Siglo XX

La Ley Seca, la era de la prohibición en Estados Unidos

En 1919, el movimiento por la templanza logró que se ratificara la 18.ª enmienda a la Constitución de Estados Unidos, que prohibía la manufactura, la venta y el transporte de bebidas alcohólicas

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Foto: Everett / Bridgeman / Aci

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Las paradojas de la prohibición

El historietista Winsor McCay plasmó en este dibujo, de la década de 1920, los perversos efectos de la Ley Seca, que debía crear una América mejor: "Enriquecerse rápidamente", "contrabando de whisky", "crimen" y "droga" (que sería distribuida por el crimen organizado surgido de la Prohibición). 

Foto: DAVID FRENT / GETTY IMAGES

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Accesorios de automóvil en favor (uphold) y en contra (repeal) de la Ley Seca

"Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno". Así se dirigía el 16 de enero de 1920 el reverendo Billy Sunday a una multitud de 10.000 personas que celebraban con él el funeral de John Barleycorn (nombre del whisky en argot).

Foto: Curt Teich Postcard Archives / age fotostock

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La ciudad del crimen

Por su cercanía a la frontera con Canadá, Chicago (arriba, en una imagen de 1923) devino un punto importante de contrabando de alcohol, cuyo control desató una brutal oleada de violencia que sufrió toda la ciudad.

Foto: E. I. Blumenschein / Bridgeman / Aci

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Una mujer suplica a su marido que no beba alcohol. Litografía de 1898

A finales del siglo XIX se propusieron medidas legales contra el consumo de alcohol en varios países protestantes. En 1898, Canadá celebró un referéndum no vinculante que ganaron los partidarios de la prohibición en las provincias protestantes del oeste y de la costa atlántica, pero no en el Quebec católico, y el Gobierno federal decidió dejar la regulación de este asunto en manos de las provincias.

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Pin electoral de 1932 en favor de Roosevelt como presidente

En los comicios presidenciales de 1932, el sucesor de Smith como gobernador neoyorquino, Franklin Delano Roosevelt, se presentó como defensor del cambio. Elegido con una abrumadora oleada de apoyo, en marzo de 1933 legalizó la cerveza.

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El promotor de la ley seca

Andrew J. Volstead, senador republicano por Minnesota, promovió el Acta de Prohibición, la ley que implementó la 18.ª enmienda a la Constitución. En 1920, la Prohibición supuso la abolición radical de todo tipo de alcohol (cerveza, vino, destilados de alta graduación...), con ciertas excepciones, como el vino litúrgico de curas católicos y rabinos judíos (los luteranos usaban mosto o zumo filtrado de uva).

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Mujeres rogando por la conversión de los bebedores. Grabado del último tercio del siglo XIX.

En la Navidad de 1873, el doctor Dio Lewis,  partidario tanto de la templanza como de los derechos de la mujer, dio una arenga a las ciudadanas de Hillsboro (Ohio), con el resultado de que éstas acudieron a los saloons rogándoles, entre cánticos religiosos y plegarias, que cerrasen sus puertas. Así se puso en marcha el movimiento contra el alcohol, que consagró el protagonismo público de las mujeres. En 1874 se fundó la Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza (WCTU), cuya líder desde 1879, la maestra y periodista Frances Willard –una reformista partidaria de los derechos de la mujer y de la jornada laboral de ocho horas–, se convirtió en la mujer más famosa de América a finales del siglo XIX.

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Tarjeta alusiva a Carrie Amelia Nation con la inscripción "defensora del hogar" y el hacha que utilizaba para atacar saloons.

En la década de 1890, esta agitación fue eficazmente reforzada por un grupo de presión muy bien organizado: la Anti-Saloon League. Mientras se asaltaban los antros de perdición alcohólica con oraciones –y a veces literalmente, como hizo a comienzos del siglo XX la famosa activista Carrie Nation con su hacha rompetoneles–, creció el número de prohibicionistas y su influencia política, hasta alcanzar la Casa Blanca.

