Las proas de las veinte naves de guerra hendían con decisión las azules aguas del Egeo. Atrás quedaba la bahía de Falero, de donde acababan de zarpar. Allí, las tripulaciones se habían despedido de amigos y familiares antes de embarcar y cumplir la misión que la joven democracia ateniense les había encomendado: auxiliar a los rebeldes que en Jonia se habían levantado en armas contra el vasto Imperio persa.
Corría la primavera del año 498 a.C., y la incertidumbre sobre el resultado final de la guerra teñía de ansiedad la vida diaria de Atenas y de los habitantes de Mileto, la capital de los rebeldes, hacia donde se dirigían los navíos atenienses. Pero, ¿quiénes eran los jonios? ¿Y por qué habían resuelto sublevarse contra el mayor imperio conocido hasta entonces?
Los griegos de Asia
Desde finales del II milenio a.C. se produjo una corriente de emigración desde la península helénica hacia las costas occidentales de Anatolia. Los griegos se dedicaron a fundar numerosas ciudades que en los siglos siguientes alcanzarían una formidable eclosión económica e intelectual.
La zona era sumamente fértil, mucho más que la Grecia continental. Además, el contacto con las poblaciones locales y la llegada de las caravanas de Oriente estimularon la actividad comercial. Todo ello favoreció el crecimiento de la población y el desarrollo de las ciudades jonias, sobre todo de Mileto, donde florecieron ciencias como las matemáticas, la astronomía o la filosofía.

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Griegos contra persas. La rebelión jonia contra el Imperio persa, en 499 a.C., fue la semilla de las guerras médicas, de las que esta cerámica es testimonio. 460 a.C. Museo Nacional de Escocia, Edimburgo.
Foto: Wikimedia Commons
Sin embargo, esa relación con los diversos países de los alrededores hizo que cuando algún Estado poderoso aparecía en la zona, los griegos –generalmente desunidos y enemistados entre sí– acabasen sometidos a su dominio. Es lo que ocurrió con el reino de Lidia, que, tras varios decenios de guerra, los conquistó en el año 555 a.C., bajo el gobierno de Creso. Las condiciones de acatamiento fueron llevaderas; pero un nuevo poder, desconocido por su magnitud hasta la fecha, se estaba gestando en las lejanas tierras de Irán: el Imperio persa. En una serie de campañas inusitadamente rápidas, el fundador del imperio, Ciro el Grande, venció a todos los Estados vecinos y acabó por conquistar la propia Lidia, llegando hasta el mar Egeo. En el año 547 a.C., las ciudades griegas de Asia Menor pasaron a dominio persa.
Inicialmente, los persas mantuvieron a los griegos en unas condiciones semejantes a las de los lidios: pago de impuestos y reconocimiento de su autoridad. Pero en 525 a.C., las cosas empezaron a cambiar. En ese año, Cambises, el hijo de Ciro, conquistó Egipto y, de paso, las plazas comerciales de Fenicia, que le proporcionarían una importante flota. Tres años después, Darío I ascendió al trono de Persia y reorganizó el Imperio. Los jonios fueron encuadrados en la satrapía, o provincia, de Sardes y sometidos al pago de un elevado tributo. Además, las rutas comerciales entre el corazón del Imperio y el Mediterráneo fueron desviadas a los puertos fenicios, lo que causó un profundo malestar entre los griegos.

