Costumbres romanas

La limpieza de la casa y la higiene personal en la antigua Roma

Bañarse o aliviar las necesidades más perentorias eran acciones que, a diferencia de en el mundo actual, donde estas últimas son actividades absolutamente privadas, se realizaban normalmente en compañía, además de en público, en la antigua Roma.

Niños romanos juegan con el agua en el atrio de una casa. Ettore Forti.

Niños romanos juegan con el agua en el atrio de una casa. Ettore Forti.

Niños romanos juegan con el agua en el atrio de una casa. Ettore Forti. 

Foto: PD

"¡Cuestan tan poco las simples escobas, los trapos de cocina, el serrín! Descuidarte de tenerlos te cubre de vergüenza [...]. Cuanto menos cuidado y gasto exigen esos detalles, la negligencia es más reprobable que si faltasen los refinamientos en las casas de los ricos". Estas palabras de Horacio, tomadas de sus Sátiras, nos recuerdan hasta qué punto la limpieza era para los romanos acomodados un signo de pulcritud que no admitía mácula alguna. Así parecen confirmarlo las grandes termas imperiales, alimentadas por acueductos monumentales. Pero ¿sucedía así en todos los ámbitos?

En primer lugar, debe observarse que, en la mayoría de los hogares, la limpieza (al igual que el resto de tareas cotidianas) era realizada por sirvientes, generalmente esclavos. La posesión de esclavos era el indicador claro de una posición social relevante, al tiempo que garantizaba el perfecto funcionamiento del hogar: "Nosotros lo único que necesitamos es una esclava que sepa tejer, que sepa moler, cortar leña, barrer la casa, que se aguante con los azotes y que guise diariamente la comida de la casa", escribía el célebre comediógrafo Plauto.

El acueducto romano de Pont du Garde.

El acueducto romano de Pont du Garde.

El acueducto romano de Pont du Garde.

Foto: iStock

La vida diaria

En este contexto, la limpieza y el orden de la casa, responsabilidad directa de la servidumbre, constituían signos evidentes de distinción, otorgando lustre a la imagen de un anfitrión, como pone de manifiesto en una de sus sátiras el poeta Juvenal: "Cuando va a llegar a tu casa un huésped pones en actividad a todos los tuyos: 'Barre el suelo, fuera las telarañas de todos los rincones de la casa; este abrillanta la plata, el otro friega los platos cincelados', insta la voz del amo con el vergajo en la mano".

Para la limpieza cotidiana del hogar se empleaban los sistemas tradicionales: paños, escobas y esponjas como utensilios, y el agua y el serrín como agentes con los que se arrastraba o disolvía la suciedad. Los paños más toscos se usaban en la cocina para limpiar las manos o secar y abrillantar el menaje. Los de mejor calidad se reservaban para su uso en ciertas estancias, como las utilizadas para la recepción de invitados. También podían destinarse a servilletas que cada cual debía portar cuando era convidado a una cena fuera de su casa.

Para la limpieza cotidiana del hogar se empleaban los sistemas tradicionales: paños, escobas y esponjas.

Fullonica o lavandería en la antigua ciudad romana de Pompeya.

Fullonica o lavandería en la antigua ciudad romana de Pompeya.

Fullonica o lavandería en la antigua ciudad romana de Pompeya.

Foto: iStock

El problema más serio de los hogares era el lavado de la ropa: se podía remojar y aclarar las prendas más ligeras, pero no se conocía el jabón, de modo que las piezas de lana y las manchas más persistentes requerían los servicios especializados de los batanes, las lavanderías de la época. Allí se empleaban diversas sustancias minerales y vegetales con tal fin, y se garantizaban múltiples aclarados.

Las escobas se fabricaban con hojas de palmera o tallos arbustivos de especies diversas. Su uso cotidiano pulía y dejaba brillantes no solo los pavimentos de mosaico, mármol, ladrillo o mortero, sino que lustraba incluso los más toscos suelos de arcilla apisonada. En los pavimentos no porosos, como los suelos de comedores, donde el suelo recibía los desperdicios de la comida, se utilizaba el serrín para absorber grasas y líquidos antes de barrer. Otra técnica frecuente de limpieza en cocinas y comedores fue el baldeo de agua.

ir al baño sin tabúes

Las esponjas ayudaban a limpiar las superficies pulidas de columnas y mesas, pero también acompañaron a los romanos en su higiene más íntima, haciendo las veces de papel higiénico. Por cierto que la higiene corporal no estuvo en la cultura romana investida de un halo de intimidad. No podía estarlo: el agua que corría por las ciudades, canalizada por acueductos y conducciones, no llegaba, salvo excepciones, a las casas particulares, sino que iba a las fuentes y a termas y letrinas pública.

Las esponjas también acompañaron a los romanos en su higiene más íntima, haciendo las veces de papel higiénico.

Letrinas públicas en la ciudad de Ostia antica.