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Carrie A. Nation con una biblia, su hacha y un lazo blanco en el cuello, emblema del movimiento por la templanza

La WCTU se dedicó a influir para que los estados de la Unión adoptaran una legislación antialcohólica, pero hubo activistas con poca paciencia: Carrie Amelia Nation, cuyo marido murió alcoholizado, se dedicó a arrasar saloons empuñando un hacha que se convirtió en símbolo del movimiento antialcohol. "Si no me dais votos, usaré piedras", les dijo a los legisladores del estado de Kansas.

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Actuaciones ejemplares

Destrucción de botellas de whisky y cerveza en 1923. Durante la Prohibición fue habitual la destrucción de bebidas alcohólicas y su publicación en fotografías con intención propagandística. La nueva norma constitucional se convirtió en un problema geopolítico, pues Estados Unidos estaba rodeado de productores de brebajes potentes.

Foto: Granger / Album

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Sátira del contrabando de bebidas alcohólicas por mar, publicada en 1923

Esperando a los clientes

La represión de los delitos relacionados con la Prohibición recayó primero en el Departamento del Tesoro, y desde 1930, en el de Justicia. La persecución del contrabando por mar tuvo escaso éxito. En esta caricatura (titulada "El día de mercado de Volstead"), una boya señala las tres millas náuticas, límite de las aguas territoriales norteamericanas; al otro lado aguardan barcos cargados de licor, hooch.

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Lemas contra la prohibición

Uno de los argumentos contra la Ley Seca fue que destruía miles de puestos de trabajo: "Si no hay cerveza, no hay trabajo", dice esta insignia.

Foto: Bridgeman / Aci

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Cartel promocional de la película Scarface, protagonizada por Paul Muni

La ley seca en el cine: los gángsteres

En la década de 1930, el cine de gánsteres combinó una inconcreta crítica social y el espectáculo de aventuras protagonizado por antihéroes. El "malo interesante", violento y barriobajero, pero bien trajeado y con cochazo, resultaba atractivo tras el empacho de dulzura y galanes buenísimos del cine mudo. Los nuevos films suponían una ruptura chocante: guiones duros, actuaciones agresivas y escenas de gran violencia, todas situadas en Chicago, con el trasfondo de la carrera de Capone y sus enemigos irlandeses. Los éxitos fueron Hampa dorada (Little Caesar, 1931), con Edward G. Robinson como el brutal italiano Rico Bandello, The Public Enemy  (1931), con James Cagney como el sociópata irlandés Tom Powers, y Scarface, El terror del hampa (1933), con Paul Muni como el feroz Tony Camonte. 

Foto: Interfoto / Age fotostock

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El arma de los criminales

Aunque lo pareciera, no todo podía arreglarse con una Thompson. Desarrollado durante la Gran Guerra, el subfusil Thompson fue una de las armas preferidas de gánsteres y policías en los violentos años de la Prohibición. En la imagen, el modelo 1928-A-1.

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Un saloon en la ciudad de Nueva York cuando estaba en curso de aprobación la legislación prohibicionista

La economía de la cerveza

Hasta que no se expandió el consumo de cerveza embotellada en la década de 1920, lo habitual era consumirla en los saloons, donde se vendía a granel y donde la compraban las familias para beberla en casa. Desde finales del siglo XIX, las compañías cerveceras habían puesto en marcha un sistema parecido a las actuales franquicias, el tied house system, importado de Gran Bretaña. La cervecera ponía todo el mobiliario del saloon –a veces incluso construía el local– a cambio de que allí se vendiera solamente su marca de cerveza. Este procedimiento, que daba a las compañías el control de los establecimientos, contribuyó a extender los saloons por todo el país, lo que, a su vez, facilitó la difusión del movimiento prohibicionista. La guerra asestó un fuerte golpe a la industria cervecera. Por una parte, favoreció la idea de que los productores de esta bebida eran favorables a Alemania (muchas empresas eran de origen germánico, y habían constituido una Alianza Germano Americana para luchar contra los intentos de prohibición). Por otra parte, en 1917 se limitó el uso de grano para destilar alcohol, y al acabar la guerra se prohibió manufacturar vino y cerveza, así como la venta de bebidas alcohólicas hasta el fin de la desmovilización (para evitar altercados), en lo que fue el prólogo de la Prohibición.

