Con la toma de Jerusalén por Saladino en 1187 Tierra Santa pasaba de nuevo a manos musulmanas. Para recuperarla el Papa proclamó una cruzada dos años después que, pese a contar con la participación de Francia, Inglaterra y el Imperio Germánico, solo logró capturar la ciudad de Acre. La muerte del líder sarraceno en 1193 dejó a los musulmanes sin su gran líder y unificador, por lo que el pontífice Inocencio III puso en marcha una nueva cruzada (la cuarta) para intentar retomar los Santos Lugares.
Pero cruzar el Mediterráneo hasta Judea no era una tarea fácil; los caballeros que se reunirían en Italia no contaban con flota propia, y debieron recurrir a la mayor potencia naval del momento: Venecia. El Dogo de Enrico Dandolo negoció la preparación de una gran flota con la embajada cruzada presidida por Godofredo de Villehardouin, en la que se trasladarían 33.000 caballeros a Ultramar a cambio de de 85.000 marcos de plata.

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El dogo Enrico Dandolo en un grabado de principios de siglo XX.
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No obstante, pronto corrió el rumor por las cortes de Europa que el verdadero objetivo de la expedición no era Jerusalén sino Egipto, tierra menos defendida y más fértil donde los señores cruzados pretendían establecer una serie de feudos en los que reinar. Estas alarmantes noticias desalentaron a muchos de los que habían tomado la cruz, de manera que cuando la cruzada se reunió en Venecia en junio de 1202 solo había un tercio de los caballeros esperados, y a los líderes de la expedición les faltaban 34.000 marcos para llegar a la suma acordada.
Mercenarios de Venecia
El astuto Dandolo aprovechó la ocasión para resolver los problemas de la Serenísima con el reino de Hungría, que hacía poco había tomado algunas ciudades del mar Adriático esenciales para el control de las rutas comerciales. Así propuso a Bonifacio de Monferrato y al resto de barones la toma de Zara (actual Zadar) y otros puertos como modo de pago de parte de la deuda, y sin otra opción estos aceptaron.

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Dandolo anima a los venecianos a alistarse en la expedición durante una misa en la basílica de San Marcos. Ilustración de Gustave Doré para Biblioteca de la Cruzadas, París, 1877.
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En octubre partió al fin la Cuarta Cruzada, a bordo de una armada que según Godofredo “era más grande y magnífica que la que jamás había visto un crisitano”, junto a ellos marchaban 10.000 venecianos con el propio Dandolo a la cabeza “dispuesto a vivir y morir con vosotros y los peregrinos”. Trieste fue la primera escala de la expedición, pasando rápidamente de manos húngaras a venecianas.
En Zara recibieron la visita de un legado del papa, quien alarmado por el ataque contra las tierras del rey católico de Hungría les prohibía terminantemente sitiar la ciudad bajo pena de excomunión. Desoyendo sus amenazas los cruzados asaltaron la ciudad tras derribar las murallas con minas subterráneas y catapultas.

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La iglesia bizantina de san Donato (arriba) construida a principios del siglo IX, es uno de los poco edificios que se conservan en Zadar de la época de la cuarta Cruzada.
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Al punto todos fueron excomulgados, pero tras algunas negociaciones solo los venecianos quedaron afectados por ella mientras el resto eran perdonados si continuaban hacia Jerusalén sin desviarse. Fue entonces cuando llegó al campamento cruzado el príncipe bizantino Alejo, cuyo padre, el emperador Isaac II, había sido destronado y cegado con hierros candentes por el ocupante del trono de Constantinopla, el usurpador Alejo III.

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Isaac II es cegado en una miniatura de autor desconocido. Siglo XV, Biblioteca Nacional de Francia.
Foto: Wikimedia Commons
El noble griego juró abrazar el catolicismo y dar pleno apoyo a la cruzada si lo restituían en el trono, prometiendo 200.000 marcos y 10.000 hombres del ejército bizantino para la conquista de los Santos Lugares y Egipto. Los barones cruzados, a quienes no les quedaba un penique, se vieron obligados por Dandolo a aceptar el acuerdo, que de esta manera vería pagada la deuda y aseguradas las rutas hacia oriente.
Constantinopla sitiada
Pronto habrían de descubrir que la causa del joven Alejo dejaba más que indiferentes a sus supuestamente leales súbditos griegos, pues cuando la flota llegó a la isla griega de Corfú los habitantes cerraron el puerto con una cadena y les bombardearon con sus catapultas hasta hacerles huir.