Letrinas públicas en la ciudad de Ostia antica.

Letrinas públicas en la ciudad de Ostia antica.

Foto: PD

Ello explica que bañarse y aliviar esfínteres fuesen actividades socializadas, realizadas en compañía en esos lugares, o a la vista de otros cuando se usaban las tinajas que los bataneros dejaban ante sus locales o en las calles para recoger la orina. Esta servía después, por su contenido en amoníaco, para tratar paños. Tal práctica estuvo tan instituida que el emperador Vespasiano (79-81 d.C.) llegó a gravarla con un impuesto.

El mismo dispositivo, una tinaja alojada en el hueco de la escalera de la planta baja, o una fosa, se empleaba para desahogar las necesidades de los habitantes de apartamentos en las insulae, los inmuebles de varios pisos de altura que poblaban las grandes ciudades del Imperio romano. En esas tinajas o fosas, quienes tenían mayor sentido del civismo podían verter el contenido de sus orinales, aunque no todo el mundo estaba dispuesto a hacerlo. De hecho, los testimonios literarios de la época dejan entrever que los vertidos a las calles fueron una costumbre muy asentada. El tradicional "agua va" de las ciudades medievales y modernas se oía ya en las calles de la antigua Roma.

Para saber más

Unas sirvientas aplican ungüentos y perfumes a su señora. Dibujo de Charles K. WIlkinson basado en la pintura de una tumba tebana de la dinastía XVIII. MET, Nueva York.

La higiene entre los antiguos egipcios

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Aguas mayores y menores

Tanto en las alcobas y salones de las grandes casas como en los habitáculos de los más humildes apartamentos o buhardillas, se usaban cacharros diversos con formas de potes y de palanganas a modo de bacinillas. Quienes podían permitírselo compraban sillas de retrete, bajo cuyo asiento había un recipiente que era convenientemente vaciado por un esclavo tras ser usado.

Las domus, moradas de gentes acomodadas, de patricios, mercaderes o comerciantes boyantes, y de nobles y aristócratas locales, contaban con verdaderas letrinas. Se trataba de fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros circulares para uso de todos los habitantes de la casa, incluidos los esclavos. En ellas se podían vaciar las bacinillas usadas por los señores. Estas fosas eran objeto de limpieza periódica.

Con frecuencia, las letrinas se conectaban con un canal que conducía las inmundicias a la red de alcantarillado en las ciudades que disponían de ella. De lo contrario, se vertían a la calle por donde el agua que corría, sobrante de las fuentes públicas, se encargaba de arrastrar los desechos.

Las letrinas eran fosas cubiertas con una placa horadada por agujeros circulares para uso de todos los habitantes de la casa.

Termas romanas en la ciudad de Bath, en Inglaterra.

Termas romanas en la ciudad de Bath, en Inglaterra.

Termas romanas en la ciudad de Bath, en Inglaterra.

Foto: iStock

Sorprende ver en los yacimientos arqueológicos cuál fue la ubicación más común de la letrina doméstica: la cocina. Muy cerca del fregadero y del hogar donde se guisaba, un modesto tabique de media altura situado en la misma habitación da paso a la letrina. De este modo, el agua que con no poco esfuerzo acarreaban los esclavos (verdaderos aguadores) desde las fuentes públicas hasta los domicilios privados se aprovechaba después de fregar y baldear la cocina, desaguándola por la letrina hacia la calle.

En las casas más señoriales, que contaban con baños termales privados, la letrina se situaba en el circuito de vaciado de las bañeras, en una estancia especial donde, bajo una plancha de mármol horadada, con varios puestos para sentarse, corría el canal de desagüe.

Las termas privadas

Como hemos apuntado, al modo de las termas públicas, las residencias de gente adinerada podían contar con termas privadas provistas de bañeras de agua caliente, templada o fría, y de salas donde tomar baños de vapor o de calor seco, así como recibir masajes o unciones con ungüentos perfumados. El dispositivo para calentar el agua y las salas se denomina hipocausto. Consistía en un horno de leña cuyo calor se hacía circular bajo un doble suelo de ladrillo sostenido con pequeñas columnas de este mismo material, que absorbía e irradiaba el calor durante largo tiempo.

El dispositivo para calentar el agua y las salas se denomina hipocausto.

Restos de un hipocausto en la villa romana de Chedworth, en el suroeste de Inglaterra.

Restos de un hipocausto en la villa romana de Chedworth, en el suroeste de Inglaterra.

Restos de un hipocausto en la villa romana de Chedworth, en el suroeste de Inglaterra.

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Otras conducciones se alojaban en las paredes de las salas de baño y permitían al humo ascender y crear cámaras de calor. El circuito de las salas termales estaba estandarizado: se sucedían el vestuario, un baño caliente y salas de baño templado y frío, que podían completarse con instalaciones destinadas al masaje, la lectura o el deporte.