Foto: ULLSTEIN BILD / GETTY IMAGES

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El fin de una era

El primer camión cargado de barriles de cerveza traspasa el umbral de la compañía cervecera Ruppert tras el final de la Prohibición, que llegó el 5 de diciembre de 1933.

Foto: BACHRACH / GETTY IMAGES

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Los Kennedy en la década de 1930. El futuro presidente está de pie, junto a su padre

Los que se enriquecieron

Quienes salieron mejor parados de la Prohibición fueron los que entregaban legalmente whisky a los traficantes, como la canadiense familia judía Bronfman y su marca Seagram. Es notorio que el irlandés Joseph Kennedy, de Boston, se hizo millonario con el tráfico (presumía de haberlo hecho después de la Prohibición); su hijo John fue elegido presidente de Estados Unidos en 1960.

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Un final feliz (para algunos)

Esta pequeña bandeja inspirada en la película de Walt Disney Los tres cerditos (1933) muestra a un enfadado lobo, que encarna a Andrew J. Volstead (impulsor de la Ley Seca) y a los tres cerditos que disfrutan de la cerveza guardada en un tonel.

Foto: BETTMANN / GETTY IMAGES

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Tarjeta de miembro de un speakeasy o bar ilegal

Este tipo de locales se multiplicaron por todo el país tras la prohibición, para entrar en ellos se solía requerir una invitación como ésta, o conocer una determinada contraseña. También se incrementó la producción ilegal de licor (que en muchas zonas rurales del país contaba con una larga tradición, ya que permitía a los granjeros hacer dinero a espaldas del fisco destilando los excedentes de la cosecha) y se pusieron en marcha ingeniosos sistemas para fabricar bebidas alcohólicas en casa.

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Cliente de un bar clandestino llamando a la puerta del establecimiento, a comienzos de la década de 1930

Todo un país fuera de la ley

Cuando entró en vigor la Prohibición, hechos cotidianos como vender cerveza o llevar una botella de vino a casa de un amigo para cenar  se convirtieron en delitos castigados con penas que iban de seis meses a cinco años de cárcel, y multas de 1.000 a 10.000 dólares. Pero un gran número de ciudadanos no quiso abandonar sus hábitos ni unas formas de relación social en las que el alcohol desempeñaba un papel importante, de manera que la ley se incumplió masivamente. Se multiplicaron los bares clandestinos o speakeasies, literalmente "hablabajo" (se supone que para no llamar la atención de la policía).

Foto: GRAPHICARTIS / GETTY IMAGES

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La petaca oculta

La Prohibición convirtió el desafío a la ley en una auténtica diversión para muchos jóvenes de clase media y alta que, como esta chica, se las ingeniaban para transportar alcohol en lugares insospechados.

Foto: Gamma-Keystone

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Un bar ilegal

En el Este, los locales clandestinos se conocían como speakeasies, y en el Medio Oeste, como blind pigs o blind tigers, nombre que quizás aluda a que desarrollaban su actividad ocultamente (blind significa "persiana").

Foto: Bridgeman / Aci

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Destilando whisky

Moonshine ("luz de luna") es el nombre que se da aún hoy al licor destilado de forma ilegal, una de las actividades florecientes en tiempos de la Prohibición. Beberlo era peligroso, ya que carecía de garantías sanitarias.

Foto: New York Daily / Getty images

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Ladrillos de vino

Los wine bricks contenían jugo de uva concentrado (cuya producción era legal) que permitía fabricar vino en casa. En la etiqueta (y bajo la advertencia de que tal cosa era ilegal) se explicaba el procedimiento para obtenerlo.