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La flota cruzada delante de Constantinopla, iluminación de los Pasajes de Ultramar, publicados por Se´bastien Mamerot y Jean Colombe, siglo XV.
Foto: Wikimedia Commons
El 24 de junio la cruzada llegó por fin a Constantinopla, adentrándose sin oposición por el Bósforo al tiempo que las escasas veinte naves de la flota bizantina “cuya madera estaba podrida y comida por los gusanos” (según el cronista griego Nicetas Choniates) se escondía en el puerto del Cuerno de Oro.
La oposición al pretendiente era todavía más fuerte en la capital, cuyos habitantes lo consideraban un títere en manos de los odiados cruzados. Así que, sin poder incitar una rebelión contra el emperador, a los expedicionarios no les quedó más que echarlo por la fuerza.

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Moneda de oro del reinado de Alejo III, Gabinete de Monedas, Berlín.
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Las hostilidades se iniciaron el 5 de julio, cuando los cruzados latinos atacaron Gálata. Una vez dispersado el ejército enemigo con una carga de caballería, tomaron el torreón que albergaba un extremo de la gran cadena que cerraba el Cuerno de Oro y abrieron la entrada al puerto a la flota veneciana.

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Los cruzados atacan una fortaleza en un grabado de Gustave Doré, 1877.
Foto: Wikimedia Commons
A fin de tomar las murallas se planeó un gran ataque combinado para el 17 de julio centrado en el barrio alrededor del palacio de Blanquerna, donde la triple muralla terrestre construida por Teodosio se encontraba con el mar. Equipados con arietes y escalas los cruzados se estrellaron sin éxito contra el muro terrestre defendido por la Guardia Varega; afortunadamente a los venecianos les fue más bien la empresa, y sus galeras equipadas con catapultas y puentes levadizos atados en los mástiles empezaron a hacer mella en las defensas.

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Dandolo ordena a sus remeros que lancen su galera sobre la playa en la Historia de la Religiones de Albert L. Rawson. Nueva York, 1888.
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Muchos capitanes venecianos dudaban en acercarse más a la costa para no chocar contra las rocas, pero como relata Godofredo en su crónica, Dandolo “un hombre anciano y completamente ciego, se alzó en la proa de su galera y gritó a sus hombres que llevaran la nave a tierra o les castigaría severamente”. Estrellando su nave contra la playa el viejo dogo saltó a tierra y clavó el estandarte de San Marcos en la arena, animando así a sus hombres a asaltar las murallas.

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Los Venecianos entran en Constantinopla; a la izquierda de la imagen se puede ver al emperador Alejo III, mientras que a la derecha los cruzados atacan la muralla terrestre. Crónicas de David Aubert, 1449.
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Lanzándose sobre los muros desde los inestables puentes de sus embarcaciones los soldados de la Serenísima lograron abrir brecha entre los defensores y tomar parte de la ciudad, pero entonces chocaron con los varegos, que los empujaron de vuelta al puerto hasta que los sitiadores prendieron fuego a las casas para crear una barrera impenetrable de llamas.
Fue en ese punto crítico que Alejo III reaccionó por fin, sacando a parte del ejército fuera muralla y presentando batalla al contingente cruzado. Estos formaron a toda prisa, armando de manera improvisada a pajes y cocineros con cuchillos y cacerolas (según cuenta Godofredo) y avanzaron a su encuentro. Ambos ejércitos empezaron a intercambiar disparos, pero de manera inexplicable antes de que se produjera el choque los bizantinos dieran media vuelta y regresaron a la ciudad.
Fuera por orden del propio emperador o simple cobardía la batalla se había perdido. Con los venecianos establecidos firmemente dentro de las murallas y la moral por los suelos el emperador consideró prudente huir antes de que lo lincharan, escapando con 10.000 libras y algunas mujeres.

