El camino a las pirámides

Las tumbas de los primeros reyes de Egipto

Al comienzo de la historia de Egipto, sus gobernantes se hacían enterrar junto a decenas de servidores sacrificados para acompañarlos en su viaje al más allá en tumbas que luego tomaron un carácter colosal: las pirámides, por las que los faraones alcanzaban el firmamento y se reunían con los mismos dioses.

Recinto funerario de Zoser en Saqqara, presidido por su pirámide escalonada.

Recinto funerario de Zoser en Saqqara, presidido por su pirámide escalonada.

Recinto funerario de Zoser en Saqqara, presidido por su pirámide escalonada.

Foto: iStock

A pesar de su impresionante presencia en la zona norte del país, donde se distribuyen ocupando el horizonte a lo largo de decenas de kilómetros (casi todas a la vista de Menfis), lo cierto es que el origen de las pirámides ha de rastrearse mucho más al sur, en el Alto Egipto, lugar de origen de la monarquía faraónica. A finales del IV milenio (entre 3200 y 3100 a.C.), el valle del Nilo estaba en plena efervescencia. Por todas partes comenzaban a aparecer entidades políticas de distinto calado y con diversos grados de madurez, desde Nubia hasta el Delta. Los más consolidados de estos centros terminaron siendo Hieracómpolis, Abydos y Nagada, distribuidos en torno a la región de Tebas.

Mientras en el resto del país los jefes, caudillos y cabecillas de poblado luchaban para afirmar su poder, estas tres poblaciones ya hacía algún tiempo que habían sobrepasado ese estadio. En ellas (y probablemente también en Qustul, en Nubia) habían surgido unas entidades políticas más homogéneas y poderosas, gobernadas por lo que conocemos como protorreyes.

La unificación del país

Como resultaba casi inevitable, la presencia de tres entidades políticas con ambiciones territoriales, y situadas en una zona tan concreta y limitada del país, supuso el inevitable choque entre ellas. Del conflicto salió triunfante un linaje originario de Tinis, cerca de Abydos, que (según Manetón, un historiador del siglo III a.C.) se convirtió en la primera dinastía de un Egipto unificado, inaugurando el llamado período Tinita, que comprende las dos primeras dinastías faraónicas. Así, de un modo tal vez algo titubeante, el gobierno centralizado había llegado al valle del Nilo.

El llamado período Tinita, que comprende las dos primeras dinastías faraónicas.

La paleta de Narmer por sus dos caras. Museo Egipcio, El Cairo.

La paleta de Narmer por sus dos caras. Museo Egipcio, El Cairo.

La paleta de Narmer por sus dos caras. Museo Egipcio, El Cairo.

Foto: PD

Lógicamente, uno de los elementos utilizados por estos monarcas para dejar constancia de su dignidad como faraones fueron sus enterramientos. Éstos se localizaron en Abydos, convertida en la necrópolis de todos los soberanos de la primera dinastía faraónica y de los dos últimos de la dinastía siguiente. Es aquí donde aparecieron los elementos que más tarde darían lugar a los complejos funerarios con pirámide.

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Paleta de Narmer

La Paleta de Narmer, el primer faraón

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Las tumbas predinásticas

El primer elemento distintivo de las tumbas predinásticas es la orientación de los cuerpos de los difuntos, que siempre encontramos dispuestos de norte a sur (el sentido del Nilo) y con la cabeza mirando hacia el oeste, el lugar donde se ponía el sol y se situaba el mundo de los muertos. El segundo rasgo característico de estas sepulturas se relaciona con la crecida del Nilo, un fenómeno muy presente en la ideología faraónica.

 

Ningún egipcio de la época pudo dejar de observar que, tras la retirada de las aguas de la crecida, lo primero que resurgía eran las colinas más altas; lugares donde, en poco tiempo –a las pocas horas casi–, la vida volvía a renacer con todo su esplendor tras los meses de inundación. Fue así como surgió la idea de la colina primigenia, que emergía de las aguas primordiales donde reinaba el dios Nun y de las que surgía el demiurgo, que desde ella creaba el mundo.

Ningún egipcio de la época pudo dejar de observar que, tras la retirada de las aguas de la crecida, lo primero que resurgía eran las colinas más altas.

Mapa de situación de las tumbas reales de Abydos.

Mapa de situación de las tumbas reales de Abydos.

Mapa de situación de las tumbas reales de Abydos.

Foto: PD (CC0 1.0)

Por otra parte, desde tiempo inmemorial, los habitantes del valle del Nilo enterraban a sus muertos en la arena del desierto, evitando la valiosa tierra fértil de los cultivos. Como es bien sabido, cuando se cava un agujero en el suelo, a la hora de taparlo siempre sobra tierra, que acaba encima formando una pequeña colina. Dado que en el sur del país los muertos se acompañaban de un valioso ajuar funerario (justo lo contrario de lo que sucedía en el norte), muchas de estas tumbas eran saqueadas al poco tiempo de haberse excavado y, puesto que tampoco eran muy profundas, los animales carroñeros podían llegar a desenterrar los cuerpos. 