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Persépolis, la gran capital. Iniciada en 512 a.C., la construcción de Persépolis fue llevada a cabo por obreros de todos los rincones del Imperio, incluida Jonia. Arriba, el palacio de Darío.
Foto: iStock
Los persas exigían a las diferentes ciudades jonias la obediencia a un poder autocrático, para lo que se valían de ciudadanos griegos de su confianza que gobernaban cada una de esas ciudades como «tiranos». Pero en el mundo griego, la época de las tiranías estaba llegando a su fin; el ejemplo más evidente era el de Atenas, donde en el año 510 a.C. el tirano Hipias, el último de los Pisistrátidas, fue definitivamente expulsado de la ciudad, que sería en adelante gobernada como una democracia. El odio de los griegos asiáticos hacia ese tipo de gobierno, la tiranía, se tradujo en una creciente hostilidad hacia el poder persa.
¡Liberad a los jonios!
La situación descrita preparó el terreno para la gran sublevación que los demócratas jonios tramaron en torno al año 500 a.C. con el objetivo de terminar, a la vez, con el sometimiento de las ciudades al Imperio aqueménida y con los tiranos que las gobernaban. Sin embargo, las fuentes griegas antiguas (Heródoto en particular) se muestran tendenciosamente críticas con los jonios; la sublevación es vista como una locura debida a una serie de intrigas personales, ligadas, en particular, a dos gobernantes de Mileto: Histieo y Aristágoras. Pero muy probablemente el levantamiento jonio tenía objetivos limitados.
Histieo, tirano de Mileto, era uno de los aliados del Gran Rey (así se llamaba al soberano persa) en Jonia. Tras participar en una campaña persa en Escitia, Darío lo reclamó como consejero haciendo que se trasladara a Susa. Como «regente» de Mileto quedó, Aristágoras, primo y yerno de Histieo, al que los historiadores antiguos señalan como el gran instigador de la revuelta. Consciente de que el dominio del mar era fundamental, Aristágoras propuso a Artáfrenes, sátrapa de Sardes, que le permitiera acaudillar una intervención militar contra la isla de Naxos para incorporarla a los dominios persas, aunque en realidad se trataba de un pretexto para reunir a la flota jonia. Pero Artáfrenes decidió informar a Darío, y los persas acabaron participando en la expedición, por lo que la campaña ya no tenía sentido y las naves regresaron a sus bases en el otoño del año 500 a.C.

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Casco corintio de bronce perteneciente a un hoplita. Siglo VII a.C.
Foto: Wikimedia Commons
Según las fuentes antiguas, fue entonces cuando Aristágoras decidió tramar una gran conspiración contra los persas en coordinación con Histieo, quien, desde Susa, le había ordenado sublevarse para así poder regresar él mismo a Jonia. En cualquier caso, se creó un «consejo» en el que se acordó derrocar a los tiranos en las diferentes ciudades jonias. También se decidió acuñar moneda empleando plata del santuario de Apolo en Dídima, doce kilómetros al sur de Mileto.
Acto seguido, a comienzos del año 499 a.C., Aristágoras partió hacia Grecia en busca de aliados para la sublevación. Aunque debió visitar varias ciudades, la historiografía antigua sólo nos informa de sus gestiones en Atenas y en Esparta. En esta última se entrevistó con el rey Cleómenes I, al que dirigió un discurso en el que apelaba a la unidad de toda la Hélade: «Los hijos de los jonios son esclavos, en lugar de hombres libres, [...] liberad de su actual esclavitud a los jonios, un pueblo de vuestra misma sangre».

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Las riquezas de Asia. Los jonios buscaron
el apoyo de Esparta aludiendo al inmenso botín que obtendrían en caso de victoria. Arriba, carro en oro del tesoro persa del Oxus. Siglos V-IV a.C.
Foto: Cordon Press
Sin embargo, Esparta no estaba en condiciones de prestar ayuda a los jonios: el ejército lacedemonio era exclusivamente terrestre y carecía de experiencia en campañas lejos del Peloponeso; además existía el peligro permanente de una sublevación en Mesenia, región que los espartanos tenían sojuzgada; y los problemas fronterizos con Argos eran constantes. Ante la negativa del monarca espartano, Aristágoras intentó sobornarlo, pero no logró su propósito.