Foto: BETTMANN / GETTY IMAGES

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La mano del difunto Joe Masseria sostiene un as de picas tras su asesinato

Criminales de guerra

Durante el eclipse de Al Capone que siguió a la "Matanza de San Valentín" en Chicago, el siciliano Joe The Boss Masseria pugnó por hacerse con las redes criminales italianas y se topó con las huestes de Salvatore Maranzano, en lo que fue un conflicto nacional aunque centrado en Nueva York. Lo que parecía una lucha por el poder entre sicilianos (sobre todo los originarios de Castellammare, pueblo de Maranzano) y otros italianos fue un conflicto generacional entre los viejos Moustache Petes ("Pedritos bigotudos") y los Young turks ("Jóvenes turcos"), que no se sentían atados por los códigos de la mafia siciliana y querían hacer todo tipo de negocios con cualquiera (judío, irlandés...). Masseria fue balaceado en un restaurante en abril de 1931, pero Maranzano duró poco como Capo dei capi o "jefe de jefes": en septiembre lo eliminó un comando judío al servicio de Lucky Luciano. Éste asumió el modelo que había sugerido a Maranzano: "la Comisión", con representación de las cinco grandes familias criminales italianas, instaladas en Nueva York,  y un respeto extremo para los jefes locales del resto del país.

Foto: New York Daily News / Getty images

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La matanza de San Valentín

Reconstrucción policial de la masacre de cinco miembros de la banda del irlandés George Bugs Moran por sicarios de Al Capone el 14 de febrero (día de san Valentín) de 1929. La necesidad de acuerdos se hizo patente después de que la violencia desatada por el control de Chicago culminara en la Matanza de San Valentín –el  fusilamiento de cinco hombres en un garaje–, con la que, el 14 de febrero de 1929, un ya famoso Alphonse Al Capone quiso deshacerse de su rival irlandés Bugs Moran. 

Foto: New York Daily News / Getty images

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El fin de Masseria

Decenas de mirones se agolpan para contemplar el ataúd del mafioso Giuseppe Masseria, conocido como Joe The Boss Masseria, asesinado el 15 de abril de 1931 en un restaurante de Coney Island.

Foto: Slim Aarons / Getty images

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Luciano, en el exilio

Tras urdir las muertes de Masseria y Maranzano, Lucky Luciano se convirtió en el jefe mafioso con mayor poder. En 1936 fue encarcelado por proxenetismo, y en 1946 fue deportado a Italia.

Foto: Santi Visalli / Getty images

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Vito Genovese

Era el lugarteniente de Luciano y llevó sus negocios cuando éste fue a la cárcel. Condenado en 1959 por tráfico de heroína, Genovese dirigió desde su celda la familia mafiosa más poderosa del país.

"Esta noche, un minuto después de las doce, nacerá una nueva nación. El demonio de la bebida hace testamento. Se inicia una era de ideas claras y modales limpios. Los barrios bajos pronto serán cosa del pasado. Las cárceles y los correccionales quedarán vacíos; los transformaremos en graneros y fábricas. Todos los hombres volverán a caminar erguidos, sonreirán todas las mujeres y reirán todos los niños. Se cerraron para siempre las puertas del infierno". Así se dirigía el 16 de enero de 1920 el reverendo Billy Sunday –un antiguo jugador de béisbol convertido al evangelismo militante– a una multitud de 10.000 personas que celebraban con él el funeral de John Barleycorn (nombre del whisky en argot) y se regocijaban con los benéficos efectos de la ley que prohibía la manufactura y distribución de bebidas con más del 0,5 por ciento de alcohol.