De este modo, los egipcios observaron con sorpresa que como resultado de la acción secante de la arena, que se bebía los fluidos de la descomposición, estas momias naturales conservaban intactos los rasgos del difunto. Esto sólo podía significar que enterrarse bajo una colina preservaba de la muerte, por lo que los nuevos soberanos decidieron que era imperativo situar sus tumbas bajo un montículo. Renacer en el otro mundo era su privilegio y deseaban contar con todos los elementos necesarios para lograrlo.

 

 

La primera dinastía

Las tumbas reales de la dinastía I pueden no parecernos demasiado espectaculares, pero en su momento supusieron un avance notable. Constaban de una cámara funeraria central rodeada por diversas habitaciones-almacén donde se guardaban las ofrendas. En las primeras tumbas no había acceso desde el exterior, pero a partir de Djet (el cuarto faraón de la dinastía I) contaron con una escalera, que quedaba completamente enterrada y rellena de arena tras depositar el cuerpo.

Estela del rey Dyet. Museo del Louvre, París.

Estela del rey Dyet. Museo del Louvre, París.

Estela del rey Dyet. Museo del Louvre, París.

Foto: Mbzt (CC BY 3.0)

Estas tumbas estaban cubiertas por una techumbre de madera sobre la cual se disponía con sumo cuidado la famosa colina primigenia, ajustada a los límites de la tumba y delimitada por muretes de adobe. Consistía en un montón de arena y cascotes que luego se enlucían y encalaban. Lo curioso es que esta colina, como toda la tumba, quedaba por debajo del nivel del suelo y no era visible. De hecho, los egiptólogos no se ponen de acuerdo sobre si algún tipo de superestructura llegó a señalar alguna vez la presencia oculta de las tumbas reales tinitas. No obstante, su más reciente excavador, el alemán Günter Dreyer, considera que la presencia de la tumba estaba marcada por una superestructura en forma de colina acompañada de un par de estelas de piedra, con el nombre del soberano difunto, de las que sí se han encontrado numerosos ejemplos.

Las tumbas estaban cubiertas por una techumbre de madera sobre la cual se disponía con sumo cuidado la famosa colina primigenia.

Todas estas tumbas estuvieron, además, asociadas en su momento a lo que se conoce como "palacios funerarios", situados a kilómetro y medio al norte de ellas. Se trata de unos grandes recintos delimitados por muros de ladrillo de varios metros de espesor y hasta diez metros de altura. La puerta principal se situaba en la esquina sureste y en su interior sólo había una capilla. Sin duda tuvieron una gran relevancia en el enterramiento real, pero por ahora se desconoce su función exacta. Además se da la curiosa circunstancia de que estos «palacios funerarios» tenían una breve existencia, pues eran destruidos poco después de ser edificados, posiblemente justo antes de que se comenzase a erigir el del nuevo soberano.

Un séquito para el más allá 

Uno de los elementos más sorprendentes de los enterramientos reales tinitas es el gran número de servidores que eran sacrificados junto al faraón. Como si se tratara de un macabro recordatorio de su inmenso poder en la tierra, los faraones egipcios de la primera dinastía se hicieron seguir al más allá por centenares de sus súbditos; hasta 590 se han contabilizado en torno a la tumba de Djer (tercer faraón de la dinastía I), según las últimas excavaciones llevadas a cabo por un equipo alemán. 

Entre los sacrificados había tanto hombres como mujeres, e incluso algunos enanos. La mayoría eran artesanos y el objeto del sacrificio era que siguieran prestando sus servicios al faraón tras su muerte; un viaje en el que éste se hizo acompañar, también, por algunos de sus perros favoritos. Cada uno de estos servidores era enterrado en una tumba subsidiaria, ubicadas en torno al sepulcro faraónico y el "palacio funerario", y señaladas en superficie con pequeñas estelas de piedra con el nombre y la función de la persona sacrificada.

Entre los sacrificados había tanto hombres como mujeres, e incluso algunos enanos.

La tumba real y el "palacio funerario" estaban conectados tanto ideológica como físicamente. En efecto, la distancia que los separaba estaba recorrida por un wadi (una rambla), que discurría por la cadena montañosa que aislaba toda la zona del desierto hasta alcanzar la planicie inundada por la crecida del Nilo. Parece evidente que este acceso al oeste era considerado el paso hacia el más allá; por eso las tumbas reales estaban situadas justo delante de él. 

Se cree que el rito funerario comenzaba con la momificación del cuerpo del rey, que a continuación era trasladado al "palacio funerario", para allí ser sometido a algunos ritos propiciatorios; luego, la momia del faraón recorría el wadi llevada por su cortejo, que la depositaba justo en la entrada al más allá, acompañada por sus súbditos sacrificados.