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Alejo IV y su corte en una historia bizantina de la dinastía Ángelos. Siglo XIV.
Foto: Wikimedia Commons
Con el trono imperial vacante, a la corte no se le ocurrió mejor idea que restaurar al viejo Isaac II, quien fue sacado de la celda en la que había sido encerrado y coronado coemperador el 1 de agosto junto con su hijo (Alejo IV). Con su pretendiente en el trono, parecía que la situación se iba a arreglar al fin y la cruzada podría partir a Oriente Medio, pero la profunda diferencia cultural entre griegos y latinos y el estado ruinoso del imperio pronto dispersarían esta ilusión.
Falsedad bizantina
Mientras los cruzados esperaban, en Constantinopla Alejo se dedicaba a fundir objetos sagrados y joyas para, como escribe un indignado Choniates, “apaciguar el hambre voraz de los latinos”, una profanación que le granjeó el profundo odio del pueblo.
La tensión estalló finalmente el 18 de agosto, cuando una turba enfurecida atacó los barrios de los comerciantes europeos expulsándolos de la ciudad y desvalijando sus casas y almacenes. Para vengarse estos convencieron a los cruzados de que les acompañaran al día siguiente a saquear una mezquita en el barrio sarraceno, y mientras los caballeros destrozaban el templo ellos se dedicaron a prender varios fuegos, que gracias al calor veraniego formaron un terrible incendio que destruyó media ciudad.
Semejante atentado encendió todavía más el odio de los ciudadanos, que a principios de septiembre obligaron al emperador a detener el envío de dinero al campamento cruzado y asaltaron los almacenes y naves venecianas en la orilla del Cuerno de Oro. El mismo Villehardouin formó parte de los enviados que exigieron el cumplimiento de sus promesas al emperador a causa de esta última provocación, pero los enfurecidos cortesanos les echaron de palacio y tuvieron suerte de escapar con vida de la enfurecida turba que les esperaba fuera.

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Entrevista entre Alejo IV y el dogo por Gustave Doré. Según el cruzado Roberto de Clari Dandolo maldijo al emperador cuando no consiguió llegar a un acuerdo asegurándole que "te sacamos del estercolero y a él te devolveremos".
Foto: Wikimedia Commons
Se produjo un último intento de negociación entre Alejo y Dandolo (quien se negó a bajar de su galera durante la entrevista) que terminó en otro fracaso. El dogo convenció entonces a los cruzados de que no podían esperar nada de unos emperadores controlados por el populacho, y que debían acabar con la dinastía para poner en el trono a un nuevo monarca salido de las filas de la expedición.
El primer golpe lo dieron esta vez los bizantinos, quienes ignorando la templada política de su emperador lanzaron barcos cargados con leña y brea hacia la flota veneciana; afortunadamente las naves de la república lograron esquivar hábilmente el peligro. Un segundo intento tuvo lugar en enero de 1204, con 16 mercantes en llamas atados entre sí con cadenas, una llameante línea de destrucción que fue simplemente remolcada hasta el Bósforo con ayuda de garfios y soltada para que se la llevara la corriente.

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Alejo V "Murzuflo" fue el último emperador con quien tuvieron que lidiar los cruzados.
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Estos dos fracasos terminaron de hundir la popularidad de Alejo, quien fue depuesto por la nobleza y el clero en Santa Sofía. Refugiado en su palacio el emperador fue víctima entonces de un golpe de estado perpetrado por Alejo Ducas, un noble que había destacado a en las últimas escaramuzas con los latinos hasta convencer a los varegos de que le debían poner en el trono. Así la noche del 27 de enero se presentó en el dormitorio imperial alertando al soberano de que su propia guardia planeaba asesinarlo, aterrorizado Alejo dejó que lo guiara a ciegas hacia “la más horrible de las prisiones” donde fue encerrado. Isaac murió ese mismo día, ya fuera a causa de un oportuno infarto o simplemente porque lo estrangularon.
El nuevo emperador, Alejo V apodado Murzuflo (cejijunto), interrumpió el envío de comida los cruzados, quienes para abastecerse saquearon la vecina población de Filia. Sin posibilidad de acuerdo y con las promesas que habían recibido de Alejo IV caídas en saco roto los latinos se aprestaron para un segundo asalto a la ciudad.
La caída
Ambos bandos se prepararon durante toda la Cuaresma para este combate final. Murzuflo dedicó considerables esfuerzos a fortificar el sector amenazado de Blanquerna, elevando las murallas con una empalizada de madera montada sobre las almenas, equipada con torres cuyos pisos superiores sobresalían por encima del muro, amenazando desde arriba a todos los que se acercaran a las defensas.
Por su parte los sitiadores equiparon sus naves con redes hechas a base de ramas de vid trenzada para detener los proyectiles de catapulta. Al mismo tiempo los cruzados construyeron cientos de cubiertas móviles forradas de pieles empapadas de vinagre, con las que podrían protegerse mientras atacaban el muro. Además, los venecianos dispusieron lanzallamas de fuego griego capturados en los extremos de sus puentes de asalto, para barrer de enemigos las murallas antes del ataque