Aquel "noble experimento", como lo calificaron sus promotores, no fue privativo de Estados Unidos (EE. UU.), ya que en la misma época otros países nórdicos y protestantes (Noruega, Finlandia, Suecia, ciertas dependencias de Dinamarca...) adoptaron medidas que restringían el consumo de alcohol. Pero en EE. UU. esta legislación se mantuvo durante mucho más tiempo –trece años– y tuvo consecuencias catastróficas, entre ellas el aumento rampante de la criminalidad y la corrupción política. ¿Cómo pudo triunfar en la nación más dinámica del planeta, con 106 millones de habitantes, una iniciativa tan radical?

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Las amenazas: emigración y alcohol

Para comprender cómo EE. UU. se entregó a semejante experimento hay que retroceder hasta una época en que muchos americanos rechazaban las transformaciones que sufría su país, intensificadas por la Primera Guerra Mundial. Oleada tras oleada de inmigrantes del sur y el este de Europa –de predominio católico (italianos, irlandeses, polacos...) o judíos–, muchos de ellos portadores de ideas revolucionarias, se asentaban en las grandes ciudades de la costa Este, como Boston, Nueva York o Filadelfia, mientras que decenas de miles de negros del sur se instalaban en los núcleos industriales del centro del país, como Chicago o Detroit, que vivieron un fuerte auge vinculado a la industria bélica.

La América rural reaccionó abrazando los valores tradicionales WASP –siglas en inglés de "blanco, anglosajón y protestante"

Esta avalancha disparó el recelo de las pequeñas ciudades rurales del interior frente a los grandes núcleos urbanos de la periferia, donde los extranjeros aparecían asociados a la delincuencia –con bandas que operaban en los barrios étnicos de las grandes ciudades– y al radicalismo político (cabe recordar el Red Scare o "Pánico Rojo" que entre 1917 y 1920 se apoderó de la sociedad norteamericana).

La América rural que se sentía amenazada reaccionó abrazando los valores tradicionales WASP –siglas en inglés de "blanco, anglosajón y protestante"–, una respuesta conservadora sustentada en los valores del evangelismo (un fundamentalismo protestante) y en un ambiente xenófobo y racista, de nativismo autoctonismo agresivo que se manifestó en leyes dirigidas a frenar la inmigración de Europa meridional y oriental, en el auge del Ku Klux Klan o en la misma Prohibición.

Por entonces, la cerveza había desplazado al whisky como bebida alcohólica más consumida (representaba el 60 por ciento del consumo de alcohol) y reinaba en los saloons, los bares o tabernas que funcionaban a modo de club social para los trabajadores inmigrantes, quienes en estos locales podían disfrutar de comida caliente, recibir el correo, llamar por teléfono o guardar sus objetos de valor. En los saloons, además, se celebraban reuniones políticas, y en muchos de ellos se jugaba, se concertaban los servicios de prostitutas, etc.

Así las cosas, esta cultura del saloon concitó el rechazo del protestantismo reformista más militante. Lo encabezaban las mujeres, abanderadas en la campaña por la prohibición del alcohol (ya que eran sus esposos quienes se gastaban el jornal en bebida), pero también otros grupos que compartían el afán evangélico de purificación de la sociedad, como los que luchaban contra la prostitución y la pornografía, entidades como la Sociedad Neoyorquina para la Supresión del Vicio, fundada en 1873 por Anthony Comstock, o la Young Men’s Christian Association (YMCA, Asociación Cristiana de Jóvenes). Los saloons, pues, eran vistos como un foco de podredumbre, de vicio y delincuencia, males sociales que aparecían vinculados a extranjeros, en su mayoría católicos, de ahí que el racista Ku Klux Klan también apoyara la prohibición del alcohol.

