Estalla la burbuja

La manía del tulipán, el primer crack bursátil de la historia

En 1637, el exorbitante valor que habían alcanzado los tulipanes en las bolsas de los Países Bajos se hundió de repente, arruinando a miles de inversores que de repente se encontraron en posesión de unas flores que nadie quería comprar.

"La locura del tulipán", cuadro pintado por J. L. Gérôme. Museo Walters de Arte, Baltimore.

"La locura del tulipán", cuadro pintado por J. L. Gérôme. Museo Walters de Arte, Baltimore.

"La locura del tulipán", cuadro pintado por J. L. Gérôme. Museo Walters de Arte, Baltimore.

Foto: PD

Corría el año 1637. El 5 de febrero, en Holanda se vendió un lote de 99 bulbos de tulipán por 90.000 florines. Teniendo en cuenta que el sueldo medio mensual de un ciudadano era de 150 florines y que se podía comprar un buey por 120, parece un precio excesivo a pagar por unas flores.

No hubo que esperar mucho para que los holandeses reparasen en ello, ya que al día siguiente se puso a la venta un lote de medio kilo de los preciados bulbos por tan sólo 1.250 florines y no hubo quien lo comprase. La que se había llevado a cabo el día anterior fue la última gran venta. A partir de entonces se desató una gran crisis económica en toda la zona. Pero, ¿cómo pudieron los precios del tulipán alcanzar tales niveles en los mercados holandeses?

Esplendor económico

Para comprenderlo debemos, primero, seguir el proceso por el que los Países Bajos, uno de los territorios que gozó de mayor prosperidad económica en la Europa del siglo XVII, se habían convertido en la vanguardia del nuevo capitalismo mercantil. Ya desde la Edad Media habían sido centro de comercio de la Europa occidental.

Su éxito, que llevó al crecimiento sostenido de la población y de sus ingresos, tuvo su origen en la conjunción de los intereses del Estado y el sector más progresista de la población del momento. Ambas partes, conscientes de las pequeñas dimensiones del país y de sus escasos recursos, optaron por no apoyarse en la naturaleza y sí en una organización económica eficaz al buscar el crecimiento de la riqueza.

Los Países Bajos fueron uno de los territorios que gozó de mayor prosperidad económica en la Europa del siglo XVII.

La antigua Bolsa de Ámsterdam, cuadro pintado por Job Adriaenszoon Berckheyde hacia 1670. Museo Boymans Van Beuningen, Róterdam.

La antigua Bolsa de Ámsterdam, cuadro pintado por Job Adriaenszoon Berckheyde hacia 1670. Museo Boymans Van Beuningen, Róterdam.

La antigua Bolsa de Ámsterdam, cuadro pintado por Job Adriaenszoon Berckheyde hacia 1670. Museo Boymans Van Beuningen, Róterdam.

Foto: PD

Una de las medidas decisivas para el desarrollo económico neerlandés fue la realización de ferias en ciudades como Amberes o Ámsterdam, donde compradores y vendedores podían acceder al comercio de una gran gama de productos. En ellas se crearon las llamadas lonjas de contratación, o bourses, donde los vendedores exponían muestras de sus productos, lo que permitía a los compradores realizar transacciones bajo pedido a través de otro comerciante que actuase en nombre de ellos mismos, sin necesidad de desplazarse. En tales lonjas está el origen de las actuales bolsas de valores.

Se dictó un nuevo orden legal que daba seguridad sobre las condiciones en que se realizaba la venta, al garantizar el envío de productos de la misma calidad que la de los pactados en las ferias. Además había tribunales próximos a los mercados, a los que los comerciantes podían acudir si se sentían perjudicados, y notarios para registrar los contratos. También se daba plena difusión de precios, con la publicación de El boletín de las cotizaciones de Ámsterdam, punto de partida para cualquier negociación. 

La locura del tulipán

En una atmósfera como la descrita, en la que los habitantes disfrutaban de una prosperidad económica sin precedentes, apareció un producto que comenzó a percibirse como un artículo de lujo y ostentación: el bulbo de tulipán. Esta flor, de origen turco, que llegó por primera vez a Europa en el año 1554 de la mano de un embajador austríaco en la corte otomana, se convertiría en menos de un siglo en un símbolo de riqueza.

Los habitantes de los Países Bajos disfrutaban de una prosperidad económica sin precedentes.

Retrato de Carolus Closius atribuido a Jacob de Monte y pintado en 1585. University Library, Scaliger Institute.

Retrato de Carolus Closius atribuido a Jacob de Monte y pintado en 1585. University Library, Scaliger Institute.

Retrato de Carolus Closius atribuido a Jacob de Monte y pintado en 1585. University Library, Scaliger Institute.

Foto: PD

Su nombre procede del turco tülbent, "turbante", en referencia a la forma que adquieren sus pétalos. El médico Carolus Clusius fue el primero que cultivó uno de estos bulbos en Holanda, y consiguió una producción masiva y barata. En un momento dado un virus llamado mosaico atacó a las plantas provocando que los pétalos de las flores infectadas luciesen franjas de gran contraste, parecidas a llamaradas. Estas nuevas variedades de tulipanes, cada una con su nombre, fueron muy apreciadas en el mercado.

