puestas por escrito. Entre sus decisiones más atrevidas estuvieron repartir a partes iguales el territorio y anular el valor de las monedas de oro y plata, ordenando que en su lugar se empleasen pesadas monedas de hierro, lo que provocó las burlas del resto de Grecia; así esperaba desterrar todo atisbo de lujo y riqueza.

 

Ruinas de Esparta

Ruinas de Esparta

Esparta era una polis atípica ya que no contaba con murallas. En la imagen los restos del teatro de Esparta, de época romana.

Impuso también toda clase de trabas para que los espartanos salieran de su ciudad e intentó prohibir el comercio exterior a fin de evitar la entrada de ideas peligrosas. De hecho, la arqueología muestra que en el siglo VI a.C. la importación de bienes extranjeros disminuyó mucho en Esparta, si bien no llegó a desaparecer.

Otra de las medidas de Licurgo fue imponer la obligación de participar en sobrios banquetes comunales, donde el viejo impulso aristocrático de hacer ostentación del prestigio personal se veía completamente anulado. Esto motivó que un grupo de nobles espartanos se sublevase contra Licurgo y le expulsara del ágora bajo una lluvia de piedras; aunque logró refugiarse en un templo, un joven aristócrata llamado Alcandro lo persiguió y acabó sacándole un ojo con su bastón. Calmadamente, Licurgo se volvió hacia la multitud y les mostró su rostro bañado en sangre.

El episodio concluyó con otra exhibición de magnanimidad por parte de Licurgo: cuando el pueblo le entregó a Alcandro, lo condujo a su casa y, tras decir a sus esclavos que se marchasen, le ordenó que se mantuviera a su lado como su servidor, sin imponerle otro castigo que el de aprender junto a él.

Las reformas de Licurgo pretendían conseguir la total lealtad de los espartanos hacia la comunidad. El instrumento primordial para lograrlo y lo que convirtió a Esparta en un Estado excepcional dentro de Grecia fue el método de educación que introdujo Licurgo: la agogé. Según este sistema, a los siete años los niños abandonaban el núcleo familiar y quedaban bajo el amparo de la ciudad. Convivían hasta los 30 años, tomando conciencia de su pertenencia a una comunidad igualitaria y solidaria, a la que, llegado el caso, tendrían que defender con su vida.

 

templo de apolo

templo de apolo

Ruinas del templo de Apolo en Delfos.

iStock

Son de sobra conocidas las duras pruebas de supervivencia a las que los jóvenes se sometían. Sin calzado y con una sola túnica para todo el año, los muchachos debían ganarse el sustento recurriendo al robo si era necesario. En su Constitución de los espartanos Jenofonte se preguntaba: «¿Por qué, si Licurgo creía que robar era una buena acción, eran castigados con el látigo los jóvenes sor- prendidos en robo?». A lo que acto seguido respondía: «Porque castigan al que roba mal».

Fanáticos de la igualdad

Se ha señalado que los espartanos no tenían un ejército, sino que eran en sí un ejército, por lo que su objetivo era criar hijos sanos y fuertes. Desde su nacimiento, y de acuerdo con su condición física, los ancianos decidían si el niño sería criado o expuesto a los pies del monte Taigeto.

Los nacimientos y el matrimonio fueron, en efecto, uno de los puntos clave de las reformas de Licurgo, y en este aspecto Esparta aventajó a las demás ciudades en cuanto a la libertad de sus mujeres. Las jóvenes recibían un entrenamiento militar igual al de los hombres, además de una educación centrada en la danza y la gimnasia, ya que consideraban que de cuerpos bien entrenados saldrían hijos más robustos.

Además, en una sociedad sobre la que pendía la amenaza de la oliganthropía o escasez de ciudadanos (es decir, de guerreros), las mujeres podían concebir hijos con cualquier ciudadano libre que suscitara la admiración por sus cualidades. Por ese motivo los solteros eran tratados con desprecio: se les hacía caminar desnudos por el ágora mientras aguantaban cánticos burlones –pues la burla y la broma estaban toleradas; incluso Plutarco menciona que Licurgo llegó a levantar una estatua a la Risa–. Así, cuando un afamado general que estaba soltero pidió a un joven que le cediera un asiento, éste se negó diciendo: «Tú no dejas un hijo para que me lo ceda a mí».

Esta forma de hablar, afilada y concisa, a la que llamamos «lacónica» por ser Laconia la región donde se ubicaba Esparta, también fue potenciada por Licurgo. Se cuenta que él mismo hablaba de manera sentenciosa –de hecho, la Gran Rhetra contaba con sólo 38 palabras– y que en una ocasión, para justificar el escaso número de rhetras que había decretado, argumentó que «los que usan pocas palabras no precisan muchas leyes».

La cuestión es que los espartanos supieron convertir su hermetismo y voluntad de secretismo en una virtud militar al hacer uso de sistemas de comunicación secreta y de espionaje. Una de las prácticas espartanas más famosas era la siniestra krypteia, la emboscada mediante la cual los jóvenes espartanos asesinaban a los ilotas más peligrosos para sembrar el terror entre los demás; Aristóteles atribuía a Licurgo la implantación de estas brigadas secretas, pero Plutarco le descargaba de esa culpa.

 

Guerreros espartanos

Guerreros espartanos

Se ejercitan en el dromos o estadio de Lacedemonia. Grabado del siglo XIX. 

Granger / Album

el último sacrificio

Una vez que se hubo consolidado el gobierno y vio que los logros adquiridos habían convertido a Esparta en una potencia, Licurgo pasó a preocuparse por el modo de perpetuar su Constitución. Con este objetivo anunció a la asamblea de ancianos y a la de los guerreros que marcharía a Delfos para consultar con Apolo sobre el modo de mejorar las leyes de la ciudad, y les pidió que juraran que mantendrían inalteradas las leyes hasta su regreso. Llegado a Delfos, el dios le respondió que las leyes ya decretadas bastaban para que la ciudad fuera feliz, por lo que Licurgo decidió quitarse la vida por inanición para no regresar y que su Constitución no se modificara. Su sacrificio no fue en vano; Esparta –escribe Plutarco– fue «la primera ciudad de Grecia en buen gobierno y gloria por mantenerse fiel durante 500 años al código» de su gran legislador.