Entre el 8 de septiembre de 1941 y el 27 de enero de 1944, los habitantes de San Petersburgo – entonces llamada Leningrado – vivieron uno de los episodios más terribles de la Segunda Guerra Mundial: rodeados por los ejércitos del Tercer Reich y de Finlandia, y sin manera de recibir provisiones del exterior, más de un millón de personas murieron en el asedio, la mayoría de ellos civiles. Es por eso que el sitio de Leningrado es considerado por muchos historiadores como el más terrible de la historia contemporánea.
Se cierra el cerco sobre Leningrado
Uno de los objetivos prioritarios de Hitler, al iniciar la Operación Barbarroja, era destruir los centros industriales más importantes de la Unión Soviética. Leningrado era un objetivo prioritario puesto que tenía las fábricas de armas, los astilleros y las plantas siderúrgicas más grandes de la URSS, por lo que apoderarse de ellas habría dado una enorme ventaja al Tercer Reich. Otro elemento estratégico era que capturar la ciudad suponía cortar las vías ferroviarias que transportaban ayuda de los Aliados desde los puertos árticos.

Gente en la sitiada Leningrado sacando agua de los agujeros causados por las bombas, diciembre de 1941.
Gente en la sitiada Leningrado sacando agua de los agujeros causados por las bombas, diciembre de 1941.
Foto: RIA Novosti archive, image #907
Por su parte, Finlandia esperaba recuperar algunos territorios que la URSS le había arrebatado durante la Guerra de Invierno (1939-1940), pero no compartía la estrategia alemana y, en cuanto hubo recuperado dichos territorios, el ejército finlandés se negó a atacar Leningrado, aunque sí mantuvo el cerco sobre la ciudad. Esto provocó que, a partir del 8 de setiembre de 1941, empezara un largo asedio: cortadas las vías de escape, los alemanes esperaban que la ciudad cayera por inanición. Sin embargo no fue así y Leningrado se convirtió la primera ciudad en Europa que el ejército del Tercer Reich no pudo tomar.
En el lado soviético, dos graves errores condujeron a uno de los episodios más duros para la población civil: por un lado la decisión de no evacuar a la población no necesaria para el esfuerzo de guerra y, por otro, no haber preparado una defensa suficiente de la ciudad antes de que se cerrase el cerco. Estos errores fueron atribuidos al mariscal Kliment Voroshílov, que fue destituido y solo su vínculo personal con Stalin le salvó la vida.
El sufrimiento de los civiles
La población civil pagó un precio altísimo por aquellos errores. Sin suministros de comida, agua ni combustible, la gente pronto empezó a morir de hambre y de frío. La situación se vio agravada al llegar el primer invierno, que fue uno de los más fríos del siglo XX, con temperaturas que llegaron hasta 30º bajo cero: quienes no morían de hambre lo hacían de frío, puesto que la falta de combustible impedía también calentarse.
A través del vecino lago de Ládoga se pudo hacer llegar una mínima ayuda a los sitiados. Durante los meses de invierno el lago se congelaba y se hacían llegar suministros con camión, mientras que el resto del año se transportaban con barca; esta ayuda era suficiente para mantener la defensa de la ciudad, pero en absoluto satisfacía las necesidades de la población civil, que pagó el precio más alto del asedio.

Alimentos entregados a la sitiada Leningrado en una barcaza en el lago Ladoga, en septiembre de 1942
Alimentos entregados a la sitiada Leningrado en una barcaza en el lago Ladoga, en septiembre de 1942
Foto: RIA Novosti archive, image #310
Para lidiar con la situación extrema, se impuso un estricto racionamiento que no cubría las necesidades mínimas y las familias ocultaban los cadáveres de los fallecidos para seguir obteniendo sus raciones. La desesperación llegó a tal punto que el agua se obtenía de la nieve y de las cañerías rotas. Pero los episodios más oscuros del sitio de Leningrado tienen relación con el canibalismo: ante la falta de comida, la gente tuvo que recurrir a los cadáveres abandonados en las calles, que desaparecían misteriosamente. Incluso se dieron casos de secuestros de niños.
Leningrado fue el asedio más duro de la Segunda Guerra Mundial en lo que respecta a la población civil: más de 4 millones de personas quedaron atrapadas, entre Leningrado y las ciudades vecinas, de las cuales más de un millón murió. De estas, al menos 650.000 eran civiles – aunque otras fuentes elevan mucho más la cifra, hasta 750.000 o incluso 800.000 –, la mayoría sin ninguna conexión con el esfuerzo de guerra, que podrían haberse salvado de haber evacuado la ciudad a tiempo.
La defensa de Leningrado y los intentos de liberación
Por supuesto, no pasaron casi dos años y medio sin que el ejército soviético intentara romper el asedio. A pesar de ello, los alemanes no perdieron el tiempo mientras esperaban que la ciudad cayera y construyeron defensas terrestres que impidieron el avance de los refuerzos soviéticos. Se hicieron dos grandes intentos de liberar la ciudad en el verano de 1942 y el invierno de 1943. El éxito fue modesto, suficiente para abrir rutas de suministro a los sitiados pero no para expulsar a los ejércitos enemigos.

Baterías antiaéreas en Leningrado, diciembre de 1942
Baterías antiaéreas en Leningrado, diciembre de 1942.
Foto: RIA Novosti archive, image #765
Desde dentro de la ciudad, la principal línea de defensa era la artillería y las baterías antiaéreas que, no obstante, no podían impedir que la aviación alemana, más numerosa, bombardease la ciudad. El mismo día que se cerró el cerco sobre la ciudad, el 8 de setiembre de 1941, la Luftwaffe lanzó un devastador ataque aéreo que destruyó los principales almacenes de comida de la ciudad: el hecho de almacenar la mayoría de las provisiones en una misma zona fue uno de los peores errores de previsión de los mandos soviéticos. Los ataques se sucedieron durante los dos años siguientes, cada vez con más intensidad.
Finalmente, en enero de 1944 los soviéticos consiguieron romper el asedio y abrir el cerco del ejército alemán; y entre marzo y junio, lograron expulsar definitivamente de los alrededores de la ciudad tanto a los alemanes como a los finlandeses. Leningrado había sido recuperada y se había impedido que Hitler se hiciera con sus fábricas, pero a un altísimo coste humano. Y no solo civiles: el Ejército Rojo perdió casi dos millones y medio de soldados entre muertos y heridos. El asedio no había sido una derrota completa, pero estaba muy lejos de ser – como así lo quisieron vender las autoridades soviéticas – una victoria.