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Darío I en su trono. Relieve del siglo V a.C. Museo Arqueológico, Teherán.
Foto: Wikimedia Commons
Aristágoras marchó entonces a Atenas, que después de la instauración del régimen igualitario en 508 a.C. se estaba convirtiendo en una potencia de primer orden. El líder milesio habló ante la asamblea popular (ekklesía). Los atenienses sí atendieron la petición de los jonios y decidieron enviar veinte naves en su apoyo. No era un número elevado, pero en el año 499 a.C. Atenas no era la potencia naval que sería unos años más tarde; además, la tensión con la isla de Egina era permanente y enviar más navíos hubiese resultado peligroso.
Finalmente, en Atenas aún había partidarios de la tiranía que no verían con buenos ojos el apoyo a unos jonios insurrectos que, como medida política, habían decidido desterrar a sus respectivos tiranos. Por ello, es posible que quienes votaron en la asamblea a favor del envío de las naves no fueran una mayoría aplastante. Aristágoras visitó otras ciudades en su viaje al continente como prueba el hecho de que también la ciudad de Eretria, en la isla de Eubea, decidiera socorrerlos con el envío de cinco naves.
La gran rebelión
Contando con esta ayuda, los jonios se lanzaron a la sublevación. Su objetivo era alzar a las ciudades de Caria y de la zona del Helesponto ( los estrechos entre el Egeo y el mar Negro), contando, seguramente, con que los persas, ante una revuelta de tal magnitud, se avendrían a una paz satisfactoria. Primero organizaron una maniobra de distracción para que los persas concentraran sus efectivos en Tracia y Lidia. Para ello, repatriaron a un pueblo tracio que los persas habían deportado a Asia Menor años atrás, lo que obligó al sátrapa de Sardes a mandar sus fuerzas en persecución de los que iban a ser repatriados. Era la ocasión que esperaban los jonios para atacar Sardes.

Greek Bronze Statuette of Hoplite Warrior, found at Taurus Mountains, Tschakik Su grotto (Turkey), 1st quarter of 5th Cent BC
Contra el gigante persa. Las fuerzas persas eran muy superiores a las griegas. Arriba, hoplita en bronce. Siglo VI a.C. Museos Estatales, Berlín.
Foto: Wikimedia Commons
Los planes de los jonios se vieron inicialmente coronados por el éxito, y Sardes fue tomada entre la primavera y el verano de 498 a.C., a excepción de la acrópolis. Pero un incendio accidental que arrasó la ciudad impidió a los jonios saquearla y, además, los navíos atenienses enviados en su ayuda debieron regresar al Ática por razones de política interior, aunque las fuentes antiguas aluden a un contraataque de la caballería persa, que derrotó a los jonios en Éfeso y pudo ser la causa de la retirada ateniense. Con todo, las ciudades del Helesponto, así como buena parte de Caria y de la isla de Chipre, se sumaron a la insurrección.
En 498 a.C., toda Asia Menor se había sacudido el yugo aqueménida. Pero la respuesta persa no se iba a hacer esperar. El primer paso fue recuperar el control de Chipre para proteger sus bases navales de Cilicia y las sirio-fenicias, y, al mismo tiempo, tener el camino expedito para atacar Jonia por mar. Una fuerza persa desembarcó en la isla y sometió a las ciudades que se habían sumado a la revuelta griega, y aunque la flota jonia derrotó a la fenicia –que combatía al servicio de los persas– tuvo que regresar a sus bases y permitir que Chipre pasara de nuevo a control persa.
La derrota de la flota griega
La maquinaria bélica persa iba a sofocar la insurrección de forma implacable. Empleando la misma maniobra de tenaza que utilizarían unos años después en las guerras médicas, los persas reconquistaron el Helesponto, la Propóntide y el Bósforo por el norte, y Caria por el sur en 497 y 496 a.C. Viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, Aristágoras se trasladó a Tracia, nominalmente bajo dominio persa, para intentar abrir allí un nuevo frente, aunque las fuentes griegas presentan su acción como una cobarde huida.
Entretanto, Histieo había regresado de Susa para intentar negociar el fin de las hostilidades. Como ni el sátrapa de Sardes ni los milesios aceptaron su mediación, se trasladó con una flotilla al Bósforo, probablemente para asegurar el suministro de trigo a los sublevados. Los persas siguieron ampliando sus conquistas por tierra, hasta el punto de que a comienzos del año 494 a.C. sólo seis ciudades seguían resistiendo.