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Los venecianos asaltan las torres mediante puentes de abordaje, bajo ellos los cruzados atacan el muro que rodea la ciudad. Al fondo de la imagen se puede apreciar la iglesia de Santa Sofía.
Foto: Cordon Press
El 8 de abril se llevó a cabo el primer asalto, que fracasó a causa del preciso fuego de las catapultas bizantinas, las cuales destrozaron muchos arietes y cubiertas móviles. También los venecianos tuvieron dificultades, pues la mayor altura de los muros les impedía fijar debidamente sus máquinas de guerra a las almenas.
Una absolución general el día 11 sirvió para restaurar la moral de los cruzados, que para purificarse antes del segundo embate expulsaron temporalmente a las prostitutas del campamento, a fin de no pecar más antes de encontrarse con el Señor.

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Tintoretto representó así la toma de Constantinopla en un fresco pintado hacia 1580. A la derecha se puede ver como el Dogo acepta la rendición de la ciudad de manos de una procesión de clérigos ortodoxos que sale por una de las puertas de la muralla.
Foto: Wikimedia Commons
La culminación del asedio llegó el día 12, cuando un fuerte viento del norte empujó a las naves hacia la orilla. Fue un francés, el caballero Andrés de Duboise el primero en tomar una de las torres enemigas, saltando en solitario desde un puente de asalto y masacrando al enemigo hasta que sus compañeros se unieron a él. Poco a poco las torres de la muralla fueron cayendo, pero el vaivén de las olas impedía al resto de cruzados acceder a ellas en masa al separar los puentes de la muralla.
El golpe decisivo lo dieron los caballeros de Pedro de Amiens, quienes consiguieron echar abajo una poterna con un ariete y entraron en la ciudad encabezados por el monje Aleaumes. Murzuflo vio el peligro y acudió de inmediato allí con la reserva, pero los sesenta franceses lograron rechazarlo con grandes pérdidas y luego abrieron una de las puertas desde el interior por donde entró en tromba la cruzada.
Muerte y saqueo
La ciudad fue víctima entonces de una destrucción sin precedentes desde las invasiones bárbaras que habían acabado con Roma setecientos años antes. Aunque los habitantes acudieron al encuentro de los cruzados enarbolando cruces en señal de rendición, estos desencadenaron toda su ira sobre los griegos. Según cuenta Choniates “masacraban a los recién nacidos, asesinaban a prudentes matronas, desnudaban a las mujeres maduras y ultrajaban a las ancianas”, además arrastraban a los habitantes hasta los altares donde “eran decapitados como ovejas”.

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La cruzada arrasa Constantinopla a sangre y fuego en este grabado de Gustave Doré para la Biblioteca de las Cruzadas
Foto: Wikimedia Commons
El saqueo era una prioridad para los cruzados; se encontraban en la metrópoli más rica de la Europa medieval, por lo que no perdieron el tiempo en apoderarse de sus legendarios tesoros. En Santa Sofía “destruyeron el altar mayor, tan lujoso que nadie podía estimar su valor y se repartieron los trozos entre ellos”. Los ricos relicarios, joyas e iconos de Bizancio fueron troceados como parte del botín mientras otros eran fundidos para acuñar monedas con las que pagar a los avariciosos venecianos.