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Saqqara, nueva necrópolis real

Este tipo de tumba real desapareció temporalmente durante la dinastía II, cuando los faraones tinitas decidieron enterrarse en Saqqara, junto a Menfis, la capital. En este caso se optó por los mismos elementos subterráneos –la cámara funeraria y los almacenes–, pero distribuidos de forma lineal, con los segundos antecediendo a la primera. Se ha sugerido que esta subestructura habría quedado marcada en la superficie por un "palacio funerario" emplazado justo encima de ella, pero al haber desaparecido todos, nada se puede asegurar.

Muro este de la mastaba de Irukaptah en Saqqara.

Muro este de la mastaba de Irukaptah en Saqqara.

Muro este de la mastaba de Irukaptah en Saqqara.

Foto: iStock

Mientras que los reyes se enterraban en Abydos, los miembros destacados de la corte, por su parte, eran sepultados en Saqqara. Para ellos se creó un nuevo tipo de tumba: la mastaba. Se trata de una gran construcción rectangular de ladrillo con la típica "fachada de palacio" de entrantes y salientes. La maciza superestructura, compuesta por numerosos almacenes y una capilla de ofrendas, cubría el pozo funerario donde reposaban los restos del difunto.

Como en este momento era necesario que la presencia real se dejara sentir en las necrópolis de Menfis, es posible que las mastabas sean una amalgama entre la fachada de los palacios funerarios y la colonia primigenia. Los cortesanos deseaban seguir los modelos regios para destacar su propia importancia, pero sin llegar a copiarlos del todo para no mermar el privilegio de los reyes respecto a las colinas de sus sepulcros.

Los cortesanos deseaban seguir los modelos regios para destacar su propia importancia.

Tras el breve retorno de los dos últimos faraones de la dinastía II a la necrópolis de Abydos, fue Zoser, primer faraón de la dinastía III, quien trasladó definitivamente las tumbas reales a la necrópolis de Saqqara. En un principio, Zoser pensó en enterrarse exactamente del mismo modo que sus predecesores, es decir, bajo una colina artificial cuadrada y dentro de un recinto amurallado. Pero es difícil saber si el posterior desarrollo de la tumba siguió el modelo de las tumbas reales de la dinastía II en Saqqara o si en él también influyeron los enterramientos principescos de Hieracómpolis, que han comenzado a excavarse recientemente. Allí, René Friedman ha desenterrado un complejo funerario (la tumba T23) que, a escala mucho más reducida y con elementos de madera en vez de piedra, se asemeja mucho en sus estructuras y distribución a la tumba de Djoser. 

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La invención de la pirámide 

Sea como fuere, lo cierto es que en un momento dado, después de haber ampliado en dos ocasiones su mastaba cuadrada, Zoser decidió que su tumba necesitaba un cambio. Resolvió, entonces, convertirla en un edificio de cuatro escalones (y no cuatro mastabas sucesivas, como se suele decir). No satisfecho con eso, al poco tiempo decidió sumarle un par de escalones más, hasta dejarla en el edificio de seis alturas por todos conocido. Se trata de una construcción que posee el perfil de una escalera, que es justo uno de los métodos mencionados en los Textos de las pirámides para que el soberano alcance el firmamento y se reúna con los dioses. 

Pirámide escalonada de Zoser en la necrópolis de Saqqara.

Pirámide escalonada de Zoser en la necrópolis de Saqqara.

Pirámide escalonada de Zoser en la necrópolis de Saqqara.

Foto: iStock

Se conseguía así unir en una única superestructura las bondades de la colina primigenia y la posibilidad de utilizarla como medio de acceso a las estrellas denominadas circumpolares, que nunca desaparecen del firmamento nocturno y que eran consideradas por los egipcios como la morada de los dioses. Ello sin contar con el "palacio funerario" que delimita todo el conjunto –con entrada en la esquina sureste– y está orientado de norte a sur, como las típicas tumbas predinásticas.

El "palacio funerario" que delimita todo el conjunto, con entrada en la esquina sureste, está orientado de norte a sur, como las típicas tumbas predinásticas.

Mientras de este modo nacía la primera pirámide, una serie de edificios falsos (macizos, con sólo una entrada y un corto corredor) iban ocupando el interior del recinto, distribuidos en torno a varios patios. Eran copias de otras construcciones hechas con materiales perecederos y destinados a permitir que el faraón repitiera por toda la eternidad la fiesta Heb Sed, gracias a la cual recuperaba su vitalidad y energía para continuar manteniendo la maat, el orden cósmico, en el valle del Nilo. Una vez finalizado, el complejo funerario de Zoser se convirtió en el punto de partida y en el modelo del tipo de construcción que, tan sólo algunas decenas de años después, llegaría a ser el más característico del valle del Nilo: las pirámides de caras lisas.