Ante la creciente demanda de tulipanes, los cultivadores pagaron precios cada vez más altos por los bulbos. En la década de 1610 su valor ascendió de manera importante. En 1623, por ejemplo, un bulbo costaba 1.000 florines. Una anécdota cuenta que un marinero recién llegado de un viaje se comió un bulbo de tulipán, desconocedor de su precio y utilidad. El dueño lo denunció e hizo que lo encarcelaran.

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Especular con tulipanes

Pronto se generó un comercio especulativo en torno al tulipán. Personas de toda condición social empezaron a invertir en estas flores, llegando a vender, para ello, terrenos y casas a precios de ruina, u ofreciéndolos como parte del pago. Todo el país invirtió cuanto tenía en este bien. Se había generado la ilusión de que en el mercado del tulipán siempre se ganaba y que siempre habría alguien dispuesto a pagar más por estas flores. Los críticos denunciaban que la población abandonaba las actividades económicas tradicionales para embarcarse en el comercio del tulipán.

Pronto se generó un comercio especulativo en torno al tulipán. Personas de toda condición social empezaron a invertir en estas flores.

Azulejo de Iznik que reproduce un tulipán rojo. Mezquita de Rustem Pachá, Estambul.

Azulejo de Iznik que reproduce un tulipán rojo. Mezquita de Rustem Pachá, Estambul.

Azulejo de Iznik que reproduce un tulipán rojo. Mezquita de Rustem Pachá, Estambul.

Foto: iStock

En 1635 hubo quien invirtió una fortuna de 100.000 florines en 40 raíces de esta flor. Al año siguiente una persona ofreció doce acres de terreno edificable por una de las dos únicas raíces que había en Holanda de una preciada variedad de tulipán, la Semper Augustus ;la otra fue adquirida por 4.600 florines, un coche nuevo, dos caballos grises y un juego completo de arneses.

Hasta que llegó el mes de febrero del año 1637. Los más prudentes habían empezado a ver que la locura del tulipán no podía durar siempre. Los ricos ya no compraban las plantas para tenerlas en sus jardines, sino para venderlas con el cien por cien de beneficio. Fue entonces cuando los precios cayeron en picado para no volver a recuperarse. Aparecieron los problemas para vender los lotes de bulbos y empezó a percibirse este hecho como un síntoma de agotamiento del mercado. Eran muchos los ciudadanos que tenían en propiedad unas flores que ya nadie quería comprar. Y comenzaron a vender sus bulbos de tulipán antes de que el precio bajase más. En lugar de bulbos se estaba sembrado el pánico.

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Estalla la burbuja

El miedo se extendió rápidamente, contagiando a todos los que, hacía apenas unos meses, habían liquidado los ahorros de toda la vida para comprar unos bulbos de tulipán con la firme creencia de que estaban haciendo una inversión en la que los beneficios futuros estaban asegurados. Quienes creían que la pobreza había sido desterrada de Holanda se encontraron en posesión de unos bulbos que nadie quería comprar, aunque los ofrecieran a la cuarta parte del precio que pagaron por ellos. Mucha gente que había salido de la miseria volvió a ella de golpe. Ricos comerciantes se encontraron reducidos a la mendicidad, y muchos nobles vieron su casa y fortuna arruinadas sin posibilidad de recuperación. La floreciente economía de los Países Bajos, desarrollada gracias a las modernas ideas de algunas personas, había sufrido un duro golpe.

El miedo se extendió rápidamente, contagiando a todos los que habían liquidado los ahorros de toda la vida.

Alegoría de la tulipomanía, cuadro pintado por Jan Brueghel el Joven en 1640 (Colección privada).

Alegoría de la tulipomanía, cuadro pintado por Jan Brueghel el Joven en 1640 (Colección privada).

Alegoría de la tulipomanía, cuadro pintado por Jan Brueghel el Joven en 1640 (Colección privada).

Foto: PD

Lo acaecido en Holanda con los bulbos de tulipán en el siglo XVII se estudia hoy como ejemplo de burbuja especulativa, pese a que existe cierta polémica entre los expertos acerca de si en realidad hubo burbuja o no. El caso es que fenómenos como el planteado suelen contar con un componente especulativo. A lo largo de un período de tiempo determinado, el precio de un bien se dispara por encima de un valor técnicamente justificable. Llega un momento en que los inversores comienzan a percibir la diferencia entre el valor del bien y su precio, y entonces la burbuja estalla.

En los Países Bajos hubo algunos ganadores, como los que salieron del mercado antes del desastre. Pero, sobre todo, hubo vencidos: los que liquidaron su patrimonio e incluso se endeudaron para invertir en unas flores que terminaron no valiendo casi nada. A nadie se le había ocurrido preguntarse qué pasaría a largo plazo en el mercado del tulipán.

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