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Arqueros persas de la guardia de los inmortales. ladrillo vidriado, Louvre.
Foto: Wikimedia Commons
En ese momento, los delegados de las ciudades jonias se reunieron en un consejo y decidieron que, por tierra, cada ciudad se defendiese por su cuenta, pero que organizarían una ofensiva conjunta por mar. Equiparon, pues, una gran flota, integrada por un número indeterminado de peteconteros (navíos de 25 remos por flanco) y de trirremes, una nave de guerra mucho más moderna que contaba con tres filas de remeros por cada flanco. Quíos aportó cien naves, Mileto ochenta, Lesbos y Samos setenta y sesenta unidades respectivamente; en total, la flota jonia sumaba 353 navíos. A principios del verano de 494 a.C., la armada se reunió en el islote de Lade, que protegía el acceso al mayor de los cuatro puertos de Mileto. La flota persa, por su parte, ascendía a 600 naves, un número meramente convencional, pues es el mismo que se fija para la campaña de Maratón, en la primera guerra médica.

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Hoplita griego escrutando el hígado de un animal sacrificado para adivinar el futuro.
Foto: Wikimedia Commons
Por mediación de los tiranos griegos expulsados de sus ciudades en 499 a.C., los generales persas intentaron que la flota jonia desistiera de presentar batalla a cambio de una amnistía; de lo contrario, el castigo sería la muerte, la esclavitud, la castración de los niños y la deportación de las mujeres a los confines orientales del Imperio. Inicialmente, los jonios desoyeron tales propuestas y se aprestaron a la lucha.
Los marinos jonios fueron sometidos a un durísimo entrenamiento por Dionisio de Focea, el cual había sido nombrado almirante de la flota y deseaba poner en práctica una maniobra que constituía toda una novedad para la táctica naval de la época: el diékplous. El barco atacante debía romper la línea enemiga pasando por entre los flancos de dos naves adversarias, procurando romperles los remos; acto seguido, se viraba de bordo con el fin de atacar a una de las dos naves por la popa o por el costado más dañado, lo que requería una gran destreza por parte de los timoneles y los remeros. Pero esta atrevida táctica resultó inútil. El día de la batalla, cuando la flota persa pasó al ataque, la mayoría de los navíos de Samos desertaron, convencidos por el tirano de la ciudad, lo que provocó una desorganización general entre las naves griegas. Aunque las unidades de Mileto, Priene, Focea y Quíos se batieron con denuedo, la flota jonia fue derrotada.
Una venganza despiadada
A consecuencia de la victoria persa en Lade, Mileto se vio asediada por mar y por tierra. La situación de los jonios era desesperada. En otoño del año 494 a.C., la ciudad fue tomada y las amenazas persas se cumplieron: la mayoría de los hombres fueron asesinados, y las mujeres y los niños fueron deportados al golfo Pérsico, mientras que el templo de Apolo en Dídima fue saqueado e incendiado. Al tener noticia del desastre, Histieo decidió abandonar el Helesponto y regresar a Jonia, sin que estén muy claros los motivos de su comportamiento, pero Artáfrenes, el sátrapa de Sardes, ordenó apresarle y darle muerte mediante empalamiento.

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El tributo al Imperio. Los persas gravaron con un fuerte tributo a los jonios tras su derrota en 493 a.C. Arriba, procesión de tributarios medos en un relieve de la Apadana, Persépolis.
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En la primavera del año siguiente, 493 a.C., los persas remataron la faena. La flota tomó Lesbos y Quíos, así como las ciudades europeas de la zona del Helesponto; y las fuerzas terrestres conquistaron las ciudades todavía no sometidas. En todas ellas ejecutaron implacablemente sus amenazas de destrucción total. Como escribe Heródoto: «Nada más conquistar las ciudades, escogían a los muchachos más apuestos y los castraban, convirtiéndolos en eunucos; por su parte, a las doncellas más agraciadas las deportaban a la corte del rey; [...] y además se dedicaron a incendiar las ciudades con templos y todo».
La revuelta de Jonia había sido sofocada y, como dice también Heródoto, «los jonios volvían a ser esclavos». Pero su insurrección sólo fue el comienzo de lalucha de los griegos frente a los persas en las guerras médicas, que terminaron en el año 479 a.C. con la consagración de la independencia de la Hélade y, de paso, la liberación de las ciudades jonias.