Un triunfo feminista

No es de extrañar que en un mismo año, 1920, se hicieran ley dos enmiendas a la Constitución, tras ser aprobadas por una mayoría de estados: la 18.ª, que prohibía la destilación y comercialización de alcohol, y la 19.ª, que concedía el voto a la mujer. Ambas constituían sendos triunfos del feminismo organizado, que reclamaba el sufragio desde la década de 1860. El activismo del movimiento en pro de los derechos de la mujer también había insistido en la supresión de las bebidas alcohólicas por ser causa de agresiones habituales de hombres borrachos a sus esposas e hijos, así como una causa de pobreza endémica para las clases pobres al destinar sus recursos a mantener su adicción en vez de favorecer el bienestar de las familias. Desde la década de 1870, la Women’s Christian Temperance Union (WCTU, Unión Cristiana de Mujeres por la Templanza) inició una potente campaña para prohibir el alcohol en apoyo de la iniciativa tomada en 1869 por el Partido Prohibicionista.

En la década de 1890, esta agitación fue eficazmente reforzada por un grupo de presión muy bien organizado: la Anti-Saloon League. Mientras se asaltaban los antros de perdición alcohólica con oraciones –y a veces literalmente, como hizo a comienzos del siglo XX la famosa activista Carrie Nation con su hacha rompetoneles–, creció el número de prohibicionistas y su influencia política, hasta alcanzar la Casa Blanca. El presidente Benjamin Harrison (1889-1892) y su mujer Lucy eran teetotalers, esto es, T-total (Temperance-total, completamente abstemios) y no sirvieron alcohol de ningún tipo en la mansión presidencial. La opinión católica, minoritaria, inmigrante y urbana, se opuso a la ilegalización de la venta de alcohol, y los demócratas que la representaban en el norte fueron tachados de ser el partido de Rum, Romanism and Rebellion, es decir, del ron, el catolicismo romano y la rebelión.

Mares de alcohol

En 1920, la Prohibición supuso la abolición radical de todo tipo de alcohol (cerveza, vino, destilados de alta graduación...), con ciertas excepciones, como el vino litúrgico de curas católicos y rabinos judíos (los luteranos usaban mosto o zumo filtrado de uva). La nueva norma constitucional se convirtió en un problema geopolítico, pues Estados Unidos estaba rodeado de productores de brebajes potentes. Canadá producía su propio whiskey con algo de rye (centeno). Las islas caribeñas bajo dominio británico, de Jamaica a Barbados, producían ron de caña, y las Bahamas eran un punto natural de contrabando a sólo 50 millas náuticas de la costa estadounidense. Cuba, a 90 millas del extremo de Florida, manufacturaba ron, como las islas francesas y holandesas del Caribe. México, al otro lado del río Grande, fabricaba tequila y mezcal.

Para importar alcohol clandestinamente sólo hacía falta algo de dinero para comprar la bebida y disponer de un camión o una lancha rápida. El negocio era seguro, con beneficios fabulosos dado el bajo coste de la mercancía en el punto de origen y el precio que miles de sedientos consumidores estaban dispuestos a pagar. Surgieron así los negocios criminales que proporcionaban alcohol, un bien que la sociedad urbana deseaba con ahínco aunque fuera ilegal: en la ciudad de Nueva York se pasó de 15.000 saloons antes de 1920 a 32.000 speakeasies o bares ilegales poco después.

Las bandas (gangs, de donde proviene la palabra gánster) surgieron según una pauta de asociación étnica: italianos, irlandeses, judíos...

Para montar una red que proporcionara bebida de contrabando bastaban algunos hombres fuertes y de confianza, una inversión inicial y armas de saldo provenientes de antiguo material de guerra. La actividad de las bandas –el tráfico en camión o lancha, la distribución de la mercancía en áreas urbanas– se ciñó primero a un ámbito muy local, pero pronto surgieron rivalidades y conflictos por el control del territorio. Las bandas (gangs, de donde proviene la palabra gánster) surgieron según una pauta de asociación étnica: italianos, irlandeses, judíos...