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Los caballos que hoy decoran la fachada de la basílica veneciana son una copia moderna, los auténticos se guardan en el interior del templo para asegurar su conservación.
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Estos se dedicaron a hacer una pillaje más selectivo, robando magníficas obras de arte como los caballos del hipódromo, que instalaron en la fachada de la basílica de San Marcos o una estatua romana que todavía hoy corona la columna de San Teodoro en la Piazzeta frente al Palacio Ducal. Del mismo modo, los obispos y sacerdotes que les acompañaban no dudaron en apoderarse de las mejores reliquias de la ciudad, entre las que se contaban artefactos tan sagrados como el sudario de Turín, cabellos de la Virgen María, sangre de Cristo e incluso un brazo de san Jorge.
Pese a llevar la cruz sobre sus capas los cruzados “entronizaron a una vulgar ramera en el trono del patriarca” y “destrozaban las imágenes sagradas, arrojando las santas reliquias de los mártires a lugares que me avergüenzo mencionar”. Ni los muertos escaparon de semejante frenesí, pues las tumbas imperiales de la iglesia de los Santos Apóstoles fueron abiertas, y tanto Constantino como Justiniano fueron desposeídos de las joyas y coronas con las que habían sido enterrados.

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Entrada de los cruzados en Constantinopla por Eugène Delacroix, 1840. Museo del Louvre, París.
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Choniates sí pudo salvarse gracias a su actitud caritativa, pues había acogido en su casa a un mercader veneciano durante la expulsión, que logró sacarle a él y su familia de la ciudad llevándoselos atados como si fueran sus esclavos hasta cruzar la puerta Dorada. La ciudad más hermosa de la cristiandad pereció pasto de las llamas mientras “en las calles, en las casas y en las iglesias no se oían sino gritos y lamentos”.
Imperio latino, colonias venecianas
Al cabo de tres días de saqueo los barones restablecieron el orden; el botín fue repartido entre los cruzados y finalmente se pagó la deuda veneciana (que ya ascendía a 150.000 marcos a causa de las repetidas prórrogas del contrato). El nuevo emperador sería Balduino de Flandes, acompañado del veneciano Tommaso Morosini como nuevo patriarca católico de Constantinopla.

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El dogo corona a Balduino como emperador de Bizancio. Grabado de Giacomo Leonardis, siglo XVIII, Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.
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En los años siguientes se fundaron tres nuevos estados cruzados mediante la conquista de Grecia y Macedonia: el reino de Tesalónica de Bonifacio de Monferrato, el ducado de Atenas de Otón de la Roche y el principado de Acaya del sobrino de Godofredo, principados teóricamente vasallos del débil Imperio Latino, reducido a las regiones que rodeaban el mar de Mármara.
Venecia se llevó la parte del león por su destacado papel en la toma de la ciudad, nada menos que las islas de Creta, Negroponte (Eubea), Naxos, Andros, la península de Galípoli y parte de Tracia con Adrianópolis, en la conquista de la cual moriría finalmente de viejo Dandolo en 1205. Gran parte de la capital pasó también a manos de la Serenísima, un extenso barrio alrededor de Santa Sofía y numerosos almacenes, así como la exención de impuestos.
Los bizantinos quedaron reducidos a unos pocos reinos fundados por diferentes usurpadores y pretendientes en Epiro y Asia Menor, que poco a poco consiguieron recuperar el territorio perdido con ayuda de los búlgaros hasta entrar en la capital sesenta años más tarde con Miguel VIII Paleólogo.
La conquista de la ciudad supuso un desastre sin precedentes para el papado, que tendría que renunciar a sus sueños de recuperar Tierra Santa para siempre. Los barones consiguieron fundar efímeros reinos en Grecia, pero la destrucción de Bizancio cayó con el último reducto frente a los turcos, quienes tomaron Constantinopla en 1453 para amenazar luego a toda Europa. De este modo, si bien la cruzada conquistó para Venecia su gran imperio de ultramar supuso también su fin, pues cuando los musulmanes se adueñaron del Mediterráneo no dudaron en expulsarlos de las colonias y acabar con sus rutas comerciales.