Las relaciones entre ellas eran complicadas. Por ejemplo, en Chicago y Nueva York, los centros más importan-tes de distribución de alcohol, los sicilianos tomaron el control, pero en Detroit, ciudad fronteriza, los judíos del Purple Gang"llevaban la voz cantante ya antes dela Ley Seca. Las luchas entre bandas dieron paso a un concepto empresarial del crimen: el entendimiento de italianos, judíos e irlandeses para reconocer zonas de predominio con el consiguiente reparto de beneficios. Esto es lo que, hacia 1929, la prensa llamó "el sindicato", The Syndicate: el crimen organizado, que reemplazó lo que hasta entonces se conocía como The Mob, la actividad criminal.

Y es que no todo se podía resolver con una metralleta Thompson. La necesidad de acuerdos se había hecho patente después de que la violencia desatada por el control de Chicago culminara en la Matanza de San Valentín –el fusilamiento de cinco hombres en un garaje–, con la que, el 14 de febrero de 1929, un ya famoso Alphonse Al Capone quiso deshacerse de su rival irlandés Bugs Moran. La brutalidad del crimen, su repercusión mediática y la manifiesta impunidad con que actuaban los criminales en aquella ciudad obligaron al Gobierno federal a intervenir, y la poderosa red de Capone sufrió una relativa desarticulación, con su jefe encarcelado por evasión fiscal, el único delito que se le pudo imputar.

Hasta entonces, Capone había disfrutado de la inmunidad que le garantizaban sus sobornos a policías y políticos locales, hasta el punto de que dio personal y públicamente una paliza al alcalde de Cicero (el municipio donde residía, contiguo a Chicago) cuando éste se atrevió a tomar una decisión sin consultarle. Y es que la abundancia de dinero en manos de los gánsteres –Capone ganaba más de 60 millones de dólares anuales– les permitía corromper desde agentes de la ley hasta autoridades de cualquier nivel. El Departamento del Tesoro, responsable al principio de la lucha contra el tráfico de alcohol, tuvo que despedir a 706 de sus agentes e imputar a 257.

Un inmenso fracaso

A la falta de medios y la corrupción de las autoridades se les sumó algo peor: buena parte de la opinión pública, en especial la de las grandes ciudades, consideró la Prohibición como una imbecilidad impuesta a urbanitas sofisticados por paletos de retrógradas creencias religiosas. El ambiente creado favoreció el desprecio por la ley: de entonces data el término scofflaw, –de scoff, "burla", y law, "ley"–, que designa a quien hace caso omiso de las exigencias legales. Y también generó una alcoholización masiva de la sociedad. Los jóvenes urbanos –y en especial la juventud universitaria– convirtieron la bebida en un pasatiempo divertido, y el estar bebido, en un estilo de ocio elegante, ejemplificado por el novelista Francis Scott Fitzgerald y su esposa Zelda, ambos permanentemente ebrios.

Franklin Delano Roosevelt, elegido con una abrumadora oleada de apoyo, en marzo de 1933 legalizó la cerveza

En el año 1927 era del todo evidente que el "noble experimento" había resultado ser un inmenso desastre. ¿Pero quién iba a admitirlo políticamente? En las elecciones presidenciales de 1928, el gobernador de Nueva York, Alfred E. Smith, fue escogido como candidato demócrata. Era wet, "húmedo" (es decir, contrario a la Prohibición) y católico. En unas elecciones traumáticas, Smith perdió ante el candidato cuáquero Herbert Hoover, un protestante que no estaba dispuesto a perder capital político haciendo concesiones a las demandas de los bebedores.

Finalmente, en los comicios presidenciales de 1932, el sucesor de Smith como gobernador neoyorquino, Franklin Delano Roosevelt, se presentó como defensor del cambio. Elegido con una abrumadora oleada de apoyo, en marzo de 1933 legalizó la cerveza con un contenido alcohólico del 3,2 por ciento (lo que hoy diríamos light), y el vino o la sidra igualmente ligeros. Por fin, en diciembre, una nueva enmienda constitucional, la 21.ª, anuló la 18.ª, y los ingresos derivados de los impuestos sobre el alcohol engrosaron los recursos del Gobierno en la lucha contra la Gran Depresión, que entonces causaba estragos en el país.